lunes, 9 de junio de 2014

El Hombre de ayer.



Cuando tenía 20 años, no se le podía cantar a una chica de mi edad ciertas cosas. Como: “Sabes que si me abandonas me puedes perder, cuando con cualquier otro chico tú te burlas de mi, y me veras en casa sentado hablando con la pared" Ahora con cuarenta y tantos, tampoco se pueden decir. Estas cosas pasaban en la época de la movida Madrileña y Cordobesa. Los chicos guapos éramos así de tontos. Las chicas de chalet en zona residencial de alto nivel, como “El Brillante”, eran un sueño selectivo y predilecto de la misma vida. Sabina decía: “las chicas ya no quieren ser Princesas”. Pero estas chicas de la yeté set cordobesa, sí que querían ser princesas, que los chicos no fueran sus esclavos, sino los dueños de una plantación Sudista, como en "Lo que el viento se llevo". La chica que era mi amor platónico de chalet al lado del bosque y con “Los cinco hermanos de Kety Esvert”, era inalcanzable para los chicos de barrio. Siempre me identifique con el "Pijo a Parte" de "Tardes con Teresa". Marce tuvo la culpa de todos mis fracasos sentimentales, maldito Marce. Fui un chico muy rarito porque de pequeño leía los comic “Famosas Novelas”, los clásicos, siempre los clásicos. La colección entera me la trague varias veces. El chico del muy deficiente leía mucho. Un chaval calladito y modosito, retraído y encerrado en el interior de novela rosa. Leer tanto de joven, me auto engaño. Las palabras impresas en papel me jugaron una sucia jugarreta, una mala pasada. Quise ir a Hollywood y conocerte en un pub pijín, lleno de niñas puras sangres, como tú, con altos vuelos y la frente muy alta, te llamas Sol por algo nena. En la disco Berlín te conocí. El Cárter que puse en tu muñeca fue lo que te convenció, unos besos y algunas promesas te esclavizaron a mí. Al llegar la mañana el sueño se repito de nuevo y sin ti. Aunque pienso que “no es extraño que tu sigas estando loca por mi”. Como cuando pasas a mi lado en Cruz Conde y me miras enfadada, con el agrio reproche de un ruego por mi parte. Ahora vas con tus gafas de ejecutiva, tan sexy y cara, inalcanzable eternamente. Sabiendo que te gustan los hombres duros, no te contesto, es mi momento nena, hoy soy un extraño que invade tus ratos de angustias, y lo sabes. Eras un volcán en la cama, el deseo opuesto en la normalidad de tu personalidad, por eso, no eras para mí. La niña bien era una loba desbocada cuando los sentidos del deseo invadían todo tu ser. La niña bien, esa caprichosa alterada por la pereza, se transformaba en una barriobajera de patio de vecinos al contra luz.  El hombre que elegiste al final por su apellido, se pasó un día de ser tan duro, siempre al límite de tus arriesgados y caros sueños, nena. Los tiempos cambian y tú muñeca, no pudiste hacerte moderna, estabas fuera de lugar, fuera de sitio. Siempre te tiraron los hombres seguros de sí mismos, luego resultan ser los más peligrosos, nena. Los duros de Espagueti Western con ojos penetrantes y eternos en un primer plano.  La tristeza me invadía al saber que nunca te podría conseguir. Luego paseamos por el bulevar de los sueños rotos. Encontraste una chaquetita vaquera con flecos a lo Búfalo Bill, a la moda entre las veinteañeras pijas de la época, principios de los noventa. Era la chaqueta ideal para una pija diluida en una película del Oeste, con banda sonora del Morricone. Siempre quisiste estar entre hombres sin alma, curtidos por el sol como tu nombre de pila, nena. Se le derramaban los cabellos largos por la chaqueta, rubios, limpios, tan bien cuidados, pero de bote en peluquería cara, “El Brillante”. Para colmo era una gemela a la que si me defraudaba, podía cambiar por otro recipiente igual, pero que no deseara un hombre duro, fuerte y formal. Lo malo es que las gemelas se parecen tanto en todo. Qué pena de 20 años tirados a la basura. Dan las seis sintonizo a los Stone, tiempos de pelo corto militar, viejo blus, queridísimos “Hombres G”, un sonido muy lejano llega a mis oídos, es el ruido de un cerrojo que abre los sentidos, los recuerdos, que se yo, estoy tan solo. Quizás sea solo un sueño más, pero sé nena, que necesito de tu amor. Ojala hayas cambiado, y te gusten ahora los hombres tiernos, dulces, cariñosos y con ganas de dar lo mejor a su chica pija. Sería una bella historia de amor, ¿no crees, nena? ¡Camón! Una noche de verano, en el “Don Juan”, con una copa en la mano y ese viento de la sierra que relaja los sentidos, un tierno abrazo, momentos mágicos. El chico de barrio con sueños de grandeza sigue empeñado en conseguir su estrella. La princesa del deseo vive en un barrio de lujo clandestino. Pasa las mañanas desayunando picatostes con chocolate, cerca de una piscina llena de niños. La rubia pura sangre, centra su mirada en el parque lujoso del fondo. Se le pierde la mirada en la nada. Esboza una sonrisa distraída, perdida en el recuerdo, busca a ese chico de clase media de la FP, que solo quería llevarla a casa en su vez pino blanco. Esta segura ahora que la amó en silencio, como nunca un hombre fuerte, guapo y formal con poder, podría haberla amado nunca. Tiene al hombre que la cuida como a una reina, pues no le falta de nada, pero nada más, sigue faltándole algo, quiere saber que es. Sin la ternura de ese chico que hundía su mirada en su cara, que reflejaba el deseo de querer amarla como a ninguna otra, el chico que en momentos la hacía sentir única en el cosmos. Ahora con el paso de los años, desea encontrarle una tarde de compras en el Corte Inglés. Chocar con el por casualidad. Un deseo sin capricho, una necesidad angustiosa en la noche oscura, sin rebajas para nadie. Ojala vuelva a encontrar a ese chico de mirada triste, súper delgado. ¡Rafa se llama! Sí, ese. Nunca le dijo un piropo, nunca fue galante con ella, si que era guardián de las formas en público, que rabia. Piensa, recuerda, retiene de él su suavidad, el sonido de sus palabras, la devoción que le guardaba, el afecto que ponía, la atención que ofrecía cuando le contaba algo para atraerla. Aquellos locos veintitantos, aquel chico del véspido blanco, ese chaval con problemas de peso y anoréxico, un drogadicto de la vida, un luchador sin armas, que siempre se le puso todo en contra. El que se revelaba a su realidad, aquel chico que hubiese dado todo por una pija bella, por una princesa que llenaba los sitios por donde pisara. Sus tacones lejanos marcaban la diferencia con las demás, viejo blus, como lo fue ella a sus veinte y tan pocos. Piensa y recuerda, la rubia de bote, perdida la mirada para siempre, en un bosque sin salida, ese niño puede darle aun con sus cuarenta y tantos, lo que un día dejo pasar a los veinte. Lo tiene que encontrar, hablar con el, sin darle importancia, esta segurísima de ello, es el chico de ayer, el joven que escribía su nombre sobre un vidrio mojado sin darse cuenta. “Soledad” es el nombre que aun escribe en ese vidrio que lleva dentro como un puñal, dentro de su piel, de sí mismo. Solo espera que cuando se reencuentren en la estación del Sur, cuando ella baje del vagón, con sus tacones de aguja rojos, los que tiene reservados solo para sus ojos, ese chico que la espera, aun la reconozca, que sea para él, la misma chica que retiene del pasado y con tanta pasión como antes. Desea darle unos nuevos besos llenos de pecado para ella, que sean puros para él. Quiere engañarse a si misma pero no desea dañarle más, solo quiere volver a jugar con su encanto, con su belleza, sentirse con veinte años, deseada, admirada, viva de nuevo. Rafa es un buen chico de barrio, un naufrago en su propio laberinto, desde el escritorio de su casa, escribe historias para ella, pensando en ella, la reina de otros mundos, palabras que llevan su nombre, Marisol.…

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