jueves, 2 de abril de 2015

Córdoba en Semana Santa



El incienso se desparrama por algunas calles, iglesias, y parques del viejo continente. La gracia y la bondad, llega a borbotones, llena a forma interesada de lisonja voluptuosa e interesada, sin ser invitada cada año por sus rincones, perteneciente a una cultura que se cuela majestuosa entre los placeres místicos de los sentidos, las ilusiones se encienden por arte de magia.  Obras escultóricas tratan de la unión y relación humana con la divinidad.
Los jazmines comienzan a tapizar los jardines de Córdoba – Andalucía. Se posan junto a sus fuentes, sobre los miradores de Medina Azahara. Se adormece el Azahar apacible y caprichosamente invitando al descanso del peregrino. Caprichosamente se mece dulce y tierna la señora de los Dolores de Córdoba por el Patio de los Naranjos, en la Mezquita Catedral. Se pasea la madre de los hombres.
Desde ahí, en este hipnótico jardín, la presencia de la señora se mezcla como el mismo bálsamo del Jazmín, como de su aceite esencial. Se obtienen sustancias ansiolíticas e hipnóticas suaves. Las malas digestiones del alma se transforman en esperanza y optimismo, el ambiente que se respira en el Patio de los Naranjos hace abandonar las nauseas de origen físico y hace llegar la paz celestial. Las yemas de los dedos pueden tocar el cielo abierto, a la vez que se levanta el paso de la señora coronada por miles de estrellas desde el firmamento más divino.
 El Jazmín de la primera primavera, se cuela por el barrio de la Judería, a orillas del Guadalquivir. La brisa de la noche corre por los canalillos y callejuelas, por los patios llenos de macetas, aromas y colores. La voz del capataz se adentra como única anfitriona del silencio antes de reanudar el paso de Cristo.   El Azahar se abre por las fuentes majestuosas del Alcázar de los Reyes Cristianos, desde sus balcones parecen esperar inquietos, Isabel y Fernando, tanto monta, montan tanto…
Sus mujeres más bellas y naturales, quedaron plasmadas en lienzo a manos de Julio Romero de Torres. El pintor de Córdoba que dejó las características más sensibles y hermosas de la mujer cordobesa. Cristianas, Sultanas y Moras, esperan en luto y mantilla, bajo la Puerta del Perdón, el paso del Rescatado.
El Miércoles, La Paz y Esperanza, cubierta de su manto blanco e inmaculado,  se arropa sintiéndose amada entre la devoción de sus gentes camino a su casa de Capuchinos, saludando un instante antes al Cristo de los Faroles, más limpio y pálido que nunca, majestuoso y antiguo responde al saludo desde la cruz a su santa madre, La Paz y Esperanza de Capuchinos.
Córdoba, mi sultana mora, llana y misteriosa, sin dejar su encanto en cada plaza, en cada fuente, en cada calle estrecha de la judería, La del Pañuelo, La calle las Flores.
¡Córdoba cuanto te quiero…!

martes, 24 de marzo de 2015

Partizan II.



Quedaban pocas horas antes del amanecer. Nos abrazamos todos juntos cerca de la alambrada, susurrando casi, ensayando La Marsellesa como canto único de libertad, antes del gran final. Esa noche nos cubrían las alas negras de la muerte como único manto cálido en pleno bosque nevado, el ruido de un Stuka agitaba al sonido, con la sensación de que iría a estrellarse no muy lejos. Dicen que Dios existe, que existe el diablo, que si no somos buenos iremos al infierno, pero se olvidaron de contarnos que el averno habita entre nosotros, que el hombre más sagaz y astuto puede envenenarse a sí mismo, que Luzbel puede llevar uniforme militar, que solo el beso de un niño aun sigue puro sin veneno animal, sin virus contagiosos de odio entre los hombres, pues aun es niño, y siendo así, los niños pueden ser muy crueles entre ellos. Llamaron a la puerta, abrió mi hermano pequeño. Se los llevaron a todos sin mediar palabra alguna, no preguntaron los nombres, ni apellidos. Mi vecino de planta, un anciano compañero de trabajo de mi padre de toda la vida, me lo dijo tres días más tarde, con miedo, nervioso, asustado al recordarlo, temblaban sus piernas ante lo incomprensible, aunque no llamaron a su puerta, se asomo al pasillo, pero el pánico le hizo retroceder escondiéndose tras la puerta. Pensó que cualquier día podrían llamar a la suya, y se escondió en el sótano oscuro y silencioso, intento callar para siempre, pero no fue quien nos delato.
Disimulaba como podía por las empedradas calles de París. Unos hombres vestidos de uniforme de partido se divertían mientras fotografiaban a un niño rubio en la entrada a un portal con una pizarra a sus pies que ponía: “niño rata”.
Pude escapar y reunirme a un grupo de resistencia. No conocí nunca sus verdaderos apellidos, siempre intentaría olvidar sus rostros, la imagen del compañero fiel que lucha a tu lado, del camarada cansado y exhausto, que empuña su fusil como un palo rígido, mustio y seco. Solo queda el semblante del héroe, los rasgos de la desesperación, apariencias alegres ante la catástrofe. El valor de los que luchaban por la libertad, se perdía y pagaba con una cuerda al cuello, o un tiro de gracia en la frente en el mejor de los casos, mejor no saber nunca sus nombres... 
Con el tiempo ganaron los muchachos de la montaña, los ancianos les guardaban comida y cobijo en las aldeas escondidas entre los bosques perdidos. No llegué a ver la victoria, solo sé que quedaba poco para todo final. Mis camaradas creen que si faltan hoy, mañana habrá otros iguales que sigan el baile. Los que sí pudieron verlo se quedaron con el honor del éxito y con la amargura de las pesadillas bañadas en el sudor frio del terror al no poder despertar, con el recuerdo siempre clavado en la piel, de los que no pudieron decirles adiós. Las garras del mal pueden ganar batallas, pero jamás ganaran a las ganas de libertad, ni arrancar la empatía de quienes la tengan, la piedad del grande se esconde en su interior para no ser descubierta, llega envuelta en sufrimiento y se suelta en un susurro, nunca vocifera en el grito de la soberbia, la solidaridad de los extraños se manifiesta solo con mirarse a la cara, misteriosa se reconoce a sí misma, al igual que reconoce a las sombras tambaleantes e inseguras en sí mismas, a las que combatirán siempre por igual.
Amaneció, el suelo era frio, nevaba, la brisa del alba llegaba a la piel gélida e impetuosa.  Nos taparon los ojos, el ruido de los rifles no estaba lejos, los gritos de las bestias taladraban los tímpanos. Nos dio tiempo a unir las manos como estaba ensayado, y cantamos en alto el himno de nuestro país, que recuerda que todos los hombres nacen libres, y mueren libres, nadie puede atarnos el alma, lo que sentimos y pensamos, por muchos lunáticos cobardes que intenten borrarnos del mapa.
Llegado el fin, sentí que seguía caminando, junto con los míos, aquellos que salieron presos por la puerta, los mismos que vio mi vecino marchar en su último adiós, ahora eran libres, todos con aspecto bien cuidado y joven. Nos dirigimos por un túnel donde no sentí frío ni calor, cogidos de la mano, como estaba hasta el último segundo bajo las estrellas unido a mis camaradas. Solo tenía el convencimiento de que ya no tendríamos que luchar más, que la paz había llegado, las banderas se borraron para siempre, nos habíamos emancipado de la soberbia, la luz del final lo transmitía. La tinta de los libros no se mezclaría más con la sangre de los inocentes, la luz al final de ese túnel era la esperanza de muchos, y los que no creían en nada, comprendieron, si dios no estaba en los campos de concentración, tenía que estar en algún sitio pues aquello llegó a ser demasiado, el dolor hizo temblar a la tierra, y la tierra necesitaba algo más que los hombres, quizás estaría allí la respuesta, todos necesitarían la luz nueva al final de ese túnel.

La Dama.



Eras aun la desconocida de la fiesta. Al lado del estanque la sombra de tu cuerpo temblaba como la luna meciéndose en la corriente del agua. Desprendías la fragancia de las plantas blancas que solo florecen en la noche, en la oscura maraña de las tinieblas, a los compases del estrés que acompañan al movimiento frecuente y agitado, vacilación involuntaria de tu cuerpo frente al mío.
Dibujo con la yema de mis dedos tus labios sin tocarlos. Creo entre el espacio de nuestras bocas los labios que deseo, como un pincel húmedo sombreo la orilla dentro de sus bordes rosados. Los límites del deseo se encienden en alarma incesante y consigo besarte. Entonces mis manos acarician y se pierden entre la profundidad de esos cabellos negros, siempre sin contacto solo con el deseo.
Sin conocerte, siendo la primera vez que te encuentro sé que te deseo porque eres inalcanzable, porque no eres mía, ni la sangre me llama a quererte, solo a poseerte en este momento, pues reconozco que me atormentaría mucho que me ames.
Creas deseo solo por estar al otro lado de las sombras, más allá de lo que mi mano alcance jamás. Me invitas a dar el último salto hacia el abismo. Cobarde rechazo la entrega de esa ilusión. Sería dar el paso hacia la nada, pues no te alcanzaría jamás. No paso de tu sonrisa, pues tus carcajadas se me clavan humillantes al igual que un puñal traicionero penetra en la espalda.
Tu amor no se puede elegir porque cada día cambia y se transforma en una dama diferente. Juegas a inventarte a ti misma dentro de una espiral estremecedora volviendo a las contradicciones personalizadas, amor y cólera, placer y coraje a la hora del juego puro, pesadilla sin reglas que invade mis sueños en directo fuego hacia las tinieblas.
Contienes tu cuerpo desnudo oculto en capa negra, frente a mí, escondida en la noche, al lado del agua ondulante que te protege siempre, con la única luz de la luna, esa señal que dejas para que siga el nuevo sendero que marcas tras el ocaso solo para ser encontrada.
La tensión se transmite en el temblor delicado de ese cuerpo hermoso, algún misterio incomunicado que el presente exige, una rabia insaciable que desea incorporarse y expandirse como un virus malicioso entre las cloacas del mundo.
Aquella figura tan atrayente y misteriosa comenzó a recordar lo que necesitaba pensar, y le tenían prohibido evocar. Sentí la fuerza necesaria para acercarme del todo a ella y besar sus labios, como una necesidad imperante que se había instalado impostora en lo más adentro de mis deseos.
Era la necesidad de querer besar a la desconocida del manto oscuro, la que invocaba encantos misteriosos y se colaba cada noche en mis sueños indescifrables.
Entré en su juego sin saber a lo que me exponía. Se mostró entonces tal como era, una bestia enfadada y frenéticamente encolerizada. Se hizo dueña de mi alma. Sus bellos ojos se perdieron en el vacío blanco de la nada. Sus manos se retorcieron hacia adentro en finas garras, arrancando mi tiempo con uñas afiladas.
Soltó un chillido afilado y ensordecedor. Aquella bestia me desgarraba la piel. Poco a poco, lentamente, iba devorando mis entrañas. Interminable pesadilla que se perpetuó por los siglos de los siglos.
Fui el nuevo amante eterno de aquella desconocida, caí en las garras de la mentira. La dama de las tinieblas me había conseguido sin esfuerzo, quemándome por siempre en el averno de los sueños interminables.

viernes, 20 de febrero de 2015

Cuando llega el fin



Mirando al mar, sentado y solitario en la arena cálida, veía amanecer insensible, solo percibía la naturaleza que le acompañaba en plena soledad, como siempre. Temía a la madrugada, a cada segundo que le quedaba por vivir, esa noche había sangrado la luna compartiendo sus penas, sórdida y mezquina ante sus plegarias. El pasado había devorado su alma, sus sueños, sus metas. Solo le quedaba la imaginación por compañera, aunque a veces le costara abrir su puerta. Enemigo de la guerra y las batallas, solo se las arreglaba para meterse en líos indeseables, aunque se hundiera mil veces en el barro el hacha de guerra, salía adelante.
 Llego aquel amanecer único. Sabía que esta vez no lo conseguiría. Parecía tan fácil vivir auto engañándose, pero los juegos acaban, había que llegar siempre el primero, comerse los unos a los otros, los golpes del contrincante lo tendieron en la lona más salvaje, intentar se convertía en renuncia y abandono ante la inutilidad de permanecer en la brecha, aroma al revés constante.
Creyó que Dios se había olvidado de él. Admitió que la recta final no era más que hacer tiempo, y verlo todo pasar. Pero los años se iban haciendo fríos, como bloques de nieve sin nada dentro, más que desolación y hastío. No tuvo la suerte de encontrar su camino dulce, aquel que le llevará a algún lugar al que quisiese llegar. Hay personas que les pasa estas cosas, cogen un vaso de agua y se les rompe en las manos sin saber el porqué. Dicen que los hay con estrella y los estrellados. Lo malo es que bañado en desgracia, aparece una pancarta que mordisquea desde lo más dentro del cerebro: “Cerrado por Vacaciones”. “Llegó usted a la meta, le toco perder siempre, que le vamos a hacer unos ganan otros pierden” “Lo sentimos, puede volver mañana pero sería perder el tiempo”.
Seguía allí, junto al mar más bello del mundo. Cerró los ojos y vio salir de las aguas, mecida entre las olas, a la mujer que siempre deseó tener. La pasión se convirtió en deseo, y el deseo se iba haciendo realidad cuando ese ángel tan maravilloso, se iba acercando, se sentó a su lado, sus pies se hundieron en la arena, y supo que su presencia única sembraría la luz más cariñosa de cualquier noche oscura, sería su guía, su nueva compañera, y podría amarla para siempre.
Dios le perdono los pecados, le concedió el paraíso de Adán y Eva, por una eternidad, pues él había amado a Dios siempre, pensaba que se lo debía. Una recompensa mientras miraba a su amor, y esta le decía: “Cada vez que me amas es un milagro”.  Los sueños, sueños son, lo dijo alguien muy importante en la literatura. Su amante era la sustancia de su sed, sus lágrimas le quitaban la necesidad de beber. Sus ilusiones eran las suyas, su voz resucitaba sus latidos enterrados, sus manos cuando le tocan le hacen estremecerse de dicha. Alguien o algo, había escuchado sus plegarias.  
Quiso estar entre sus brazos, así, sin lascivia ni secretos, solo quería seguir ese momento eternamente, pues tuvo lo que nunca había tenido, ternura, delicadeza, suavidad a su tacto, todo lo que le hacía falta a un ser vivo de carne y hueso.
El amor es en algunos momentos de nuestras vidas lo único que nos puede sacar de una decepción terrible y constante, aunque lo supo siempre, creía estar condenado a que nadie lo tomará en cerio. Es el único calmante a sentirnos solos, tan solos en el universo, le hacía falta, solo dos segundos de ternura, balsámico suficiente para andar un poco más entre el vacío de las sombras.
Abrió los ojos, miro de nuevo a su lado, y no había nadie. Salieron del mar tres figuras cercanas a su recuerdo, esta vez sin cerrar los ojos. Una era pequeña. Silueta de niño. Un chiquito risueño, expresión inocente y algo de memo, con cabellos y ropas estilo de los setenta. Otra era con forma de adolescente, con gafas, mirada y aspecto bobalicón, con sonrisa candorosa e ingenua. La tercera más alta y más echa era la de un señor con cuarenta y tantos años, con barriga incipiente, y frente casi despoblada, parecía buena persona. Tendría que haber una cuarta figura, la que correspondía a la vejez, pero no estaba ni se le esperaba. Se acercaron a él. Lo rodearon con calma, le transmitían paz, alegría, esa felicidad que nunca había conocido. Le ayudaron a levantarse, los tres a la vez, dejó sus ropas, su mochila, todo lo material que se encontraba a su lado, y se fueron metiendo en el mar agarrado de sus manos, estaba en medio, avanzando sin mirar atrás, de donde marchaba nadie le esperaba, los tres eran uno, y el único ser divino, le esperaba en alguna parte, tenía que ser así y lo sabía.
En el fondo del mar su amante imaginaria le esperaba en nueva vida, de alguna manera empezaba la dicha llena de realidades y no esperanzas infundadas en la nada. Las fuerzas llegaron a su cuerpo, estaba naciendo sin ser un niño. No habría más noches inciertas, no intentaría besarla, pues no tendría nunca más el beso de nadie. Las horas no se contaban, los relojes no existían, solo le acompañaban los gestos de su amante, ya no tendría que buscar el mañana, el hoy era eterno y no se cansaría jamás, no habría que dormir para soñar. Lo fácil empezaba ahora, aunque había sido muy tarde, se dio cuenta que merecía la pena. Llegaron a un lugar distinto y nuevo, la besaba sin parar, y ella quería ser besada, sus manos la tocan y se mueve con tal dulzura que parece que enredara al aire con sus gestos de amante.
El cielo se había hecho esperar. Cupido cambio de estafador y delincuente, a un buen amigo que hace sus deberes, los tesoros se dejaban encontrar, y Venus lo acogió entre sus brazos. La bestia se hizo bella, y las estrellas no caían del cielo dándole en su cabeza, ahora bailaba un vals junto a ellas. Enamorarse ya no estaba prohibido. El dinero no existía, pudiendo comprar lo que no se vende, el amor dejaba de ser una mercancía engañosa, los espejos no se usaban, todos los que se reunían allí eran hermosos y agraciados. La tierra podría explotar en confeti y diamantes, pues sabía que no formaba parte de su mundo, solo se veía la Luna, más grande y hermosa que nunca. Parece que el verano es templado, nunca se acaba, las mil y una noches eran en lugar de cuentos magníficos poemas. El sol formaba parte de un grano de arena perdido en el firmamento más azul, tranquilo y suave que podría soñarse, pues el espacio podía tocarse con la yema de los dedos.

miércoles, 18 de febrero de 2015

El Engaño



Sorprendía la tarde rápidamente como un relámpago seco y violento. Las hojas secas del otoño caían a un ritmo pausado, firme e imponente, al capricho que le marcaba el viento. Todo era visible por la inmensa cristalera con forma de ventanal en arco de medio punto del salón de Tomás. El paisaje enrojecía a pasos agigantados entre sombras amenazantes, preludio a la tormenta. Rebotaba el ruido a chasquidos de la chimenea contra la mampara cristalina de vitro cerámica, haciendo unión caprichosa, con los compases de piano a ritmo de Mozart, lo único que rompía el silencio en toda la casa...
Tomás leía la partitura, sus manos fluían solas como dependientes de su propio cuerpo. Le costaba concentrarse. Sus dedos obraban por voluntad propia. Otros pensamientos invadían su tranquilidad, derivados de las preocupaciones y los miedos.
Miraba fijamente la foto que estaba en la repisa superior de uno los estantes que rodeaban el salón lleno de libros. Mejor dicho casi todas las habitaciones rebosaban de libros. Su cabello largo y rubio quedó reflejado con el brillo vivo del sol para mucho tiempo y con más fuerza e intensidad aun. Su rostro juvenil engañaba al paso de los años, invadidos por los cuarenta y tantos. Su sonrisa llena de felicidad inocente le miraba, rodeándole con su brazo derecho por el cuello y él le devolvía la sonrisa llena de una expresión esperanzadora pero que quedo solo en un esfuerzo vano. Susana murió unos meses después de ese instante por un cáncer agresivo. Aunque ya hace de aquello un año, la tranquilidad para Tomás aun no había llegado entre la soledad diaria de su hogar. Los remordimientos mal entendidos, no le producían nada más que auto atormentarse. No pudieron tener hijos. Revés y contratiempo que no les impidió intentar ser felices al principio. Siempre llenos de falsas ilusiones. La estabilidad económica y social les ayudaba a guardar esperanzas para un arreglo próximo. Inventarse entusiasmos, arañar a las emociones dentro del fuego del deseo vivo. Un amor que caducaba. La pasión se marcho de viaje sin rumbo fijo, llegando al fin de su camino sin avisar.
Es cierto que Susana desesperaba en una angustia intensa e interminable, ante el anuncio de una muerte cercana e inminente, a la vez que buscaba consuelo en Tomás, que planeaba entre ella y la obediencia debida a su profesión de altos vuelos, a la que igualmente amaba por igual, o posiblemente mucho más. Lo que derivó en reacciones y acciones desesperadas. Búsquedas envueltas en soluciones imposibles. Algunas absurdas, otras oscuras y sombrías, a la vez que peligrosas. Recurrió a adivinos embaucadores, magos, hechiceros, encantadores de serpientes. Si Tomas hubiese estado a su lado como tanto necesitaba de su ayuda. Antes, veinte años atrás, Tomás sabía darle a la tecla que le proporcionarle la paciencia y la calma que tanto añoraba. Pero Tomás usaba su talento a completa dedicación y voluntad máxima al servicio de cualquier interés económico, ideología partidista afín a sus metas, sin preocuparse del valor ni contenido de sus consecuencias. A la vez que se olvidaba del acercamiento final de la tragedia. Acabó por abandonar a Susana, pues moría sola en un Hospital desierto, sin familiares, afectos piadosos, aislada totalmente en cuidados intensivos, siendo consciente de que Tomás era incapaz de afrontar junto a ella aquella situación. Entonces para Tomás lo fácil era el refugio del trabajo, alcanzar otras metas, la salida de escape de los cobardes, utilizar el sexo desmedido con amantes espontaneas que salían a su paso del desahogo entre el desborde que le producía la desgracia.
Solo un par de horas antes de intentar relajarse, después del trabajo, recibió una llamada inesperada. Uno de los ocultistas más afines a Susana, que la trató en su última sección, le intento comunicar a Tomás, sin suerte, su preocupación y aviso, ante las posibles experiencias desagradables y extrañas que notó en Susana justo el día anterior a ese último adiós. Tomás decidió no perder el tiempo en lo que no pertenecía a lo palpable y tangible de los hechos ocurridos. Lo que le llevo a despacharlo lo más pronto posible, dentro de la corrección y la educación que le gustaba tener con todas las personas conocidas o no. Disposición ante los problemas, en la mayoría de los casos con encanto, cualidad del abogado ingenioso, para imponer esa grata, aunque falsa impresión a todos los seres que le rodearan. Disponía de un bufete de abogados con gran prestigio, estaba en la cima del éxito, todo salía como esperaba de bien, el optimismo y la reputación le estaban exprimiendo su buen interior sin él saberlo aun.
 La botella de whisky cayó sin romperse al suelo. Tomás tras el último trago llegó a su habitación a duras penas. La media noche continuaba envuelta por relámpagos y truenos. Una vez en la cama seguía percibiendo entre sus sentidos el aroma perfumado y el suspiro de alivio que exhalaba Susana después de una buena velada de las de antes, aquellas maravillosas medias noches de hace mucho, mucho tiempo.
La bruma del mar se filtraba misteriosa con vida propia por entre las cortinas finas y suaves del dormitorio de Tomas. Aun quedaban un par de horas para la aurora. La claridad del alumbrando del parque casi pegado a su casa invadía su primera visión borrosa tras una desagradable pesadilla. Entre sombras juguetonas del techo, vislumbró confusamente un objeto indeterminado que le provoco cierta inquietud, un par de segundos después un aplique colgante que simulaba el tejido perfecto de una telaraña se fue revelando como tal realidad. Tras la descarga de aquella resaca machacona y sofocante, el sudor seco de su frente señalaba a la última alucinación desagradable que le haría despertar en otro inesperado sobresalto. Tomás creyó que aquella pesadilla guardaba alguna razón indescifrable. Quizás, algún presagio sin conjetura visible ni manifiesta aun. Algo temía, un presentimiento sin descodificar. ¿Y si el médium en el que más confiaba Susana llevara razón y alguna cosa incomprensible no había terminado bien? Es cierto que no era la primera vez que aquel parapsicólogo le avisaba de que Susana no se había marchado tranquila del todo, que algo la tenía asustada e insatisfecha, algo que solo pensarlo le producía dolor e inquietud penosa.
Poco a poco empezó a encontrar voluntad y fuerzas para moverse. Se preparó cinco minutos después su café doble con azúcar. La noche cerrada seguía firme e invasora tras las ventanas. Solo encendió un par de velas rojas, bajas y gruesas de la cocina. Con la taza de café entre sus manos, aun vaporosa que le ayudaba a soportar ese frío húmedo e irritante, miraba conmovido, como perdido entre visiones vagas y errantes, sin poder articular palabra, la cristalera corrediza del salón de estar. Esta daba al parque exterior. Más bien al laberinto inmenso, llamado quizás por esa razón, de “Dédalos”. Situado a las afueras de la ciudad, se componía de bulevares y rondas brillantes de césped hermoso, bien cuidado y preparado incluso para el duro invierno que avisaba desde este otoño gris y lluvioso. Explanadas y plazas rodeadas de una treintena de fuentes bien ornamentadas. Representando entre sus anchos y espaciosos estanques alegorías perdidas en el tiempo, de la más misteriosa e intrigante mitología griega. La niebla teñía el espacio con un cariz violento. Brumas cargadas de humos grises que dejaban espacios apagados y tristes.
Para combatir aquella apatía perezosa tras el despertar en marea alta y amarguras inesperadas, tomo la decisión de recuperar la estabilidad mental y más sana en su situación. Acceder a la vuelta de nuevos propósitos es una buena salida ante la tempestad. El planteamiento y la motivación de realizar pequeñas metas diarias, establecen en el interior del ser humano una carga de energía sana y saludable. Plan que se basaba en hacer un par de horas de carrera, que mejor en su querido parque.
Al ponerse la sudadera algo le llamó la atención. Al reflejarse en el espejo del cuarto de baño comprobó que tenía unos arañazos largos aunque no profundos en el pecho, costado y cuello. Los rasponazos dejaron señales superficiales que le hicieron recordar. Susana tenía por costumbre en una de esas noches de loca pasión dejarle similares recuerdos. Marcas que podrían durar entre una o dos semanas.
Llevaría corriendo una media hora por aquel inmenso jardín donde se cultivan también plantas ornamentales de todo tipo, damas de noche, jazmines, rosas rojas, flores de diversas especies que permanecían lustrosas y rebosantes de vida sin pertenecer aquel lugar a su habitad más natural. Poco a poco las calles de tierra blanquecina del paseo se iban convirtiendo en pendientes suaves pero agotadoras. Llegó a la cima de la colina, cuando se sintió repentinamente cansado y exhausto, tanto que tuvo que parar la marcha en seco. Respiró y emanó fuerte el aire húmedo, inspirado por la nariz y exhalado por la boca, a ritmo lento, como remedio a unas repentinas nauseas. Incluso tuvo que buscar un banco próximo al encontrarse con falta momentánea de equilibrio. Agacho algo aturdido la cabeza, a la altura de sus rodillas, para ver si se le pasaba aquel inesperado aturdimiento.
Lentamente fue recuperando el aliento, a la vez que el ritmo cardiaco. Los mareos muy pausadamente se fueron disipando a la vez que la niebla espesa fue borrándose lentamente. La fuerza del viento perdía su fuerza. La lluvia intensa cesó de golpe, sin que se llegaran a desbordar los cauces y caudales laterales de la vía peatonal del parque. El carril bici resbalaba por la escarcha nacarada y traicionera adherida con fuerza al asfalto. Estaba a escasos metros de la cota más alta de la loma. Llamaba la atención de la vista debido a una planicie horizontal en la que se encontraba una fuente elegantemente adornada. De caracteres y representaciones repletas en imágenes de leyenda. Ícaro relucía soberbio, altivo y presuntuoso en lo más alto, cerca del sol. Sus alas débiles y engañosas le escarmentarían pronto en pleno vuelo. No escuchar los consejos de un padre artesano e inventor de dicho invento puede llevar a que estrellarse sea el final más próximo y doloroso.
Tomás una vez recuperado del todo quedó maravillado y asombrado a la vez  por aquel estanque coronado en la imagen central por aquella majestuosa fontana de la que no paraba de manar agua clara y fría. En su centro alboreaban los primeros rayos templados, clareando al día los primeros azules suavemente difuminados. Acompañaba como colofón final a un retrato eterno y digno del mejor museo, una maravillosa aurora boreal que coronaba de forma agigantada aquella espaciosa meseta.
Se fue acercando lentamente al conjunto de la escultura, amontonada de múltiples imágenes mitológicas que rodeaban a menos nivel a la principal. A parte de la figura central y más destacada tanto en tamaño y altura de Ícaro, se divisaban dentro del estanque a Dédalos, artesano, arquitecto e inventor famoso que aprendió de la mismísima diosa Atenea, de la que se encontraba igualmente su figura, fría, callada y silenciosa, reina majestuosa que agrupaba en esa ocasión una reunión muy concreta. La reina Pasífae, maldecida y renegada, junto a su amante astado, provisto de cuernos, al ser literalmente un toro. El rey Minos retorciéndose de rabia, asesinado en un baño de agua abrasadora por las hijas de su propio anfitrión, a orden y mandato del rey siciliano Cócalo.
Tomás amante de mitos y leyendas, estudioso en personajes mitificados, ocupación que empleaba en sus ratos libres, se quedo atónito más aun cuando dentro de ese conjunto escultórico, encontró dando la espalda a todo, una efigie desplazada del grupo, a la que no catalogaba en lugar alguno. Más preocupado, cuando al acercarse a esa figura de mujer envuelta en una túnica negra, sin poder identificar sus facciones, al estar cubiertas en sombra absoluta, observo que aquella misteriosa silueta, le era extrañamente conocida, o que le recordaba a algo o a alguien, pero que no establecía referencia en concreto dentro de su memoria.
Confuso y algo desorientado después de ese momento, volvió a casa, encontrando el contestador encendido, tenía varias llamadas. Una de ellas era de una ex secretaria a la que tuvo que prescindir de sus servicios al extralimitarse en una relación que llegó a mal puerto o demasiado lejos. Aunque quería a Susana, sus éxitos profesionales le llevaron a ser el centro de atención de muchas deseosas entrometidas por conseguir al hombre del momento. Ante tanta gloria, la vanidad engañosa le tentó de tal modo que se dejaría llevar en brazos de mujeres espectaculares, atractivas e interesantes, a escondidas de su esposa. Desde hacía tiempo que no contestaba a ninguna de esas llamadas en concreto. No podía dejar de guardar un cierto luto ante la pena que le embargaba. La soledad le invadía. Tenía deseos de que volviera a su lado su única y verdadera amante, a la mujer de su vida, a su Susana. Con un cierto sentido del remordimiento, pues era consciente desde su conciencia que la había casi abandonado cobardemente a su suerte, los últimos momentos de su vida, refugiándose en otros menesteres que le ayudarán a no afrontar lo irremediable.
Sintió un manifiesto deseo por volver donde había estado esa mañana. Aquella camarilla de historias juntas en aquel estanque fielmente ornamentado, le hizo querer volver lo más pronto posible, sin tiempo que perder. 
Una vez allí, en plena noche fría, pero despejada de niebla alguna, cielo raso, observo asombrado desde la laguna artificial que la figura de mujer envuelta en una capa negra no estaba entre las demás estatuas. Si que se encontraba ese mismo amanecer con las demás. Había salido de repente, dejando un vacío entre aquella serie de relatos, sueltas las unas con las otras pero relacionadas entre sí. Desaparecida la talla que por su expresión oculta sin iniciativa propia, ni crónica que contar, se hacía a si misma intrigante. Lo cierto es que se había escapado como por arte de magia y eso le preocupaba a Tomás más que le intrigara.
El vaho del aliento se hacía más intenso en su respiración debido a unos repentinos nervios que le incomodaban. No comprendía que habría pasado. Mientras seguía allí inmóvil. Quieto como una de aquellas personalidades pesadas. Una mano descubierta, frágil al tacto pero firme, le toco el hombro izquierdo por la espalda. Tomás comprobó que no podía moverse ante aquella llamada, ni volverse para identificar a quien le avisaba. Se encontraba totalmente inmóvil. No era capaz de controlar sus propios actos, ni deseos. Estático, solo noto unas gotas de sudor frío que le caían por sus sienes y le resbalaban por su frente. Petrificado como estaba, solo noto que su posición actual no era la que tenía cuando sucedió tal cosa. Solo podía mirar al frente. Por la posición que vislumbraba supo que se encontraba en el mismo lugar donde se encontraba horas antes aquella dama indescifrable. Poco a poco, muy lentamente fue entrando en su único campo de visión de que disponía, aquella mujer tapada por entero, que ahora era ella la que podía desplazarse, articular movimientos, y la que le observaba a él, con descaro y frescura.
Descubrió su rostro. Identifico su cabello rubio, ahora más plateado que como la recordaba, su mirada azul e intensa, su rostro tierno y dulce, susurro una voz tersa y cariñosa pero no falta de todo reproche:
-        ¿Tomás porque me has hecho esto? ¿Por qué me has engañado todo este tiempo? ¿Tan importante era llegar tan alto, dejándome tan terrible final, moribunda y sola? ¿Tenías que ser un gran profesional de altos vuelos, como Dédalo que esta a tu espalda, con el único interés de realizar tus metas profesionales? ¿No sabías que estaba sufriendo también por ti? ¿Que sabía que me estabas engañando con otras, cuando más te necesitaba? Siempre metido en tu mundo del éxito a cualquier precio, sin preocuparte de tus antiguos valores, esos que olvidaste con el tiempo. Ahora el contenido de los errores pasa factura con sus consecuencias. Hasta siempre amor, quédate como Dédalo caído entre las aguas. Húndete con tus ambiciones traicioneras. Desafía al amor que te quiso. Ignora los consejos sabios de quien bien te quiere. Vuela alto sin control y achicharrate tu mismo. Desciende a los infiernos como Ícaro entre sus alas unidas a su cuerpo en cera, chamuscadas y marchitas para toda la eternidad. 
A Tomás solo le llegaba la vista del horizonte más cercano hasta sus manos envueltas en la mangas de aquella capucha negra oscura y misteriosa que taparía para siempre su rostro y facciones reconocibles. Susana desapareció silenciosa, vaporosa en humo…