viernes, 10 de octubre de 2014

La mujer que espantaba a la muerte entregándole poemas.



-Presente
Sé en qué te inspiras al hacer los poemas, tomas notas entre las cosas que están pasando en el aire. Aspiras tomando apuntes en conversaciones de ancianitas, al lado de la mesa donde tomas el café de la tarde, la pelea de una pareja de enamorados, una discusión sin sentido, esas son las mejores. Inhalas sabía nueva que queda impresa en renglones horizontales. Te descubro a lo lejos, desde la última butaca, disfruto de la mejor función. A mi lado Láquesis, esperando la entrega en deuda de la nueva obra maestra. Al final alza una de sus manos sin parar de devanar la rueca del tiempo. Desando lo andado, imaginándote cómo despiertas al amanecer, muy temprano, con el primer mate de la mañana, con el pijama de ositos locos y distraídos. Sentada frente a los primeros rayos de sol. Tras la ventana se despejan las marañas nublosas. Capas cargadas y espesas de agosto. Gotas de roció se descongelan tras la noche fría de Buenos Aires. Te diriges a tu despacho, aun con legañas en los ojos. Entras en Internet. Apartas la basura de la red, aprovechando las buenas nuevas, una fuente de ideas que divaga amontonada y gradualmente por tu mente. Descubriendo un mundo ideal entre lo real y lo fantástico. Editar no es tarea fácil, ser poetisa menos, ser mama y ama de casa a la vez sin morir en el intento es una odisea. Tres horas rebuscadas sin despegarte de la silla del escritorio. Contigo nace una nueva fórmula de recoger fruto para plasmarlo en el Word de recuerdos. Construir en vacio una página, desde la caja de Pandora de las nuevas tecnologías. La mejor manera de concluir un poema, es acabarlo dos versos antes. Presentas poemas en escenas concretas, pagando así al compromiso.


-Niñez.
Desde nena ya ideabas como llenar espacios en blanco, preparabas dos semanas antes lo que aun quedaba por venir. Entre escalofríos inesperados llenos de presentimientos, surgía el sueño más extraño. Ese que fuiste descifrando a media que pasaron los últimos meses, no parabas de escribir, cuentos de una niña que escapa siempre del peligro. Una mañana incierta, a los siete años, sacaste una brújula congelada de tu abrigo de Agosto. El gorro polar de rallas azules y blancas de punto grueso cubría tu rostro, rodeando esa carita angulosa y de expresión tierna permanente. Esperabas en la puerta de casa el autobús escolar. Tú manita enguantada en azul marino, se pegó y apretó por instinto el metal gélido del cuaderno de bitácora. Un cruce mortal, confluencia de avenidas tomadas a destiempo, error humano, choque entre gigantes, un golpe para siempre, jaquecas eternas, depresiones inesperadas. Una estación de metro se iluminaba atravesada por sombras con silueta propia, serían los fantasmas de un pasado, extrañamente el que se repite y está siempre por venir envuelto en caja sorpresa de cumpleaños, el futuro incierto. Una parada de autobús desierta en la avenida nueve de julio. Solo pasa el viento húmedo y dobla cerca con el cruce de la Avenida Corrientes. Para un autobús de línea conducido por un espectro con figura de vieja decrépita que hilaba sin parar. Invitó a la niñita a que subiera, esta subió solo un escalón entregando en mano extendida de la parca su último cuento, el primer préstamo al tiempo extra. Antes de cerrarse las puertas la niña pregunto por su nombre, y esta le contesto con un suspiro profundo “Cloto”. El obelisco al fondo parece la aguja de una brújula, como la que tienes entre tus manitas de nena, donde se guía la esperanza esquiva, imantada entre una atmósfera cargada de incierto destino. No para de darse vueltas a sí misma la manecilla que indicará hacia ninguna parte. A partir de ese día pierdes algo de cordura. Empiezas a crecer, resaltan luces de colores por puro instinto a tu alrededor. Todo lo que te rodea a partir de ahora estará lleno de gente, autobuses, avenidas y arterias principales, bocas de metro llenos de mapas de estaciones “subte” por todos lados que no llevan a ningún sitio, vías oxidadas, vagones jubilados y explotados en horas de servicio, material rodante destartalado, todo sigue igual que décadas pasadas. Nada volverá a estar desierto como en aquel lejano sueño de la infancia. El túnel da señales de luz al fondo. Despiertas del coma, una segunda oportunidad para no parar nunca.


-Madurez.
Eres poeta reconocida, novelista y narradora con galones nacionales. Un buen día paras el coche recién comprado, el más moderno hasta la fecha que has tenido, frente al nuevo nido, pero no tienes ni idea de donde te detuviste. Todo lo que tienes delante es tuyo, supiste atraer a la plata, a las deidades hermanas e infernales, puerca laguna de la memoria. Antes de abrir la puerta, miras por el espejo retrovisor, cierras los ojos y dejas que se pierdan tus pensamientos: “Tengo casa, tengo auto, estoy más que re bien. Solo me mato de hambre para no salirme del círculo, que no me pierdan el interés. No quiero perder la visibilidad de lo que me rodea, no quiero volver a ser invisible, ahora que lo conseguí todo, no, nunca, jamás... No quiero que me olviden ahora que el tiempo no se detiene, pasando como un rayo asesino que nos roba lo que nos queda de vida. Cumplidos los cuarenta todo parece antiguo, la concha se reseca y las ideas también, menos mal que me queda Internet. A los veinte quise estar en todas las fiestas, el tiempo no existía. A los treinta las épocas aparecían en el almanaque, hora tras hora, etapa tras etapa, sin parar. Aun era joven, una circunstancia. Tenía que pasarlas bravas, cogerme a quien quisiera, ser libre, acabar antes del ocaso disfrutando de todo sin parar, con ansias sin saber porqué. Los buenos tiempos son ahora, a los cuarenta y tres. El espacio toma sus propias estructuras, tengo billetes, tengo plata que alcanza para fin de mes. Tengo amante renovado, más maduro, rescatado de un ayer. Pude repescar al fugitivo temeroso y timorato de los miedos de las responsabilidades. Le hago el amor después de tanto sexo perdido y atrasado. Con el resto del lomo escocido de cansancio. Fundidos amantes, tranquilos pero con ansiedades. Antes, arriba, encima devorándome. Llenas las energías. Ahora te veo desde lo más bajo, mi viejito cansado. Así que esta noche ¡dale amor mío!, que yo me muevo, aun me quedan fuerzas para ti, y trátame bien, como cuando teníamos veinte y tantos”.
Vuelve a abrir los ojos, su visión choca contra el espejo retrovisor. Debe retocarse el corte de pelo al estilo Cleopatra. Los tintes tan oscuros no van a la moda, las puntas están demasiado largas. Sale del coche, cierra la puerta con llave. Extrae del abrigo de agosto la brújula congelada de los sueños de nena. Solo marca hacia el norte. Todos los presentimientos que tuviste se han cumplido. Puedes darte por recompensada y agasajada entre iguales. Solo que todo se ha hecho realidad de forma diferente. Nada salió como planeaste. Entra en casa, su casa, comprada por sí misma. Pone el toca discos, un disco de vinilo antiguo, su cantante favorito, su canción de vida, pasos en el camino que nunca se borran: “Sad Eyes” de Bruce Springsteen, su amor platónico, un chico de barrio, con el que se identifica. Se deja caer sobre el sofá, mira al techo mientras escucha la letra, cree que forma parte de ella, la banda sonora de su vida. Se deja llevar mientras piensa: “El príncipe azul es daltónico y tiene alopecia. Algunas amigas se marcharon para no volver, otras mejor que no hubiesen vuelto. Los hijos hacen travesuras, no aprueban con sobresalientes. El vecino ladra demasiado. La gata no es arisca, es tierna y dulce, para colmo se lleva bien con los dos Dóbermans, que gata más lista, sabe hacer amigos”. Susurra mezclando sus pensamientos con la letra de la canción, mientras se mira al espejo canturrea a la par del disco: “Porque los ojos tristes nunca mienten. Azul, cinta azul en el pelo, como si estuvieses segura que sigo esperando aquí”.
No es como lo deseabas, aquel día nenita, nada termino, ni pasó del todo. La avenida Corrientes sigue sola, el cruce con la nueve de julio en ocasiones aparece sin gentes. Solo el obelisco reluce más que nunca, vuelve a ser una punta gigante y brillante, un reloj de sol en medio del desierto. El autobús fantasma calienta motores, lo conduce Átropos, la que cortara el último hilo. El cronometro de la cuenta atrás se ha puesto en marcha. Es el viaje de vuelta. Dentro de unas cuantas décadas. Esperemos sean muchas, nunca demasiadas. Todo está bien en su justo momento.


-Otoño.
Sin saberlo estas endurecida por el tiempo y escribes poemas. Los castillos ya no se posan solo en el aire, tienen cimientos, raíces nuevas, paseas entre castaños que comienzan a abrirse, cerca de los espacios abiertos de Palermo, legendarios y millonarios. Las primaveras ya no son campos de batalla, no hay con quien batirse, ni contrincantes con los que encontrarse. Casi todos los terrenos están explorados. Construiste refugios en medio del desastre que lo resistieron todo. Ahora eres fuerte, una mujer que procura reinventarse en los nuevos tiempos. Conservas los pozos de buen vino, el vinagre se derramo por el camino. Tras palabra tras palabra, tras cada verso tras verso. Está todo claro, todo inventado. Entre la confusión no te dirán nada. La prosa será de lo más clara, los ruidos de fondo se funden en rojo.
Estas vivita y coleando, no has muerto en el intento, al convertirte en una mujer curtida. Traes la plata a casa, cuidas de los pequeños, eres amante amada, más amante. Eres la dueña de tus sueños. Las penumbras del pasado se marchitaron para siempre, las pesadillas aun no.


-Admirador.
Soy el que aplaude en la última fila del patio de butacas, al final, ese pizco insignificante que apenas se nota, casi rodeado de oscuridad y silencio, pero que lo sabe todo acerca de ti. Soy ese pellizco que salta como un resorte tocado a propósito. Mañana volveré a leer esos poemas de una mujer madura. Mientras escribas volverás a renacer, serás Ave Fénix que se funde entre sus propias cenizas, y es eterna. No lo olvides nunca…


-La Sorpresa.
“¡No tan deprisa, no olvidéis! Que un trato, es un trato y la Parca espera. Nunca olvida…” 


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