lunes, 28 de julio de 2014

El olvido habitaba en la memoria




(Inspirado en “La gran ventana de los sueños” en Citas de mi diario de sueños. Rodolfo Fogwill).
Intente guardar en la memoria un número infinito de sueños. Como la naturaleza humana es finita, los fui olvidando casi todos gradualmente. Se perdían uno a uno con lentitud. Desaparecían indefinidos y constantes. Progresivos en una realidad formal. Inundados en la despedida desencantada, ahogada por la propia resaca del desengaño. Sueños pesados y soporíferos, que se evaporaban en pleno letargo. Llamados a sí mismos desde el eco amortiguado de las profundidades del océano. Susurros de sirenas malhumoradas, misterios ocultos en el secreto, sopor envuelto de brumas derivado de la somnolencia más insufrible.
Perseguí a esos sueños tanto tiempo, que olvide que los estaba buscando, pendiente siempre de mi memoria. Llegando a enloquecer, perdiendo incluso el rastro a los años vividos. Vivir consistía en olvidar al destino, los objetivos fraguados por esa marchita y caprichosa neurosis de la memoria. Ansiedad producida al perderme en el tiempo de la inocencia, ante las experiencias desapacibles, caminos llenos de piedras. Recordar en la edad de los ochenta años, habiendo llegado solo a los cuarenta. El paso del tiempo no tiene relojes para mirar, ni brújulas y no perderse, al vagar por las estrellas.
Sucesos programados en los espacios de las conciencias marchitas. Las sombras gruesas y oscuras de los extraños más íntimos me persiguen, espías ocultos en una noche desierta. Fraguas a fuego lento, por el olvido de la conciencia. Quise parar el espacio y los ciclos de esos sueños retenidos. Mantener inmóvil el halo del recuerdo. Ver abriese esa ventana de la razón, reteniendo sus obras inéditas y frescas. La pena busca antojadiza a la incesante evasión del olvido.
Sería capaz de atrapar las fugas de la memoria, pero solo soy un hombre con cerebro algo vago, con poca inteligencia, perezoso desde la indigencia de mis pobres ideas. La debilidad de mis pensamientos carece de la armonía del razonamiento. Amnesia y omisión propicia al extravío. La falta de comprensión en el juicio de la razón, crea los monstruos con rostro propio, constantes en las pesadillas sofocantes y calurosas, productos de la indiferencia. El motivo por el que rebusco sin aliento y con tanto ahínco a los sueños olvidados. Empeñado cerca de la rabieta, para que me proporcionen sostén en un presente no muy lejano. Así tendrá su propio amo ese engendro de las visiones. Arpías ladronas de las ilusiones, caseras envidiosas de sí mismas. Al terminar por el sobresalto, las alucinaciones se pierden en su propia ceguedad, cerrando con candados fuertes y bien forjados, puertas, esas ventanas que escribían solas en el diario de los sueños. Las furias del abismo crean la esclavitud en el olvido de la memoria, hermetiza cualquier salida del cuerpo, de mi propia casa.
Los vientos inoportunos no volverán a robar a la memoria, a un anciano de cuarenta años. Préstamo vigente del hoy mismo, intercambio presente en un ahora reciente, sin poder escaparse para siempre en un mañana sin nombre.
Quiero crear ilusiones originales, que no acaben en un intento de ficción sin reacción opuesta. Que no lleguen a ser la creación de otro, sin intrusos que puedan resoñar mis sueños, sin robos. Serán solo míos, sin violar sus leyes, ni tomar su estilo, sin poder escucharlos, ni rememorarlos. No habrá intrusos narradores. El único valor añadido que se creó natural en mi, será explotado a toda máquina, con la banda sonora de una orquesta de leyenda. La recuperación de mi olvido será relatada en la compañía de mis seres queridos, a la vera de la cama de un hijo que no tuve, pendiente de relatarle su primer cuento, un relato de fabula, a la entrada de sus primeros sueños. Escapándose y fugándose entre el éxtasis de mis más ocultos sentidos. Dedicado a quienes desean escuchar el susurro más intenso de mis sensibilidades, pues la memoria esta en casi todos los que sueñan, olvidan con razón pues es audaz el que repara en sus propias mediocridades, sacando de la memoria la desidia que lleva solo al odio. Recursos inmersos en el rescate de la memoria. Abriendo para siempre la enorme ventana al primer origen, fruto fugaz y posesivo del libre pensamiento, sin sorpresas, sin añadiduras, arrancando sin piedad esas semillas, las segundas partes que cosechaban a ese olvido.
Hoy rescato de los sueños un recuerdo, que ya no es olvido, forma parte más de la memoria, esta fuera incluso del propio cerebro, un bichito propio de la naturaleza del ser humano, vagabundo insoportable, fuera de mí aunque dentro de los pensamientos. Salvando momentos, que quieren volver por si solos. Lazos que se unen entre las machacadas neuronas del pasado, solas evocan minúsculos impulsos eléctricos a la alusión que transforman una determinada entidad, con cuerpo y alma.
Natalia en una argentinita tan sabia e inteligente que sin darse cuenta se transforma en inhumana Una ninfa del deseo, que arranca el fuego venenoso del interior de su momentáneo amante, sin apenas esfuerzo. Un espíritu bueno que se puede infiltrar como un virus y quedarse en tus sueños para siempre. La segunda vez que tome café con Natalia, no sabía si me encontraba con una divinidad o con una alienígena. La fuerza narrativa que posee al contar el más mínimo detalle de un momento cotidiano, se convierte en un acontecimiento sin igual. Puede ser el personaje de un cuento de sirenas, un ser fantástico que habita en las fábulas. Escuchando música, hará que te sientas espectador en una filarmónica de Viena, con una obra del tamaño de Sheherazade, Rimsky – Korsakov. Observaciones que se agradecerán con el paso del tiempo, de una argentina culta, bien formada, atractiva y muy bella, propia del gusto sensual y físico del hombre argentino. Para el español de a pie, machista a la antigua, y algo vulgar, será la jamona con hueso, pero de pata negra. Natalia esta creada para andar con naturalidad por el lujo. Documentadas narraciones con una pizca de paranoia, aunque exquisitas las formas, dudosas teorías sobre su infancia, servicios en cuerpos especiales de seguridad, imaginarias inteligencias secretas, con las que indirectamente a podido tener relación.
Recupero la memoria sin querer, cuando no se desea, como pasa siempre. Me siento auto flagelado, marchitado el tiempo presente se me abalanza al cuello. Debería ser una dicha poder repasar las maravillas de lo que ha merecido la pena ser vivido. Pues de Natalia se puede decir que también entre sus cualidades contribuyeron figuras elegantes e innovadoras, en catálogos de moda, curso estudios de diseño en Roma y Milán. Es una gran observadora de los usos y costumbres sociales en el país que se encuentre, aparte de comprender y desarrollar analíticamente a primera vista el mapa de un rostro, pues es licenciada en psicología. Sabe cinco idiomas, y su nombre de guerra es Martina Valentino, un nombre universal que sabe a espía de cualquier tiempo y época. Quisiera contarle que rescaté de su memoria, sueños que no pasaron, que jamás ocurrieron.
Escuchar las explicaciones sobre sus reflexiones de contenido más secreto, estar cerca para consolarla en sus días tristes cuando se aproxima el invierno, cuando se encuentra tan lejos de su Argentina, son actos que merecerían la pena ser vividos, sentirse como un héroe pues te lo permitirá. Entre sus frases claras y contundentes, se entremezclan inesperados tiempos inciertos, sueños en los que solo ella, cada vez con más fuerza, tiende a reaparecer y reproducir como un espectro del pasado.
En ocasiones me pregunto de cuál sería el motivo que la hiciera salir de su Buenos Aires querido. Cuenta que fue el amor, pero desconfío de esa verdad que no deseo retener en la memoria. Verla en su ambiente sería aprender en un curso intensivo del mundo, plácida en su verdadero estado mental, lleno de ilusiones adolescentes, antojosos gustos del deseo, arranques enrabietados de niña, capricho argentino.
Después de descansar un poco, despertar del viaje, y respirar la mañana Platense, en uno de esos barrios residenciales alejados del centro de la capital, enseguida bajo la cuesta donde está mi cabañita chiquita. Cruzo hacia la esquina de un chalet grandioso, fastuoso, más que pomposo. Desde uno de sus amplios balcones le sirven a Martina el desayuno del olvido. En estos días no me puedo culpar de mi propia ignorancia, pues tengo la enorme dicha de ser de los pocos amantes de pocos días, que han conocido a esas dos intensas e inteligentes mujeres, personalidades ambiguas, unidas en una sola memoria, un mismo recuerdo. Un buen día me contó, mirándome fijamente, frente por frente, en gran magnetismo, lagos verdes que son sus ojos penetrantes, unos relatos biográficos que persigo cada noche. Se harán realidad esos sueños que siempre se escapan, con el sonido de una llamada de teléfono, un despertador, un timbre de una puerta, en fin...
Tardes tomando café, cerca de una alcoba, visualizando un rincón con una ventana pequeñita, una camita generosamente amplia, una pileta limpia y lujosa donde asoma la eternidad del deseo. Natalia nació por accidente en Barcelona, pero la mayor parte de su vida la pasó en su barrio porteño de Belgrano junto al estadio de “Los Millonarios del River Plate”. Siempre me recibe con pasos joviales, aires de ejecutiva, vistiendo para la ocasión un traje blanco, ingenio de obraje y estilo colonial. Siento que ha progresado, ha prosperado de nuevo, siempre superándose a sí misma, descubriendo imperios nuevos, sol naciente para los amantes, que la noche convierte en prisioneros. Pero de la misma forma que entra, se difumina y sale, elegante a paso lento, sonidos de tacones lejanos por el pasillo, arte de magia en el desconsuelo, paso tras paso seguro, firme filo metálico que se clava en el suelo, como puñalada en el corazón que deja huella. Es la ilusión de un ensueño, desde un luminoso y verdoso jardín cuidado, sale segura de sí misma, enardece y aviva a la pasión, llama sagrada de mi olvido con los sueños. Tal vez me encuentre en su memoria como un milagro que amanece, caída que deriva en polvo de estrellas desde el fin del firmamento.
Natalia es la dueña de esta locura, siempre más complicada y original que cualquier intento de la ficción, por eso esta tan implicada en cada uno de sus actos, azucarada y avivada en la lucha del entusiasmo, difícil plan para poder creer sin despertar, al ser tan real el olvido de mi memoria…
(Dedicado desde la más sincera humildad, a un poeta, de un buen poeta, escritor, maestro y sociólogo argentino como Rodolfo Fogwill. Aunque como el mismo autor dijo un día: “sean tan necesarios, los malos poetas”. Gracias doy a los poetas que nos hacen discurrir por senderos recuperables en esperanza, sean buenos o malos. Los que nos inquietan, los que nos hacen fluir libres y ligeros de carga, como elementos salvajes de una corriente de agua viva, limitada por la orilla fronteriza de los sueños. Un viejito sabio en imagen, no tanto en edad, pues murió con 69 años. Un ancianito de rostro, con un joven corazón, que descubrí hace poco y me llenó tanto el interior de su magia escondida y luchada, forjada por su memoria con olvido. Me dejó temblando en mis propios sueños. Escribió una prosa única, original y maravillosa, envuelto siempre en el perfume de los versos. Benditos olvidos los de Fogwill. Vibrantes cigarrillos que chispeaban entre sus dedos, invocando al ingenio y al donaire más sublime de un genio de las palabras, pues era un fumador compulsivo sin reparos. Contemplados y recogidos desde esa cámara mágica que lo capta todo en pocas palabras. En su obra se puede disfrutar de una joya de la literatura argentina más autentica, como esta: “Citas de mi diario de sueños” - “La gran ventana de los sueños”). 

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