LA MAQUINARIA DEL DIABLO.
Al abrir los ojos comprobó
que todo seguía igual, tal y como debía estar. Quizás no tanto. Al reponer la caída
foto de Hedis sobre la mesilla de noche, le asaltaron de nuevo los recuerdos de
otra época. El amargo canon impuesto por la cruda realidad. La de los caprichos
desenfrenados de la vida, esos que no tienen, ni tendrán nunca un sentido
razonable. Toda la maquinaria estaba poniéndose a punto. El monstruo más oscuro
que se podía presagiar traspasaba de modo fantasmal la frontera de los sueños,
de esos que no eran deseables, de los que hubieran sido mejor no despertar. Se
estaba instalando de forma definitiva, en la existencia de cada uno de los que
allí se encontraban, la peor maquinaria de muerte. Pero el cuerpo de ejército
no debía implicarse en tal engendro, en toda esa fatal incapacidad y anualidad
de la falta de ética.
¿Franz Heldmann
había despertado o seguía en la que creía, su pesadilla interminable? Esa mala e
inquietante noche se removería de forma constante, antojadiza y caprichosa
entre su conciencia. Sueños cargados de fantasía. Memorias evocativas cargadas
de reminiscencias. Alusiones a los mismos hechos erróneos, una y otra vez, llegando
ha ser monótonas en sus repeticiones. Eternas y mortificadoras por el
transcurrir del tiempo.
Pero no, pronto se
dio cuenta que estaba bien despierto. Era la mañana del 18 de junio de 1942, y
sus botas tocaban el empedrado frío y húmedo de la plazoleta Askanischer. Justo
delante tenía la principal estación de barrio, como se las conocía a las de
cercanías. Había varias en Berlín en aquellos momentos desperdigadas entre los
ejes más influyentes, estratégicos y estamentales de la capital. Su aporte
fundamental al principio, consistía en el transporte urbano. Cubrir las
necesidades de los viajeros, berlineses en su mayor parte, de entre los puntos más
valiosos del entramado ferroviario alemán. Comprendidos entre el perímetro
provincial y en el plano regional. Pero desde el comienzo de la guerra este croquis
comenzó a esbozarse de forma dependiente a los menesteres para el que estaba pensado.
Las estaciones empezaron a multiplicarse, se agrandaron sus espacios vitales, carriles
interminables de vías. Los mapas de nuevas rutas resurgían llenos de cambios de
la noche a la mañana. Los trenes de tercera clase abundaban. Al principio se
mezclaban entre los vagones, ciudadanos comunes, con habitantes de tercera
clase. Su marca inconfundible, la estrella amarilla, y el estar rodeados por
soldados. Más tarde sus medio de transporte serían los coches destinados para
el ganado. Primero eran destinados desde los distintos guetos de la capital,
los judíos de más edad, entre ellos se solía incluir algunas mujeres y niños.
Su rumbo, el campo de Therensienstadt, en la absorbida republica de
Checoslovaquia. Esta terminal era la conocida central de Anhalter Bahnhof.
La compañía se
desplegaba firme y en formación a sus espaldas desde un lateral de la plaza, en
una disciplina rígida, una pulcritud intachable, preparados a la voz de mando,
al presente de armas. La integraban ochenta hombres comandados por Franz, pertenecientes
a la improvisada unidad del servicio especial y secreto de la Wehrmacht. En la formalidad del
acto, y desde su rigidez ancestral reflejada por su carisma, de Franz manaba
innato el dominio de la disciplina. El reflejo perpetuo del trabajo duro. Las peculiaridades
específicas, señoriales en sus rituales, propias de la autoridad. Todas ellas
elaboradas y sufridas, desde lo más bajo a lo más alto, de la escala oficial del
ejército tradicional alemán. Pudo observar en la espera de acontecimientos, la
fachada de la entrada principal, que desde lo más alto, se remataba en un grupo
escultórico denominado “noche y día”. Perteneciente al artista Ludwing Brunow.
Las primeras luces
de la alborada invadían lentamente la plaza. Desde una de las avenidas se
acercaba un coche oficial seguido por una pequeña escolta. El perímetro de la
explanada estaba protegido del paso por empalizadas y alambradas. El auto no
tuvo que esperar al control y se adentro hacia el interior de la plaza. Un
coronel de la Werhrmacht
salio de el. De mediana edad, un poco dejado en su forma física, más bien como gastada
y oxidada por el duro transcurrir del tiempo. Mirada fría, pero su porte daba la
impresión de un soldado hecho ya a mil batallas. Seguramente la primera guerra mundial
no guardaría ningún secreto para el. Se acerco hacia Franz y paso revista a la
formación. Tras el saludo militar a la brigada, los dos oficiales se alejaron
de la columna.
-
Vallamos
disimuladamente hacia la estación Franz, hay datos sobre la misión que me
gustaría comentarle a solas.
Sus manos se desplazaron
hacia atrás, agarrada la una con la otra, de manera campechana, aunque un
menudo temblor de sus manos, reflejaba cierto nerviosismo, no muy propio en su carácter.
Pero su experiencia en el mando lo curtió sobre todo para las salidas a posible
destiempo. Las representaciones improvisadas, propias de teatros de operaciones
inciertos. Su paso, lento y pausado denotaban hacia el exterior esa frialdad
marcial. Seguridades reflejadas y marcadas al compás inseparable del eterno
veterano. La forma de articular las palabras, eran palpables muestras de confianza
arraigadas en convicciones firmes de la personalidad. Firmeza en si mismo, que tranquilizaban
a quien le acompañara u observara.
Franz le siguió en
silencio, atento y presto a las nuevas de su comandante en jefe. Juntos realizaron
misiones de alto calado, desde la primera gran guerra. El destino, caprichoso,
los reunía una vez más. Se conocían, pero siempre desde el respeto mutuo del
oficio, al de la profesión. La consideración y deferencias hacia su coronel en
los servicios secretos del ejército, no pasaban desapercibidos, siempre derivados
por el buen hacer de Franz.
-
¿Uste
me dirá mi coronel?...
-
¿Un
verdadero enigma, verdad, mí querido Franz? Lo más raro de todo esto es que
haya llegado a ser tan sorprendente para mí. Por lo visto desde el estado mayor
ha llegado la orden de total confidencia. Es más, como que todo esta en clave. Volvemos ha ser los
peones en un tablero siniestro y complicado.
-
En
peores nos las habremos visto, seguro, mi coronel.
-
Si
pero no con las SS. Franz. ¿Sabe a que esperamos aquí, con sus hombres? ¿Le ha
llegado algo? Solo usted se las sabe hacer para que no existan los secretos en
su trabajo.
-
Esta
vez se me escapa todo. Solo presiento que todo esto no queda claro. Tanto
misterio, asta el ambiente esta algo viciado, entre esta niebla tan espesa y baja.
¡Se ha echado encima tan rápidamente coronel!
-
Hay
llegan los de las SS. y el cargamento Franz. Tenga cuidado con lo que habla,
con esta gente nunca se sabe, y más cuando no sabemos apenas nada de nuestra
misión. Ya le contare más adelante de lo poco que se me ha informado...
La plaza
Askanischer se lleno de una sofocante y fría niebla, que iba en aumento. Se
disperso, pero sin romper su espesor, repentina e inesperada, daba la imagen
caótica, tenebrosa y siniestra que transmite el miedo ajeno. El temor que
acompañaba al extraño cortejo de autocares. Cargados de mercancía humana, se
iban acercando lentamente. El primero en pasar el puesto de control entre la
larga hilera vallada, un Mercedes Benz 170 VK descapotable. Lleno de capas
polvorientas que se les iban cayendo a pequeñas vetas a medida que la lluvia
avanzaba desde su ritmo cansino.
La pesada
maquinaria al paso por el adoquinado de la plaza proporcionaba un estruendoso traqueteo
agitado y vibrante, que ajetreaba al cuerpo como un pequeño hormigueo,
transmitido desde los pies a la cabeza.
El primero en
bajar del Mercedes Benz era un oficial de las SS., al que Franz le pareció
evocar tiempos del pasado. La memoria empezó ha sugerirle que se acordaba aún
de aquel rubio espigado. Un gigantesco oficial de las SS. Altivo, de ojos
azules y mirada penetrante, hipnotizadora casi. Aunque cuidadoso en sus maneras,
su extremado estiramiento le hacia transmitir distanciamiento. Su sonrisa fría
e insensible, rozaba lo despectivo.
Todo esto no
dejaba de menos, al saludo cuidadoso y distinguido, al ser recibido por el coronel y estrecharse la mano mutuamente. El
saludo con Franz fue algo más apático, como cortesía obligada a un oficial de
igual graduación. Pero sus ojos indagadores, al más puro estilo sabueso, se fueron
fijando con más detenimiento e interés, asta que la claridad del recuerdo fue
fluyendo en su mente. Un instante después de estrecharse la mano, desde el asombro
mutuo, se dijeron al unísono:
-
¡Franz!.
¡Franz Heldmann!. Por todos los dioses. ¿No puedes ser tú?
-
El
mismo. ¡Friedrich Wilhelm!. ¿Como esta mi joven aristócrata? Te hacia aún en la
armada, chico, donde están los preferidos – dejó entre ver, una leve sonrisa
marcada únicamente por el dibujo del contorno de sus labios, muy cordial, pero
sin atisbos de camarería.
-
Franz,
ahora los aristócratas estamos mejor en la organización político nacionalsocialista
del Tercer Reich. ¿Como es que no se me haya informado del oficial al mando de
este grupo especial que habría de acompañarnos? Esto me hace presagiar que
estoy descuidando la guardia.
-
¿Quizás
por el contenido secreto de la misión, Friedrich? – insinúo de manera avispada
y astuta Franz. Pero la pizca de ironía no hizo buena mella, ni gracia alguna,
al sabio e investigador de Friedrich.
-
A la
seguridad de las SS es difícil que se les pasen detalles como estos, a no ser,
que se les oculten, claro. Nuestras informaciones, Franz, son sumamente
exhaustivas e integras, te sorprenderías cuanto pueden llegar a serlo. – su
cuerpo se puso sumamente rígido.
Ensoberbecido
entre un nerviosismo oculto e interior, le subía la cólera contenida por la
responsabilidad del oficial al mando. Características propias e innatas ya, en
el crecido fanfarroneo, aprendido e inculcado desde las juventudes hitlerianas.
Sobre todo, desde las castas burguesas alemanas que podían permitírselo. Enclaustrándose
a los más jóvenes, en el inicio metódico de las clases ideológicas propias del
nacionalsocialismo.
Mientras tanto el
cargamento siniestro iba bajando de los camiones. Rostros infelices, aciagos y
perdidos en lo incierto de un desventurado destino. Un rumbó más que
desafortunado. Sobre todo cuando la falta de seguridad, revolotea entre
eventuales episodios borrosos para la memoria. Ante la incomprensión de la
desdicha. Niños pequeños que se agarraban de las faldas de sus madres. Madres
con rostros desencajados por la impotencia, agarran como pueden a sus pequeños.
Semblantes disimulados a fuerza de una voluntad imposible. Saltaban con sus
pequeñuelos de los camiones como bien podían. Danzas macabras y absurdas por
entre el azar de la fatalidad.
No había atisbo ni
señal de gente joven, ni hombres fuertes y maduros, solo ancianos, mujeres y
niños, entre tal remesa.
La serie de
vagones que los esperaba, eran enlazados y enganchados al convoy que se
asemejaba a una caravana lúgubre, sombría y macabra.
Imágenes que
pesaban como yugos opresivos de la conciencia de Franz mientras observaba en
silencio...
Entre tanto
Friedrich tras echar un vistazo al comando especial de Franz, se ocupo de que
su envío fuera pasando a los coches rápidamente.
-Bien Franz, yo me
despido ahora de usted. Solo acabo por decirle que esta expresamente al
servicio de su amigo, por lo que veo. Esta misión es tan secreta, que ya dudo
si el mismo führer esta informado al respecto. Bueno, lo poco que tenía que
contarle es en definitiva eso, que esta al servicio total de estos jóvenes. Ya
sé, mal trago para cualquier oficial o soldado de la Wehrmacht estar a la
prestación de esta gente, pero ya sabe, ordenes son ordenes y estas parecen
dadas por un estado mayor, incluso superior al propio Hitler. Ah, se me
olvidaba, su conocido, es un personaje importante dentro de las Allgemeine-SS.
Un ala política dura, digámoslo así que esta evolucionando, filtrándose rápidamente
dentro de la propia Wehrmacht. ¡Ya se, ya se, imposible! ¡Pero me da ese
algo....! -saludó a Franz al estilo militar, acto que fue recíproco, y se fue
alejando con la cabeza gacha hacia su coche oficial. Antes de subirse a el,
contemplo a sus hombres. Podrían ser los suyos. Los observaba mientras tomaban sus posiciones tácticas de defensa en los
exteriores del convoy. Para Franz tenía algo de calido, una experiencia entrañable,
ese momento en el que se despidió de su coronel. Por lo menos, tenía algo de
íntimo y afectuoso, después de tanto tiempo encontrándose juntos de misión en
misión.
La expedición
arranco. La maquinaria rugió como llevada a manos del diablo y se fue alejando
lentamente de la parada, Anhalter Bahnhof. Normalmente esta estación tenía por
este entonces un destino muy repetido, el Protectorado de Bohemia y Moravia. A Franz
si que le había llegado alguna filtración, y rara, de los servicios secretos
del ejercito. La existencia de un triste lugar, conocido por el campo de
Therensienstadt. Lo incomprensible de esa situación consistía en la alta
protección y custodia de un cargamento tan falto de peligro e importancia a
simple vista, para llegar a movilizar a los cuerpos especiales y a una parte
del mismo servicio secreto de inteligencia...
Los paisajes
rasgaban los planos de visión desde las ventanillas de los vagones del tren,
maravillando a todos de tanto esplendor. Los valles se parten perforando al
horadar por entre colores alegres, llenos de vida. En la arboleda gigante de
los senderos, salpicados por casitas de
piedra distantes la una con la otra. Para estar llegando casi al verano no era
tan extraño el mal tiempo, los había así. Pero el frío exagerado del ambiente, el
acto de presencia de la nieve espesa, a medida que avanzaban ya era de un tono más
exagerado. Su lento caer dejaba entre ver copos densos y apretados. La
luminosidad del manto blanco compacto y viscoso reflectaba al compás de
intentos intrusivos con apenas protagonismo por parte del sol. En ocasiones con
cortos periodos conseguidos al fin, con tal potencia que llegaba con reflejos
molestos para la vista.
Franz tuvo que
apartar la mirada de la ventanilla por lo mismo desde el vagón de oficiales. Se
encontraba solo con Friedrich. Sentado en un asiento de madera, frontal al de
Franz. Entre una sonrisa irónica y sin falta alguna de ese cinismo tan común en
el.
-
Bien
Franz, el destino nos vuelve a unir después de esos buenos años en el club de
hípica, recuerdas...
-
Si
pero no con tanto gusto como tu. Yo iba a limpiar los establos con mi padre y tú
a disfrutar de un tranquilo paseo a caballo, no lo olvides. – se oyeron unas
relajadas carcajadas. Esa primeriza crispación que pudiera respirarse se fue
desvaneciendo.
Siguieron
charlando durante largas horas, de sus recuerdos, del pasado tranquilo de esos
años aparentemente sosegados tanto para uno, como para el otro. Mientras la
noche y las sombras caían pausadamente, ajenas a los tiempos confusos y revueltos
del momento.
LAS ZARPAS DE
LAS SOMBRAS.
La caravana con no
muchos vagones se desplazaba, ahora, por caminos de vías bordeadas por
arboledas tan frondosas que parecía que la noche se hubiese olvidado de
desaparecer durante unos instantes del día. La luz, apenas podía traspasar las alamedas,
espesuras súper pobladas de espacioso follaje. Sotos envueltos en marañas
mustias, algunas convertidas en zarzas ya, por la falta del fulgor del sol,
tanta era la espesura que la maleza pretendía invadir las fronteras más
cercanas al camino de hierro. Comenzó a caer de nuevo la neblina, entre túneles
naturales de abetos.
Desde los coches
destinados al rebaño humano, imperaba una ficticia y forzada tranquilidad. Era
extraño que no estuviesen atestados de carga mortal. La capacidad de cada uno
de ellos, proporcionaba cierta holgura y desahogo al espacio, para sentar a los
niños, ancianos, embarazadas y demás. En una de esas cajas para ganado, una
madre abrazada a su bebe, miraba distraída, casi como ida en vagos
pensamientos, por entre una de las rendijas de las paredes. Lo poco que dejaba
divisar la frondosidad del bosque por el que transcurrían. Ya hubiese una luna
llena y fuerte como era la ocasión. El tren iba descendiendo su velocidad poco
a poco, hasta llegar a detenerse cerca de un apeadero desierto. Quizás también
un cambio de agujas, o una espera para dar paso a otro tren. La mujer con el
niño en brazos seguía pendiente de cualquier detalle del exterior. Fue
sintiendo la presencia de alguien más en el fondo del vagón, algo la iba
poniendo nerviosa, una sombra menuda se iba acercando hacia ella, sigilosa en
extremo silencio. Unos ojos grandes de un azul potente y extraordinario se
fueron dejando ver, el color de su piel más bien de un verde carne, pero no
eran humanos, si similares al hombre, aunque por mucho, más diminutos a este. Se
iba acercando un dedo largo y con uña afilada y larga uña, a una boca ancha,
sin labios aparentes, pidiendo con el gesto silencio. La mujer se estremeció por
el miedo. Angustiada al principio de ver a esa figura extraña y por sorpresa.
La voluntad del ser, se transmitía con una cierta tranquilidad, como por hondas
telepáticas cargadas de esperanza. Un sosiego que fue contagiándose entre los
demás a medida que iban notando su presencia. La complicidad se fue asiendo
patente, sin que se mediase palabra alguna. La intriga y el silencio reinaban
de manera imperante sobre el ambiente. El diminuto duendecillo, hizo un gesto
de que se apartaran de la puerta, y la plebe fue comunicando el mismo mensaje
de coche a coche, para que se retiraran e hicieran lo mismo.
Mientras Franz y
Friedrich seguían recordando tiempos pasados. La niebla crecía sin parar. El frío
era cada vez más intenso, cayendo en picado por momentos. El vaho de la noche fue dibujando en un golpe de halito seco, como
un dibujo de soplete en nieve sobre los cristales de la ventanilla, la palabra Elfenkönig. Al acabar de formarse la palabra, el sobresalto tras el
aviso amenazante, esbozado en los cristales fue repentino. Los dos oficiales se
levantaron en el acto, se quedaron observando la palabra dibujada, producida
por el aliento frío de la noche.
-
¿Que es eso Friedrich? ¿Parece alemán en dialecto antiguo,
que crees que significa? A vosotros os instruyen en estos menesteres. – Exclamo
Franz, algo sobresaltado por la sorpresa.
-
Es una palabra adaptada al alemán, pero oriunda del danés
Franz. En concreto Erlkönig. Viene derivada de antiguas
leyendas del centro de Europa. Su significado literal es: “el presagio de una
muerte”, o algo por el estilo, es difícil ahora mismo estar en lo más cercano
de la traducción, pero es algo similar, créeme. – El nerviosismo de lo
inexplicable fue adueñándose por momentos del seguro e implacable Friedirch.
Repentinamente
saltaron por los aires y con enorme estruendo, las puertas de los vagones donde
se encontraban los judíos. Rápidamente salieron al exterior todos los militares
y SS sobresaltados. Franz indico a sus hombres que encendieran en seguida los
reflectores situados en el techo de los coches. Mando igualmente ha algunos
hombres subirse con ametralladoras de posición, el ascendió con ellos, con
calibres capases de desmembrar a cualquier persona.
Por su parte Friedrich
grito a sus soldados SS para ir raudos y así asegurar su cargamento tan
especial. Pocos segundos después de dar tales órdenes, todos sufrieron una ráfaga
tormentosa, una carga de frío helado en el rostro que prácticamente los
paralizo. Permanecieron allí detenidos, entumecidos por todo su físico. Menos
los sionistas. Ellos tras observar asombrados, despacio y atentamente, se
percataron de que aquellos hombrecitos, les hacían señas para que les
siguieran. Con gestos y comunicación a trabes de la mímica, las criaturas incrementaban
progresivamente su número, salidos de la nada. Los ayudaban como escolta, indicándoles
un camino de escape. Los niños y bebes fueron cogidos por sus madres, por otras
mujeres. A los ancianos les ayudaron a bajar del tren, los geniecillos verdes.
Una vez perdidos
estos por entre los sotos de matorrales, se difuminaron tras las hileras
interminables de árboles. Un viento repentino e iracundo hizo acto de presencia.
La arboleda cambio como por arte de magia de abetos a tristes sauces grises. La
bruma aumentaba su espesor, sin tregua, y como un jirón de niebla entre las
sombras, aparecía tras los arbustos la figura alada de un jinete, con corona y
túnica plateada. Es un rey. Entre sus brazos lleva a un recién nacido
fallecido, de masa esquelética.
Los que allí aun
se encontraban seguían sin poder articular movimiento alguno pero eran
conscientes de todo lo que a su alrededor pasaba. Aquella silueta desfigurada
por la calima al principio, iba tomando su forma cada vez con más detalles
reconocibles. El caballero en si poseía unos cabellos rubios largos, entrecanos
e intensos. Alto, esbelto, y de constitución muy fuerte. Rasgos nobles de alto
linaje. Facciones en el rostro de marcado acento viril. Detuvo a su caballo y
se poso observador, atento a todos los encadenados, presas del hielo. A pesar
del total silencio, los pasos de varias damas que surgían desde las
profundidades de la espesura, no podían ser oídos. Cinco damas parecían andar
con total quietud, dando la impresión de no usar sus pies, más si alguna fuerza
procedente de la magia, las hicieran flotar. Llevan todas flautas en su cinto.
Del viento parecen soplar como salidas de ellas, silbidos de tonadas que vuelan
y envuelven con frágil armonía al bosque. Gráciles y bellos son los rostros de
las cinco damas, nacidas de entre la floresta, habitantes eternos de aquella
selva en forma de arboleda.
-¿Como han de
morir? - Preguntaron suavemente, con tono sedoso, tierno y a manera adorable las
cinco damas del bosque.
- Todos no han de
morir. Según la expresión que se me adopte al rostro, como de costumbre. ¿Pero
eso ya lo sabéis, no? – respondió algo áspero, aunque irónico y mordaz, el
caballero coronado. Les dirigió una mirada a modo de gran señor, seco, pero seguro
de si mismo.
- ¿Y esos dos
porque no? – Pregunto una de ellas, indicando con la mirada y el gesto lleno de
ternura, hacia Franz y a Friedrich. La única de cabellos morenos de entre las
cinco. Que parecía obtuviese algún aviso a posibles respuestas, sin palabras,
ni señal, ni código alguno, al igual que los hombrecillos verdes lo hiciesen
con sus liberados.
- No son de la
misma casta de hombres. Son diferentes, procedentes de otra raza, exactamente
del eslabón perdido de “la Atlántida”.
Aunque ellos no lo saben. Ni sabrán en mucho tiempo de donde vienen, ni a donde
han de ir. Está escrito así, y así se ha de cumplir, asta que llegue el momento
en el que se les habrá de revelar la verdad. Es el camino del nuevo enlace
hacia los elementos. No olvidéis mis hijas, que todos formamos parte de esta
cadena, y que hemos de cumplir con el cometido que a cada uno se nos encomienda.
La melodía sonó y
sonó con más fuerza si cabe. Los condenados, comenzaron a olvidar los recuerdos
que pudiesen conservar asta ese momento y solo pensaban en aquella melosa música.
Una expresión flexible
y suave se plasmó en la cara del caballero. Una mirada afectuosa arribo a su
rostro, transmitida como si fuera aplicada por la hipnosis. El sueño blanco, con
una paz dulce y relajada fue invadiendo sus cuerpos. Eran los síntomas de la
congelación en su más alto extremo. Algunos después de ese momento cayeron al
suelo, consumidos por la narcosis y el sopor de la modorra. Rígidos y
agarrotados en las extremidades de sus cuerpos, sus corazones pararon de latir.
Otros se quedaron en rara postura, como
petrificados entre la nieve. Los menos quedaron tal cual, como un bloque de
piedra, de pie, perpendiculares al suelo.
- Tomad a vuestro
hijo. Ahora lleno de vida de nuevo, y marchaos. “Muerte que regenera en si
misma de la masa inerte”. “El deceso de otros alimenta la vida de la nueva
casta que llama al óbito de esta especie, ofrecida a regenerar sus heridas”. Ya
tenéis lo que tanto ansiabais, desapareced de mi vista... – Un cerco de
tristeza se resplandeció en el rostro de Elfenkönig “rey de los Alisos”. La
única de cabellos morenos de entre las cinco, tomo con afecto y delicadeza a la
criatura, desapareciendo con sus cuatro hermanas de igual manera que llegaron,
como de una nada vacía y hueca...
LA EXPOCISIÓN
Se me viene a la
memoria de manera inmediata la cita del libro “Cartas y escritos inéditos” (de
Raymond Chandler) en la que comenta: “Si alguna vez hubiese tenido la
oportunidad de elegir quién representara mejor la imagen que tengo de
(Marlowe), creo que tendría que haber sido Cary Gran”. Sobre todo es el sitio
idóneo, un lugar como “La gran manzana”, para observar de forma catastrófica,
cínica y pesimista, a cual detective estadounidense de la década de los 20, el
persistente idealismo caótico y deslustrado que hace recordar, casi con
parecidos acontecimientos, al que hoy nos acompaña.
Es también la hora
y el momento justos para tales pensamientos al igual que tales detectives de
ficción, para el tipo de ideas contemplativas y filosóficas, propias de un
anochecer lento y frío en todos los sentidos, cuando atrapa la soledad, vuelta
a casa, y solo espera un trago de wiski, una partida de ajedrez junto al
ordenador, o la paz espiritual de una buena poesía. Pero faltaba un punto
importante. Al igual que en este genero detectivesco, me faltaba mi añorada
“femme fatales” que esperara engañosamente sumisa, al hombre de piel curtida y
corazón duro, que cae rendido ante una oculta vampiresa, deseosa de oscuros
apetitos. La mujer fatal, ese personaje tipo, sensual insaciable, villana a la
vez, que acaba siendo la fuente motriz del héroe un poco trasnochado. El
atractivo de estas damas, en la construcción de su personaje, derivaba del
cruce continuo, eficaz paso de una línea u otra, entre la bondad y la picardía
que rallaba la malicia, manantiales absorbentes de vida consumida, sin
escrúpulos, hacia donde lleve sus intenciones, la siniestra voluntad, preferible
en una duquesa extranjera, una expía de entre guerras, que al espíritu
mojigato, inocentemente aburrido de una simple cortesana.
Pero mirando la
infinita línea recta que trazaba el inmenso titán de cemento, erguido hacia un
cielo envuelto en multitudinarios grises y alguna nube amenazadora, me rencontré
con el presente, buscando la ventana que intuía desde tan lejos. La del apartamento, en la calle del número 34, a la altura de Penn
Station (Pennsilvania Station), muy cerca de la sexta avenida, y del Madison
Square Garden, en Manhattan. Una de las estaciones ferroviarias del transporte
público más importantes de la ciudad. Uno de los nexos de unión de entre 46
ciudades estadounidenses, con más de quinientas estaciones ferroviarias
repartidas por los Estados Unidos. Una manera también de querer decir que no
iba a ser una buena escusa quejarme de no poder ejercer una escapadita por
algún punto distraído y placentero del país, por culpa de la estrategia urbana
en los sistemas de transportes de este país, pues uno de los estacionamientos
más conocidos estaba al lado de mi casa.
Para un español
que jamás salió de su Málaga natal no es la primera vez que siente el ambiente cosmopolita,
pero ni punto de comparación con el que se fragua en el aire de esta ciudad.
Tan poco hay digamos, semejanza con este tipo de rascacielos, como el que tengo
en construcción al lado del mío, el Empire State Building, el segundo edificio
más alto de esta jungla de asfalto neoyorquina, gemelo y rival directo del
Empire State (ya que tras la destrucción de las “Torres Gemelas” este sigue
siendo el edificio más alto de esta ciudad). Este nuevo coloso, prevé una
altura de trescientos sesenta y seis metros. Sesenta y siete pisos.
Tenía a mi
alcance, casi todo lo que un ingeniero dedicado a empresas y diseños
ferroviarios podría desear. Gracias a esa abstracción a mi trabajo, captada en
todo el esfuerzo posible hacia mis labores y en lo que consistía mi afición a
todo tipo de trenes. Sobre todos ellos, estaban los más antiguos, como a sus
derivados, a las maquetas, diseños. Encontré un lugar destacado a lo que
corresponde en este mundillo. Museos en los que participé nada más llegar, al
principio de mi carrera, a formar parte de su mantenimiento, estudio, diseño, búsqueda
y preparación para sus exposiciones. Alrededor
de todo el país, inclusive fuera de sus fronteras. Precisamente ayer recibí la proposición,
desde Londres, para asesorar a un nuevo museo, con intenciones didácticas sobre
el tema a tratar. Desde las viejas maquinas de vapor a sus progresivos inventos
y eventos que ayudaron de manera definitiva al surgimiento de la ingeniería mecánica
e industrial, tal y como conocemos a día de hoy. A la idea principal, de dar, tanto un cariz histórico,
al de repasar los distintos tipos de maquinaria ferroviaria, cuyo actor
principal serían las maquinas y sus más que destacados modelos, como a su
función de destino para los fines a los que se les tenía pensados. También se reflexiono
sobre estantes dedicados a sus orígenes físicos y mecánicos. Básicos, como la
inducción electromagnética, elemental para comprender, enriquecerse y empaparse
un poco más, sobre este tipo de exposición dedicada al mundo de los
ferrocarriles.
Mientras ascendía hacia
la última planta, desde el ascensor con cristaleras vidriadas que daban a la
salida de la estación vecina, quedaba abstraído ante la novedad del paisaje. Una
maraña de vías de tren quedaba suspendida como por arte de magia muy cerca, la
visión que se proporcionaba era un peligro, pues una vez en el sillón de mi
apartamento, pasaría horas muertas, ensimismado, concentrado y cavilando cada
detalle de esta afición maravillosa que me envolvía y que a su vez formaba
parte de mí trabajo. Cada pieza de tren, cada vagón que pasaba por ese laberinto
embarullado de raíles interminables, había una obra de arte detrás de otra obra
maestra que me hacía pensar en su maquinaria, su funcionamiento, en planos, en
la imaginación e intuición para desarrollar nuevas ideas. Investigaciones en
diseños que desencadenasen logros productivos, y porque no de ahorro económico.
Pero algo inesperado me llamo la atención antes de salir del ascensor. Desde la
cristalera por la cual observaba todo esto mientras ascendía, un resplandor
chirriante debido a luminosidad, entre cortante e intermitente, relucía,
deslumbrante, a tipo de señales morse, que no llegaba a entender ni ha
asimilar. Mientras las puertas correderas del ascensor se abrían y antes de
salir de él, observe una silueta proveniente desde las luces, en el ventanal de
un edificio justo en frente aunque algo apartado a este. La sombra al principio
se iba transformando entre un contorno más definible desde ese espacio
brillante. Un bulto que ya iba transformándose en forma humana. Me quede fijo
en su figura que cogía proporciones cada vez, más claras y concretas. Un
uniforme parejo al de una guerrera militar. Una mirada fija y penetrante, entre
un cierto escalofrío que helaba la sangre. Se distinguía ya su figura. Parecía…
¡no podía ser!...un oficial de las SS…imposible.
Acabé entrando algo
nervioso y preocupado en el apartamento. Me senté en un sillón enfrente a la
mesita que daba a la terraza y procuré relajarme. Al encontrar varios catálogos
e inventarios de sumarios, de las maquinas que se estaban siguiendo para la última
exposición que teníamos proyectada en Viena, conseguí enfrascar mi atención en
el tema que sopesaba anterior a este sucedido. Max, mi compañero en todos estos
embrollos, nos proporcionaba los distintos clientes surgidos para la sociedad
desde cualquier rincón del mundo. Un excelente relaciones púbicas igualmente para
la compañía que empezábamos a extender, entre sus tentáculos varios países de
gran interés e importancia del planeta. Sobre todo para comunicaciones e
innovaciones de carácter de ingeniería ferroviaria. No solo era mi asociado,
sino el comanditario capitalista de la misma. Marchábamos en cierto modo, de
manera exitosa ya en EE.UU. País que constituía una pieza clave para el último
trabajo que nos haría desplazarnos al gélido y aterido, estrecho de Bering.
Trabajo arduo y complicado, aunque nuestra participación sería de simple
comparsa ante el espinoso intricando que se presentaba entre todos los que
deberíamos participar en su elaboración. El tamaño de la obra gigantesco. Nos
involucraba en esta peliaguda aventura en tramos ferroviarios, cuya elaboración
nos correspondía, destinados al traslado de las mercancías, para su
distribución, carga y descarga, desde la pista aeroportuaria, hacia la pequeña
localidad de Diomedes. Lo escabroso del tema era la estabilidad del terreno, ya
que se trataba en muchos tramos aislados de hielo, poca estabilidad. La odisea
estaba basada ni menos en el proyecto de una pista para algo más que el
aterrizaje de helicópteros. Varias empresas, entre la nuestra, tenían acordadas
su participación en dicha realización en este telón de hielo que separaba a las
dos superpotencias. Igualmente Max estaba siempre m informado de cada novedad
con relación a nuestros clientes fijos, en este caso desde el centro de unión, innovación
y desarrollo ferrovial europeo. También tenía datos frescos y actuales de temas
relacionados a nuestro jovi. Dedicación, en tiempo y asuntos extra que nos proporcionaban
publicidad. Las exposiciones en relación a los ferrocarriles, convoy, tipos de
maquinas, antiguallas para su exposición que llamaran de alguna forma la
expectación y de la misma manera, interés para nuestra entidad empresarial. Ha
veces Max enviaba avisos, correos electrónicos, al igual que otros asuntos de interés.
Era curiosa la propuesta procedente de Viena. Una feria de ingeniería a alto
nivel, en la cual el tema ferroviario de la zona estaba en manos de un español
y un austriaco, de descendencia creo, pues Max nunca me dijo su procedencia de
origen, solo que tenía familiares austriacos por los cuales obtuvo noticia de
este proyecto. La curiosidad residía en que la muestra sería destinada y
utilizada para exhibir con más inclinación e interés, modelos de trenes
fabricados por la Alemania
nazi desde que llegaron a la cancillería, hasta su final. La extrañeza derivaba que no estaba entre los
fuertes de la Werhmacht
la producción ferroviaria ya que la mayor parte de sus puntos estratégicos
fueron llevados al plano militar. Aunque si habría alguna novedad a destacar,
como la artillería pesada ferroviaria.
Repasé exhaustivamente
toda la información nueva. Al final se amontonaban en las mesitas del estudio
todo tipo de listas, inventarios y registros, ahora había que catalogarlos
según el tipo de información, maquinaria, railes, cableado, costillas de sujeción
adaptados al tipo de cañones y demás menesteres. Era igualmente interesante la
proporción y el reparto del peso para alcanzar una mejor precisión y menos
retroceso de los cañones desde su forma de posición encajada desde la base en
los railes.
Ojeaba las
características principales del modelo y de su diseño “K5 Leopold 283 mm de 1934”. Una de las armas más
eficaces de entre los cañones ferroviarios de la época que podía construir la Alemania del III Reich.
Mientras leía, descansaba la espalda en uno de esos sillones anchos, dejando la
posibilidad de estirarme todo lo más, y empezando a relajarme con un buena copa
de vino, delante el gran ventanal que
inundaba toda la sala de luz limpia, llena de la fuerza del medio día. Sonó el
móvil. Era Max, mi colega o más bien por ahora jefe de todo este tinglado que
se nos venía encima. Su voz transmitía entusiasmo con algo de nerviosismo,
propio ante los nuevos acontecimientos. Todo relacionado con las fechas clave
para la exposición, senos echaba encima, el calendario del año 2010 corría ante
las expectativas innumerables, noticias novedosas, inesperadas incluso ha veces inquietantes, suscitando
eventos que iban más rápidos de lo que podía imaginar. Pero algo volvió a
inquietarme. La dichosa lucecita parpadeante a destello tras destello desde uno
de los edificios de enfrente. Con forma caprichosa, a modo de juego de niños.
Pero no, no se trataba de niños, otra vez estaba allí, la misma silueta que
anteriormente tanto me inquieto. La misma esfinge, enigmática, con tanto
secretismo hacia si misma. Algo que empezaba ya ha ser algo inexplicable. Esta
vez se distinguía mejor su contorno, más nítido que antes. Ya distinguía su
color de pelo, delicadamente peinado hacia atrás, rubio intenso, cara angulosa,
ojos, creo que azules, la distancia no daba para tanto, pero su brillo
proporcionaba ese tono, con escala a matiz del añil del mar tirando a violeta.
Una corpulencia hercúlea, transmitía la fuerza de un titán. Y el dichoso
uniforme, pulcro, esmeradamente aseado y limpio. Pero hice lo posible para
concentrarme en la llamada:
-¿Si, dime Max,
que me traes?
-¿Ahora eres
adivino Óscar Eberhard?- evidentemente ese es mi nombre completo, pero había
algo de sorna en el sentido de sus palabras. La típica socarronería en el tono
de Max cuando algún motivo lo tenía contento.
-No seas burro
Max, se marca tu número al llamar en el móvil, no seas animal, deberías saberlo
ya, tienes uno igual.
-Pues según la
etimología en el significado de tu nombre, lo de animal, no se a quien le sería
más apropiado. Puro nombre germánico- soltó una corta carcajada mal
intencionada.
-Ya, entiendo,
“jabalí fuerte”, más concretamente. ¿Vas por ahí, no? ¡Que astuto!-
Era evidente que
mi descendencia por parte paterna era de origen alemán, de abuelo prusiano,
aunque mi padre es vienes. Mi madre española, pura malagueña con su típico
acento boquerón, dicharachera y ocurrente a más no poder, salía a ella, o eso
creía por esos momentos.
-Si muy astuto,
más de lo que puedas pensar. ¿Qué tienes que hacer dentro de dos fines de
semana?- hubo un corto silencio, cortante, rallado con cierta reserva
intrigante, misterioso.
-Si. ¡Dime, no me
dejes así!
-¿Estas
documentándote bien de todo lo que tenemos que tratar y de lo que se nos pide
para la semana cultural de Viena, en la que estaremos?
-Si, estaba ahora
mismo en ello. ¿Ya esta todo organizado?
-Todo, lo que es
todo no, quedan muchas cosas por tratar aún, pero acabo de enterarme de algo
que no deja de ser curioso Oscar. El ministro de cultura vienes y algún alto
cargo aún sin designar, estarán en la presentación en la apertura del certamen
de la historia ferroviaria Alemana y Austriaca.
-¿Buena noticia,
no se porque te noto tan excitado?
-Hay algo que no
me encaja del todo. Las fechas a exponer, nos las imponen diría yo, o más bien,
con predilección más que subrayada en la documentación a seguir.
-Explícate Max.-
tampoco me empezaba a encajar todo aquello, ni el sentido al que se refería
Max, o se estaba explicando mal, el asunto es que me empezaba a perder en la
conversación. Max parecía algo más nervioso y agitado al expresarse que de
costumbre.
-Ya sabes, las
temáticas que tenemos que llevar, el tipo de locomotoras, trenes, misiones especificas,
actividades ferroviarias y la artillería pesada que va desde el año 1933 asta
el fin de la segunda guerra mundial, todas ellas relacionadas expresamente con
la “wehrmacht”.
-Si ya se. De todo
ello ya estaba más o menos enterado.
-Si pero no de
tanto detalle como del que tenemos que encargarnos. ¿Oh quizás sepas donde
diablos encontramos tractores diesel – hidráulicos V36?- un cierto desasosiego
se vislumbraba en su tono.
-Tranquilo, déjame
eso a mi, creo que tengo pistas por donde moverme para encontrar alguna-
pensamos al unísono, pues otro silencio fue manifiesto, pero el nerviosismo
manifiesto en Max no dejaba de alarmarme-Lo que no me queda tan claro, ese
interés tan insistente y repentino por parte de tan altas personalidades
austriacas en asuntos ferroviarios. ¿Es curioso, no crees Max?
-No se chico,
tampoco puedo darte una respuesta apropiada. Bueno, que tengo prisa Óscar, ve
preparándote para el viernes de dos semanas vista, ya iremos concretándolo todo
más adelante. Es que me acababan de confirmar todo esto. ¡Ah, se me olvidaba!,
quizás mañana se pase Emma a tu apartamento con documentación sobre lo mismo,
para que le eches un vistazo a fondo, papeleos y demás, ya sabes lo de siempre,
pero hay que repasarlo, ante un atisbo de duda, siempre es mejor llevarlo todo
bien preparado.
-Bien así lo are
Max, no te preocupes hombre, que todo saldrá bien como en habitual, no ralles
en el pesimismo chico, ya sabes que no silbe para nada, perdida de tiempo, ya
sabes. Ah, ya hable con Emma sobre los catálogos nuevos, sobre eso ya me
adelante, las fechas, las firmas a atender y citas acordadas en Viena. Me pasé
por el despacho, tenía que mirar ciertos temas, ya tengo todo el papeleo. No
obstante vendrá esta tarde con cierta redacción de unas cartas para nuestros
clientes de la estación de Florida y miraremos todo para que quede a punto.-
Emma es nuestra secretaria más reciente. No sé porque asta que no llego ella,
la estabilidad perdurable de nuestras secretarias no se hacia de manera muy
constante y duradera en el tiempo, lo inquietante de ello es que no había
razones muy aparentes por parte nuestra, siempre era por la suya. Embarazos
inesperados, muertes repentinas, cambios de rumbo súbitos para con sus vidas, y
en varios casos coincidían las escusas de entre unas y otras en casos de tal similitud
agobiante para nosotros, pues nos cansábamos de buscar una tras otra. En fin
cosas de la vida-.
-Ya no me
preocuparé, pero con tanta responsabilidad sobre las espaldas y tratando con peces gordos como estos, me da no sé que…
-Ya te llamo Max.
-Vale Óscar, asta
pronto.
Colgué. Pero quedé
por un momento pensativo, demasiadas cosas de golpe que había que ir ordenando
en el disco duro de la mente. Menos mal los destellos desde el edificio de
enfrente ya no relucían, y ese tipo salido de otra época tampoco. Mejor tomar
otra copita, o no, con las cosas que empezaba a ver, bueno lo mejor para el cuerpo,
en fin si la vida se pasa en dos días, pues otra, que más da...