Nubes plomizas cercan de nuevo el
reducido raso azul que aún colea. Más al sur, la zona roja acentúa el rubí
escarlata, banda grana cercana al puerto. Un soplo helado entra en la
habitación desde la terraza, en forma de aviso. El cabello rubio de Marta corre
en círculos, levantado caprichosamente, rezumar de gotas empapadas en salitre,
poros húmedos sueltos entre el aire. Solo con mirarse, las hermanas averiguan
sus pensamientos, misteriosos códigos encadenados que se abren en mutuo
silencio. Es ¡Michel!, si, ¡Michel! Suena el timbre, tres golpes secos y
seguidos, marca inconfundible de la casa. Carmen corre hacia la puerta, danza
sutil e ingeniosa, exhalada en suspiros asfixiantes, una brisa suave entra al
abrir la puerta, compás frágil, mezcla de aromas, golpe perspicaz, al ritmo del
viento marino procedente del puerto. <<Mi niña, mi preciosa y delicada
Carmenchu. ¡Ahora son negros tus cabellos, mi chiquilla!>> El fondo del
marco de la puerta se llena de una masa gigantesca, imprecisa aun, primer
esbozo desde las sombras del coloso tío Michel. Un abrazo tenso a la vez que
emotivo se funde sin palabras de por medio, un momento pleno que llena por si
solo el ambiente. Una melodía suave y propicia para ese encuentro, llega desde
el fondo de la sala de estar. << ¡Tío Michel! >> exclama Marta con
voz entre cortada, mientras se une al abrazo, piensa que llegó, el mejor
copartícipe en un encuentro tan deseado y necesitado. Vagando la pena entre el
gemido y el resoplar del llanto, hasta que al final resuena una voz ronca y
autoritaria rompedora del extraño momento: << ¡Nada de llantos! ¡Vaya!
Tanto desconsuelo. Tranquilas, aquí esta Michel. ¿Verdad que si mis niñas? Todo
irá pasando, lentamente, pero irá pasando. Lo superaremos a medida que lo
vallamos admitiendo, por mucho que nos cueste>> En cada palma de sus
manos cabe el perfil de cada uno de sus rostros. Las acaricia, las besa en sus
frentes.
Eduard sale a su encuentro, deja la
cuchilla de afeitar, con la cara aun húmeda, trozos de espuma aun bañan su
barbilla. Las emociones han bloqueado sus actos más elementales, avisando a la
confusión, nublando a la razón. Se acerca a sus hijas y se une al abrazo de su
cuñado Michel. Chocan, sin llegar a tocarse sus frentes, sin mirarse. No
pueden, carecen del valor suficiente. << ¡Su último viaje! ¿Verdad mi
querido Eduard? >>
Las gabardinas se van calando
lentamente, a medida que va descendiendo el féretro. El camposanto está lleno,
no cabe un alfiler, cientos de paraguas desde lo más alto, en un saliente
prominente se agolpan entre la muchedumbre, familiares, amigos, periodistas,
esperando a que pasen las nubes negras. Se produce un silencio que parece
eterno. Solo el golpear de la lluvia lo rompe en secreto. La última travesía
del adiós. Las obras de los operarios comienzan. Nadie se mueve entre la
niebla. Michel mantiene entre sus brazos a Marta, la más desconsolada ante el
dolor. Carmen sujeta en pie a su padre, Eduard no puede mantener el equilibrio,
la pena lo deja fuera de combate. << Seamos fuertes mi niña. Si “La Merche”
nos viera, nos regañaría, sabes cómo era >> << A mí me pondría
derecha la corbata, a ti las trenzas y eso que te cambiaste de falda. ¡Qué
locos y amargos comenzaron los ochenta, mi niña! >>
Michel miró la cara acurrucada y
encajada de su sobrina en su pecho con dulzura, una leve sonrisa cómplice se
escapaba desde lo más alto. Un sinuoso golpe de viento resonó en un estallido
de trueno. La tempestad había llegado, con sus nubes negras y tocado
fondo.
Una vez acabado todo, siguieron allí
petrificados. Michel fijó la mirada en la nada, evadiéndose de la realidad
gracias a los recuerdos. Al instante comprendió que volvía a tener once años.
Jugaban con estampas de cartón al lado de la calle. Imágenes que inmortalizaban
una época. Equipos y alineaciones de la liga del año 1935/1936. Eduard hacia trampas a Merche aprovechándose
de ser más joven e ingenua. Sentados en el suelo frío de un soportal se
intercambiaban los cromos. Lenta y pausadamente fue articulando casi en un
susurro dormido, algo sin sentido para los que se acercaban. Al darle el pésame
iba recitando de manera inconsciente: << “Nogues, Zabalo, Arana, Pedrol,
Berkessy, Franco, Ventolra, Raich, Escola, Morera, Cabanes”>> Al enunciar
cada palabra lentamente, se le iba cayendo una lágrima al compás de cada
nombre...