miércoles, 8 de octubre de 2014

Impresionado por Marina Mariasch y Fogwill, esa Argentina de otro Planeta en este.




Cada día que pasa tengo una idea más y más presente, debo fugarme a La Argentina, pudrirme en Buenos Aires, pasear por barrios abiertos entre parques interminables como el de Palermo. Conociendo a poetisas como Marina Mariasch, poetas como Rodolfo Fogwill, amantes perfectas como Martina Valentino. A la que conocí en Córdoba como la diosa del sexo sin compromiso, solo con la Visa del último adiós. Pero merecía la pena, pues no descubrí a una prostituta, solo a un ser humano que sabía hablar y entenderme. Una loquita argentina culta, que me hizo sentirme persona, ser humano, un caminante más del mundo. Hay mujeres de la vida a las que habría que ponerles un monumento por su deliciosa obra social, aguantarme un ratito. Solo charlando descubrí nuevos caminos que en mi país solo forman parte del desierto fantástico, esos locos perdidos. Los que solo ven que algo te pasa, lo que no quieres reconocer, la realidad que solo ellos contemplan y te lo recuerdan a cada momento, sin más diversidad de conversación. Tan aburridos, tan tétricos, tan pesimistas. Personas que viven en sus mundos que son tan reales o más que de las gentes a las que pueden palpar con la yema de sus dedos y no piensan como ellos mismos. De las que reniego como de la peste. Mi España tan viejita, tan atormentada, tan quebrantada. Los amigos que se me pegan como gusanos tristes cansados de morder entre las moreras, hastiados y saciados de toda experiencia. Solo sirven para que me entren ganas de levantarme, para recibir otro cabezazo contra un muro. No aprendo a seleccionar al parásito emocional del ser cándido, que goza de salud empática. Tengo la enfermedad de abrir mis brazos a todo el mundo que se me acerca creyendo que es un virus disfrazado de benévolo, inocuo e inocente. Luego me ofrecen el kínder sorpresa nocivo, y me desespero. Cuando realizo algo que merece la pena, reúno fans que en minutos se me suicidan o se me transforman en vampiros emocionales de salón o en terraza de bar. Creo que en La Argentina seré feliz. Descubriré el Dorado, pues los Bonaerenses están locos dentro de sus otros mundos que los españoles hemos olvidado. La felicidad para ellos, colabora entre ideales nuevos fuera de su sitio, las cosas no están donde deberían encontrarse, por eso tienen su chispa de magia. Si quieres que te vean pelo sobre tu despoblada cabellera, acabaras por dejarles tocar tu melena. Luego te seguirán dando ánimos en tu búsqueda de lo mágico, sin dejar de repetirte que a pesar de tus más de cuarenta años, aun tienes un gran futuro por delante, un mar abierto a la esperanza. Allí encontraré la amistad que tanto ansío, sin tener que viajar a Nunca Jamás. La felicidad quiere ser legítima, la felicidad culmina con un ideal nuevo, la felicidad es una imagen que se construye en el presente con materiales del pasado. Lo malo es que carezcas de recuerdos importantes, de experiencias que te hacen temblar de alegría, para rellenarlo en el tarro de los recuerdos. Tienes que disponer de imágenes que relampaguean desde el interior, las otras solo son malos recuerdos. Hay un poema de Marina Mariasch que acaba de forma que lo transformo con mi falta de ingenio y falsa modestia: “Nací en el 69 y no me sirvió de nada para recrear posturas graciosas, podría haber sido el rey del mambo, pues me siento bien parecido, y me quede en esperpento de feria”. En España me dirán: “Otra vez te estás quejando y escuchando tu vanidad, siempre a ti mismo, el perdedor de siempre” En la argentina dirían: “Soos maravillooso pues sabes soñar…” y nada más. Tengo que morirme en La Argentina, vivir en otro mundo distinto a este, dentro del planeta, pues aun no me dejan escapar de la Galaxia. Allí tendré a gentes que se soportan desde sus mundos paralelos, tener sueños, ilusiones. Disparatarse es sentirse vivo, a la vez que tener el presentimiento que formas parte de un grupo de genios incomprendidos, donde solo en Buenos Aires te aceptarán, tienen muchos, y nunca demasiados…
Una vez vi en una entrevista de Marina Mariach a Rodolfo Fogwill en un parque chino, precioso, supongo que dentro del propio Palermo, y Fogwill le pregunta a Marina:
-        ¿Qué sentís cuando te hablo así?
-        Me recordas a mi papa.
-        ¿Y te cogerías con alguien que se parezca a tu papa?
-        Lo hice.
-        Si. Bueno está bien pero no hay muchos que se parezcan a tu papa que es muy buena persona.
En España Fogwill parecería un pederasta depravado. En La Argentina es una conversación inocente, casi infantil. Para mí es metafísica en estado puro. La diferencia está en que parece que no se les ha corrompido la buena fe que llevan desde la niñez a la madurez, sin convertirse en un saco de piedras del que hay que desprenderse tirando al rio, por el que dirán. Son sencillos a la vez que complicados. Ven en las pequeñas cosas de la vida sentidos despiertos y activos para utilizar. Otros medios que no llegan a la fantasía ilimitada y vulgar, más bien reboza de humor sano, para algunos complicado de comprender si no se es limpio de corazón e inocencia. Escriben lo que sienten, sienten cuando escriben, y lo manifiestan.
En una de las anécdotas de Fogwill, en la guerra de las Maldivas, oyó en su casa desde lo lejos chillar desesperadamente a su madre. Se acerco donde estaba viendo las noticias, llena de la más impetuosa sonrisa y loca de alegría. Le contó que habían hundido un barquito Ingles. Fogwill se fue igual de imperturbable a su despacho donde escribía. Empezó una novela, poniéndole el título de primeras: “Mi mama ha hundido un Destructor”, tuvo mucho éxito y le proporciono la plata suficiente para vivir unos meses a lo grande…
Marina en una de sus poesías deja claro la posición de los actos más humanos y entrañables con otra perspectiva. Por ejemplo, cuando Marina habla del sexo, parece que te cuente como vive ella el momento, pero sin caer en lo chabacano. Lo realza con sentidos y actitudes en una sola frase, algo complicado que se lee y entiende fácilmente. Te deja un universo de lo que puede ser el sexo en una habitación blanca y llena de puertas rojas, como un laberinto llamando al amor puro: “Estábamos desnudos, el uno frente al otro, más que sexo, acabó siendo un bello acontecimiento, donde los sentidos fueron los protagonistas”. Esto a un español no se le ocurre, no puede o no esta capacitado, es más se reiría como si fuera una milonga. Para mí, que tengo que ser un fugitivo de Marte, es poesía que descubre cielos azules como el raso del mar, llenos de agua templada y dulce, la sal se ha evaporado para siempre…Si las mujeres cultivadas argentinas en su gran mayoría son como Marina Mariasch, podría amar desde lo más profundo de mi corazón eternamente a todas las argentinas capaces de ser poesía solo con verlas respirar y hablar…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un fugitivo de Marte incomprendido. Un ciudadano de la ficticia gotham deseando marchar de esa decadente y nauseabunda urbe casi infernal. Un pajarillo triste encerrado en una jaula en la trastienda de una tienda de mascotas llamada España.
Añorando conocer un nuevo mundo más allá de esos barrotes de monotonía y soledad.