Mirando al
mar, sentado y solitario en la arena cálida, veía amanecer insensible, solo
percibía la naturaleza que le acompañaba en plena soledad, como siempre. Temía
a la madrugada, a cada segundo que le quedaba por vivir, esa noche había
sangrado la luna compartiendo sus penas, sórdida y mezquina ante sus plegarias.
El pasado había devorado su alma, sus sueños, sus metas. Solo le quedaba la
imaginación por compañera, aunque a veces le costara abrir su puerta. Enemigo
de la guerra y las batallas, solo se las arreglaba para meterse en líos
indeseables, aunque se hundiera mil veces en el barro el hacha de guerra, salía
adelante.
Llego aquel amanecer único. Sabía que esta vez
no lo conseguiría. Parecía tan fácil vivir auto engañándose, pero los juegos
acaban, había que llegar siempre el primero, comerse los unos a los otros, los
golpes del contrincante lo tendieron en la lona más salvaje, intentar se
convertía en renuncia y abandono ante la inutilidad de permanecer en la brecha,
aroma al revés constante.
Creyó que
Dios se había olvidado de él. Admitió que la recta final no era más que hacer
tiempo, y verlo todo pasar. Pero los años se iban haciendo fríos, como bloques
de nieve sin nada dentro, más que desolación y hastío. No tuvo la suerte de
encontrar su camino dulce, aquel que le llevará a algún lugar al que quisiese
llegar. Hay personas que les pasa estas cosas, cogen un vaso de agua y se les
rompe en las manos sin saber el porqué. Dicen que los hay con estrella y los
estrellados. Lo malo es que bañado en desgracia, aparece una pancarta que
mordisquea desde lo más dentro del cerebro: “Cerrado por Vacaciones”. “Llegó
usted a la meta, le toco perder siempre, que le vamos a hacer unos ganan otros
pierden” “Lo sentimos, puede volver mañana pero sería perder el tiempo”.
Seguía allí,
junto al mar más bello del mundo. Cerró los ojos y vio salir de las aguas,
mecida entre las olas, a la mujer que siempre deseó tener. La pasión se convirtió
en deseo, y el deseo se iba haciendo realidad cuando ese ángel tan maravilloso,
se iba acercando, se sentó a su lado, sus pies se hundieron en la arena, y supo
que su presencia única sembraría la luz más cariñosa de cualquier noche oscura,
sería su guía, su nueva compañera, y podría amarla para siempre.
Dios le
perdono los pecados, le concedió el paraíso de Adán y Eva, por una eternidad,
pues él había amado a Dios siempre, pensaba que se lo debía. Una recompensa
mientras miraba a su amor, y esta le decía: “Cada vez que me amas es un milagro”.
Los sueños, sueños son, lo dijo alguien muy
importante en la literatura. Su amante era la sustancia de su sed, sus lágrimas
le quitaban la necesidad de beber. Sus ilusiones eran las suyas, su voz resucitaba
sus latidos enterrados, sus manos cuando le tocan le hacen estremecerse de
dicha. Alguien o algo, había escuchado sus plegarias.
Quiso estar
entre sus brazos, así, sin lascivia ni secretos, solo quería seguir ese momento
eternamente, pues tuvo lo que nunca había tenido, ternura, delicadeza, suavidad
a su tacto, todo lo que le hacía falta a un ser vivo de carne y hueso.
El amor es
en algunos momentos de nuestras vidas lo único que nos puede sacar de una decepción
terrible y constante, aunque lo supo siempre, creía estar condenado a que nadie
lo tomará en cerio. Es el único calmante a sentirnos solos, tan solos en el
universo, le hacía falta, solo dos segundos de ternura, balsámico suficiente
para andar un poco más entre el vacío de las sombras.
Abrió los
ojos, miro de nuevo a su lado, y no había nadie. Salieron del mar tres figuras
cercanas a su recuerdo, esta vez sin cerrar los ojos. Una era pequeña. Silueta
de niño. Un chiquito risueño, expresión inocente y algo de memo, con cabellos y
ropas estilo de los setenta. Otra era con forma de adolescente, con gafas,
mirada y aspecto bobalicón, con sonrisa candorosa e ingenua. La tercera más
alta y más echa era la de un señor con cuarenta y tantos años, con barriga
incipiente, y frente casi despoblada, parecía buena persona. Tendría que haber
una cuarta figura, la que correspondía a la vejez, pero no estaba ni se le
esperaba. Se acercaron a él. Lo rodearon con calma, le transmitían paz,
alegría, esa felicidad que nunca había conocido. Le ayudaron a levantarse, los
tres a la vez, dejó sus ropas, su mochila, todo lo material que se encontraba a
su lado, y se fueron metiendo en el mar agarrado de sus manos, estaba en medio,
avanzando sin mirar atrás, de donde marchaba nadie le esperaba, los tres eran
uno, y el único ser divino, le esperaba en alguna parte, tenía que ser así y lo
sabía.
En el fondo
del mar su amante imaginaria le esperaba en nueva vida, de alguna manera
empezaba la dicha llena de realidades y no esperanzas infundadas en la nada. Las
fuerzas llegaron a su cuerpo, estaba naciendo sin ser un niño. No habría más
noches inciertas, no intentaría besarla, pues no tendría nunca más el beso de
nadie. Las horas no se contaban, los relojes no existían, solo le acompañaban
los gestos de su amante, ya no tendría que buscar el mañana, el hoy era eterno y
no se cansaría jamás, no habría que dormir para soñar. Lo fácil empezaba ahora,
aunque había sido muy tarde, se dio cuenta que merecía la pena. Llegaron a un
lugar distinto y nuevo, la besaba sin parar, y ella quería ser besada, sus
manos la tocan y se mueve con tal dulzura que parece que enredara al aire con
sus gestos de amante.
El cielo se
había hecho esperar. Cupido cambio de estafador y delincuente, a un buen amigo
que hace sus deberes, los tesoros se dejaban encontrar, y Venus lo acogió entre
sus brazos. La bestia se hizo bella, y las estrellas no caían del cielo dándole
en su cabeza, ahora bailaba un vals junto a ellas. Enamorarse ya no estaba
prohibido. El dinero no existía, pudiendo comprar lo que no se vende, el amor
dejaba de ser una mercancía engañosa, los espejos no se usaban, todos los que
se reunían allí eran hermosos y agraciados. La tierra podría explotar en
confeti y diamantes, pues sabía que no formaba parte de su mundo, solo se veía
la Luna, más grande y hermosa que nunca. Parece que el verano es templado,
nunca se acaba, las mil y una noches eran en lugar de cuentos magníficos
poemas. El sol formaba parte de un grano de arena perdido en el firmamento más
azul, tranquilo y suave que podría soñarse, pues el espacio podía tocarse con
la yema de los dedos.
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