martes, 24 de marzo de 2015

La Dama.



Eras aun la desconocida de la fiesta. Al lado del estanque la sombra de tu cuerpo temblaba como la luna meciéndose en la corriente del agua. Desprendías la fragancia de las plantas blancas que solo florecen en la noche, en la oscura maraña de las tinieblas, a los compases del estrés que acompañan al movimiento frecuente y agitado, vacilación involuntaria de tu cuerpo frente al mío.
Dibujo con la yema de mis dedos tus labios sin tocarlos. Creo entre el espacio de nuestras bocas los labios que deseo, como un pincel húmedo sombreo la orilla dentro de sus bordes rosados. Los límites del deseo se encienden en alarma incesante y consigo besarte. Entonces mis manos acarician y se pierden entre la profundidad de esos cabellos negros, siempre sin contacto solo con el deseo.
Sin conocerte, siendo la primera vez que te encuentro sé que te deseo porque eres inalcanzable, porque no eres mía, ni la sangre me llama a quererte, solo a poseerte en este momento, pues reconozco que me atormentaría mucho que me ames.
Creas deseo solo por estar al otro lado de las sombras, más allá de lo que mi mano alcance jamás. Me invitas a dar el último salto hacia el abismo. Cobarde rechazo la entrega de esa ilusión. Sería dar el paso hacia la nada, pues no te alcanzaría jamás. No paso de tu sonrisa, pues tus carcajadas se me clavan humillantes al igual que un puñal traicionero penetra en la espalda.
Tu amor no se puede elegir porque cada día cambia y se transforma en una dama diferente. Juegas a inventarte a ti misma dentro de una espiral estremecedora volviendo a las contradicciones personalizadas, amor y cólera, placer y coraje a la hora del juego puro, pesadilla sin reglas que invade mis sueños en directo fuego hacia las tinieblas.
Contienes tu cuerpo desnudo oculto en capa negra, frente a mí, escondida en la noche, al lado del agua ondulante que te protege siempre, con la única luz de la luna, esa señal que dejas para que siga el nuevo sendero que marcas tras el ocaso solo para ser encontrada.
La tensión se transmite en el temblor delicado de ese cuerpo hermoso, algún misterio incomunicado que el presente exige, una rabia insaciable que desea incorporarse y expandirse como un virus malicioso entre las cloacas del mundo.
Aquella figura tan atrayente y misteriosa comenzó a recordar lo que necesitaba pensar, y le tenían prohibido evocar. Sentí la fuerza necesaria para acercarme del todo a ella y besar sus labios, como una necesidad imperante que se había instalado impostora en lo más adentro de mis deseos.
Era la necesidad de querer besar a la desconocida del manto oscuro, la que invocaba encantos misteriosos y se colaba cada noche en mis sueños indescifrables.
Entré en su juego sin saber a lo que me exponía. Se mostró entonces tal como era, una bestia enfadada y frenéticamente encolerizada. Se hizo dueña de mi alma. Sus bellos ojos se perdieron en el vacío blanco de la nada. Sus manos se retorcieron hacia adentro en finas garras, arrancando mi tiempo con uñas afiladas.
Soltó un chillido afilado y ensordecedor. Aquella bestia me desgarraba la piel. Poco a poco, lentamente, iba devorando mis entrañas. Interminable pesadilla que se perpetuó por los siglos de los siglos.
Fui el nuevo amante eterno de aquella desconocida, caí en las garras de la mentira. La dama de las tinieblas me había conseguido sin esfuerzo, quemándome por siempre en el averno de los sueños interminables.

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