lunes, 3 de febrero de 2014

Los Hijos del Trabajo y del Obrero.



Arreciaba el frío del norte sobre la explanada frente a los autobuses del partido. Soportábamos como podíamos las gélidas temperaturas, con un simple pijama de a rayas sobre nuestros cuerpos frágiles de once años. Formábamos en fila de a dos frente al muro del colegio, nuevo campo de reeducación, La Salle nº3. Alabando a grito pelado y con el brazo en alto la efigie del suplente hermano Santiago, más conocido entre las filas como “El Pistolero Sanguinario”, ante la frialdad y facilidad de dedo suelto, gatillo ágil, cañón resbaladizo, sobre la nuca de algún niño inocente, y debido a que nuestro verdadero director, Hirohito “El Golosina” un japonés con cara de adolescente inmaduro, se encontraba de permiso, o supervisando la próxima remesa de inadaptados. De fondo se dibujaba en rojo y en medio de cada uno de los estandartes la cruz de hierro. Tenía a mi lado a mi compañero de clase Angelito, unidos a hierro, entre su boca aparecían los cinco dedos de una mano, y dos de la otra, rebosantes de babas. Una vez realizados los actos de honor a nuestro líder, avanzamos hacia aquellos autobuses casi desechos, y destartalados al máximo. Antes de llegar al autobús con la letra G pegada en el parabrisas, pude observar unos segundos a mi amigo Ramón con su pijama casi destrozado y medio congelado de frío, dentro de la jaula de los Ciervos, junto a otros compañeros del departamento de reeducación, últimamente llamado y más conocido por  “La Solución Final”. Me acerque como pude y empujando a mi compañero de esposas y cadenas en los pies, hacia mi amigo que se aferraba a los barrotes de la nueva mazmorra, y le pregunte como pude:
-         ¿Qué coño haces ahí metido, como es que no estás con nosotros?
-         Dicen que soy gitano, a los que me rodean aquí dentro, les acusan de vena distraída, comunistas, inadaptados y demás... – respondió a mi pregunta sin poder acabar la frase, castañeteándole los dientes, tiritando de frío, entre un débil gemido final, con su rostro asustado y triste alcanzo a preguntar por últimas palabras – ¿Vosotros que hacéis tan unidos? ¿A dónde os llevan? ¿Por qué os llevan?
-         Dicen que soy aristócrata y medio tonto, de Angelito, dicen que está del todo, ¿ya sabes?
-         ¡Eh! Vosotros dos volved inmediatamente a la fila – Ordeno a gritos un hermano de La Salle con bata blanca y un brazalete de las S.S en el brazo derecho, con muy malas pulgas.
Nos alejamos de él, hacia el autobús, dije adiós con la expresión que pude transmitir, la que salió de esa mirada triste, hacia mi mejor amigo, mi hermano adoptivo por siempre, mientras nos reincorporábamos a la fila, pude echarle un último vistazo de refilón, una lagrima invadió mi boca y abrasé a Angelito con ánimo, transmitiéndole toda la fuerza que me quedaba para que él no se derrumbara, si acaso su interior percibía algo de toda aquella barbarie que estábamos viviendo.  Si teníamos que esperar un ángel para que se realizara un milagro y la mano de Dios hiciera justicia, entre todo aquel tinglado, no iba a aparecer procedente de los rezos de aquellos hermanos vestidos de blanco. Serían hijos de alguien pero no del Dios que nos enseñaron a amar, ni los hijos que él podría querer.  
Nos tomaron nombre y apellidos antes de entrar al autobús. Al nombrar el mío, me separaron del compañero, y nos dijeron:
-         Ángel, tu al autobús “F”, vas a los baños.
-         Roca, tú al despacho del jefe de estudios, tienen que hacerte un par de preguntas antes de elegir tu destino – agache la cabeza y grite en mi interior aliviado, lo mismo existía alguna posibilidad de alguna recomendación, algún cable movido, sin pensar en Angelito, aun no sabíamos lo de las duchas parasitarias.
Un oficial de la Falange Española, con la esvástica al pecho y con expresión terriblemente orgullosa y altanera me dijo que tomara asiento, enfrente de su escritorio, detrás de la mesa, en la pared, había un hueco rectangular, señalado por el moho, con forma de marco, quizás un cuadro recién quitado. Después del fallecimiento del generalísimo, los nazis tomaron más poder aun en este país, España, satélite del eje del mal, imponiendo sus reglas más que nunca, incluso decorando los despachos con fotos del anciano canciller alemán. Una vez sentado, el oficial de mediana edad, alto, con buena planta y figura, firme y en posición disciplinaria, realizó unas cuantas preguntas, un interrogatorio en toda regla, al principio, luego...
-         ¿Rafael Roca Martínez, verdad?
-         Si, mein fierrer, así es – conteste con la voz entrecortada, asustado y lleno de odio por dentro de las entrañas, con tantas ganas de venganza, como jamás había tenido en mis cortos once años.
-         Sus padres son Rafael Roca y María José Martínez, ¿cierto?
-         Sí señor.
-         Su abuelo materno fue un empresario conocido de Almodóvar del Rio, antes de la guerra civil española, ¿no es así?
-         Así es.
-         Este mismo abuelo es un nieto de un aristócrata y Lord, dueño de unas minas de Pozo Blanco, Puente Genil y alguna población más, ¿es así, verdad? – me limite a asentar afirmativamente con la cabeza.
-         Retrasado aristócrata de tres al cuarto, cuando me dirija a la nada, pronuncie con un “sí señor”, ¿entendido?
-         Sí señor.
-         Bien, mejor. Su abuelo materno tenía en Almodóvar dos cines uno de invierno y otro de verano, varios almacenes que alquilaba a otras empresas. En Córdoba capital era el gerente del hotel “Las cuatro Naciones”, que heredó su señora al ser hija única y esta heredarlo de sus padres, ósea su abuela materna, ¿no?
-         Sí señor.
-         ¿Su padre fue profesor de canto y piano en el conservatorio de Córdoba, y luego administrativo en La Sevillana de electricidad? Tuvo varias compañías de Zarzuela que dirigía el mismo, ¿es correcto?
-         Sí, señor.
-         Por lo visto han llegado a recibir correspondencia de la casa real Británica, en recepciones por visitas de la reina a su país, etc, etc...
-         Sí, señor.
-         Eres un aristócrata y con malos rendimientos académicos. Alguien de lo más inservible para la organización y el rendimiento de la nación, inadecuado para la bendita e hereditaria raza aria, la perfección de la genética en su estado puro...
-         Sí, señor.
-         El hijo del obrero que se hace a sí mismo desde nuestras juventudes, es un Dios comparado con el despojo humano que eres tu Roca.
-         Al nacer no puedes elegir la cuna, señor.
-         En definitiva, un paracito para el pueblo y para la sociedad perfecta que estamos construyendo para dentro de mil años – siguió paseando por el amplio despacho, como si no me hubiese oído – pero lo mismo si le reeducamos dentro de los principios del reino nacional socialista, lo mismo podemos hacer de esta piltrafa, algo productivo para la sociedad, una unidad más para el organismo plural, un eslabón más dentro del todo de la gran nación obrera. Pues no importa de dónde vienes, sino como te haces en valores necesarios para la optima construcción del estado.  El trabajo del obrero al servicio del Estado Nacional Socialista. El sudor de vuestra frente al servicio del canciller, al servicio de nuestra alma fundamental. El hijo del obrero por fin será tan importante como el nacido en la nobleza, por fin se hará justicia.
-         Sí, señor.
-         No le he preguntado estúpido. Estos principios son los que debe aprender por ahora como los más importantes y básicos del socialista  de hoy, el que queremos conseguir a toda costa, ¿comprendido?
-         Comprendido, que diga y disculpe, ¡sí señor!
-         Bien, ¡Froilein! Haga el favor de terminar de tomar los datos de este inadaptado aristócrata inútil por ahora, y una vez terminado, mande a la guardia que se lo lleven, luego desinfecten el despacho antes de que vuelva de almorzar.

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