domingo, 23 de febrero de 2014

Nubes Negras



Nubes plomizas cercan de nuevo el reducido raso azul que aún colea. Más al sur, la zona roja acentúa el rubí escarlata, banda grana cercana al puerto. Un soplo helado entra en la habitación desde la terraza, en forma de aviso. El cabello rubio de Marta corre en círculos, levantado caprichosamente, rezumar de gotas empapadas en salitre, poros húmedos sueltos entre el aire. Solo con mirarse, las hermanas averiguan sus pensamientos, misteriosos códigos encadenados que se abren en mutuo silencio. Es ¡Michel!, si, ¡Michel! Suena el timbre, tres golpes secos y seguidos, marca inconfundible de la casa. Carmen corre hacia la puerta, danza sutil e ingeniosa, exhalada en suspiros asfixiantes, una brisa suave entra al abrir la puerta, compás frágil, mezcla de aromas, golpe perspicaz, al ritmo del viento marino procedente del puerto. <<Mi niña, mi preciosa y delicada Carmenchu. ¡Ahora son negros tus cabellos, mi chiquilla!>> El fondo del marco de la puerta se llena de una masa gigantesca, imprecisa aun, primer esbozo desde las sombras del coloso tío Michel. Un abrazo tenso a la vez que emotivo se funde sin palabras de por medio, un momento pleno que llena por si solo el ambiente. Una melodía suave y propicia para ese encuentro, llega desde el fondo de la sala de estar. << ¡Tío Michel! >> exclama Marta con voz entre cortada, mientras se une al abrazo, piensa que llegó, el mejor copartícipe en un encuentro tan deseado y necesitado. Vagando la pena entre el gemido y el resoplar del llanto, hasta que al final resuena una voz ronca y autoritaria rompedora del extraño momento: << ¡Nada de llantos! ¡Vaya! Tanto desconsuelo. Tranquilas, aquí esta Michel. ¿Verdad que si mis niñas? Todo irá pasando, lentamente, pero irá pasando. Lo superaremos a medida que lo vallamos admitiendo, por mucho que nos cueste>> En cada palma de sus manos cabe el perfil de cada uno de sus rostros. Las acaricia, las besa en sus frentes.
Eduard sale a su encuentro, deja la cuchilla de afeitar, con la cara aun húmeda, trozos de espuma aun bañan su barbilla. Las emociones han bloqueado sus actos más elementales, avisando a la confusión, nublando a la razón. Se acerca a sus hijas y se une al abrazo de su cuñado Michel. Chocan, sin llegar a tocarse sus frentes, sin mirarse. No pueden, carecen del valor suficiente. << ¡Su último viaje! ¿Verdad mi querido Eduard? >>
Las gabardinas se van calando lentamente, a medida que va descendiendo el féretro. El camposanto está lleno, no cabe un alfiler, cientos de paraguas desde lo más alto, en un saliente prominente se agolpan entre la muchedumbre, familiares, amigos, periodistas, esperando a que pasen las nubes negras. Se produce un silencio que parece eterno. Solo el golpear de la lluvia lo rompe en secreto. La última travesía del adiós. Las obras de los operarios comienzan. Nadie se mueve entre la niebla. Michel mantiene entre sus brazos a Marta, la más desconsolada ante el dolor. Carmen sujeta en pie a su padre, Eduard no puede mantener el equilibrio, la pena lo deja fuera de combate. << Seamos fuertes mi niña. Si “La Merche” nos viera, nos regañaría, sabes cómo era >> << A mí me pondría derecha la corbata, a ti las trenzas y eso que te cambiaste de falda. ¡Qué locos y amargos comenzaron los ochenta, mi niña! >>
Michel miró la cara acurrucada y encajada de su sobrina en su pecho con dulzura, una leve sonrisa cómplice se escapaba desde lo más alto. Un sinuoso golpe de viento resonó en un estallido de trueno. La tempestad había llegado, con sus nubes negras y tocado fondo. 
Una vez acabado todo, siguieron allí petrificados. Michel fijó la mirada en la nada, evadiéndose de la realidad gracias a los recuerdos. Al instante comprendió que volvía a tener once años. Jugaban con estampas de cartón al lado de la calle. Imágenes que inmortalizaban una época. Equipos y alineaciones de la liga del año 1935/1936.  Eduard hacia trampas a Merche aprovechándose de ser más joven e ingenua. Sentados en el suelo frío de un soportal se intercambiaban los cromos. Lenta y pausadamente fue articulando casi en un susurro dormido, algo sin sentido para los que se acercaban. Al darle el pésame iba recitando de manera inconsciente: << “Nogues, Zabalo, Arana, Pedrol, Berkessy, Franco, Ventolra, Raich, Escola, Morera, Cabanes”>> Al enunciar cada palabra lentamente, se le iba cayendo una lágrima al compás de cada nombre...

lunes, 3 de febrero de 2014

Los Hijos del Trabajo y del Obrero.



Arreciaba el frío del norte sobre la explanada frente a los autobuses del partido. Soportábamos como podíamos las gélidas temperaturas, con un simple pijama de a rayas sobre nuestros cuerpos frágiles de once años. Formábamos en fila de a dos frente al muro del colegio, nuevo campo de reeducación, La Salle nº3. Alabando a grito pelado y con el brazo en alto la efigie del suplente hermano Santiago, más conocido entre las filas como “El Pistolero Sanguinario”, ante la frialdad y facilidad de dedo suelto, gatillo ágil, cañón resbaladizo, sobre la nuca de algún niño inocente, y debido a que nuestro verdadero director, Hirohito “El Golosina” un japonés con cara de adolescente inmaduro, se encontraba de permiso, o supervisando la próxima remesa de inadaptados. De fondo se dibujaba en rojo y en medio de cada uno de los estandartes la cruz de hierro. Tenía a mi lado a mi compañero de clase Angelito, unidos a hierro, entre su boca aparecían los cinco dedos de una mano, y dos de la otra, rebosantes de babas. Una vez realizados los actos de honor a nuestro líder, avanzamos hacia aquellos autobuses casi desechos, y destartalados al máximo. Antes de llegar al autobús con la letra G pegada en el parabrisas, pude observar unos segundos a mi amigo Ramón con su pijama casi destrozado y medio congelado de frío, dentro de la jaula de los Ciervos, junto a otros compañeros del departamento de reeducación, últimamente llamado y más conocido por  “La Solución Final”. Me acerque como pude y empujando a mi compañero de esposas y cadenas en los pies, hacia mi amigo que se aferraba a los barrotes de la nueva mazmorra, y le pregunte como pude:
-         ¿Qué coño haces ahí metido, como es que no estás con nosotros?
-         Dicen que soy gitano, a los que me rodean aquí dentro, les acusan de vena distraída, comunistas, inadaptados y demás... – respondió a mi pregunta sin poder acabar la frase, castañeteándole los dientes, tiritando de frío, entre un débil gemido final, con su rostro asustado y triste alcanzo a preguntar por últimas palabras – ¿Vosotros que hacéis tan unidos? ¿A dónde os llevan? ¿Por qué os llevan?
-         Dicen que soy aristócrata y medio tonto, de Angelito, dicen que está del todo, ¿ya sabes?
-         ¡Eh! Vosotros dos volved inmediatamente a la fila – Ordeno a gritos un hermano de La Salle con bata blanca y un brazalete de las S.S en el brazo derecho, con muy malas pulgas.
Nos alejamos de él, hacia el autobús, dije adiós con la expresión que pude transmitir, la que salió de esa mirada triste, hacia mi mejor amigo, mi hermano adoptivo por siempre, mientras nos reincorporábamos a la fila, pude echarle un último vistazo de refilón, una lagrima invadió mi boca y abrasé a Angelito con ánimo, transmitiéndole toda la fuerza que me quedaba para que él no se derrumbara, si acaso su interior percibía algo de toda aquella barbarie que estábamos viviendo.  Si teníamos que esperar un ángel para que se realizara un milagro y la mano de Dios hiciera justicia, entre todo aquel tinglado, no iba a aparecer procedente de los rezos de aquellos hermanos vestidos de blanco. Serían hijos de alguien pero no del Dios que nos enseñaron a amar, ni los hijos que él podría querer.  
Nos tomaron nombre y apellidos antes de entrar al autobús. Al nombrar el mío, me separaron del compañero, y nos dijeron:
-         Ángel, tu al autobús “F”, vas a los baños.
-         Roca, tú al despacho del jefe de estudios, tienen que hacerte un par de preguntas antes de elegir tu destino – agache la cabeza y grite en mi interior aliviado, lo mismo existía alguna posibilidad de alguna recomendación, algún cable movido, sin pensar en Angelito, aun no sabíamos lo de las duchas parasitarias.
Un oficial de la Falange Española, con la esvástica al pecho y con expresión terriblemente orgullosa y altanera me dijo que tomara asiento, enfrente de su escritorio, detrás de la mesa, en la pared, había un hueco rectangular, señalado por el moho, con forma de marco, quizás un cuadro recién quitado. Después del fallecimiento del generalísimo, los nazis tomaron más poder aun en este país, España, satélite del eje del mal, imponiendo sus reglas más que nunca, incluso decorando los despachos con fotos del anciano canciller alemán. Una vez sentado, el oficial de mediana edad, alto, con buena planta y figura, firme y en posición disciplinaria, realizó unas cuantas preguntas, un interrogatorio en toda regla, al principio, luego...
-         ¿Rafael Roca Martínez, verdad?
-         Si, mein fierrer, así es – conteste con la voz entrecortada, asustado y lleno de odio por dentro de las entrañas, con tantas ganas de venganza, como jamás había tenido en mis cortos once años.
-         Sus padres son Rafael Roca y María José Martínez, ¿cierto?
-         Sí señor.
-         Su abuelo materno fue un empresario conocido de Almodóvar del Rio, antes de la guerra civil española, ¿no es así?
-         Así es.
-         Este mismo abuelo es un nieto de un aristócrata y Lord, dueño de unas minas de Pozo Blanco, Puente Genil y alguna población más, ¿es así, verdad? – me limite a asentar afirmativamente con la cabeza.
-         Retrasado aristócrata de tres al cuarto, cuando me dirija a la nada, pronuncie con un “sí señor”, ¿entendido?
-         Sí señor.
-         Bien, mejor. Su abuelo materno tenía en Almodóvar dos cines uno de invierno y otro de verano, varios almacenes que alquilaba a otras empresas. En Córdoba capital era el gerente del hotel “Las cuatro Naciones”, que heredó su señora al ser hija única y esta heredarlo de sus padres, ósea su abuela materna, ¿no?
-         Sí señor.
-         ¿Su padre fue profesor de canto y piano en el conservatorio de Córdoba, y luego administrativo en La Sevillana de electricidad? Tuvo varias compañías de Zarzuela que dirigía el mismo, ¿es correcto?
-         Sí, señor.
-         Por lo visto han llegado a recibir correspondencia de la casa real Británica, en recepciones por visitas de la reina a su país, etc, etc...
-         Sí, señor.
-         Eres un aristócrata y con malos rendimientos académicos. Alguien de lo más inservible para la organización y el rendimiento de la nación, inadecuado para la bendita e hereditaria raza aria, la perfección de la genética en su estado puro...
-         Sí, señor.
-         El hijo del obrero que se hace a sí mismo desde nuestras juventudes, es un Dios comparado con el despojo humano que eres tu Roca.
-         Al nacer no puedes elegir la cuna, señor.
-         En definitiva, un paracito para el pueblo y para la sociedad perfecta que estamos construyendo para dentro de mil años – siguió paseando por el amplio despacho, como si no me hubiese oído – pero lo mismo si le reeducamos dentro de los principios del reino nacional socialista, lo mismo podemos hacer de esta piltrafa, algo productivo para la sociedad, una unidad más para el organismo plural, un eslabón más dentro del todo de la gran nación obrera. Pues no importa de dónde vienes, sino como te haces en valores necesarios para la optima construcción del estado.  El trabajo del obrero al servicio del Estado Nacional Socialista. El sudor de vuestra frente al servicio del canciller, al servicio de nuestra alma fundamental. El hijo del obrero por fin será tan importante como el nacido en la nobleza, por fin se hará justicia.
-         Sí, señor.
-         No le he preguntado estúpido. Estos principios son los que debe aprender por ahora como los más importantes y básicos del socialista  de hoy, el que queremos conseguir a toda costa, ¿comprendido?
-         Comprendido, que diga y disculpe, ¡sí señor!
-         Bien, ¡Froilein! Haga el favor de terminar de tomar los datos de este inadaptado aristócrata inútil por ahora, y una vez terminado, mande a la guardia que se lo lleven, luego desinfecten el despacho antes de que vuelva de almorzar.

domingo, 2 de febrero de 2014

Los 400 golpes de La Salle - Córdoba.



Nuestra historia en los años setenta fue muy parecida a la que retrata “Los 400 golpes”. Hacer productivos a unos sujetos, niños, para un futuro dentro de una sociedad “Nacional Socialista” como aquella, consistía en castigar al ser rebelde, segregar su espíritu, dominarle y en caso contrario eliminar toda aspiración ilusoria natural en un pequeño de seis años. Preferíamos tener en casa a mama que nos dijera con su voz dulce: “¡No pises ahí que he fregado!”, antes que quedarnos en la última fila de la clase, los chicos del final, los acabados y repudiados por la sociedad, los despreciables. En ocasiones sueño que voy en pantaloncitos cortos y la chaquetita de los domingos, fiesta de guardar, corriendo como poseso por la playa del Carmen de Málaga, sin saber porque, pero corriendo libre como un niño salvaje, el loco primitivo delincuente que se escapó de La Salle. Esa España de las sociedades disciplinadas y que despreciaban tanto al hijo del obrero que iba metiendo con ilusión a su hijo en un colegio con aspiraciones de progreso, para que pudiera tener una mejor vida laboral que la suya. Luego esta esa pobre madre que llevaba a su niñito de la mano a la parada del autobús. Aquellos primerizos años de prosperidad de la década de los setenta, cuando los titos volvían de Alemania. Entonces y más que nunca esas mamas se veían rechazadas por las demás señoronas que comenzaban a relacionarse e ilusionarse entre senderos de grandeza. Grandes damas en sus primeros clubs de ciudad para nuevos pudientes, como “La Escudería”, “El club de Hípica”“Miralbaida” etc, etc. Mientras en la espera de la parada del autobús, entre esos corrillos de mamas que se apiñaban en solidaridad enfermiza de su propia clase social, con fondo a cotilleo, daban de lado a la mujer del albañil o clase obrera, el que diga que es mentira o solo fruto de mi imaginación, que me coma el pene y a dos tiempos. Mi padre, un hombre que solo se preocupaba de ir a trabajar todas las mañanas como administrativo de La Sevillana, escuchar por las tardes Zarzuela, pues en su juventud había sido profesor y director del conservatorio de Córdoba, pues llevó una compañía de Zarzuela en la que el participaba como Barítono en la década de los cincuenta en esta ciudad, no tenía tiempo ni para plantearse tonterías de la clase social nacional socialista tan típica de la época, solo dedicaba su tiempo libre en recordar sus giras teatrales y escuchar Opera o Zarzuela. Mi madre, ama de casa, y de familia con carta de invitación de la Reina de Inglaterra para actos de recepción para los descendientes de Lores que se encuentran en otros países que ella visita, vamos que se pone tonta y lo mismo tiene más derecho a ser la estúpida de turno, como decía, si que se juntaba con cualquier madre de algún compañero, sin distinciones de clase alguna, en esa esquina de la calle “El Almendro”, frontera con el Banco Banesto, de donde salían como chinches igualmente, grandes damas de la alta sociedad del barrio Santa Rosa. Recuerdo que mi madre, no solo no tenía problemas en relacionarse con ellas, sino que fue con las que mejores migas hizo. Grandes mujeres y tan humildes como nosotros, mi familia, la única y verdadera diferencia quizás, es que procedía de una familia con cultura y sin cuentos para no dormir, que es lo que había en esa época, mucho cuento y poca cultura. Para colmo, un día triste y muy negro para mí, ese progresista oculto del “Morsa” castigó a uno de esos críos considerados y proveniente de la clase obrera junto a un servidor, una persona que aprecio aun, aunque muy mal pensado, hijo de una de esas madres rechazadas, por cierto más trabajadora y luchadora que ninguna, de las que le retiraban la palabra sin haber hecho nada, la cual conocí, por lo que puedo decir que es una gran persona para mí y sin descubrir el Titanic, aunque ahora me lleguen todos, incluso ese compañero que lo vivió en primera persona con su madre, y le de por pensar que es mentira, sueños míos de La Carlota pues ya les digo que los que tienen mala memoria por muchos sobresalientes que sacaran, y muy triunfadores que sean, que lo que cuento fue así, donde por un lado no llegas, se alcanza por otro, los atajos del cerebro, y lo mío es como un profesor dijo en su día: “Lo tuyo Roca es la memoria de los tontos”. Pero todo es como lo cuento, esos equivocados y de tan mala memoria son solo ellos. Al Morsa se le iluminó ese partisano tan revelador de su interior profundo, e hizo realidad sus propios pensamientos trasnochados, y a quien precisamente no se lo merecía por sus comentarios: El castigo consistía en copiar de un libro de ciencias sociales y naturales, un párrafo no, unas cuantas páginas sobre las hojas cauco formes, y todo tipo de fauna marchita que caía de un árbol, para el día siguiente. Recuerdo que no pude copiarlo todo, me pudo el cansancio pasando del tema. Mi compañero con la mama que no escuchaban en la parada sí que realizo por completo el castigo. Para colmo y desgracia mía pues no podré olvidarlo nunca, llego el Morsa recogiendo la copia con su bigote grandote, caído, manchado y descuidado de siempre y nos dice a los dos mirándome solo a mí: “Esto es increíble el hijo del de clase obrera cumple con sus castigos y el niño bien se echa a dormir. ¿Eso es lo que te enseñan en casa Roca?” Para hacer justicia tengo que decir que el Morsa de los cojones, tenía un tío suyo, que era amigo íntimo de mi Padre, pues los dos habían hecho Zarzuelas en esta ciudad en la década de los cincuenta. Lo mismo se llevaba mal con su tío, pues este le dijo que mirara por mí que era el hijo de su mejor amigo, y lo mismo lo pagaba por ahí, como ya lo tenía todo a favor en ese campo de concentración, solo me faltaba tener y vivir el primer encuentro discriminatorio de los amantes de las clases sociales obreras, tan discriminadas por una sociedad franquista y tan bien reflejadas incluso en las paradas de escuela de un autobús. Lo que me faltaba aun más es que me llegue con el tiempo ese compañero que nunca mire de otra manera y forma, que de un igual y de los mejores amigos que tuve en esa Salle, con la cabecita un poco subida porque el sí que ha conseguido hacerse a sí mismo, porque según pueda pensar las cosas son como solo él las piensa, y con lo enterado que esta de todo parece mentira que no supiera que tuve hasta los catorce años y porque murió mi padre y no podíamos permitírnoslo, un psiquiatra, para mi D. Guillermo a secas, una vez este amigo me dijo: “El que quiere hacerse alguien en esta vida lo consigue, solo tiene que proponérselo”, y ahí mi cruz, eso no siempre es así. Ahora toca a estos, con los que no fueron crueles con ellos, retomar el relevo y no serlo con los que corresponde, solo para hacer justicia, pues yo ni me metí en la droga nunca, ni alquilo cuerpos para mi disfrute sexual, ni he hecho miles de equivocaciones que han hecho otros y si que están muy bien miraditos, es injusto coño, ahora escribo de sobresaliente. (Ahora sí que es, no antes, pero hay que leer bien y con lectura comprensiva, pues va con mala leche hacia el MORSA y su rebelión de las clases interiores e inferiores, siempre luche contra él, siempre luche contra eso. En séptimo me lo encontré, con el yanqui de tutor, ese año me dieron la medalla al mejor compañero en curso de repetidor, no sería tan malo, y hubo venganza de mi parte por esto que cuento. Pero eso son historias para otro día, y nada más. No va en contra del amigo muy fiel a sus propias confabulaciones, pero quien no las tenga que tire la primera piedra, ¿verdad? En la vida pasan cosas muy raras y a algunos les toca el gordo la mierda siempre aunque queramos creer que no pasa, hagamos lo que hagamos por prosperar, que parece que no lo hemos intentado como ellos puñetas, que luego con menos de nada e injustamente se nos escapa que: “yo tengo una vida muy ocupada, tengo un trabajo, tengo pareja, tengo sociedades secretas, mi vida del partido, mi vida en el ayuntamiento, mi vida de piloto de las fuerzas aéreas espaciales o especiales”, pues yo también que la tengo muy ocupada, tengo mucho que escribir y mucho que dar por el culo aun, con un memorión de tonto, que es para perder la cabeza).