viernes, 17 de octubre de 2014

A papa le dio por escribir



(Historia ficticia de un ladino y astuto escritor).
Fue en un pequeño pueblecito de la Pampa húmeda de Argentina, todos los recuerdos quedaban marcados por la lluvia. Allá nació D. Agustín, sus primeros rayos de luz los contempló en Rojas, a comienzos de la década de los treinta del siglo XX.
Dicen que dentro de la Pampa se haya la inexistencia y la falta del retorno, con ausencia de matices, donde nunca encuentras nada pero a la que no olvidas nunca. La Pampa causa la gran nostalgia para quien un día la abandona. Es donde poder recordar rescatando en el pozo de la infancia. Un lugar para poder reflexionar con el cantar de los pájaros, disfrutar de las lagunas, contemplar atardeceres y crepúsculos que dejan reflejos e instintos imborrables para la alegría de la memoria. Lugar lleno de ensueño. Un orden necesario dentro del caos. Igualmente refugio para las sabandijas asustadas que se metían siempre en sus propicias madrigueras.
D. Agustín odiaba perderse en un mato groso imposible como tal cosa. Como tampoco le gustaban los ríos, mares y océanos. Igualmente despreciaba los pantanos, pues pantanos hay muchos, y es fácil empentarse. Era un espacio idóneo para el escritor que llevaba dentro.
De joven era como muchos de sus paisanos, un miembro tranquilo en sociedad. Aparentemente de puertas para afuera. Zagal inquieto, discutidor agudo, hombre de café y mate. Carnal al máximo, un problema grave, pues todos los vicios se le reflejaban en el rostro desde pequeñito. Se delataba a sí mismo sin pretenderlo. Se fue convirtiendo con el paso del tiempo en un hombre de textura filosófica. Atraído por los mitos y los símbolos, lo que le llevó a cambiarse de nombres y apellidos. Sufrió las consecuencias del mundo de la razón derivadas del mundo de la irracionalidad. El hombre para él era razón pura, y la razón crea en ocasiones monstruos que son los mismos hombres. Los perros flacos acaban por dar vueltas sobre sí mismos, terminando por morderse su propia cola.
D. Agustín volvía siempre a su pueblecito rural de origen. Vecindario de agricultores. La Argentina fue a principios del siglo XX patria de inmigrantes y expatriados europeos. Municipio perteneciente a la provincia de Buenos aires. Un pueblo con orígenes españoles, los gallegos. Ascendencias francesas, italianas, alemanas, eslavas. También  libaneses o turcos, apodo que se da a todos los pertenecientes al  imperio otomano.
D. Agustín “el matemático”, era un hombre que dedico sus ratos libres a la lectura que le inspiraba y enriquecía en su vocación de escritor. Sus contemporáneos denominaron su obra como literatura. Sus relatos nunca fueron fieles a lo que plasma una fotografía. Las palabras se juntaban dando sentidos a los sueños. Las transcripciones que da el sopor en pleno letargo suelen ser fantasmagóricas, casi nunca exactas a la realidad. Se propuso cosas grandes al decidir escribir. Lo mínimo que se le podía exigir a un hombre es que fuera perfecto, lo intento siempre con esfuerzo y ardor.
Padre de dieciocho hijos y todos varones, no concebía por hogar y domicilio un lugar tan cargado de testosteronas y adrenalinas desbocadas. Esos nerviosismos y alteraciones le sugirieron pisarlo poco. Le sobraba esa tensión después de su jornada laboral abarrotada de muchachos feroces y tan cafres.
La mama cuidaba a sus hijitos de cuatro en cuatro, de grupo en grupo, todos a la vez pero nunca mezclados, aparecieron los primeros clanes y bandas en la vida cotidiana de la familia. A parte de santa, fue siempre una erudita en inventos prenatales necesarios, realizados con materias primas sacadas de la naturaleza, pues ya podes tener plata, que dieciocho hijos son muchas bocas que alimentar.
Su residencia era un cuartel de régimen severo. A D. Agustín no le quedó más remedio que ser duro, poco candoroso, algo violento, para nada generoso. No permitir motines para sacar adelante el barco con tantos rebeldes dentro solo se podía conseguir con recia disciplina. Cuando sus hijos se dieron cuenta de su verdadero interior, ya se había muerto. La vida es así, no pudieron ofrecerle su afecto al necesitar dárselo, era tarde. Se marcho, en su último viaje a ninguna parte al ser ateo. Hablaron los hermanos del gran padre que tuvieron. Muchas anécdotas surgieron a la luz. Era el momento apropiado, entre sus añoranzas, llantos, dolor, pero agua pasada no mueve molino.
Albertito el último del regimiento de dieciocho hijos varones, recordó en el velatorio de su papa delante de primos, tíos y demás familiares, una de las últimas anécdotas  curiosas y divertidas que tuvo con su papa, algo que le marcaría para siempre. Tan metafísico y filosófico cuando lo cogías de buen píe, con cuatro tintorros agitándose en su pechito. Albertito contaba con catorce añitos cuando entro en el despacho de su papa, para pedirle que le resolviera unas duditas. Albertito tenía una carita muy risueña, de carácter favorable e inquieto. Requeté peinado, con uniforme de bachiller, polo azul marino de cuello ancho, acabado en puntas abiertas por fuera de camisa blanca, pantalón de ejecutivo, zapatos negros brillantes. Lo pillo de tan buen ánimo que no le importó dejar sus tareas. Un nuevo discurso para una conferencia en la academia cultural y científica de ciencias matemáticas. Allí lo esperaban con los brazos abiertos, compañeros y camaradas conocedores deseosos de sus ideas originales, aperturistas en investigaciones y de aguda ironía:
-¿Papa cual es el placer al leer poesía? Casi siempre es tan triste. Muchos poetas aparecen en los libros de la historia suicidándose.
- Hijo, la poesía es desnudez, quedarte en pelota picada. Borges como muchas de sus desnudeces en sus opiniones dijo: “He cometido uno de los grandes pecados que un hombre puede cometer, no he conseguido ser feliz”. Esto lo dijo cuando ya tenía cincuenta años. Para decir eso a su edad te aseguro que hay que echarle pelotas. Borges poseía la profundidad del ser, y para eso hay que desnudarse. Lo malo es cuando te mirás al espejo como tu mama te trajo al mundo, por lo normal y en general encuentras miles de defectos y no te gusta. Te desnudas, se te enfría la mollera encontrando imperfecciones de tu propio ser. Coges una pulmonía depresiva que deriva en enfermedad terminal, sin remedio, te vas al otro barrio si antes no te has suicidado de pena. Al enterarse las vecinitas de mesas camillas criticarán que te suicidaste, dirán que fuiste un cobarde que no supo afrontar su propia carga. Pobre de ti como te puedan salvar del coma casi terminal, te señalarían con el dedo por la calle, se te caerá la cara de vergüenza,  para toda la vida y te entrarán ganas de suicidarte de nuevo. Por eso Albertito lo mejor es no ser nunca poeta.
- ¿Pero el poeta tiene que estar apenado siempre que escribe?
- No tiene por qué. El poeta toca la tristeza por la condición de aducción de los estados del ánimo. El poeta está cargado de sentimientos. Será normalmente inteligente e intuitivo. Captará óptimamente las emociones. Llegando a reconocer la sabiduría de poder reflexionar sobre la vida y la muerte. Eso deprime mucho si no se asimila bien y puede llevarle al suicidio. Al poeta lo anima una caricia, lo anima una sonrisa, una frase pequeña, modesta pero verdadera. Un poeta no puede ser siempre feliz, pues al venirle un revés descubierto intuitivamente al explorar los sentimientos humanos, se puede echar a perder, dejarse llevar por el abandono y el olvido de sí mismo. Aunque tiene este punto un aspecto positivo, los sentimientos dolorosos preparan para la muerte. Apreciaran más los pequeños buenos momentos, las pequeñas felicidades. El mejor y verdadero poeta, no suprime los sentimientos dolorosos, se prepara para la muerte digna. La vida hay que honrarla. Para honrarla hay que honrar a la muerte, las dos cosas van pegadas. Si no tienes tropiezos graves en la vida, no sabrás honrar a la muerte. En La Argentina el poeta es un pura sangre, no se suicida tanto, andan tan mal las cosas en este país, que todos, quien más quien menos, dicen: “¡Qué bien que venga la muerte!” Se preparan más para la vida. Aprecian esos buenos y malos momentos y los soportan mejor. Hacen equilibro con ellos, por eso en La Argentina los poetas llegan a ser tan longevos. También por esto dejan mejor huella entre los que les leen, al tener sus poemas una gran dosis de ironía sutil y disimulada al burlarse del destino que les aguarda.
- Papi tengo más preguntas e inquietudes. ¿Tenés tiempo?
- Contigo Albertito, cuando te ponés transcendente, el tiempo deja de tener tanta importancia, el momento es atractivo y arrebatador ¡Si, decirme!
- ¿Papito la felicidad es real o es un mito? ¿Para ser feliz de vez en cuando, hay que tener muchos amigos?
- Es más bien un mito. La felicidad es pura leyenda cuando necesita de los demás. La felicidad en sí, es estar contento contigo mismo.
- ¿Por qué? No lo entiendo del todo, no lo tengo tan claro.
- Todo es un cuento. La importancia de querer estar con los demás es puro altruismo. La felicidad es un mal entendido en el intercambio de intereses creados y compartidos destinados a la supervivencia y el bienestar propios del ser, nada más. Ser feliz es no necesitar a nadie.  Mirar, te voy a poner un ejemplo práctico. Hacer a Marcelo la siguiente pregunta – Marcelo era el lorito que compartía parte del tiempo y del despacho de papa - 
-¿Marcelo a quien querés más, a papa o a mí? – Albertito se dirigió al loro y le formulo esta misma pregunta. A lo que el loro respondió.
-A tu papa –
¿Y eso porque? Si yo te quiero muchito- Pregunto Albertito algo frustrado
 – Porque si tu papa me dura más, está bien de salud y feliz, tardaré más tiempo en no morirme de hambre y de penita- Después de decir esto el lindo lorito le dio la espalda literalmente a Albertito ignorándolo por completo todo ese rato.
El papa miró a Albertito, y pensó que le había dado una lección de lo que era la felicidad, un revés rebelado, que le duraría toda la vida, una carga. El loro Marcelo, se había pasado, ojalá no haya traumatizado al nene, pensó el papito. En silencio empezó a pensar si había sido aquel ejemplo una buena idea y siguió explicándole.
-Albertito te das cuenta que Marcelo no podrá nunca ser feliz. Me necesita. Mira que estúpido y boludo se puso. ¡Te habló hasta con algo de prepotencia! También es cierto que Marcelo es un loro frustrado e incomprendido, comprenderlo. Lo compramos en el mercado de los Incas, sucio y pelado casi. Sufrió demasiado, no comía y solo sufría. No tuvo una de cal y otra de arena, tan necesaria para ser feliz. Ahora se pone hasta el culo de comer, lo mimo, le hablo, lo tiene todo, lo que no tuvo nunca. Se le agrió el carácter, no supo asimilar. Al ser humano le pasa más y más y de peor forma y asimilación. Por eso el buen poeta siempre es tan solitario. Será progresista para alcanzar la resistencia en su paz interior y será sincero. Con esto respondo en algo a lo que me planteaste en la primera pregunta.
- ¿Pero entonces para ser buen escritor hay que ser sincero?
- Hubo grandes escritores amantes de sus semejantes, y salieron mal parados, creyeron que llegar a ellos sería a través de la sinceridad. Un error de lo más garrafal. Si eres así, puedes dar una conferencia en los EE.UU para jóvenes universitarios republicanos y decirles manifiestamente sin complejos:
-¡Soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio y no tengo remedio!-
 ¡Que rompe pelotas! Tenés un lio creador y narrador de historias. ¡Pobre literato necesitado de tener amigos! Tuvo que manifestar sus propias ideas, dejando la semillita estéril de su propia soberbia. Se sincero y eso lo mato. Los demás no tendrán porque necesitarte, pero necesitarán apalearte diciendo lo que piensas. Serás un prosista suicidado o asesinado. Serás un autor frustrado.
Albertito quedo traumatizado para toda su vida después de esta conversación con su papa. No volvió a tener más de esta índole. A partir de ahora peguntaría sus inquietudes al loro Marcelo. De hecho llamó a su primer vástago Marcelo. A su segundo retoño, una niñita muy tierna y dulce, se la bautizo como Marcela. Se casó con una esplendida mujer sin complejos llamada Marcelina. Una mulata esplendida de origen natural brasileiro. Nunca tuvo entre sus familiares loro alguno, si que tuvo chigua gua, fue al único que no se le designo con el titular de Marcelo. Albertito consiguió destacar y resaltar en su vida laboral como astro físico nuclear de gran prestigio. Escritor de novelas con éxito en ventas. Destacaba en el género negro psicológico. Flor y nata suprema en estas lides, con saga numerosa y superventas mundial. Ni decir tiene cual puede ser el nombre de pila del detective protagonista de la colección, al estilo de las obras de Agatha Christie. Ni que decir tiene quien descifraba y aclaraba cada crimen, compañero fiel del investigador. Cual lindo ser singular, lleno de cualidades intuitivas, desenmascaraba número tras número al presunto asesino en el último instante de cada capítulo. Delatando con una de sus plumas que dejaba caer muy sutilmente al lado del homicida o criminal de turno. Albertito también fue un espía reconocido y conocido entre la élite, mal presagio para un espía. Fue localizado y atrapado pronto por el enemigo. Se pudrirá por un tiempo en una cárcel libanesa. Tuvo la suerte que al carcelero se le apodará Marcelo entre los ambientes bajos de la prisión y se sintió durante un tiempo como en su casa.
Para D. Agustín la palabra amistad en la paternidad no le entraba en sus conceptos normales. Ser padre tenía que estar dentro de las jerarquías. Así de mayores los adolescentes podrían apoyarse en alguien que sirve de guía. Esa actitud resultó ser un éxito. Con el tiempo cambió algo de parecer, no del todo. Solucionó sus incógnitas, dudas y preguntas. Las que presentaba el presente, preparando las que depara el futuro, tal y como hemos visto anteriormente con Albertito. 
Hombre de profundos saberes y fuerte carácter, también fue muy lujurioso, muy promiscuo. Tuvo amantes a pares, a tríos. Galán apuesto y complicado sumergido en ambición viciosa. Sus grandes sueños, obsesiones y pasiones, se comprendían en hacer sexo todas las semanas con una esposa, una concubina o cortesana refinada. Todas a la vez pero sin llegar a montar una orgía. Las trataría con cariño y comprensión. No acabaran en el psicoanalista. No las quería alineadas, que llegaran a conocerse o saber de la odisea amatoria a las que estaban expuestas. No las deseaba mezcladas confusamente y sin orden. Todas tenían una agenda particular y propia, con sus nombres y caprichos apuntados correctamente. Le ayudaría a no enredar y complicarse la vida. Mundologías que llevaría siempre como bagaje de equipaje, un hombre de buena intuición. Un capitán de navío con una novia en cada puerto puede cagarla fácilmente. Fue un héroe entre sus concubinas. De una personalidad que dejaba huella como una estrella de Hollywood en la década de los cincuenta. De bigote fino y arreglado a la altura de la comisura del labio superior. Un alma de dios, complicada e inquieta.
Su espíritu tumultuoso acabo buscando distracción en las matemáticas, pues estas carecen de sentimientos. D. Agustín llegó a ser licenciado en ciencias de la matemática de forma compulsiva, luego se doctoro y consiguió una cátedra. Aunque lo deseó, nunca pudo dedicarse de lleno a la literatura, se hubiese muerto de hambre. Nunca lo vio como un porvenir extraordinario. Si bien, no le salió una afición infructuosa, le otorgaron premios graciosos y curiosos. A mitad de su vida, ya maduro, toco la fama, los medios de comunicación se encandilaron de su personalidad jovial. Se fascinaron con su carácter extrovertido, pues lo cambió a conciencia para lograr sus propósitos y metas. Le dieron a conocer de tal magnitud, que le proporcionaron sin querer, más amantes clandestinas, pues aun no existía la prensa del corazón hoy por hoy día entendida. Así pudo pasar desapercibido a la salida de los bares, salas de fiesta, conociendo la golfería a gran escala, empezaba a tener plata.
No sintió nunca desde su bondad interior ser un verdadero pacifista. Como ya dije le gustaba discutir y le proporcionaba placer. Lo suyo era un aula serrada donde solo se escuchara su voz. Más que verse influenciado por las ideologías del momento internacional, y el movimiento marxista externo al de su país, le atrajo dentro de una compostura natural, la alegría, la piedad por sus criaturas siempre que estas pensarán de igual manera. Estaba sufriendo una transformación del ser. Le estaba cambiando el karma por momentos. Su espíritu nunca le dejaba mucho tiempo en el mismo sitio. Un día se sintió indispuesto, se vio obligado a dejar las ciencias  matemáticas de la docencia cinco años después de conseguir la cátedra en Buenos Aires. Sumar dos y dos, le salía veintidós. Le preguntaron sus amistades que haría a partir de ahora, a lo que contesto despectivamente, argumentando que se dirigiría a la guerra de los treinta años, armado hasta los dientes, sin querer saber nada de su pasado, vencer o morir sin retorno. Lleno de incógnitas y desencuentros se metió a político. Imposible hacerse pasar por un revolucionario de salón, o un tertuliano de mesa camilla, acababa siempre fuera de sus casillas y con fuertes jaquecas, juicios, y moratones barios. A parte, siempre que le daba por pensar y recopilar anécdotas para sus obras, comenzó a decir lo que sentía, su verdad interior, lo que le llevo a quemar muchas de sus creaciones. Quemaba más de lo que escribía. Quedó con una fama de pirómano imbécil, difícil de borrar en su currículo de conocidos intelectuales. Creía que todo lo que escribía estaba mal. Tenía que plasmar un ensayo sobre la valentía de ser escritor y no morir en el intento.
Hijo de su época, el hombre abstracto acaba siendo irracional. Cerrar el círculo de las irracionalidades no era sensato. Se sintió por mucho tiempo perdido en un laberinto sin salida, donde le perseguía el mino-tauro de lo incomprensible. Sintiéndose tras estas reflexiones algo indispuesto, fue tratado durante cinco años por los mejores especialistas de la psiquiatría moderna argentina. Tras fuertes tratamientos, revelado por la razón desde el pensamiento, otra vez perseguido por la hoguera de sus vanidades, volvió a hacer más y más grande el montón calcinado de sus escritos, quedando todo el escampado trasero de su granjita de la Pampa en Rojas, un campo de batalla arrasado.
Murió de tristeza en un hospital psiquiátrico por falta de inanición intelectual. Buscar polémica donde no la hay lo mato.
Dicen las malas lenguas que quien más se acordó de la muerte de D. Agustín, fue el loro Marcelo y eso que lo quisieron muchas personas de la alta sociedad, y de la baja suciedad lujuriosa y fiestera.
Colofón explicativo:
Relato inspirado en la vida, entrevistas y frases de Ernesto Sábato. Irónico, intuitivo, incisivo ávido para cortar justo en el sitio deseado, sin llegar a ser punzante molesto. Le dejo este humilde relato, quizás malo e imperfecto al máximo. Igualmente pido perdón al meter matices argentinos que no corresponden a un castellano. Lo creía necesario para darle más autenticidad a la ironía de los pensamientos relatados: “La unidad dentro de una rica diversidad le pertenece al hombre concreto a la que pertenece”. Al romper el matiz de mi castellano natural y de origen, no pretendo molestar a los matices en el dialecto personal y único del argentino. Solo está pensado para acentuar el humor dentro de la ironía de algunos pensamientos que me llaman la atención. Aclaro esto porque en Andalucía, España, hay un dicho que dice: “Te pueden dar una guanta sin mano”. No tengo ganas de ser un franco tirador de nadie, cultura o pueblo, igualmente no llevo un cañón a mis espaldas para hacerme amigos, tampoco ganas de llevarme una guanta inmerecida ante mi atrevimiento pues no está hecho con maldad alguna. Pienso que puede haber una cierta licencia en este sentido si lo pretendido es contar una historia de otro lugar penetrando en su manera de captar las cosas e inquietudes que les rodean, dándole una pizca de mordacidad humorística desde la admiración del ingenio argentino y su gran y rica cultura, que lo es para mí, nada más).

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