(Historia ficticia de un ladino y
astuto escritor).
Fue en un pequeño pueblecito de la
Pampa húmeda de Argentina, todos los recuerdos quedaban marcados por la lluvia.
Allá nació D. Agustín, sus primeros rayos de luz los contempló en Rojas, a comienzos
de la década de los treinta del siglo XX.
Dicen que dentro de la Pampa se haya
la inexistencia y la falta del retorno, con ausencia de matices, donde nunca
encuentras nada pero a la que no olvidas nunca. La Pampa causa la gran
nostalgia para quien un día la abandona. Es donde poder recordar rescatando en
el pozo de la infancia. Un lugar para poder reflexionar con el cantar de los
pájaros, disfrutar de las lagunas, contemplar atardeceres y crepúsculos que
dejan reflejos e instintos imborrables para la alegría de la memoria. Lugar
lleno de ensueño. Un orden necesario dentro del caos. Igualmente refugio para
las sabandijas asustadas que se metían siempre en sus propicias madrigueras.
D. Agustín odiaba perderse en un mato
groso imposible como tal cosa. Como tampoco le gustaban los ríos, mares y
océanos. Igualmente despreciaba los pantanos, pues pantanos hay muchos, y es
fácil empentarse. Era un espacio idóneo para el escritor que llevaba dentro.
De joven era como muchos de sus
paisanos, un miembro tranquilo en sociedad. Aparentemente de puertas para
afuera. Zagal inquieto, discutidor agudo, hombre de café y mate. Carnal al
máximo, un problema grave, pues todos los vicios se le reflejaban en el rostro
desde pequeñito. Se delataba a sí mismo sin pretenderlo. Se fue convirtiendo
con el paso del tiempo en un hombre de textura filosófica. Atraído por los
mitos y los símbolos, lo que le llevó a cambiarse de nombres y apellidos. Sufrió
las consecuencias del mundo de la razón derivadas del mundo de la
irracionalidad. El hombre para él era razón pura, y la razón crea en ocasiones
monstruos que son los mismos hombres. Los perros flacos acaban por dar vueltas
sobre sí mismos, terminando por morderse su propia cola.
D. Agustín volvía siempre a su
pueblecito rural de origen. Vecindario de agricultores. La Argentina fue a
principios del siglo XX patria de inmigrantes y expatriados europeos. Municipio
perteneciente a la provincia de Buenos aires. Un pueblo con orígenes españoles,
los gallegos. Ascendencias francesas, italianas, alemanas, eslavas. También libaneses o turcos, apodo que se da a todos
los pertenecientes al imperio otomano.
D. Agustín “el matemático”, era un
hombre que dedico sus ratos libres a la lectura que le inspiraba y enriquecía
en su vocación de escritor. Sus contemporáneos denominaron su obra como
literatura. Sus relatos nunca fueron fieles a lo que plasma una fotografía. Las
palabras se juntaban dando sentidos a los sueños. Las transcripciones que da el
sopor en pleno letargo suelen ser fantasmagóricas, casi nunca exactas a la
realidad. Se propuso cosas grandes al decidir escribir. Lo mínimo que se le
podía exigir a un hombre es que fuera perfecto, lo intento siempre con esfuerzo
y ardor.
Padre de dieciocho hijos y todos varones,
no concebía por hogar y domicilio un lugar tan cargado de testosteronas y
adrenalinas desbocadas. Esos nerviosismos y alteraciones le sugirieron pisarlo
poco. Le sobraba esa tensión después de su jornada laboral abarrotada de
muchachos feroces y tan cafres.
La mama cuidaba a sus hijitos de
cuatro en cuatro, de grupo en grupo, todos a la vez pero nunca mezclados,
aparecieron los primeros clanes y bandas en la vida cotidiana de la familia. A parte
de santa, fue siempre una erudita en inventos prenatales necesarios, realizados
con materias primas sacadas de la naturaleza, pues ya podes tener plata, que
dieciocho hijos son muchas bocas que alimentar.
Su residencia era un cuartel de
régimen severo. A D. Agustín no le quedó más remedio que ser duro, poco candoroso,
algo violento, para nada generoso. No permitir motines para sacar adelante el
barco con tantos rebeldes dentro solo se podía conseguir con recia disciplina.
Cuando sus hijos se dieron cuenta de su verdadero interior, ya se había muerto.
La vida es así, no pudieron ofrecerle su afecto al necesitar dárselo, era
tarde. Se marcho, en su último viaje a ninguna parte al ser ateo. Hablaron los
hermanos del gran padre que tuvieron. Muchas anécdotas surgieron a la luz. Era
el momento apropiado, entre sus añoranzas, llantos, dolor, pero agua pasada no
mueve molino.
Albertito el último del regimiento de
dieciocho hijos varones, recordó en el velatorio de su papa delante de primos,
tíos y demás familiares, una de las últimas anécdotas curiosas y divertidas que tuvo con su papa,
algo que le marcaría para siempre. Tan metafísico y filosófico cuando lo cogías
de buen píe, con cuatro tintorros agitándose en su pechito. Albertito contaba
con catorce añitos cuando entro en el despacho de su papa, para pedirle que le
resolviera unas duditas. Albertito tenía una carita muy risueña, de carácter
favorable e inquieto. Requeté peinado, con uniforme de bachiller, polo azul
marino de cuello ancho, acabado en puntas abiertas por fuera de camisa blanca,
pantalón de ejecutivo, zapatos negros brillantes. Lo pillo de tan buen ánimo
que no le importó dejar sus tareas. Un nuevo discurso para una conferencia en
la academia cultural y científica de ciencias matemáticas. Allí lo esperaban
con los brazos abiertos, compañeros y camaradas conocedores deseosos de sus
ideas originales, aperturistas en investigaciones y de aguda ironía:
-¿Papa cual es el placer al leer
poesía? Casi siempre es tan triste. Muchos poetas aparecen en los libros de la
historia suicidándose.
- Hijo, la poesía es desnudez,
quedarte en pelota picada. Borges como muchas de sus desnudeces en sus
opiniones dijo: “He cometido uno de los grandes pecados que un hombre puede
cometer, no he conseguido ser feliz”. Esto lo dijo cuando ya tenía cincuenta años.
Para decir eso a su edad te aseguro que hay que echarle pelotas. Borges poseía
la profundidad del ser, y para eso hay que desnudarse. Lo malo es cuando te
mirás al espejo como tu mama te trajo al mundo, por lo normal y en general
encuentras miles de defectos y no te gusta. Te desnudas, se te enfría la
mollera encontrando imperfecciones de tu propio ser. Coges una pulmonía depresiva
que deriva en enfermedad terminal, sin remedio, te vas al otro barrio si antes
no te has suicidado de pena. Al enterarse las vecinitas de mesas camillas
criticarán que te suicidaste, dirán que fuiste un cobarde que no supo afrontar
su propia carga. Pobre de ti como te puedan salvar del coma casi terminal, te
señalarían con el dedo por la calle, se te caerá la cara de vergüenza, para toda la vida y te entrarán ganas de
suicidarte de nuevo. Por eso Albertito lo mejor es no ser nunca poeta.
- ¿Pero el poeta tiene que estar
apenado siempre que escribe?
- No tiene por qué. El poeta toca la
tristeza por la condición de aducción de los estados del ánimo. El poeta está
cargado de sentimientos. Será normalmente inteligente e intuitivo. Captará
óptimamente las emociones. Llegando a reconocer la sabiduría de poder
reflexionar sobre la vida y la muerte. Eso deprime mucho si no se asimila bien
y puede llevarle al suicidio. Al poeta lo anima una caricia, lo anima una
sonrisa, una frase pequeña, modesta pero verdadera. Un poeta no puede ser
siempre feliz, pues al venirle un revés descubierto intuitivamente al explorar
los sentimientos humanos, se puede echar a perder, dejarse llevar por el
abandono y el olvido de sí mismo. Aunque tiene este punto un aspecto positivo,
los sentimientos dolorosos preparan para la muerte. Apreciaran más los pequeños
buenos momentos, las pequeñas felicidades. El mejor y verdadero poeta, no
suprime los sentimientos dolorosos, se prepara para la muerte digna. La vida
hay que honrarla. Para honrarla hay que honrar a la muerte, las dos cosas van
pegadas. Si no tienes tropiezos graves en la vida, no sabrás honrar a la
muerte. En La Argentina el poeta es un pura sangre, no se suicida tanto, andan
tan mal las cosas en este país, que todos, quien más quien menos, dicen: “¡Qué
bien que venga la muerte!” Se preparan más para la vida. Aprecian esos buenos y
malos momentos y los soportan mejor. Hacen equilibro con ellos, por eso en La
Argentina los poetas llegan a ser tan longevos. También por esto dejan mejor huella
entre los que les leen, al tener sus poemas una gran dosis de ironía sutil y
disimulada al burlarse del destino que les aguarda.
- Papi tengo más preguntas e
inquietudes. ¿Tenés tiempo?
- Contigo Albertito, cuando te ponés
transcendente, el tiempo deja de tener tanta importancia, el momento es
atractivo y arrebatador ¡Si, decirme!
- ¿Papito la felicidad es real o es un
mito? ¿Para ser feliz de vez en cuando, hay que tener muchos amigos?
- Es más bien un mito. La felicidad es
pura leyenda cuando necesita de los demás. La felicidad en sí, es estar
contento contigo mismo.
- ¿Por qué? No lo entiendo del todo,
no lo tengo tan claro.
- Todo es un cuento. La importancia de
querer estar con los demás es puro altruismo. La felicidad es un mal entendido
en el intercambio de intereses creados y compartidos destinados a la
supervivencia y el bienestar propios del ser, nada más. Ser feliz es no
necesitar a nadie. Mirar, te voy a poner
un ejemplo práctico. Hacer a Marcelo la siguiente pregunta – Marcelo era el
lorito que compartía parte del tiempo y del despacho de papa -
-¿Marcelo a quien querés más, a papa o
a mí? – Albertito se dirigió al loro y le formulo esta misma pregunta. A lo que
el loro respondió.
-A tu papa –
¿Y eso porque? Si yo te quiero muchito-
Pregunto Albertito algo frustrado
– Porque si tu papa me dura más, está bien de
salud y feliz, tardaré más tiempo en no morirme de hambre y de penita- Después
de decir esto el lindo lorito le dio la espalda literalmente a Albertito
ignorándolo por completo todo ese rato.
El papa miró a Albertito, y pensó que
le había dado una lección de lo que era la felicidad, un revés rebelado, que le
duraría toda la vida, una carga. El loro Marcelo, se había pasado, ojalá no haya
traumatizado al nene, pensó el papito. En silencio empezó a pensar si había
sido aquel ejemplo una buena idea y siguió explicándole.
-Albertito te das cuenta que Marcelo
no podrá nunca ser feliz. Me necesita. Mira que estúpido y boludo se puso. ¡Te
habló hasta con algo de prepotencia! También es cierto que Marcelo es un loro
frustrado e incomprendido, comprenderlo. Lo compramos en el mercado de los
Incas, sucio y pelado casi. Sufrió demasiado, no comía y solo sufría. No tuvo
una de cal y otra de arena, tan necesaria para ser feliz. Ahora se pone hasta
el culo de comer, lo mimo, le hablo, lo tiene todo, lo que no tuvo nunca. Se le
agrió el carácter, no supo asimilar. Al ser humano le pasa más y más y de peor
forma y asimilación. Por eso el buen poeta siempre es tan solitario. Será
progresista para alcanzar la resistencia en su paz interior y será sincero. Con
esto respondo en algo a lo que me planteaste en la primera pregunta.
- ¿Pero entonces para ser buen
escritor hay que ser sincero?
- Hubo grandes escritores amantes de
sus semejantes, y salieron mal parados, creyeron que llegar a ellos sería a
través de la sinceridad. Un error de lo más garrafal. Si eres así, puedes dar
una conferencia en los EE.UU para jóvenes universitarios republicanos y
decirles manifiestamente sin complejos:
-¡Soy drogadicto, soy homosexual, soy
un genio y no tengo remedio!-
¡Que rompe pelotas! Tenés un lio creador y
narrador de historias. ¡Pobre literato necesitado de tener amigos! Tuvo que manifestar
sus propias ideas, dejando la semillita estéril de su propia soberbia. Se
sincero y eso lo mato. Los demás no tendrán porque necesitarte, pero necesitarán
apalearte diciendo lo que piensas. Serás un prosista suicidado o asesinado. Serás
un autor frustrado.
Albertito quedo traumatizado para toda
su vida después de esta conversación con su papa. No volvió a tener más de esta
índole. A partir de ahora peguntaría sus inquietudes al loro Marcelo. De hecho
llamó a su primer vástago Marcelo. A su segundo retoño, una niñita muy tierna y
dulce, se la bautizo como Marcela. Se casó con una esplendida mujer sin
complejos llamada Marcelina. Una mulata esplendida de origen natural
brasileiro. Nunca tuvo entre sus familiares loro alguno, si que tuvo chigua
gua, fue al único que no se le designo con el titular de Marcelo. Albertito
consiguió destacar y resaltar en su vida laboral como astro físico nuclear de
gran prestigio. Escritor de novelas con éxito en ventas. Destacaba en el género
negro psicológico. Flor y nata suprema en estas lides, con saga numerosa y superventas
mundial. Ni decir tiene cual puede ser el nombre de pila del detective
protagonista de la colección, al estilo de las obras de Agatha Christie. Ni que
decir tiene quien descifraba y aclaraba cada crimen, compañero fiel del
investigador. Cual lindo ser singular, lleno de cualidades intuitivas, desenmascaraba
número tras número al presunto asesino en el último instante de cada capítulo.
Delatando con una de sus plumas que dejaba caer muy sutilmente al lado del
homicida o criminal de turno. Albertito también fue un espía reconocido y conocido
entre la élite, mal presagio para un espía. Fue localizado y atrapado pronto por
el enemigo. Se pudrirá por un tiempo en una cárcel libanesa. Tuvo la suerte que
al carcelero se le apodará Marcelo entre los ambientes bajos de la prisión y se
sintió durante un tiempo como en su casa.
Para D. Agustín la palabra amistad en
la paternidad no le entraba en sus conceptos normales. Ser padre tenía que
estar dentro de las jerarquías. Así de mayores los adolescentes podrían
apoyarse en alguien que sirve de guía. Esa actitud resultó ser un éxito. Con el
tiempo cambió algo de parecer, no del todo. Solucionó sus incógnitas, dudas y
preguntas. Las que presentaba el presente, preparando las que depara el futuro,
tal y como hemos visto anteriormente con Albertito.
Hombre de profundos saberes y fuerte
carácter, también fue muy lujurioso, muy promiscuo. Tuvo amantes a pares, a
tríos. Galán apuesto y complicado sumergido en ambición viciosa. Sus grandes
sueños, obsesiones y pasiones, se comprendían en hacer sexo todas las semanas
con una esposa, una concubina o cortesana refinada. Todas a la vez pero sin
llegar a montar una orgía. Las trataría con cariño y comprensión. No acabaran
en el psicoanalista. No las quería alineadas, que llegaran a conocerse o saber
de la odisea amatoria a las que estaban expuestas. No las deseaba mezcladas
confusamente y sin orden. Todas tenían una agenda particular y propia, con sus
nombres y caprichos apuntados correctamente. Le ayudaría a no enredar y
complicarse la vida. Mundologías que llevaría siempre como bagaje de equipaje,
un hombre de buena intuición. Un capitán de navío con una novia en cada puerto
puede cagarla fácilmente. Fue un héroe entre sus concubinas. De una
personalidad que dejaba huella como una estrella de Hollywood en la década de
los cincuenta. De bigote fino y arreglado a la altura de la comisura del labio
superior. Un alma de dios, complicada e inquieta.
Su espíritu tumultuoso acabo buscando
distracción en las matemáticas, pues estas carecen de sentimientos. D. Agustín
llegó a ser licenciado en ciencias de la matemática de forma compulsiva, luego
se doctoro y consiguió una cátedra. Aunque lo deseó, nunca pudo dedicarse de
lleno a la literatura, se hubiese muerto de hambre. Nunca lo vio como un
porvenir extraordinario. Si bien, no le salió una afición infructuosa, le
otorgaron premios graciosos y curiosos. A mitad de su vida, ya maduro, toco la
fama, los medios de comunicación se encandilaron de su personalidad jovial. Se fascinaron
con su carácter extrovertido, pues lo cambió a conciencia para lograr sus
propósitos y metas. Le dieron a conocer de tal magnitud, que le proporcionaron
sin querer, más amantes clandestinas, pues aun no existía la prensa del corazón
hoy por hoy día entendida. Así pudo pasar desapercibido a la salida de los
bares, salas de fiesta, conociendo la golfería a gran escala, empezaba a tener
plata.
No sintió nunca desde su bondad interior
ser un verdadero pacifista. Como ya dije le gustaba discutir y le proporcionaba
placer. Lo suyo era un aula serrada donde solo se escuchara su voz. Más que verse
influenciado por las ideologías del momento internacional, y el movimiento
marxista externo al de su país, le atrajo dentro de una compostura natural, la
alegría, la piedad por sus criaturas siempre que estas pensarán de igual
manera. Estaba sufriendo una transformación del ser. Le estaba cambiando el
karma por momentos. Su espíritu nunca le dejaba mucho tiempo en el mismo sitio.
Un día se sintió indispuesto, se vio obligado a dejar las ciencias matemáticas de la docencia cinco años después
de conseguir la cátedra en Buenos Aires. Sumar dos y dos, le salía veintidós. Le
preguntaron sus amistades que haría a partir de ahora, a lo que contesto
despectivamente, argumentando que se dirigiría a la guerra de los treinta años,
armado hasta los dientes, sin querer saber nada de su pasado, vencer o morir
sin retorno. Lleno de incógnitas y desencuentros se metió a político. Imposible
hacerse pasar por un revolucionario de salón, o un tertuliano de mesa camilla,
acababa siempre fuera de sus casillas y con fuertes jaquecas, juicios, y
moratones barios. A parte, siempre que le daba por pensar y recopilar anécdotas
para sus obras, comenzó a decir lo que sentía, su verdad interior, lo que le
llevo a quemar muchas de sus creaciones. Quemaba más de lo que escribía. Quedó
con una fama de pirómano imbécil, difícil de borrar en su currículo de
conocidos intelectuales. Creía que todo lo que escribía estaba mal. Tenía que plasmar
un ensayo sobre la valentía de ser escritor y no morir en el intento.
Hijo de su época, el hombre abstracto
acaba siendo irracional. Cerrar el círculo de las irracionalidades no era
sensato. Se sintió por mucho tiempo perdido en un laberinto sin salida, donde
le perseguía el mino-tauro de lo incomprensible. Sintiéndose tras estas
reflexiones algo indispuesto, fue tratado durante cinco años por los mejores
especialistas de la psiquiatría moderna argentina. Tras fuertes tratamientos, revelado
por la razón desde el pensamiento, otra vez perseguido por la hoguera de sus
vanidades, volvió a hacer más y más grande el montón calcinado de sus escritos,
quedando todo el escampado trasero de su granjita de la Pampa en Rojas, un
campo de batalla arrasado.
Murió de tristeza en un hospital
psiquiátrico por falta de inanición intelectual. Buscar polémica donde no la
hay lo mato.
Dicen las malas lenguas que quien más
se acordó de la muerte de D. Agustín, fue el loro Marcelo y eso que lo
quisieron muchas personas de la alta sociedad, y de la baja suciedad lujuriosa
y fiestera.
Colofón explicativo:
Relato inspirado en la vida, entrevistas
y frases de Ernesto Sábato. Irónico, intuitivo, incisivo ávido para cortar
justo en el sitio deseado, sin llegar a ser punzante molesto. Le dejo este humilde
relato, quizás malo e imperfecto al máximo. Igualmente pido perdón al meter matices
argentinos que no corresponden a un castellano. Lo creía necesario para darle
más autenticidad a la ironía de los pensamientos relatados: “La unidad dentro
de una rica diversidad le pertenece al hombre concreto a la que pertenece”. Al
romper el matiz de mi castellano natural y de origen, no pretendo molestar a
los matices en el dialecto personal y único del argentino. Solo está pensado
para acentuar el humor dentro de la ironía de algunos pensamientos que me
llaman la atención. Aclaro esto porque en Andalucía, España, hay un dicho que
dice: “Te pueden dar una guanta sin mano”. No tengo ganas de ser un franco
tirador de nadie, cultura o pueblo, igualmente no llevo un cañón a mis espaldas
para hacerme amigos, tampoco ganas de llevarme una guanta inmerecida ante mi atrevimiento
pues no está hecho con maldad alguna. Pienso que puede haber una cierta licencia
en este sentido si lo pretendido es contar una historia de otro lugar
penetrando en su manera de captar las cosas e inquietudes que les rodean, dándole
una pizca de mordacidad humorística desde la admiración del ingenio argentino y
su gran y rica cultura, que lo es para mí, nada más).