miércoles, 18 de febrero de 2015

El Engaño



Sorprendía la tarde rápidamente como un relámpago seco y violento. Las hojas secas del otoño caían a un ritmo pausado, firme e imponente, al capricho que le marcaba el viento. Todo era visible por la inmensa cristalera con forma de ventanal en arco de medio punto del salón de Tomás. El paisaje enrojecía a pasos agigantados entre sombras amenazantes, preludio a la tormenta. Rebotaba el ruido a chasquidos de la chimenea contra la mampara cristalina de vitro cerámica, haciendo unión caprichosa, con los compases de piano a ritmo de Mozart, lo único que rompía el silencio en toda la casa...
Tomás leía la partitura, sus manos fluían solas como dependientes de su propio cuerpo. Le costaba concentrarse. Sus dedos obraban por voluntad propia. Otros pensamientos invadían su tranquilidad, derivados de las preocupaciones y los miedos.
Miraba fijamente la foto que estaba en la repisa superior de uno los estantes que rodeaban el salón lleno de libros. Mejor dicho casi todas las habitaciones rebosaban de libros. Su cabello largo y rubio quedó reflejado con el brillo vivo del sol para mucho tiempo y con más fuerza e intensidad aun. Su rostro juvenil engañaba al paso de los años, invadidos por los cuarenta y tantos. Su sonrisa llena de felicidad inocente le miraba, rodeándole con su brazo derecho por el cuello y él le devolvía la sonrisa llena de una expresión esperanzadora pero que quedo solo en un esfuerzo vano. Susana murió unos meses después de ese instante por un cáncer agresivo. Aunque ya hace de aquello un año, la tranquilidad para Tomás aun no había llegado entre la soledad diaria de su hogar. Los remordimientos mal entendidos, no le producían nada más que auto atormentarse. No pudieron tener hijos. Revés y contratiempo que no les impidió intentar ser felices al principio. Siempre llenos de falsas ilusiones. La estabilidad económica y social les ayudaba a guardar esperanzas para un arreglo próximo. Inventarse entusiasmos, arañar a las emociones dentro del fuego del deseo vivo. Un amor que caducaba. La pasión se marcho de viaje sin rumbo fijo, llegando al fin de su camino sin avisar.
Es cierto que Susana desesperaba en una angustia intensa e interminable, ante el anuncio de una muerte cercana e inminente, a la vez que buscaba consuelo en Tomás, que planeaba entre ella y la obediencia debida a su profesión de altos vuelos, a la que igualmente amaba por igual, o posiblemente mucho más. Lo que derivó en reacciones y acciones desesperadas. Búsquedas envueltas en soluciones imposibles. Algunas absurdas, otras oscuras y sombrías, a la vez que peligrosas. Recurrió a adivinos embaucadores, magos, hechiceros, encantadores de serpientes. Si Tomas hubiese estado a su lado como tanto necesitaba de su ayuda. Antes, veinte años atrás, Tomás sabía darle a la tecla que le proporcionarle la paciencia y la calma que tanto añoraba. Pero Tomás usaba su talento a completa dedicación y voluntad máxima al servicio de cualquier interés económico, ideología partidista afín a sus metas, sin preocuparse del valor ni contenido de sus consecuencias. A la vez que se olvidaba del acercamiento final de la tragedia. Acabó por abandonar a Susana, pues moría sola en un Hospital desierto, sin familiares, afectos piadosos, aislada totalmente en cuidados intensivos, siendo consciente de que Tomás era incapaz de afrontar junto a ella aquella situación. Entonces para Tomás lo fácil era el refugio del trabajo, alcanzar otras metas, la salida de escape de los cobardes, utilizar el sexo desmedido con amantes espontaneas que salían a su paso del desahogo entre el desborde que le producía la desgracia.
Solo un par de horas antes de intentar relajarse, después del trabajo, recibió una llamada inesperada. Uno de los ocultistas más afines a Susana, que la trató en su última sección, le intento comunicar a Tomás, sin suerte, su preocupación y aviso, ante las posibles experiencias desagradables y extrañas que notó en Susana justo el día anterior a ese último adiós. Tomás decidió no perder el tiempo en lo que no pertenecía a lo palpable y tangible de los hechos ocurridos. Lo que le llevo a despacharlo lo más pronto posible, dentro de la corrección y la educación que le gustaba tener con todas las personas conocidas o no. Disposición ante los problemas, en la mayoría de los casos con encanto, cualidad del abogado ingenioso, para imponer esa grata, aunque falsa impresión a todos los seres que le rodearan. Disponía de un bufete de abogados con gran prestigio, estaba en la cima del éxito, todo salía como esperaba de bien, el optimismo y la reputación le estaban exprimiendo su buen interior sin él saberlo aun.
 La botella de whisky cayó sin romperse al suelo. Tomás tras el último trago llegó a su habitación a duras penas. La media noche continuaba envuelta por relámpagos y truenos. Una vez en la cama seguía percibiendo entre sus sentidos el aroma perfumado y el suspiro de alivio que exhalaba Susana después de una buena velada de las de antes, aquellas maravillosas medias noches de hace mucho, mucho tiempo.
La bruma del mar se filtraba misteriosa con vida propia por entre las cortinas finas y suaves del dormitorio de Tomas. Aun quedaban un par de horas para la aurora. La claridad del alumbrando del parque casi pegado a su casa invadía su primera visión borrosa tras una desagradable pesadilla. Entre sombras juguetonas del techo, vislumbró confusamente un objeto indeterminado que le provoco cierta inquietud, un par de segundos después un aplique colgante que simulaba el tejido perfecto de una telaraña se fue revelando como tal realidad. Tras la descarga de aquella resaca machacona y sofocante, el sudor seco de su frente señalaba a la última alucinación desagradable que le haría despertar en otro inesperado sobresalto. Tomás creyó que aquella pesadilla guardaba alguna razón indescifrable. Quizás, algún presagio sin conjetura visible ni manifiesta aun. Algo temía, un presentimiento sin descodificar. ¿Y si el médium en el que más confiaba Susana llevara razón y alguna cosa incomprensible no había terminado bien? Es cierto que no era la primera vez que aquel parapsicólogo le avisaba de que Susana no se había marchado tranquila del todo, que algo la tenía asustada e insatisfecha, algo que solo pensarlo le producía dolor e inquietud penosa.
Poco a poco empezó a encontrar voluntad y fuerzas para moverse. Se preparó cinco minutos después su café doble con azúcar. La noche cerrada seguía firme e invasora tras las ventanas. Solo encendió un par de velas rojas, bajas y gruesas de la cocina. Con la taza de café entre sus manos, aun vaporosa que le ayudaba a soportar ese frío húmedo e irritante, miraba conmovido, como perdido entre visiones vagas y errantes, sin poder articular palabra, la cristalera corrediza del salón de estar. Esta daba al parque exterior. Más bien al laberinto inmenso, llamado quizás por esa razón, de “Dédalos”. Situado a las afueras de la ciudad, se componía de bulevares y rondas brillantes de césped hermoso, bien cuidado y preparado incluso para el duro invierno que avisaba desde este otoño gris y lluvioso. Explanadas y plazas rodeadas de una treintena de fuentes bien ornamentadas. Representando entre sus anchos y espaciosos estanques alegorías perdidas en el tiempo, de la más misteriosa e intrigante mitología griega. La niebla teñía el espacio con un cariz violento. Brumas cargadas de humos grises que dejaban espacios apagados y tristes.
Para combatir aquella apatía perezosa tras el despertar en marea alta y amarguras inesperadas, tomo la decisión de recuperar la estabilidad mental y más sana en su situación. Acceder a la vuelta de nuevos propósitos es una buena salida ante la tempestad. El planteamiento y la motivación de realizar pequeñas metas diarias, establecen en el interior del ser humano una carga de energía sana y saludable. Plan que se basaba en hacer un par de horas de carrera, que mejor en su querido parque.
Al ponerse la sudadera algo le llamó la atención. Al reflejarse en el espejo del cuarto de baño comprobó que tenía unos arañazos largos aunque no profundos en el pecho, costado y cuello. Los rasponazos dejaron señales superficiales que le hicieron recordar. Susana tenía por costumbre en una de esas noches de loca pasión dejarle similares recuerdos. Marcas que podrían durar entre una o dos semanas.
Llevaría corriendo una media hora por aquel inmenso jardín donde se cultivan también plantas ornamentales de todo tipo, damas de noche, jazmines, rosas rojas, flores de diversas especies que permanecían lustrosas y rebosantes de vida sin pertenecer aquel lugar a su habitad más natural. Poco a poco las calles de tierra blanquecina del paseo se iban convirtiendo en pendientes suaves pero agotadoras. Llegó a la cima de la colina, cuando se sintió repentinamente cansado y exhausto, tanto que tuvo que parar la marcha en seco. Respiró y emanó fuerte el aire húmedo, inspirado por la nariz y exhalado por la boca, a ritmo lento, como remedio a unas repentinas nauseas. Incluso tuvo que buscar un banco próximo al encontrarse con falta momentánea de equilibrio. Agacho algo aturdido la cabeza, a la altura de sus rodillas, para ver si se le pasaba aquel inesperado aturdimiento.
Lentamente fue recuperando el aliento, a la vez que el ritmo cardiaco. Los mareos muy pausadamente se fueron disipando a la vez que la niebla espesa fue borrándose lentamente. La fuerza del viento perdía su fuerza. La lluvia intensa cesó de golpe, sin que se llegaran a desbordar los cauces y caudales laterales de la vía peatonal del parque. El carril bici resbalaba por la escarcha nacarada y traicionera adherida con fuerza al asfalto. Estaba a escasos metros de la cota más alta de la loma. Llamaba la atención de la vista debido a una planicie horizontal en la que se encontraba una fuente elegantemente adornada. De caracteres y representaciones repletas en imágenes de leyenda. Ícaro relucía soberbio, altivo y presuntuoso en lo más alto, cerca del sol. Sus alas débiles y engañosas le escarmentarían pronto en pleno vuelo. No escuchar los consejos de un padre artesano e inventor de dicho invento puede llevar a que estrellarse sea el final más próximo y doloroso.
Tomás una vez recuperado del todo quedó maravillado y asombrado a la vez  por aquel estanque coronado en la imagen central por aquella majestuosa fontana de la que no paraba de manar agua clara y fría. En su centro alboreaban los primeros rayos templados, clareando al día los primeros azules suavemente difuminados. Acompañaba como colofón final a un retrato eterno y digno del mejor museo, una maravillosa aurora boreal que coronaba de forma agigantada aquella espaciosa meseta.
Se fue acercando lentamente al conjunto de la escultura, amontonada de múltiples imágenes mitológicas que rodeaban a menos nivel a la principal. A parte de la figura central y más destacada tanto en tamaño y altura de Ícaro, se divisaban dentro del estanque a Dédalos, artesano, arquitecto e inventor famoso que aprendió de la mismísima diosa Atenea, de la que se encontraba igualmente su figura, fría, callada y silenciosa, reina majestuosa que agrupaba en esa ocasión una reunión muy concreta. La reina Pasífae, maldecida y renegada, junto a su amante astado, provisto de cuernos, al ser literalmente un toro. El rey Minos retorciéndose de rabia, asesinado en un baño de agua abrasadora por las hijas de su propio anfitrión, a orden y mandato del rey siciliano Cócalo.
Tomás amante de mitos y leyendas, estudioso en personajes mitificados, ocupación que empleaba en sus ratos libres, se quedo atónito más aun cuando dentro de ese conjunto escultórico, encontró dando la espalda a todo, una efigie desplazada del grupo, a la que no catalogaba en lugar alguno. Más preocupado, cuando al acercarse a esa figura de mujer envuelta en una túnica negra, sin poder identificar sus facciones, al estar cubiertas en sombra absoluta, observo que aquella misteriosa silueta, le era extrañamente conocida, o que le recordaba a algo o a alguien, pero que no establecía referencia en concreto dentro de su memoria.
Confuso y algo desorientado después de ese momento, volvió a casa, encontrando el contestador encendido, tenía varias llamadas. Una de ellas era de una ex secretaria a la que tuvo que prescindir de sus servicios al extralimitarse en una relación que llegó a mal puerto o demasiado lejos. Aunque quería a Susana, sus éxitos profesionales le llevaron a ser el centro de atención de muchas deseosas entrometidas por conseguir al hombre del momento. Ante tanta gloria, la vanidad engañosa le tentó de tal modo que se dejaría llevar en brazos de mujeres espectaculares, atractivas e interesantes, a escondidas de su esposa. Desde hacía tiempo que no contestaba a ninguna de esas llamadas en concreto. No podía dejar de guardar un cierto luto ante la pena que le embargaba. La soledad le invadía. Tenía deseos de que volviera a su lado su única y verdadera amante, a la mujer de su vida, a su Susana. Con un cierto sentido del remordimiento, pues era consciente desde su conciencia que la había casi abandonado cobardemente a su suerte, los últimos momentos de su vida, refugiándose en otros menesteres que le ayudarán a no afrontar lo irremediable.
Sintió un manifiesto deseo por volver donde había estado esa mañana. Aquella camarilla de historias juntas en aquel estanque fielmente ornamentado, le hizo querer volver lo más pronto posible, sin tiempo que perder. 
Una vez allí, en plena noche fría, pero despejada de niebla alguna, cielo raso, observo asombrado desde la laguna artificial que la figura de mujer envuelta en una capa negra no estaba entre las demás estatuas. Si que se encontraba ese mismo amanecer con las demás. Había salido de repente, dejando un vacío entre aquella serie de relatos, sueltas las unas con las otras pero relacionadas entre sí. Desaparecida la talla que por su expresión oculta sin iniciativa propia, ni crónica que contar, se hacía a si misma intrigante. Lo cierto es que se había escapado como por arte de magia y eso le preocupaba a Tomás más que le intrigara.
El vaho del aliento se hacía más intenso en su respiración debido a unos repentinos nervios que le incomodaban. No comprendía que habría pasado. Mientras seguía allí inmóvil. Quieto como una de aquellas personalidades pesadas. Una mano descubierta, frágil al tacto pero firme, le toco el hombro izquierdo por la espalda. Tomás comprobó que no podía moverse ante aquella llamada, ni volverse para identificar a quien le avisaba. Se encontraba totalmente inmóvil. No era capaz de controlar sus propios actos, ni deseos. Estático, solo noto unas gotas de sudor frío que le caían por sus sienes y le resbalaban por su frente. Petrificado como estaba, solo noto que su posición actual no era la que tenía cuando sucedió tal cosa. Solo podía mirar al frente. Por la posición que vislumbraba supo que se encontraba en el mismo lugar donde se encontraba horas antes aquella dama indescifrable. Poco a poco, muy lentamente fue entrando en su único campo de visión de que disponía, aquella mujer tapada por entero, que ahora era ella la que podía desplazarse, articular movimientos, y la que le observaba a él, con descaro y frescura.
Descubrió su rostro. Identifico su cabello rubio, ahora más plateado que como la recordaba, su mirada azul e intensa, su rostro tierno y dulce, susurro una voz tersa y cariñosa pero no falta de todo reproche:
-        ¿Tomás porque me has hecho esto? ¿Por qué me has engañado todo este tiempo? ¿Tan importante era llegar tan alto, dejándome tan terrible final, moribunda y sola? ¿Tenías que ser un gran profesional de altos vuelos, como Dédalo que esta a tu espalda, con el único interés de realizar tus metas profesionales? ¿No sabías que estaba sufriendo también por ti? ¿Que sabía que me estabas engañando con otras, cuando más te necesitaba? Siempre metido en tu mundo del éxito a cualquier precio, sin preocuparte de tus antiguos valores, esos que olvidaste con el tiempo. Ahora el contenido de los errores pasa factura con sus consecuencias. Hasta siempre amor, quédate como Dédalo caído entre las aguas. Húndete con tus ambiciones traicioneras. Desafía al amor que te quiso. Ignora los consejos sabios de quien bien te quiere. Vuela alto sin control y achicharrate tu mismo. Desciende a los infiernos como Ícaro entre sus alas unidas a su cuerpo en cera, chamuscadas y marchitas para toda la eternidad. 
A Tomás solo le llegaba la vista del horizonte más cercano hasta sus manos envueltas en la mangas de aquella capucha negra oscura y misteriosa que taparía para siempre su rostro y facciones reconocibles. Susana desapareció silenciosa, vaporosa en humo…

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