Cada día que pasa tengo una idea más
y más presente, debo fugarme a La Argentina, pudrirme en Buenos Aires, pasear
por barrios abiertos entre parques interminables como el de Palermo. Conociendo
a poetisas como Marina Mariasch, poetas como Rodolfo Fogwill, amantes perfectas
como Martina Valentino. A la que conocí en Córdoba como la diosa del sexo sin
compromiso, solo con la Visa del último adiós. Pero merecía la pena, pues no descubrí
a una prostituta, solo a un ser humano que sabía hablar y entenderme. Una
loquita argentina culta, que me hizo sentirme persona, ser humano, un caminante
más del mundo. Hay mujeres de la vida a las que habría que ponerles un
monumento por su deliciosa obra social, aguantarme un ratito. Solo charlando
descubrí nuevos caminos que en mi país solo forman parte del desierto
fantástico, esos locos perdidos. Los que solo ven que algo te pasa, lo que no
quieres reconocer, la realidad que solo ellos contemplan y te lo recuerdan a
cada momento, sin más diversidad de conversación. Tan aburridos, tan tétricos,
tan pesimistas. Personas que viven en sus mundos que son tan reales o más que
de las gentes a las que pueden palpar con la yema de sus dedos y no piensan
como ellos mismos. De las que reniego como de la peste. Mi España tan viejita,
tan atormentada, tan quebrantada. Los amigos que se me pegan como gusanos
tristes cansados de morder entre las moreras, hastiados y saciados de toda
experiencia. Solo sirven para que me entren ganas de levantarme, para recibir
otro cabezazo contra un muro. No aprendo a seleccionar al parásito emocional
del ser cándido, que goza de salud empática. Tengo la enfermedad de abrir mis
brazos a todo el mundo que se me acerca creyendo que es un virus disfrazado de
benévolo, inocuo e inocente. Luego me ofrecen el kínder sorpresa nocivo, y me
desespero. Cuando realizo algo que merece la pena, reúno fans que en minutos se
me suicidan o se me transforman en vampiros emocionales de salón o en terraza
de bar. Creo que en La Argentina seré feliz. Descubriré el Dorado, pues los
Bonaerenses están locos dentro de sus otros mundos que los españoles hemos olvidado.
La felicidad para ellos, colabora entre ideales nuevos fuera de su sitio, las
cosas no están donde deberían encontrarse, por eso tienen su chispa de magia.
Si quieres que te vean pelo sobre tu despoblada cabellera, acabaras por
dejarles tocar tu melena. Luego te seguirán dando ánimos en tu búsqueda de lo
mágico, sin dejar de repetirte que a pesar de tus más de cuarenta años, aun
tienes un gran futuro por delante, un mar abierto a la esperanza. Allí
encontraré la amistad que tanto ansío, sin tener que viajar a Nunca Jamás. La
felicidad quiere ser legítima, la felicidad culmina con un ideal nuevo, la
felicidad es una imagen que se construye en el presente con materiales del
pasado. Lo malo es que carezcas de recuerdos importantes, de experiencias que
te hacen temblar de alegría, para rellenarlo en el tarro de los recuerdos.
Tienes que disponer de imágenes que relampaguean desde el interior, las otras
solo son malos recuerdos. Hay un poema de Marina Mariasch que acaba de forma
que lo transformo con mi falta de ingenio y falsa modestia: “Nací en el 69 y no
me sirvió de nada para recrear posturas graciosas, podría haber sido el rey del
mambo, pues me siento bien parecido, y me quede en esperpento de feria”. En
España me dirán: “Otra vez te estás quejando y escuchando tu vanidad, siempre a
ti mismo, el perdedor de siempre” En la argentina dirían: “Soos maravillooso
pues sabes soñar…” y nada más. Tengo que morirme en La Argentina, vivir en otro
mundo distinto a este, dentro del planeta, pues aun no me dejan escapar de la
Galaxia. Allí tendré a gentes que se soportan desde sus mundos paralelos, tener
sueños, ilusiones. Disparatarse es sentirse vivo, a la vez que tener el
presentimiento que formas parte de un grupo de genios incomprendidos, donde solo
en Buenos Aires te aceptarán, tienen muchos, y nunca demasiados…
Una vez vi en una entrevista de
Marina Mariach a Rodolfo Fogwill en un parque chino, precioso, supongo que
dentro del propio Palermo, y Fogwill le pregunta a Marina:
-
¿Qué sentís cuando te
hablo así?
-
Me recordas a mi papa.
-
¿Y te cogerías con
alguien que se parezca a tu papa?
-
Lo hice.
-
Si. Bueno está bien
pero no hay muchos que se parezcan a tu papa que es muy buena persona.
En España Fogwill parecería un pederasta
depravado. En La Argentina es una conversación inocente, casi infantil. Para mí
es metafísica en estado puro. La diferencia está en que parece que no se les ha
corrompido la buena fe que llevan desde la niñez a la madurez, sin convertirse
en un saco de piedras del que hay que desprenderse tirando al rio, por el que
dirán. Son sencillos a la vez que complicados. Ven en las pequeñas cosas de la
vida sentidos despiertos y activos para utilizar. Otros medios que no llegan a
la fantasía ilimitada y vulgar, más bien reboza de humor sano, para algunos
complicado de comprender si no se es limpio de corazón e inocencia. Escriben lo
que sienten, sienten cuando escriben, y lo manifiestan.
En una de las anécdotas de Fogwill,
en la guerra de las Maldivas, oyó en su casa desde lo lejos chillar
desesperadamente a su madre. Se acerco donde estaba viendo las noticias, llena
de la más impetuosa sonrisa y loca de alegría. Le contó que habían hundido un
barquito Ingles. Fogwill se fue igual de imperturbable a su despacho donde
escribía. Empezó una novela, poniéndole el título de primeras: “Mi mama ha
hundido un Destructor”, tuvo mucho éxito y le proporciono la plata suficiente
para vivir unos meses a lo grande…
Marina en una de sus poesías deja
claro la posición de los actos más humanos y entrañables con otra perspectiva.
Por ejemplo, cuando Marina habla del sexo, parece que te cuente como vive ella
el momento, pero sin caer en lo chabacano. Lo realza con sentidos y actitudes
en una sola frase, algo complicado que se lee y entiende fácilmente. Te deja un
universo de lo que puede ser el sexo en una habitación blanca y llena de
puertas rojas, como un laberinto llamando al amor puro: “Estábamos desnudos, el
uno frente al otro, más que sexo, acabó siendo un bello acontecimiento, donde
los sentidos fueron los protagonistas”. Esto a un español no se le ocurre, no
puede o no esta capacitado, es más se reiría como si fuera una milonga. Para mí,
que tengo que ser un fugitivo de Marte, es poesía que descubre cielos azules
como el raso del mar, llenos de agua templada y dulce, la sal se ha evaporado
para siempre…Si las mujeres cultivadas argentinas en su gran mayoría son como
Marina Mariasch, podría amar desde lo más profundo de mi corazón eternamente a
todas las argentinas capaces de ser poesía solo con verlas respirar y hablar…
1 comentario:
Un fugitivo de Marte incomprendido. Un ciudadano de la ficticia gotham deseando marchar de esa decadente y nauseabunda urbe casi infernal. Un pajarillo triste encerrado en una jaula en la trastienda de una tienda de mascotas llamada España.
Añorando conocer un nuevo mundo más allá de esos barrotes de monotonía y soledad.
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