jueves, 28 de julio de 2011

El enemigo silente.


Ramoncito esperaba en la escalinata del chalé a que lo recogiera su tío. Con sus pantalones cortos de vestir, camisa blanca de los domingos, repeinado y aun húmedo, aplacado gracias a mojar el peine repetidas veces para aplacar esa raíz fuerte, atezado y renegrido, común en los orígenes de su media raza, cruce de una paya y un gitano. Con esa mirada viva, lengua locuaz, buen parlanchín para ser aun un mico de apenas tres años cumplidos y con esa belleza de la mezcla, atracción del resultado de sus formas, imán inusitado e insólito que en sus expresiones le dan ese toque interesante, esa hermosura exótica, que al estar bien esculpida nos proporciona en lo extraño, el llamativo de su ser.
Ramoncito estaba como es normal en el expectante, vigilante y preocupado por todo, como su padre, al que íbamos pronto a ver. Los dos siempre estaban preocupados, llamados por el signo inteligente de la curiosidad. La ilusión que dan las conclusiones a las respuestas, las recompensas y tranquilidades que ofrecen en el saber, la gratificación en el estimulo de que cada día se sepa un poco más de todo.
A lo lejos, desde la carretera, y en el último peldaño de la montañosa escalinata, se alcanzaba a ver ya el peugeot 206, modelo xrd, del tío Paco. Lo que más le distinguía era lo lento que iba, cosa que anotaba y asimilaba ya Ramoncito en su nutrida mollera. Pues su padre le alentaba a la travesura, incitándole al arte de la broma de mal gusto, siempre incidiendo y reconfortándolo en la gracia de la burla hacia las debilidades o carencias del prójimo.
Una ves dentro de la pequeña plaza que daba a la entrada principal del chalé de Ramoncito, este se dispuso a bajar los peldaños a saltitos de dos en dos, y diciéndole a su tío con cierta sorna burlesca, desde esa vocesilla aun tierna y suave:
- ¡Tío Paco que vas pisando huevos, hombre!
- Ramón te tengo dicho que no te mofes de tu tío, un respeto, bebe.
- Yo no soy un bebe ya, soy muy mayor, me dice papa. Tío Paco, ¿quien es este? – y empezó a hacer como si el hablar le costara trabajo, como si el soltar cada silaba fuera un arduo trabajo para sus pulmones - ¡Paco yo soy tu padre! Dale la mano a tu padre.
- Tu, pequeño Darth Vader, súbete al coche, que tu padre te espera. ¿No tienes ganas de verlo ya?
Ramoncito al oír esto hizo caso diligente, algo inquieto sin saber aun porque, esas premoniciones que van en nosotros desde que nacemos, por muy pequeño que se sea, y de manera resuelta, con actos mecánicos ya, cerro la puerta de atrás, se sentó en su sillita, y se abrocho el cinturón de seguridad.
- Listo tío Paco.
- Vale. ¿Y mama esta arriba, en la cocina?
- Esta dando de comer a Pluto.
Pluto era un cachorrito de raza “Pastor Alemán” más grande que el tío Paco y que a este le daba un cierto respeto por su corpulencia, nunca le gustó en demasía la especie canina aunque era más que manso, muy juguetón a la vez que patoso y algo desmañado, torpe en sus estampidas desmedidas, no controladas del todo, quizás por los pocos meses que tenía, pero un angélico a pesar de todo. Inma, la madre se asomo desde la cocina, sabedora ya de todo, amortiguo una sonrisa difícil, profunda casi, pero para nada fuerte, pero si esclarecedora de algún sufrimiento, oculto por fuerza mayor. Mientras saludaba, quizás más relajada al no querer mostrar los sentimientos, pues en ese preciso instante los ojos de Ramoncito no estaban fijos en ella. Inma estaba sin darse cuenta realmente de ello, actuando como solo una madre sabe a través de la interpretación de un papel nunca ensayado ocultar los verdaderos sentimientos, esos que fluyen a flor de piel y carcomen los adentros del alma. La actuación estelar que solo una madre sabe dar a ese público que es el que más desea, al que ama desde lo más profundo de sus entrañas, su hijo.
-Buen viaje.
- ¿Ramón no saludas a mama? Despídete de ella, anda...
Ramoncito miró como pudo desde ese encajonamiento encorsetado y embutido, en esa sensación de agobio de latas de sardinas que son las sillitas homologadas por la dirección de trafico. Saco una manita por el pequeño resquicio que ofrecía la rendija de la ventanilla, con esa media sonrisa de antes, como insertada mecánicamente por unos acontecimientos que ni sabía ni podía saber el significado, pero que si podía no obstante intuir o presentir, esos instintos que llevamos en el “adn” que nos avisan de los augurios venideros a forma de telediario improvisado, más bien profético de las casualidades de la vida. Como el marino que antes que las olas rujan, observa, expectante he interesado más que nunca en lo que le rodea. Viendo llegar a la tempestad, antes de que todo pase. Mirando al cielo, oliendo a la mar, sintiendo al viento, y viendo a las gaviotas ateridas por el miedo. Huyen a tierra, despavoridas sin más. Algo parecido se le notaba a Ramoncito, aunque solo tuviera tres añitos, ya asimilaba sin poder decir como ni expresarlo de manera alguna, él aviente que de los mayores le envolvía. La tormenta que se cernía sobre sus mayores, le salpicaba levemente, pero le llegaba, como telepáticamente, la transmisión de los sentimientos en pequeñas dosis, que él iba encajando en su consciente sin saber aun porque.
- ¿Nos vamos Ramón? ¿Que te pongo chatillo?
- La gallina, la gallinita, Turuleca... Si esa...
- Hecho.
Mientras sonaban los míticos payasos de la tele, retirados hace décadas y aun vigentes en el día a día por las nuevas generaciones que disfrutan y sueñan con sus canciones, Paco le daba vueltas a la salud de su amigo. Pues Paco no era hermano de Ramón padre, sino su mejor amigo. Hermanos hechos por el tiempo. De no haberse separado nunca en su trato de hermandad, entre la confraternidad y camarería que dan el paso continuo de los días. Compañeros desde el inicio del colegio, con los hermanos de La Salle. Implicados por igual en las primeras tramas y coincidencias de gustos de pandillas, de los chismes entre bisoños e inexpertos amores. Novatos en todo, expertos de la nada.
Mientras se dirigían al hospital, Paco le daba vueltas a la enfermedad silente de su amigo, a esa traidora que después de muchos años parasitando en el cuerpo de su huésped daba la cara ahora, de imprevisto, a deshora, súbita y brusca, tenebrosa y lúgubre como la Parca misma.
Pensaba mientras conducía en lo mismo. Una y otra vez, le llegaban más y nuevas preguntas sobre lo que se avecinaba tan de golpe sin aviso alguno. Era curioso el discurrir y reflexionar en las características de esta enfermedad. Más de 170 millones de personas padecen hepatitis C en todo el mundo. En España se estima que rondará el 2,6%, un porcentaje que se estima en números cercanos a los 800.000 afectados. Un alto porcentaje que tiene su explicación en que la enfermedad en si, no da síntomas altamente apreciables durante años. La hepatitis C está directamente relacionada con el desarrollo de un 75% de los casos de cáncer de hígado. Un 80% de las infecciones deriva en cirrosis hepática, normalmente después de 15 o 40 años de infección de la cual el paciente no se da cuenta asta que empieza con las molestias. La cirrosis había empezado en el caso de su amigo a dar la cara ya seriamente, pero por sorpresa. Las pruebas y el tratamiento con el último medicamento que daba resultados a un tanto por ciento elevado fueron rechazadas por su organismo. Había poco que hacer. Lo peor de todo esto, de la hepatitis “C” sobre todo, es que quienes lo sufren no lo sienten. No solía dar ninguna sintomatología. En una hepatitis clásica si hay síntomas comunes que dan la cara antes de que muchos campos de batalla estuvieran ya perdidos. En una hepatitis de otro tipo los síntomas son manifestados por el cansancio, fiebre, coloración amarilla de la piel, náuseas, vomito y debilidad en general. En la hepatitis “C” cuando aparecen estos síntomas ya lo demás suele estar avanzado.
Subían juntos las escaleras del hospital, a Ramoncito le chiflaban esas cosas de saltar escalones. Ya en los últimos peldaños veían a Ramón padre, de espaldas al pasillo general que conduce a las habitaciones. Miraba por la ventana, distraído, sumido en sus preocupaciones. El único síntoma manifiesto que proporcionaba esta hepatitis, era que a medida que se iba agravando, creciendo el hígado de tamaño, se iban quitando las ganas de fumar, y su amigo Ramón era un fumador empedernido, y aun por esa época no se había prohibido fumar en los pasillos habilitados de los hospitales a la consumición de tabaco. El apenas fumaba ya.
Ramoncito se soltó de la mano de Paco, y se fue corriendo hacia la espalda de su padre. Era inconfundible. De belleza exótica como su hijo, Ramón era, no muy alto, pero si con una larga melena negra, a tipo indio de películas del oeste. Con aspecto agitanado, él si era un verdadero mestizo, pero con una educación exquisita de Lord ingles. Cara redonda con nariz achatada, mirada aguda, avispada y con resoluciones sagaces e inteligentes. Irónico y mordaz ha veces, punzante y sardónico otras, la cuestión es que parecía que disfrutaba con ello.
Ramoncito tiró a su padre de la melena. Su padre se había percatado hace unos instantes ya de su presencia, pero le seguía el juego a su hijo. Se volvió de repente, abriéndole los brazos como de recogimiento, saludo afectivo, pero sobrecargado en la mímica. Creando sorpresa en Ramoncito. Este se reía alegre, le atraían los juegos locos y en ocasiones descontrolados de su padre. Interpretando como era en la costumbre e insistencia con ganas de que lo imitasen:
- Ramoncito ven hacia la fuerza, la del lado oscuro, pues yo soy tu padre.
Y como cada loco con su tema, los dos siguieron con su dialogo de besugos y el hijo que ya sabia seguirle la corriente al padre como buen Yedai le contesto con la voz ahogada y ronca de antes.
- No, hacia el lado oscuro no, yo seguiré a Yoda, lado oscuro no.......
Y hay se quedaron de momento sus chaladuras. Menos mal que se encontraban en el pasillo, que los ve el compañero de habitación o alguna enfermera y los llevan a todos al psiquiátrico directamente, de cajón.
Luego, al rato, Ramón se percato, pero a mala conciencia, de la presencia de Paco.
- Pero si has venido con el tío Paco.
Lo miró de arriba abajo, con socarronería, la burla acostumbrada de siempre.
- ¿Has venido con el gordito, y casi calvito ya eh...? Ramoncito.
Ramoncito afirmaba con la cabeza. Y el tío Paco sencillo y profundo en su docilidad, parecía reservado, servil, cosa que le servía para hacer más amigos que enemigos. Aguantar un poco las chaladuras inquisitivas de los demás y no hacerlas caso daba mejores resultados que acabar disgustado y chinchado ante algo que se podría evitar.
La verdad es que los dos amigos entraron hace un par de años en los cuarenta. Alguna tripita incipiente, empecinada se dejaba ver, y no precisamente por el pinchito del bar y la cervecita bien fresquita del verano, pero en los dos, a la par. Lo que pasa, que solo a uno le daba por torturar psicológicamente al otro. Siempre fueron así. Todo el tiempo que estuvieron juntos.
- ¿Puedes venir con nosotros a merendar al café de abajo? – Le comento Paco a su amigo.
- Claro. ¿Que Ramoncito merendamos, tienes ganas? – Ramoncito cautivado por el juego y las tonterías del padre ya solo contestaba...
- Darth Vader, Darth Vader, Darth Vader....

Pasaron la tarde juntos, riendo. Con la atención centrada en el niño, lleno de ocurrencias y esa chispa que hace acaparar la atención en alguien más que hacia otras personas. Pues Ramoncito ya tenía esa lucidez que suele ir desde la niñez unida para siempre al carácter de la persona.
Un ratillo antes de marcharse la visita llegaba otra, Inma y la madre de Ramón. Paco se llevaba a Ramoncito a casa por ese día, estarían juntos, a Paco le atraía el nene, pues era soltero, vivía solo y no tenía hijos, y eso que le encantaban los niños. Y era hijo único al igual que su amigo, coincidían en tantas cosas, por tanto, Ramoncito era su verdadero sobrino, de hermano adoptado por el capricho de la vida, pero más verdadero que el de muchos siendo consaguineos.
A Ramón le harían unas pruebas importantes al rato de irnos, para ver que solución podría haber, si había alguna, pero todo, la verdad estaba muy avanzado. Pero la esperanza y la lucha es lo último que se pierde o debería perderse, esto es al final un juego en el que no se debe de tirar la toalla asta el fin, es mejor vivirla así, que darse por perdido y no saber a que se está.
Ramoncito dio un beso y un abrazo fuerte a su padre y luego le dio la mano a Paco para irse, ya le cansaba el ambiente a hospital, empezaba ha hacérsele aburrido y monótono todo aquello. Su padre lo miro irse, como si fuera la última vez que lo viera. Afortunadamente lo vio muchos años más. Este final es el que esperamos o deseamos siempre. ¿Verdad? Pues porque no acabar así.....

Hoy 28 de julio, se celebra el día mundial contra la hepatitis. Ojalá den con la solución a esta enfermedad, sobre todo en los casos que aun no tiene solución, pues se da en algunos casos de la hepatitis “C”. Es el enemigo silente.

miércoles, 27 de julio de 2011

El abuelo inexistente.

Te veo caminar, en mi imaginación, en mis deseos, los que serían, son, mis ilusorios recuerdos.
Tus pasos son calmos, sosegados, ritmo algo cansado, quizás hagan efecto tantas primaveras dadas a esa picadura de tabaco. Paso tras paso, con el rostro apacible, serio y sosegado, de esa paz del buen poso, repósate enraizado con sabor a antiguo, a plácido juicioso, por el asiento que conceden las celebraciones de los años.
Vas por el sendero, tu paseo de todas las mañanas, por el parque antiguo. El primer frío otoñal llama al primer café del día, ya van a la universidad los nietos. Hoy estas solillo abuelo, tus huellas bien marcadas en el asfalto son marcas de tu paso por este nuevo día, el sonido de tus pisadas, hojas secas ya, que crujen al ser pisadas, se escapan y escabullen hacia donde las manda el encaprichado viento del norte. Hoy sacaste el abrigo de invierno, antes de tiempo, pero en una mañana destemplada como esta. Y ese silencio, escuchas tu respiración, el latido acompasado de tu corazón algo agitado y ves el hálito que sueltan tus pulmones entre la descompuesta niebla. Tu dinastía ya no te acompaña. La abuela se fue sin despedirse, y las palabras no se las puede llevar el viento, pues no hubo verbo, conjunción ni expresión que pudiera ser gravada en el. La vida te volvió la cara, un nuevo desdén, grosería de este mundo, menosprecio hacia el que es tu recuerdo, abuelo mío, el que me invento en mi cielo, en lo que no tuve, el que saco de la nada, el que deseo, el que pude tener y no tengo en mi mente, el que no puedo sacar de mis momentos, mi abuelo.
En tu paseo que ya es costumbre, cruzaste el primero de los seis elegantes y hermosos puentes del parque, pasito a pasito, coges aire, un suspiro, miras a derecha e izquierda y un nuevo paso al camino. Camino bordeado de sauces y flores, vistosas de entre una naturaleza llena de sus colores vivos tras haberse apagado las luces de la ya fallecida noche. Noche calma, favorita en un paseo como este, que atrae a las parejas de enamorados de la ciudad, entre faroles de luces verdes, tenues y sutiles. Caprichos y diabluras de los que harían en tu época travesuras a pulso del corazón.
La verdad es triste, pues me acordé de ti, te hice y te cree porque hoy le dio a alguien por poner el día del abuelo en su recuerdo, en la mente de todos, en homenaje de todos ellos. Yo tuve abuela, la única que conocí, por eso la tuve, la que sigue en mi recuerdo, pero a la que no evoco a que venga a mi memoria, a la que más bien acudo a su olvido, pues la rememoración con ella de lo vivido no da a alusión más que a la desconsideración. Su altanería y orgullo, flaquezas de su personalidad, fueron balas de fuego hacia mi persona. Por eso hoy en el día al abuelo, te busco a ti, al que me invento, dando rienda suelta a mi mente, y veo a un abuelo sencillo, manso y bueno, el que se alegra al verme, ese que tiene estilo. El que regaña sonriente, pues le hace gracia ese loco bajito que juega y juega, que no se cansa, al que no consigue reñir. Al que no censura cada uno de sus actos, pues lo ve con ternura y cariño. Al que reconcilia con un guiño, con un gesto, con una mueca cómplice, ese calor amante del abuelo. Su cara y semblante tienen el paso de los años, el retrato con un pasado, marco y muestra manifiesta del acomodo de determinados genes que heredé, pero rasgos únicos de la ternura, de una caricia a tiempo, de una mano grande llena de callos doloridos, secos y fríos, que cubren mi cara, con tacto y dulzura. Meloso cuando se queda fijo mirándome, bondad en sus palabras al hablarme suave, afable y tierno, ese es mi abuelo....

Feliz día del abuelo, a todos los abuelos buenos. Donde quiera que estés, abuelo.......

miércoles, 13 de julio de 2011

Capítulo III de “Divididos”. -Las manos de mi ninfa-.


Meditando mi actuación reprochable sin lugar a dudas ante Carla, y ante una persistente jaqueca, reflexione un rato en el sillón. La última actuación que tuve hacia ella no era de recibo. La descompuse con el transcurso de estos inesperados acontecimientos. Que cojas el teléfono y te aparezca el proyecto futuro de novio, con una voz a lo Muñoz Seca en la “Venganza de Don Mendo” es para descomponer los nervios de cualquiera. Valla futuro puede deparar la convivencia con un tipo tan desequilibrado. Tenía que aclararlo. Misión complicada por sus acontecimientos más inmediatos y de que maneras inapropiadas. Cerrados los ojos me fui abandonando otra vez a esa somnolencia. Me abandonaba a las despreocupaciones. Salía del alboroto de los pasados acontecimientos sin sentido. Poco a poco salía otra vez de mi. Mi cuerpo, en estado casi perfecto de hibernación parecía flotar al mismo ritmo que la mínima conciencia que le iba quedando, la única que puede ahora contar lo vivido en esos momentos perdidos en otro universo.
Sentado a una esquina, en una gran plaza desconocida, llena de terrazas, bares, restaurantes. Accedí a través del arco alto, con dominación visual de casi toda ella, sentía la relajación, la seguridad tirana de un príncipe orgulloso ante su basto imperio. De aspecto castellano, la plaza se rodeaba con edificios de cuatro plantas, la baja con arcos soportales, y las tres altas con balcones corridos de hierro forjado. Otra vez ese status anterior, con una especie de la maestría y destreza, propia de ser poseído por uno mismo. Dos yos de distintos tiempos que se unían en una misma persona, solo cuando comenzaban estos nuevos sueños. Al otro lado, el opuesto, divisaba el arco bajo. En un tramo de ella la unidad arquitectónica se rompe, con ciertos rasgos manieristas, en cuya fachada se cubre con innumerables balconcillos separados entre si por columnas del orden Toscano. De algo tenía que haberme servido el estudiar hace años en artes y oficios. La historia del arte era de las asignaturas que más embaucaban mi atención.
Nada había cambiado en mi forma de hablar, no como la vez anterior, aunque no hubiese intercambiado aun palabra con nadie.
La plaza que me rodeaba derrochaba creatividad, solo en una ojeada, a vuelo de pájaro, rápida pero concisa, me dejaba la sapiencia culta y sabia del saber erudito de siglos pasados. Por suerte todo seguía siendo contemporáneo, sus gentes, las formas de expresarse, aunque algo en el ambiente me llevaba a que no se desvaneciera de mi pensamiento la inquietud e incertidumbre de que todo no este visto, algo se trama desde las estrellas y lo notaba en el interior.
La tarde se llevaba en si misma casi a su ocaso. La fase de la luna alcanzaba el plenilunio. Las calles que se enraizaban en salidas perpendiculares, centelleaban con una intensidad cambiante, oscilante desde los candelabros cuadrados, propios, acompasados a una luz que ambientaba a esa lejana época. Igualada al conjunto, sin ninguna anomalía, ningún desorden del equilibrio, del arte al cual añoraba. Algunas calles podían ser divisadas desde él angulo que me encontraba. Al comienzo de ellas, en sus esquinas, una parte de ella se redondeaban hacia adentro o hacia fuera, según la forma de entrada a la misma. Rebanadas en el muro o también podía ser con saliente exterior, en redondo. Así se facilitaba el paso de los carros.
Un escalofrío estremecedor me llego asta el último pelo de mi cabeza. Al imaginar tan solo que si en estos momentos se sentara junto a mi, en mi mesa, el otro yo interior que hablaba a igual que un hidalgo castellano. Un mismo personaje en dos etapas o fases de tiempo diferentes. Pues por un momento las sombras se espesaban, la luz se condensaba cada vez más tenue, sumamente delicada. El ruido a motores desaparecía, se esfumaban entre ese vapor, ocaso del día al principio de la noche. Un sudor que se adhería al paso de una mano por la frente, era frío, como hielo polar. Lo más curioso es que el tacto de esa mano no era reconocible por propio.
Mire alrededor, pero cualquier forma humana o viva cerca era totalmente inexistente. Lo que fuera, secó mi sudor, cada vez más congelado, y al tacto suave se volatilizo en un abrir y cerrar de ojos. La concentración de la angustia subió en voltaje, la aceleración de los latidos del corazón incontables.
Al fondo de la plaza, en medio del arco bajo de la entrada opuesta, se construía metódicamente, una silueta que adquiría poco a poco una forma humana. Entre pequeñas motas de agua cristalina, tan insignificantes y finas como roció de la mañana, una masa acumulativa, en mezcla de grises y azules que a medida que se acercaba, iban difuminándose por si mismas y fundiéndose a su unísono silencioso, que producía al contemplarlo extraños escalofríos interiores. Aclarando toda la masa en un físico corpóreo que empezaba, no sin dificultades, a tomar una identidad reconocible. El acercamiento se producía, simple, despreocupadamente sutil. De manera llamativa, el rostro empezaba a distinguirse, con un velo transparente, que aun así no deja de cubrir algo, un secreto intrigante, una pregunta cuya respuesta se iba aclarando a medida que se aproximaba. La respuesta oculta al anterior presentimiento, se iba transformando en el dueño, quizás, de esa mano que inexplicablemente hace unos segundos, limpiaba y acariciaba mi cara. El contorno, perfil de su figura, balanceaba acariciando el espacio que la limitaba, de manera posesiva, eminente. Tomaba el carácter de una deidad surgida de entre esas gotas de roció, aguas de bosque selva. Un repentino golpe de viento despego bruscamente el velo de su rostro. Una joven hermosa. Mirada fría, pero expresión fiel y sincera. Transmitía la seguridad de una fiable consejera, sigilosa inspiradora sabia, al igual que dríada llena de secretos. Su transformación desde la distancia, llevaba a pensar en un personaje mitológico. La ninfa salida de las profundidades del océano. Una cortesana libre y a la vez pura, que aunque cae en típico del tópico, podía darse en el interior tan complicado de mi amiga Carla.
Estas estañas cábalas, conjeturas inquietantes, intrigas que ya no sé si rozaban lo real o seguían dentro de la maquinación imaginaria de mi mente, proporcionando una nueva dimensión jamás experimentada. Proporciones nuevas con toque fantástico. Un espíritu mítico y a la vez volátil. Involuntariamente una ondina, la deidad suspendida al aire, entre ríos y fuentes.
Carla llevo sus pasos frente a mi. Inmóvil, una estatua griega. Me observaba en silencio, era parte de la escena, no alarmaba con su comportamiento a las personas de las otras mesas, como si no existiese o encajase habitualmente con total y absoluta normalidad. De labios generosos, dibujados como vulva carnosa, llamativos, provocadores, hacia hormonas del sexo que despierte dicha insinuación de la naturaleza. Sus ojos verdes, un campo virgen que ve de nuevo amanecer, terrenos despiertos, limpios de dobles sentidos, pero transmisores de que saben lo que persiguen, lo que se quiere y su momento oportuno para obtenerlo. Con esto estaba dicho, la personalidad de Carla era fuerte, dura, firme como un viento rápido del norte que inconsciente se funde con otro cálido y puede provocar posteriormente fuertes e inseguros tornados. Una cara angulosa, con pómulos no excesivamente pronunciados pero si presentes. Barbilla algo más acentuada, destacada pero sin salirse de los cánones que descompongan a las normas de la genuina belleza, algo más genética, como herencia ancestral de una raza que dejo huella en una determinada etapa de la historia. Alta, exótica en todo auque no transmitía rareza alguna, ningún descuadre en su equilibrio, todo lo contrario. Cabellos al cuero negro, largos, ondulados y prolongados, llevados al viento y haciendo juego al color de grises, en la ya comenzada, plena y negra noche.
Seguía inmóvil, con una gabardina larga que le daba un cierto toque misterioso a novela negra. Botas altas, terminadas en las rodillas. Un pañuelo de olas azules y lunares rojos suspendidos entre varias lunas de colores indefinibles, acariciando su delicado cuello.
Alargó una mano blanca, de no haber tomado algo el sol. Soltó al lado de la cerveza un papel arrancado a una agenda pequeña, a manera de mensaje con instrucciones, plegado varias veces y escrupulosamente esmerado en los dobleces. Una voz algo gutural, de tono ronco, nada habitual en ella, sin rozar siquiera a la rudeza ni al desagrado pero si en formas dialogales poco comunes.
-Viajero al igual que un nuevo Ulises. Vagas ahora por las puertas del tiempo, de varios tus que te fueron sembrando. Entre partes de una crónica, comienzo de una creación que inconscientemente has violado. Advertencia: “No burles al mensajero entre el largo camino que te espera”. “Solo el te dará la llave del retorno”. “Hallar el amor, es el camino de vuelta”. “Hay esta el camino, con sus propias huellas, del sendero que jamás debiste indagar”.“Entraste en las sombras y la desolación de las soledades eternas”.
No salía de mi asombro, pero tenía el presentimiento que el tiempo me apremiaba, tenía que ser rápido y conciso, se disponía a emprender la marcha.
-¿Pero como hallar al mensajero? ¿Como sabré encontrarlo, que señal avisará cuando lo tenga delante?
Ahora parecía un personaje de ficción, una sombra del pasado, el epígrafe de una fabula. De espaldas, doblo el cuello y mirándome de soslayo pronuncio las últimas palabras antes de desaparecer como el agua que se desliza veloz, ruidosa y furiosa hacia una inmensa cascada...
-La primera intuición te lo aclarará todo. Solo tienes que escuchar tus primeros pensamientos. Al mensajero, lo tienes delante, ¿no me ves...?
Sabía y asimilaba como podía lo que acababa de vivir. A la vez supe que ella no podría ser vista por una pitonisa, ni por nadie que se dedicara a las ciencias ocultas, pues esta Carla, no estaba escrita en la palma de mi mano. Una vez fuera de esta reflexión, desapareció cualquier rastro de la imagen de Carla.
Es curioso. Las vueltas que da la vida y sus coincidencias fortuitas. Si relacionásemos todo lo que nos ocurre en ella, cuantas sorpresas explicables nos depararía. Cada uno de los que consideramos pequeños episodios, y que se nos olvidan fácilmente porque creemos carecen de importancia, influirían notoriamente de ser escuchados. Recordaba que hace menos de una semana me contaba uno de los mejores amigos que tenía en la vida, de esos que desde que nacemos están juntos por el sendero, y son escasos, sobre lo curioso en las coincidencias de Nietzche y Freud.
-Sabes que Nietzche y Freud, coincidían en algo tan simple que si el hombre escuchara sus primeras intuiciones sin pensar en los pros y contras que se le amontonarían, y aplicadas de forma rutinaria, el hombre dejaría de ser hombre y empezaría a ser ese superhombre, del que tanto uno como el otro tanto sospechaban. Pues casi está demostrando científicamente, que esa primera impresión que tiene el hombre en cada una de sus originarias reacciones, son las más acertadas. Siempre y cuando sean tan rápidas que no den objeción ni oportunidad a su racionalidad.
Pensaba en ello, solo unos instantes habían pasado de que se borrase Carla en el firmamento. Volvía el ruido de las gentes, el humo suspendido en el aire, el olor a tabaco, al frito de las cocinas que se escapaba por los extractores, a los puestos ambulantes de patatas fritas con mahonesa. Las terrazas comenzaban a llenarse, sería viernes, que sé yo, pero a la plaza no paraba de agregársele figuras que una vez dentro formaban parte propia del entorno, como a corriente de un caudaloso rió. A la explanada que era totalmente peatonal, le faltaba poco para abarrotarse. Chicos jóvenes y no tanto, con un cierto toque a intelectuales trasnochados, bohemios de ocasión a la moda, se presentía ambiente a universidad, y las cervezas iban de aquí allá, con un sin cesar, agitado pero no menos compás monótono y cansino al que hacer de los camareros.
Seguía en la mesa pegada al arco de entrada, dominándolo todo, espectador de una enorme escena, solo, pero sin que nada me preocupara mucho en esos instantes.
Todo seguía en ese equilibrio que me tranquilizaba, la estabilidad que te produce el olvidarte de los problemas. Pero de la armonía a la tensión que produce lo incomprendido y del que se puede cambiar su estado es de cuestión de milésimas de segundos. Al principio de cada mesa colindante, cada uno de los vecinos próximos se levanta y se volvía a mirarme fija y permanentemente.
-“¡Horror! Houston tenemos un problema, esto se sale del guión!”-.
Al unísono y de manera espontánea acorde a los primeros, reaccionaron todos los que se hallaban en la plaza de forma igual y exacta. Con cierto conservadurismo a sus actos y maneras, un tradicional desdén en las expresiones que se marcaban en sus rostros, interpretaba que esto iba en plan hostil, y no tardaría mucho en manifestarse en ofensa con posible agresión, seguro. Parecían salidos de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, la del 78 era la mejor, sin lugar a dudas, con Donald Shuterland, todos esos seres, salidos ya de sus vainas de transformación que se enraizaban a las victimas mientras su huésped dormía. Otra curiosidad eran el cambio de sus vestimentas, no cabía ya dentro de mi, inmóvil, estático como un roble. Unos vestían a igual que hidalgos del XVII, otros con andrajos plebeyos. Había de todo, uniformes guerreros con cota de maya, militares, uniformes de las s.s, tipos con gabardina a la gestapo, uno de ellos estilo aventurero Indiana, las damas con múltiples estilos, algunas con el corte de pelo, vestidos y collares años veinte, otras como despistadas dulcineas, damas de alta sociedad, duquesas vulgares semejantes a retratos de Goya. Todos fijos en mi, de igual forma, era muy acojonante, empezaba a sentirme vivir la realidad y estar verdaderamente vivo de nuevo. Y todo empeoraba cuando todos a la vez, en igual sincronía y concordancia hacia donde me encontraba, accedieron a dar un paso al frente simultáneamente con la misma coexistencia de la que avanza un ejército decidido.
Las manos, ahora acogedoras y afables se volvieron a posar en mi frente, bajaron lentamente tapando los párpados, ocultando a la visión, volvió el trance, huyeron los apuros, y la dormilona penetro de manera bestial y fulminante.
Volvía a estar en la sala de estar, en el sillón, más acogedor y cómodo que nunca. Reaparecía solo, como estaba antes de pasar esta pesadilla, alucinación o delirio, ya no sé que era todo esto que volvía a producirme el desasosiego de vivir acciones desconocidas, el temor y la congoja de no saber de que iba este juego, que vivía como novedoso, intruso de una vida la mar de tranquila asta entonces...
Ahora si estaba seguro, pues recordaba con nitidez cada detalle de lo ocurrido. Las manos que me transportaron, que me despertaron y me salvaron, eran -las manos de mi ninfa-

lunes, 11 de julio de 2011

(Continuación: “De Divididos”) CAPITULO II. Divididos y por fín encontrados


Diario La Voz , artículo de Opinión (diario regional local de la mañana).
“Felicidades a los premiados, con los seis aciertos. Hecho casi sin precedentes, aunque alguno puede haber. Los máximos acertantes con los seis aciertos más el complementario, no tendrán apenas para pipas, dado la gran cantidad de acertantes. Por una vez que toca en la provincia y al afortunado le toca asta llorar. Seguro que pensará que no es justo, para una vez que le toca, no le toca casi nada”.


Poco después de mirarlo, me dirijo a saber la cuantía del premio de los máximos acertantes. No puede ser, no Dios. Pero con las malas mañas si podemos llamarlo así que se utilizaron, quizás sea justo. Un viaje fallido, es lo primero que se me viene en mente para mitigar un poco la incipiente tristeza. Todo como laberinto llega a igual destino, parecido averno, de entre este abismo tártaro, similar a castigo eterno de sus condenados, pienso. Todo se desarrolla tal y cual me ha ido ocurriendo en la irónica y ya típica del transcurso de mi camino. Otra burla cruel, nada disimulada ni fina, de entre ese sarcasmo burlón y mordaz que siempre acecha en el ya pantano de arenas movedizas. Me salí del parchís para conseguir de una vez mi dicha, y la aventura se volvió de nuevo en calamidad, la misma persecución que siempre siguió a mi vida.
¿Pero porque hablar así, tan místico y poco lisonjero? No parezco yo, el mismo que hablaba antes al ojear el diario ameno. Tan adulador hacía un rato, antes de saber la noticia, hacia mi mismo, satisfactorio y prometedor, dueño sabedor de la que iba a ser mi dicha y de pronto transformado, en un culto hablador, con verbo a lo erudito, pero en sí mesmo, pesimista.
Que raro es ya todo esto. Y que distinto ahora me siento. Es como si fuera yo, y a la vez, el mismo estuviese fuera de su natural zona, de ese que no se piensa al ocupar espacio, lugar o sitio, pero que no es el natural de mi persona.
Me escucho y que raro me sueno, que extraño retumbar, al atronar mi voz, la que sale de mi interior, pero la que no recuerdo al ser tañida en el parecer de mi recuerdo. Es como la palabra que sale de ese mi adentro, como si se nombrasen solas, fluyendo, divulgándose desde entrañas, sin ser yo el dueño en sus deseos que quieran de si ser dadas.
¿Que es todo esto? ¡Vasta par diez? ¿Que locura es esta? Que hace morir, que de la ilusión fallece y al fracasar permanece todo verbo ahora en mi. Pero a más que hablo, a generoso hidalgo me asemejo, aunque ase solo un rato, solo a un mezquino e innoble, en pretensiones similares a las de un pendejo hallé.
Di paso a siglos atrás, a una figura en palabra cervantina, pero con una cierta palabrería e infundías chulescas, no más de la grosera necia propia de este zascandil que con juicio nublado, revoltoso y en sus propósitos enredados, irreflexivos en sus actos a esta dicha fue con sorna informal, de tal botarate, a lo que ahora da. Esto es trágico y cruel por momentos. Al igual que a un Góngora me llego aparecer. Y más trágico aun que no pueda ver más allá de mis palabras ni imaginar mi facha, esperpento macabro del que mi mal no espanta. Al contrario, solo se reafirma la presunción y jactancia, la cual no domino y en mi toma riel con armazón permanente que ya deja huella en mi.
Pero esperar que la dicha aventurera enlazada a mi desdicha asoma, por ventura ya llega a esta mi persona. El uso a la razón despierta, pues el reflejo de mi ser al espejo llama, todo cual soy en el se inscribe, por tal estoy en la estancia, no sin el arte que aparezca de alguna magia. Pues las ropas mías no he de advertir, más a las de un bucanero se asemejan, y a un siglo muy lejano, más de la mano del XVII como cercano pueda a mis entendederas deducir.
De mi Carla el recuerdo llama, de ella a la salvación de mis penurias solo puedo acudir. Sí, solo a ella, después del delito a con esta cometida, como vil filibustero de las Antillas pirata, ahora he de recurrir.
De este raro artefacto o trasto del cual mi mente no ha borrado. Al que como un diablo los ahora mis contemporáneos hubiesen tratado, entre hilos conductores a transmitir toda forma de chisme, de entre sonidos que al viento adoran, al igual que a negrero que con tales códigos con intereses trapichean y sus conocimientos fulguran ante el dios informativo que a sus oídos reverberan, y a la moda de hoy inclina su rodilla. A objeto que ansia el tirano, que del mal trato va de mano en mano. Negrero explotador del humano se convirtió hoy en su amo.
- ¡Dulcinea mía! Al igual que mujer querida.
- Coño, ¿perdona?...
Ya caía en la cuenta, pues más a mi pesar no podía cambiar el hablar, aunque me pasara aval y castigo dicha reprenda.
- ¡Oiga menos coña que estoy trabajando!
- ¡No es coña ni guasa, aunque si lata y fastidio, lo que a ambos nos pasa, más no he perdido juicio!
- ¿Pero eres tu? ¿Que te pasa en la boca?
- ¿Carla?
- ¿Si?
- Algo que salió mal, no tanto frustrado, si en el provecho que yo creí, al principio en forma de éxito. Pues no caí que engáñame a mesmo, y del viaje astral no salí o no regrese derecho.
- ¿Que has hecho que...?
Grítame aunque no chillome, pero si creía morir.
- Viaje astral.
- ¿Y tas quedado así? ¡Ya esta bien de guasa, no!
- De guasa no se trata. Y si de travesía fallida. No es delirio ni alucinación esto que me pasa, seguro que en tal viaje, equivócame de tajo y ozu que tortazo, que estrellitas en mi firmamento solo yo vi.
Colgome...
Por más que quisiera, mi voz y mi lengua solo así respondiera, por más esfuerzos que en mi interés pusiera. Por más que en este momento dormirme no quisiera, un estraño sopor convirtiese en morriña dormidera, y en sueños delicados en tranquila siesta caí.

Desperté mareado, pero todo estaba bien. Todo lo recordaba, consiente del antes y el ahora, pero sentía volver a ser yo mismo, el chico normal del siglo XXI. Ya no me escuchaba tan raro y extraño. Joder que miedo he pasado. Pero todo auto – control de mis actos era inútil, como si otro yo con mis mismos genes me dominase.
Rin, rin, rin, rin........
Cogí el teléfono, descolge, recuerdo todo el lío que di para llamarlo y darle un contexto, solo hace un instante.
- ¿Carla no te enfades mujer déjame explicarte?
- ¿Que has vuelto ya del viajecito, ese, astral...?
- No te lo tomes a coña, chatilla...
- ¿Pero tu no me distes largas ayer?
- No del todo pues nada había....
- Como empieces ha hablarme en el cursi trasnochado de antes te cuelgo. ¿Quien te crees que eres Garcilazo?
- Es que se me ha pegado algo esta cosa tan rara que me ha pasado. No lo pude evitar, chatilla. Tengo como la resaca del acento y el verbo expresivo de antes. Es como si no fuera el mismo.
- Que cariñoso con lo de chatilla, como sigas así acabarás llamándome cariño con el coraje que me da. Odio que hablen así y lo sabes.
- ¿Me dejas que te explique mujer, por favor?
- Hace unos días, el último que nos vimos, saliendo hacia el aparcamiento, al ver la película sobre viajes astrales me comentaste algo, ¿cierto?
- Cierto, y lo practique.
- Otra vez de coña. Hablaremos en cerio de una puñetera vez.
- ¡No!. Estamos hablando en cerio y como no me dejes explicarme, empezare con expresiones cariñosas como, por: “cariño”.
- Ni se te ocurra.
El silencio se hizo en un momento persistente y monótono. Carla callaba, ya no se, si asombrada, pensativa, o bastante alucinada.
-Está bien, continua, pero te advierto que no estoy para tanta tontería, creo que estas alucinando tu mismo. ¿Que te has tomado tío?
Eso es lo que sí que iba ha hacer, tomarme algo bien fuerte, un pelotazo de algo y solo, sin refresco. Un ardor frío y seco por dentro en las entrañas, soporífero y cansino me taladraba, pero por fuera, la frente ardía. Los ojos reflejados en el espejo eran semejantes al del Conde Dracula. Era consciente de que todo no iba tan bien como pensaba, después de despertar de esa extraña siestecilla. De ese ya, mal sueño.
-Carla, aquella noche, mientras regresaba a casa después de dejarte a ti, me dio por pensar, otra travesura del tipo que va en mi.
- No se, a que cosa te refieres, eso que dices que valla tan en ti...
- Escucha, déjame acabar, te lo ruego. Miré en casa información sobre tales viajes, y bien, comencé a hacer pruebas, por curiosidad, ya sabes como me gusta experimentar.
- Y dale, que no te conozco tanto, solo estamos como amigos y hemos salido por ahí un par de veces a lo sumo. No creo que sea suficiente como para conocerte a igual que un libro abierto, según insinúas.
- Vasta, el caso es que salí de mi cuerpo y me fui de paseo. Si te lo quieres creer bien y sino, ha hacer puñetas.
- He, pavito, no te pongas tan estirao que no te aguanto, ni tengo porque. ¿Comprendido?. ¿Al loro....?
Ahora, el que colgó fui yo. Entre el cansancio que me traía el mareo, la modorra incesante, y el tostón entre reproches continuados de Carla, justificados, no obstante respecto de ella, decidí dar carpetazo al tema, mejor. Aunque, al pesar de todo, ella estaba teniendo eterna paciencia hacia mí y por lo que le estaba exponiendo, mucho, pero mucho aguante. Esto era cosa de ciencia ficción, y ella aún me escuchaba. Si hubiese seguido el tema hubiese variado hacia otros derroteros, pues mi ánimo, no estaba para muchos aguantes y si para saltos tempestuosos, que como reacción mía tan poco venían a cuento, ni ella misma creo, los hubiese consentido. Hubiese sido el fin de la escasa, por ahora, amistad.