De vez en cuando
me da por mirar la prensa Argentina, Clarín, La Nación, y alguno más. Este
incipiente interés hacia todo lo Argentino, luego reforzado con el paso del
tiempo, me hace seguir las peculiaridades, en ocasiones chocantes y llamativas
tras lo dispar de su cultura con la nuestra. Hace dos años conocí a una mujer de
Buenos Aires, maravillosa, que tras un arrebato intenso de la pasión, vio como
su vida se trasladaba a Córdoba, España. No solo me cautivo su personalidad, su
formación y aprendizaje en el transcurso de su vida, es psicóloga, empresaria y
algunas cosas más. Disciplinada al máximo, luchadora como el que más. Desde el
primer día que la conocí me llamo tanto la atención. Instruida, cultivaba en experiencias
por bien sembradas. Embelesaba a tal extremo con su acento, con sus cualidades
como persona, que acabe enfrascado por su cultura, su estilo y clase ante la
vida. Eso desemboco en curiosidades y seguimientos continuos del pensamiento y
costumbres del pueblo argentino.
Todo esto viene en
relación respecto a la inocencia mágica, nobleza humana que guardan ciertos
pueblos por muy grandes e inteligentes que sean. Ocasionalmente pillines con lo
ajeno. Que se lo pregunten a las petroleras, pero eso es tema de otro costal.
Aun así, hay puntos y aspectos llenos de valores que en España me da la sensación
ya perdimos hace tiempo. Virtudes que dejamos de lado, o nunca hemos tenido en
nuestro espíritu como pueblo. Siempre nos falto el coraje a defender lo justo,
ha sacar provecho de las cosas desde los principios morales. Furias propias de
caracteres determinados. La pasión e intensidad hacia la vida, la audacia de
los intrépidos. Cualidades efectivas que dejamos de lado en Europa hace muchos
años y que los argentinos aun conservan.
Ojeando el diario
“La Nación”
(Argentina) hace unos días, me llamo la atención un artículo dedicado a Pablo
Pineda, el encabezado decía así: “Primer licenciado europeo con síndrome de Down”.
El articulo en
cuestión trata sobre las nuevas generaciones de jóvenes con este síndrome, a la
vez que se desarrolla y se amplía en una entrevista. Es cierto que en España
también se le valora, y con justicia. El diario “El País” es quizás el que más
se ha dedicado en sus espacios a este señor, aunque no con ese toque
explicativo de sus mayores méritos desde la buena ética que posee dicha
persona. Refiriéndose a su progreso, desarrollan entre línea y línea, con gran
frescura, ese toque de seducción y encanto único de los bonaerenses. Descifran
desde claves de conducta, dignas de ser observadas. Pasando por explicar el
origen genético y a lo que conlleva. Hacia las limitaciones que les puedan ser
acarreadas a la hora del desarrollo físico e intelectual de los mismos.
En la entrevista,
Pablo Pineda se expresa como los ángeles, catedrático experto en el saber.
Introduciendo remaches abre mentes, como: “No existen personas discapacitadas
sino personas con capacidades distintas”. Quizás nos lleve ventaja a muchos,
pero con el sudor de su frente, posiblemente con más esfuerzo que otros. Se lo
ha ganado, no solo por ser licenciado en magisterio, quedándole cuatro
asignaturas para acabar la titulación de Pedagogía. Esta en el grupo de
personas que nos enseña tras su superación, campos nuevos hacia donde dirigir
de forma eficiente la mirada. Nos enseña que la sociedad debe evolucionar hacia
las personas, no solo con este síndrome, sino, con las discapacidades que los
encontremos, sean del tipo que sean. Fomentarles sus capacidades propias. Activarlos
adecuadamente para que tomen intereses adecuados a una posible independencia.
Que aspiren a superarse día a día, dentro de los parámetros que nos permitan
sus limitaciones. Igualmente apreciar más las investigaciones adaptadas a
ellos, las que nos permitan y nos dejen avanzar hacia un mejor futuro para
todos.
Cuando el articulo
esta tratado de esta manera, veo el toque singular del porteño. Llega sigiloso
a paso de tango, un pie tras el otro y al giro sobre si mismo. Toda una
filosofía de las artes, cómplices y mágicas, amantes inseparables del saber
transmitir. Me refiero a como le dan ese aliño capital, tan personal hacia
aspectos tan transcendentes e importantes, que lo convierten más esencial aun,
aplicando la metafísica dentro de la metáfora. Virajes del pensamiento
inesperados, pero tan agradables al final, con tan buen sabor de boca. Cada uno
que lo lea encontrara quizás una explicación distinta, pero la comprensión
acaba en contornos de poesía. Miren un posible resultado a todo esto, en el
apartado comentarios, tras la entrevista a Pablo Pineda: “Una prueba viva de
que el espíritu no se enferma, y de que puede mucho más de lo que creemos”.
Hay muchos más
comentarios. Interesantes todos, por algo son los reyes del auto-análisis-
psicológico. Algunos tocan sensibilidades totalmente borradas aquí, es mejor,
así las conciencias no son tocadas y analizadas. Una es cuando tratan: “Si
fuera por los abortistas no hubiéramos conocido a Pablo”. Muy posiblemente, si
la filosofía del aborto que nos quieren meter triunfara, acabarían por no nacer
ilustres pensadores que por un síndrome como este, parece que no deben nacer. ¡Que
aguante su carga otra! Pablo vive con su madre y después de tantos años siguen
admirándose mutuamente. ¿Quien le iba a decir hace 37 años atrás a su familia, que
llegaría tan lejos y con tanto que dar a otros para aprender incluso de su
sabiduría? Cuando nació Pablo, el síndrome de Down no dejaba excepciones, ni se
planteaba la humanidad de las capacidades distintas. Esa es una razón del no al
aborto. Si no hubiesen nacido por sus discapacidades, no hubiésemos progresado.
En la actualidad, no tendríamos el presente deseado. El que nos proporcionan
seres tan maravillosos como Pablo. Avances científicos que cuentan, ayudan a
canalizar y acoplar mejor las capacidades cognitivas del aprendizaje de muchas personas
con discapacidades. Adelantos que solo hace unos años, no tantos, eran
impensables. Por eso se me vienen a la cabeza las madres que tras realizar un
estudio del embarazo se preguntan: “¡Pobre chico, hay que obligarlo a vivir así!
¡Mejor abortarlo!”
Podríamos
preguntarnos igualmente, que si hay muchas personas, chicos y niños como Pablo
de los que no nos esperábamos ningún posible avance en sus capacidades, y con
el tiempo progresan, porque no hacerlo con los que vienen al mundo en un estado
mucho peor. De los que hoy día solo vemos una carga para si mismos y para sus
familias. Oportunidad que ha tenido Pablo y otros como Karen Gaffney diplomada
en magisterio, primera persona Down en cruzar 14 kilómetros del
lago Tahoe. Si ciertas leyes del aborto triunfaran, con las políticas de Zapatero,
afectarían a muchos discapacitados, no podrían tener su oportunidad, pues no
les dejarían nacer. Con los tiempos, y con paciencia hay soluciones en este
sentido. Soluciones para el bien de todos, también para sus madres. Muchas dentro
de unos años, podrían compartir experiencias al lado de sus hijos con
discapacidades, sin dejar de admirarse el uno al otro, tras la lucha común.
Seguro que entonces, al igual que la madre de Pablo, no se arrepentirían,
aunque al principio, posiblemente al igual que ella, no vieran ningún futuro
adecuado para el.
Aquí quien les
escribe, le diagnosticaron siendo casi un bebe aun, cerebro vago, déficit de
atención, y alguna cosa más que me reservo para mi. Lo de cerebro vago ha ver
como me lo como, eso es otra. A mis más de cuarenta años, ni por asomo llego al
nivel conseguido a base de su esfuerzo, como si lo ha conseguido Pablo. Aunque
pueda parecer extraño para algunos de estas arenas, para otros, seguro que no,
pues no soy adivino pero los veo venir. Seguro que comentaran, con su típica
mala hiel que si ya se lo olían, etc, etc. Esos progresistas que no les gusta
que otros pensemos y opinemos distinto a ellos. Les pegan un empujón a una
cajera del supermercado y no hacen nada. Lo hemos observado mal y con
demagogia, claro, más de lo mismo. Eso solo para los señoritos de palacio, del
cortijo y demás, como siempre. Si por ellos fuera, para estos progresistas,
estas leyes del aborto vienen ni que pintadas para que no nazcan seres como yo,
por ejemplo, así, ancha es Castilla. Que nadie les refiera algo que no va con
sus ideologías. Cosa de la que estoy en contra, la diversidad de opinión y el
respeto a todos, piensen y digan lo que digan, es la base del verdadero
progreso. Pues lo que a ti no te gusta, o le parezca una barbaridad, a lo mejor
no me gusta a mi, y viceversa. Luego con llamarme: “subnormal de no se que,
aborto de mono, cuanto loco que escribe por estas arenas”, pues esta bien dicho
para ellos. Cosa que de cierta manera no deja de estar mal.
Las personas
normalmente olvidan analizar a los demás, pues creen que ya tienen suficiente
con sus propias vidas. No ven en el mundo de las deficiencias en su totalidad,
ya que hay muchos más seres humanos, que sin tener ciertos síndromes, no llegan
por si solos a superar lo más cotidiano. Poniéndole el mismo esfuerzo que pone
Pablo, pues el ha tenido la suerte de que se le ha llevado por un camino adecuado.
Luego están los grados posibles dentro de estas enfermedades, las hay más o
menos profundas. Sus padres, se interesaran por el en todos los sentidos. No
esperaban que llegará a la universidad, pero si querían que estuviera en
contacto con la gente y fuera a las mismas escuelas de sus hermanos. Su madre
fue ha hablar con el director del instituto, (como siempre las madres, la
mayoría están siempre hay, sacando la cara y dando el alma por sus hijos, eso
es así) aunque consiguió el visto bueno del director no el de algunos profesores
que se opusieron, pero como Pablo cuenta en la entrevista, se los termino
ganando.
En el proceso de
la vida, refiriéndome de ciertas personas con discapacidades, llevar escrito en
el rostro que hay algo que no funciona con la normalidad adecuada, puede ser
contraproducente o puede venir en cierto modo bien. Depende el ambiente con el
que des o te encuentres. ¿Pero y no dar ningún síntoma de que algo falla y no
te permite progresar adecuadamente, desde el principio de tus días, que nadie
se de cuenta, y más en los años setenta?
Recuerdo que en
esa década, había pocos avances aún. Era un niño como otro cualquiera, con el
inconveniente que parecía que no estudiaba, o no me daba la gana de estudiar.
Gran mal para mí, para mis orejas, patillas y bollos en la cabeza. Delicados y
humanos, por no decir sádicos hermanos de La Salle, profesores y demás perturbados, que
disfrutaban proporcionando a diestro y siniestro capón por aquí, tirón de
patillas con brotes de sangre, por allá.
Luego venían los
primos, la familia tan querida. Recuerdo que visitaba con mi madre a una tía
mía, y nada más entrar les decía a sus hijos que estudiaban en la cocina:
“Seguir estudiando que viene Falete, el orejas de burro. El no será nada en la
vida y vosotros si”. Si es que encima todo se te junta...
Otro primo de mi
edad, compañero de juegos inseparable, me refirió una vez, con la dureza e
inocencia de los críos, algo que se me quedo a presión de plancha en acero
fundido sobre mis tripas de por vida: “Falete tu no eres tonto, es que no eres
constante y además eres un vago profundo”. Ahora se tras los años que tenía que
haberme dicho: “un cerebro vago profundo” para estar más en lo cierto.
A los seis años
mis padres pusieron al psiquiatra en mi vida. Algo tenía que pasarle al niño,
eso no era normal y efectivamente algo pasaba. Ciertos retrasos, no tenían
tratamiento alguno, se sabían o sospechaban de su existencia, pero no había solución.
Con más de cuarenta años me enteré por boca de mi madre que tendría para
siempre ciertos límites, con los que ya había pagado con creces en la vida, en
cierta manera sin comerlo ni beberlo. En esos años, si se podía tapar mejor,
era una desgracia para determinadas personas tener un hijo así, un deshonor que
era mejor tapar por el bien de esa familia y más, sino se sabía lo suficiente
sobre el problema del retraso para el aprendizaje. Los contratiempos de un
cerebro perezoso, que si salía, debía de ser únicamente desde el propio
autocontrol del interesado, derivaban en no poder retener y procesar adecuadamente
las explicaciones del profesor, para los demás, solo cierta vagancia. Acabar
aburriéndote en clase tras esas secuelas o patologías, sería lo más lógico. Mirar
hacia la ventana, disfrutando de los cambios estacionales, el más bello de los
sosiegos. Observar como llegaba la primavera, o como se caían las hojas de los
árboles, residía desde el fundamento vandálico propio de la naturaleza del niño.
Ese puñetero que les robaba el dinero a sus padres, pues estudiaba en un
colegio caro. El tutor siempre estaría hay para recordárselo. Para cogerlo de
las solapas de la camisa, sacarle la cabeza por la ventana, y amenazarle con
tirarlo desde el segundo piso, si volvía a catear en matemáticas. Nunca nadie
se paró a pensar que ese niño querría en algún momento de su vida ser como los
demás compañeros, ellos si prosperaban en sus estudios, jamás repetirían curso,
y no les esperaba el castigo tras castigo interminable por los muy deficientes.
Un ser, que quizás querría más que nadie, el fin de esos días grises tras
llegar a casa. Sacar una buena nota para sentirse un igual, como sus colegas de
clase. Dar esa satisfacción a sus padres, verlos orgullosos, pues pensaba que
ya les tocaba, como si podían hacer sus amigos. El que se pasaba horas delante
un libro que solo tenía letras que se agolpaban en una ininteligible e
indescifrable explicación sin sentido. Recuerdo también que me sentía en muchas
ocasiones como el apestado. Cuando había trabajos de grupos, tardes de cartulinas,
fotos a recortar, partes de periódicos, revistas, ilustraciones a pegar en el
mural con mucho cuidado. Esos distraídos y novedosos días, se volvían
terribles. Al tocar la casa de uno de tus compañeros para realizar el trabajo
de clase, y al verte mayor, los padres de estos humillaban sin importarles ese
ser que tenían delante, pues eras mayor de edad a sus hijos: “¡Elegir bien a
los del grupo! ¡Mira que juntarte con un fracasado repetidor!”
Menos mal que los
escritos, depararan pequeñas maravillas, agolpadas en frases, una a una,
formando al fin, un universo lleno de ilusión. Como el que me proporcionan
estos desiertos de arena. Algunos seres maravillosos que en sus comentarios, proporcionan
quizás sin saberlo, la chispa de la esperanza. Otros con sus críticas, el
anhelo del aprendizaje tras la caída. La de poder entretenerlos tras dejar los
posts que escribo. Soltar la esencia de unas palabras al viento. Encuentros con
respuesta, los comentarios de los lectores. Sentimientos útiles, no hay mejor
dicha que esa, sobre todo cuando siempre has sido un ser improductivo, falto de
herramientas para poder dar a los demás. Sentirse útil.
En definitiva,
Pablo me enseño, con menos años, algo nuevo, o quizás olvidado para mi y para
muchos. Su vida es un ejemplo lleno de virtudes. Reflejarse en el debe ser la
lucha de muchos, sus valores máximos: La fuerza de voluntad, decisión de hacer
y realizar. Solo tuvo una constante a su favor, la sociedad que lo envolvió
tenía más abierta la mente para incorporarlo a la lucha, en medio de la selva,
apoyarlo a salir de la jungla y bien parado. No llevarlo puesto en el carnet de
identidad, ha sido quedar como farsante. Engaña papas, profesores, topos y
antisociales. Ojala llegue el día en que todos podamos entrar en la mente de
los otros, de los que no comprenden a estos seres humanos. Casos donde mejor es
mirar para otro sitio. También ellos querrán triunfar en la vida, y no saben
como. Estoy seguro que llegará ese día en que consigamos tener más Pablos
Pineda, incluso sin este síndrome. Personas marginadas que no sabiendo ni ellos
mismos el porque de sus males, se les niega la credibilidad, y acaban apartados
por la sociedad como si fueran bichos raros.
Igualmente gracias a la forma de expresión de los
argentinos, pocos como ellos escriben en prensa. Sus ideas tienen esa pizca
alimenticia del alma. Su sabia nueva recuerda a la tan anclada Europa, en sus escasas
miras y falta de avance hacia los valores nuevos, porque no, en definitiva, los
que se renuevan a sí mismos con entereza y atrevimiento.