jueves, 28 de julio de 2011

El enemigo silente.


Ramoncito esperaba en la escalinata del chalé a que lo recogiera su tío. Con sus pantalones cortos de vestir, camisa blanca de los domingos, repeinado y aun húmedo, aplacado gracias a mojar el peine repetidas veces para aplacar esa raíz fuerte, atezado y renegrido, común en los orígenes de su media raza, cruce de una paya y un gitano. Con esa mirada viva, lengua locuaz, buen parlanchín para ser aun un mico de apenas tres años cumplidos y con esa belleza de la mezcla, atracción del resultado de sus formas, imán inusitado e insólito que en sus expresiones le dan ese toque interesante, esa hermosura exótica, que al estar bien esculpida nos proporciona en lo extraño, el llamativo de su ser.
Ramoncito estaba como es normal en el expectante, vigilante y preocupado por todo, como su padre, al que íbamos pronto a ver. Los dos siempre estaban preocupados, llamados por el signo inteligente de la curiosidad. La ilusión que dan las conclusiones a las respuestas, las recompensas y tranquilidades que ofrecen en el saber, la gratificación en el estimulo de que cada día se sepa un poco más de todo.
A lo lejos, desde la carretera, y en el último peldaño de la montañosa escalinata, se alcanzaba a ver ya el peugeot 206, modelo xrd, del tío Paco. Lo que más le distinguía era lo lento que iba, cosa que anotaba y asimilaba ya Ramoncito en su nutrida mollera. Pues su padre le alentaba a la travesura, incitándole al arte de la broma de mal gusto, siempre incidiendo y reconfortándolo en la gracia de la burla hacia las debilidades o carencias del prójimo.
Una ves dentro de la pequeña plaza que daba a la entrada principal del chalé de Ramoncito, este se dispuso a bajar los peldaños a saltitos de dos en dos, y diciéndole a su tío con cierta sorna burlesca, desde esa vocesilla aun tierna y suave:
- ¡Tío Paco que vas pisando huevos, hombre!
- Ramón te tengo dicho que no te mofes de tu tío, un respeto, bebe.
- Yo no soy un bebe ya, soy muy mayor, me dice papa. Tío Paco, ¿quien es este? – y empezó a hacer como si el hablar le costara trabajo, como si el soltar cada silaba fuera un arduo trabajo para sus pulmones - ¡Paco yo soy tu padre! Dale la mano a tu padre.
- Tu, pequeño Darth Vader, súbete al coche, que tu padre te espera. ¿No tienes ganas de verlo ya?
Ramoncito al oír esto hizo caso diligente, algo inquieto sin saber aun porque, esas premoniciones que van en nosotros desde que nacemos, por muy pequeño que se sea, y de manera resuelta, con actos mecánicos ya, cerro la puerta de atrás, se sentó en su sillita, y se abrocho el cinturón de seguridad.
- Listo tío Paco.
- Vale. ¿Y mama esta arriba, en la cocina?
- Esta dando de comer a Pluto.
Pluto era un cachorrito de raza “Pastor Alemán” más grande que el tío Paco y que a este le daba un cierto respeto por su corpulencia, nunca le gustó en demasía la especie canina aunque era más que manso, muy juguetón a la vez que patoso y algo desmañado, torpe en sus estampidas desmedidas, no controladas del todo, quizás por los pocos meses que tenía, pero un angélico a pesar de todo. Inma, la madre se asomo desde la cocina, sabedora ya de todo, amortiguo una sonrisa difícil, profunda casi, pero para nada fuerte, pero si esclarecedora de algún sufrimiento, oculto por fuerza mayor. Mientras saludaba, quizás más relajada al no querer mostrar los sentimientos, pues en ese preciso instante los ojos de Ramoncito no estaban fijos en ella. Inma estaba sin darse cuenta realmente de ello, actuando como solo una madre sabe a través de la interpretación de un papel nunca ensayado ocultar los verdaderos sentimientos, esos que fluyen a flor de piel y carcomen los adentros del alma. La actuación estelar que solo una madre sabe dar a ese público que es el que más desea, al que ama desde lo más profundo de sus entrañas, su hijo.
-Buen viaje.
- ¿Ramón no saludas a mama? Despídete de ella, anda...
Ramoncito miró como pudo desde ese encajonamiento encorsetado y embutido, en esa sensación de agobio de latas de sardinas que son las sillitas homologadas por la dirección de trafico. Saco una manita por el pequeño resquicio que ofrecía la rendija de la ventanilla, con esa media sonrisa de antes, como insertada mecánicamente por unos acontecimientos que ni sabía ni podía saber el significado, pero que si podía no obstante intuir o presentir, esos instintos que llevamos en el “adn” que nos avisan de los augurios venideros a forma de telediario improvisado, más bien profético de las casualidades de la vida. Como el marino que antes que las olas rujan, observa, expectante he interesado más que nunca en lo que le rodea. Viendo llegar a la tempestad, antes de que todo pase. Mirando al cielo, oliendo a la mar, sintiendo al viento, y viendo a las gaviotas ateridas por el miedo. Huyen a tierra, despavoridas sin más. Algo parecido se le notaba a Ramoncito, aunque solo tuviera tres añitos, ya asimilaba sin poder decir como ni expresarlo de manera alguna, él aviente que de los mayores le envolvía. La tormenta que se cernía sobre sus mayores, le salpicaba levemente, pero le llegaba, como telepáticamente, la transmisión de los sentimientos en pequeñas dosis, que él iba encajando en su consciente sin saber aun porque.
- ¿Nos vamos Ramón? ¿Que te pongo chatillo?
- La gallina, la gallinita, Turuleca... Si esa...
- Hecho.
Mientras sonaban los míticos payasos de la tele, retirados hace décadas y aun vigentes en el día a día por las nuevas generaciones que disfrutan y sueñan con sus canciones, Paco le daba vueltas a la salud de su amigo. Pues Paco no era hermano de Ramón padre, sino su mejor amigo. Hermanos hechos por el tiempo. De no haberse separado nunca en su trato de hermandad, entre la confraternidad y camarería que dan el paso continuo de los días. Compañeros desde el inicio del colegio, con los hermanos de La Salle. Implicados por igual en las primeras tramas y coincidencias de gustos de pandillas, de los chismes entre bisoños e inexpertos amores. Novatos en todo, expertos de la nada.
Mientras se dirigían al hospital, Paco le daba vueltas a la enfermedad silente de su amigo, a esa traidora que después de muchos años parasitando en el cuerpo de su huésped daba la cara ahora, de imprevisto, a deshora, súbita y brusca, tenebrosa y lúgubre como la Parca misma.
Pensaba mientras conducía en lo mismo. Una y otra vez, le llegaban más y nuevas preguntas sobre lo que se avecinaba tan de golpe sin aviso alguno. Era curioso el discurrir y reflexionar en las características de esta enfermedad. Más de 170 millones de personas padecen hepatitis C en todo el mundo. En España se estima que rondará el 2,6%, un porcentaje que se estima en números cercanos a los 800.000 afectados. Un alto porcentaje que tiene su explicación en que la enfermedad en si, no da síntomas altamente apreciables durante años. La hepatitis C está directamente relacionada con el desarrollo de un 75% de los casos de cáncer de hígado. Un 80% de las infecciones deriva en cirrosis hepática, normalmente después de 15 o 40 años de infección de la cual el paciente no se da cuenta asta que empieza con las molestias. La cirrosis había empezado en el caso de su amigo a dar la cara ya seriamente, pero por sorpresa. Las pruebas y el tratamiento con el último medicamento que daba resultados a un tanto por ciento elevado fueron rechazadas por su organismo. Había poco que hacer. Lo peor de todo esto, de la hepatitis “C” sobre todo, es que quienes lo sufren no lo sienten. No solía dar ninguna sintomatología. En una hepatitis clásica si hay síntomas comunes que dan la cara antes de que muchos campos de batalla estuvieran ya perdidos. En una hepatitis de otro tipo los síntomas son manifestados por el cansancio, fiebre, coloración amarilla de la piel, náuseas, vomito y debilidad en general. En la hepatitis “C” cuando aparecen estos síntomas ya lo demás suele estar avanzado.
Subían juntos las escaleras del hospital, a Ramoncito le chiflaban esas cosas de saltar escalones. Ya en los últimos peldaños veían a Ramón padre, de espaldas al pasillo general que conduce a las habitaciones. Miraba por la ventana, distraído, sumido en sus preocupaciones. El único síntoma manifiesto que proporcionaba esta hepatitis, era que a medida que se iba agravando, creciendo el hígado de tamaño, se iban quitando las ganas de fumar, y su amigo Ramón era un fumador empedernido, y aun por esa época no se había prohibido fumar en los pasillos habilitados de los hospitales a la consumición de tabaco. El apenas fumaba ya.
Ramoncito se soltó de la mano de Paco, y se fue corriendo hacia la espalda de su padre. Era inconfundible. De belleza exótica como su hijo, Ramón era, no muy alto, pero si con una larga melena negra, a tipo indio de películas del oeste. Con aspecto agitanado, él si era un verdadero mestizo, pero con una educación exquisita de Lord ingles. Cara redonda con nariz achatada, mirada aguda, avispada y con resoluciones sagaces e inteligentes. Irónico y mordaz ha veces, punzante y sardónico otras, la cuestión es que parecía que disfrutaba con ello.
Ramoncito tiró a su padre de la melena. Su padre se había percatado hace unos instantes ya de su presencia, pero le seguía el juego a su hijo. Se volvió de repente, abriéndole los brazos como de recogimiento, saludo afectivo, pero sobrecargado en la mímica. Creando sorpresa en Ramoncito. Este se reía alegre, le atraían los juegos locos y en ocasiones descontrolados de su padre. Interpretando como era en la costumbre e insistencia con ganas de que lo imitasen:
- Ramoncito ven hacia la fuerza, la del lado oscuro, pues yo soy tu padre.
Y como cada loco con su tema, los dos siguieron con su dialogo de besugos y el hijo que ya sabia seguirle la corriente al padre como buen Yedai le contesto con la voz ahogada y ronca de antes.
- No, hacia el lado oscuro no, yo seguiré a Yoda, lado oscuro no.......
Y hay se quedaron de momento sus chaladuras. Menos mal que se encontraban en el pasillo, que los ve el compañero de habitación o alguna enfermera y los llevan a todos al psiquiátrico directamente, de cajón.
Luego, al rato, Ramón se percato, pero a mala conciencia, de la presencia de Paco.
- Pero si has venido con el tío Paco.
Lo miró de arriba abajo, con socarronería, la burla acostumbrada de siempre.
- ¿Has venido con el gordito, y casi calvito ya eh...? Ramoncito.
Ramoncito afirmaba con la cabeza. Y el tío Paco sencillo y profundo en su docilidad, parecía reservado, servil, cosa que le servía para hacer más amigos que enemigos. Aguantar un poco las chaladuras inquisitivas de los demás y no hacerlas caso daba mejores resultados que acabar disgustado y chinchado ante algo que se podría evitar.
La verdad es que los dos amigos entraron hace un par de años en los cuarenta. Alguna tripita incipiente, empecinada se dejaba ver, y no precisamente por el pinchito del bar y la cervecita bien fresquita del verano, pero en los dos, a la par. Lo que pasa, que solo a uno le daba por torturar psicológicamente al otro. Siempre fueron así. Todo el tiempo que estuvieron juntos.
- ¿Puedes venir con nosotros a merendar al café de abajo? – Le comento Paco a su amigo.
- Claro. ¿Que Ramoncito merendamos, tienes ganas? – Ramoncito cautivado por el juego y las tonterías del padre ya solo contestaba...
- Darth Vader, Darth Vader, Darth Vader....

Pasaron la tarde juntos, riendo. Con la atención centrada en el niño, lleno de ocurrencias y esa chispa que hace acaparar la atención en alguien más que hacia otras personas. Pues Ramoncito ya tenía esa lucidez que suele ir desde la niñez unida para siempre al carácter de la persona.
Un ratillo antes de marcharse la visita llegaba otra, Inma y la madre de Ramón. Paco se llevaba a Ramoncito a casa por ese día, estarían juntos, a Paco le atraía el nene, pues era soltero, vivía solo y no tenía hijos, y eso que le encantaban los niños. Y era hijo único al igual que su amigo, coincidían en tantas cosas, por tanto, Ramoncito era su verdadero sobrino, de hermano adoptado por el capricho de la vida, pero más verdadero que el de muchos siendo consaguineos.
A Ramón le harían unas pruebas importantes al rato de irnos, para ver que solución podría haber, si había alguna, pero todo, la verdad estaba muy avanzado. Pero la esperanza y la lucha es lo último que se pierde o debería perderse, esto es al final un juego en el que no se debe de tirar la toalla asta el fin, es mejor vivirla así, que darse por perdido y no saber a que se está.
Ramoncito dio un beso y un abrazo fuerte a su padre y luego le dio la mano a Paco para irse, ya le cansaba el ambiente a hospital, empezaba ha hacérsele aburrido y monótono todo aquello. Su padre lo miro irse, como si fuera la última vez que lo viera. Afortunadamente lo vio muchos años más. Este final es el que esperamos o deseamos siempre. ¿Verdad? Pues porque no acabar así.....

Hoy 28 de julio, se celebra el día mundial contra la hepatitis. Ojalá den con la solución a esta enfermedad, sobre todo en los casos que aun no tiene solución, pues se da en algunos casos de la hepatitis “C”. Es el enemigo silente.

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