Sorprendía la tarde rápidamente como
un relámpago seco y violento. Las hojas secas del otoño caían a un ritmo
pausado, firme e imponente, al capricho que le marcaba el viento. Todo era
visible por la inmensa cristalera con forma de ventanal en arco de medio punto
del salón de Tomás. El paisaje enrojecía a pasos agigantados entre sombras
amenazantes, preludio a la tormenta. Rebotaba el ruido a chasquidos de la
chimenea contra la mampara cristalina de vitro cerámica, haciendo unión caprichosa,
con los compases de piano a ritmo de Mozart, lo único que rompía el silencio en
toda la casa...
Tomás leía la partitura, sus manos
fluían solas como dependientes de su propio cuerpo. Le costaba concentrarse.
Sus dedos obraban por voluntad propia. Otros pensamientos invadían su
tranquilidad, derivados de las preocupaciones y los miedos.
Miraba fijamente la foto que estaba
en la repisa superior de uno los estantes que rodeaban el salón lleno de libros.
Mejor dicho casi todas las habitaciones rebosaban de libros. Su cabello largo y
rubio quedó reflejado con el brillo vivo del sol para mucho tiempo y con más
fuerza e intensidad aun. Su rostro juvenil engañaba al paso de los años,
invadidos por los cuarenta y tantos. Su sonrisa llena de felicidad inocente le
miraba, rodeándole con su brazo derecho por el cuello y él le devolvía la
sonrisa llena de una expresión esperanzadora pero que quedo solo en un esfuerzo
vano. Susana murió unos meses después de ese instante por un cáncer agresivo. Aunque
ya hace de aquello un año, la tranquilidad para Tomás aun no había llegado
entre la soledad diaria de su hogar. Los remordimientos mal entendidos, no le
producían nada más que auto atormentarse. No pudieron tener hijos. Revés y
contratiempo que no les impidió intentar ser felices al principio. Siempre
llenos de falsas ilusiones. La estabilidad económica y social les ayudaba a
guardar esperanzas para un arreglo próximo. Inventarse entusiasmos, arañar a
las emociones dentro del fuego del deseo vivo. Un amor que caducaba. La pasión
se marcho de viaje sin rumbo fijo, llegando al fin de su camino sin avisar.
Es cierto que Susana desesperaba en
una angustia intensa e interminable, ante el anuncio de una muerte cercana e
inminente, a la vez que buscaba consuelo en Tomás, que planeaba entre ella y la
obediencia debida a su profesión de altos vuelos, a la que igualmente amaba por
igual, o posiblemente mucho más. Lo que derivó en reacciones y acciones desesperadas.
Búsquedas envueltas en soluciones imposibles. Algunas absurdas, otras oscuras y
sombrías, a la vez que peligrosas. Recurrió a adivinos embaucadores, magos,
hechiceros, encantadores de serpientes. Si Tomas hubiese estado a su lado como
tanto necesitaba de su ayuda. Antes, veinte años atrás, Tomás sabía darle a la
tecla que le proporcionarle la paciencia y la calma que tanto añoraba. Pero
Tomás usaba su talento a completa dedicación y voluntad máxima al servicio de
cualquier interés económico, ideología partidista afín a sus metas, sin
preocuparse del valor ni contenido de sus consecuencias. A la vez que se
olvidaba del acercamiento final de la tragedia. Acabó por abandonar a Susana,
pues moría sola en un Hospital desierto, sin familiares, afectos piadosos,
aislada totalmente en cuidados intensivos, siendo consciente de que Tomás era
incapaz de afrontar junto a ella aquella situación. Entonces para Tomás lo
fácil era el refugio del trabajo, alcanzar otras metas, la salida de escape de
los cobardes, utilizar el sexo desmedido con amantes espontaneas que salían a
su paso del desahogo entre el desborde que le producía la desgracia.
Solo un par de horas antes de
intentar relajarse, después del trabajo, recibió una llamada inesperada. Uno de
los ocultistas más afines a Susana, que la trató en su última sección, le intento
comunicar a Tomás, sin suerte, su preocupación y aviso, ante las posibles
experiencias desagradables y extrañas que notó en Susana justo el día anterior
a ese último adiós. Tomás decidió no perder el tiempo en lo que no pertenecía a
lo palpable y tangible de los hechos ocurridos. Lo que le llevo a despacharlo
lo más pronto posible, dentro de la corrección y la educación que le gustaba
tener con todas las personas conocidas o no. Disposición ante los problemas, en
la mayoría de los casos con encanto, cualidad del abogado ingenioso, para imponer
esa grata, aunque falsa impresión a todos los seres que le rodearan. Disponía de
un bufete de abogados con gran prestigio, estaba en la cima del éxito, todo
salía como esperaba de bien, el optimismo y la reputación le estaban
exprimiendo su buen interior sin él saberlo aun.
La botella de whisky cayó sin romperse al
suelo. Tomás tras el último trago llegó a su habitación a duras penas. La media
noche continuaba envuelta por relámpagos y truenos. Una vez en la cama seguía percibiendo
entre sus sentidos el aroma perfumado y el suspiro de alivio que exhalaba
Susana después de una buena velada de las de antes, aquellas maravillosas medias
noches de hace mucho, mucho tiempo.
La bruma del mar se filtraba misteriosa
con vida propia por entre las cortinas finas y suaves del dormitorio de Tomas. Aun
quedaban un par de horas para la aurora. La claridad del alumbrando del parque
casi pegado a su casa invadía su primera visión borrosa tras una desagradable
pesadilla. Entre sombras juguetonas del techo, vislumbró confusamente un objeto
indeterminado que le provoco cierta inquietud, un par de segundos después un aplique
colgante que simulaba el tejido perfecto de una telaraña se fue revelando como
tal realidad. Tras la descarga de aquella resaca machacona y sofocante, el
sudor seco de su frente señalaba a la última alucinación desagradable que le
haría despertar en otro inesperado sobresalto. Tomás creyó que aquella
pesadilla guardaba alguna razón indescifrable. Quizás, algún presagio sin
conjetura visible ni manifiesta aun. Algo temía, un presentimiento sin descodificar.
¿Y si el médium en el que más confiaba Susana llevara razón y alguna cosa
incomprensible no había terminado bien? Es cierto que no era la primera vez que
aquel parapsicólogo le avisaba de que Susana no se había marchado tranquila del
todo, que algo la tenía asustada e insatisfecha, algo que solo pensarlo le
producía dolor e inquietud penosa.
Poco a poco empezó a encontrar
voluntad y fuerzas para moverse. Se preparó cinco minutos después su café doble
con azúcar. La noche cerrada seguía firme e invasora tras las ventanas. Solo
encendió un par de velas rojas, bajas y gruesas de la cocina. Con la taza de
café entre sus manos, aun vaporosa que le ayudaba a soportar ese frío húmedo e
irritante, miraba conmovido, como perdido entre visiones vagas y errantes, sin
poder articular palabra, la cristalera corrediza del salón de estar. Esta daba
al parque exterior. Más bien al laberinto inmenso, llamado quizás por esa
razón, de “Dédalos”. Situado a las afueras de la ciudad, se componía de
bulevares y rondas brillantes de césped hermoso, bien cuidado y preparado
incluso para el duro invierno que avisaba desde este otoño gris y lluvioso.
Explanadas y plazas rodeadas de una treintena de fuentes bien ornamentadas. Representando
entre sus anchos y espaciosos estanques alegorías perdidas en el tiempo, de la más
misteriosa e intrigante mitología griega. La niebla teñía el espacio con un cariz
violento. Brumas cargadas de humos grises que dejaban espacios apagados y tristes.
Para combatir aquella apatía
perezosa tras el despertar en marea alta y amarguras inesperadas, tomo la
decisión de recuperar la estabilidad mental y más sana en su situación. Acceder
a la vuelta de nuevos propósitos es una buena salida ante la tempestad. El
planteamiento y la motivación de realizar pequeñas metas diarias, establecen en
el interior del ser humano una carga de energía sana y saludable. Plan que se
basaba en hacer un par de horas de carrera, que mejor en su querido parque.
Al ponerse la sudadera algo le llamó
la atención. Al reflejarse en el espejo del cuarto de baño comprobó que tenía unos
arañazos largos aunque no profundos en el pecho, costado y cuello. Los
rasponazos dejaron señales superficiales que le hicieron recordar. Susana tenía
por costumbre en una de esas noches de loca pasión dejarle similares recuerdos.
Marcas que podrían durar entre una o dos semanas.
Llevaría corriendo una media hora
por aquel inmenso jardín donde se cultivan también plantas ornamentales de todo
tipo, damas de noche, jazmines, rosas rojas, flores de diversas especies que
permanecían lustrosas y rebosantes de vida sin pertenecer aquel lugar a su
habitad más natural. Poco a poco las calles de tierra blanquecina del paseo se
iban convirtiendo en pendientes suaves pero agotadoras. Llegó a la cima de la
colina, cuando se sintió repentinamente cansado y exhausto, tanto que tuvo que
parar la marcha en seco. Respiró y emanó fuerte el aire húmedo, inspirado por
la nariz y exhalado por la boca, a ritmo lento, como remedio a unas repentinas
nauseas. Incluso tuvo que buscar un banco próximo al encontrarse con falta
momentánea de equilibrio. Agacho algo aturdido la cabeza, a la altura de sus
rodillas, para ver si se le pasaba aquel inesperado aturdimiento.
Lentamente fue recuperando el
aliento, a la vez que el ritmo cardiaco. Los mareos muy pausadamente se fueron
disipando a la vez que la niebla espesa fue borrándose lentamente. La fuerza
del viento perdía su fuerza. La lluvia intensa cesó de golpe, sin que se
llegaran a desbordar los cauces y caudales laterales de la vía peatonal del
parque. El carril bici resbalaba por la escarcha nacarada y traicionera
adherida con fuerza al asfalto. Estaba a escasos metros de la cota más alta de
la loma. Llamaba la atención de la vista debido a una planicie horizontal en la
que se encontraba una fuente elegantemente adornada. De caracteres y
representaciones repletas en imágenes de leyenda. Ícaro relucía soberbio,
altivo y presuntuoso en lo más alto, cerca del sol. Sus alas débiles y
engañosas le escarmentarían pronto en pleno vuelo. No escuchar los consejos de
un padre artesano e inventor de dicho invento puede llevar a que estrellarse
sea el final más próximo y doloroso.
Tomás una vez recuperado del todo
quedó maravillado y asombrado a la vez
por aquel estanque coronado en la imagen central por aquella majestuosa fontana
de la que no paraba de manar agua clara y fría. En su centro alboreaban los
primeros rayos templados, clareando al día los primeros azules suavemente
difuminados. Acompañaba como colofón final a un retrato eterno y digno del
mejor museo, una maravillosa aurora boreal que coronaba de forma agigantada
aquella espaciosa meseta.
Se fue acercando lentamente al conjunto
de la escultura, amontonada de múltiples imágenes mitológicas que rodeaban a
menos nivel a la principal. A parte de la figura central y más destacada tanto
en tamaño y altura de Ícaro, se divisaban dentro del estanque a Dédalos,
artesano, arquitecto e inventor famoso que aprendió de la mismísima diosa
Atenea, de la que se encontraba igualmente su figura, fría, callada y
silenciosa, reina majestuosa que agrupaba en esa ocasión una reunión muy
concreta. La reina Pasífae, maldecida y renegada, junto a su amante astado,
provisto de cuernos, al ser literalmente un toro. El rey Minos retorciéndose de
rabia, asesinado en un baño de agua abrasadora por las hijas de su propio anfitrión,
a orden y mandato del rey siciliano Cócalo.
Tomás amante de mitos y leyendas,
estudioso en personajes mitificados, ocupación que empleaba en sus ratos
libres, se quedo atónito más aun cuando dentro de ese conjunto escultórico, encontró
dando la espalda a todo, una efigie desplazada del grupo, a la que no
catalogaba en lugar alguno. Más preocupado, cuando al acercarse a esa figura de
mujer envuelta en una túnica negra, sin poder identificar sus facciones, al
estar cubiertas en sombra absoluta, observo que aquella misteriosa silueta, le
era extrañamente conocida, o que le recordaba a algo o a alguien, pero que no
establecía referencia en concreto dentro de su memoria.
Confuso y algo desorientado después de
ese momento, volvió a casa, encontrando el contestador encendido, tenía varias
llamadas. Una de ellas era de una ex secretaria a la que tuvo que prescindir de
sus servicios al extralimitarse en una relación que llegó a mal puerto o
demasiado lejos. Aunque quería a Susana, sus éxitos profesionales le llevaron a
ser el centro de atención de muchas deseosas entrometidas por conseguir al
hombre del momento. Ante tanta gloria, la vanidad engañosa le tentó de tal modo
que se dejaría llevar en brazos de mujeres espectaculares, atractivas e
interesantes, a escondidas de su esposa. Desde hacía tiempo que no contestaba a
ninguna de esas llamadas en concreto. No podía dejar de guardar un cierto luto
ante la pena que le embargaba. La soledad le invadía. Tenía deseos de que
volviera a su lado su única y verdadera amante, a la mujer de su vida, a su Susana.
Con un cierto sentido del remordimiento, pues era consciente desde su
conciencia que la había casi abandonado cobardemente a su suerte, los últimos
momentos de su vida, refugiándose en otros menesteres que le ayudarán a no
afrontar lo irremediable.
Sintió un manifiesto deseo por volver
donde había estado esa mañana. Aquella camarilla de historias juntas en aquel
estanque fielmente ornamentado, le hizo querer volver lo más pronto posible,
sin tiempo que perder.
Una vez allí, en plena noche fría,
pero despejada de niebla alguna, cielo raso, observo asombrado desde la laguna
artificial que la figura de mujer envuelta en una capa negra no estaba entre
las demás estatuas. Si que se encontraba ese mismo amanecer con las demás. Había
salido de repente, dejando un vacío entre aquella serie de relatos, sueltas las
unas con las otras pero relacionadas entre sí. Desaparecida la talla que por su
expresión oculta sin iniciativa propia, ni crónica que contar, se hacía a si misma
intrigante. Lo cierto es que se había escapado como por arte de magia y eso le
preocupaba a Tomás más que le intrigara.
El vaho del aliento se hacía más
intenso en su respiración debido a unos repentinos nervios que le incomodaban.
No comprendía que habría pasado. Mientras seguía allí inmóvil. Quieto como una
de aquellas personalidades pesadas. Una mano descubierta, frágil al tacto pero
firme, le toco el hombro izquierdo por la espalda. Tomás comprobó que no podía
moverse ante aquella llamada, ni volverse para identificar a quien le avisaba. Se
encontraba totalmente inmóvil. No era capaz de controlar sus propios actos, ni
deseos. Estático, solo noto unas gotas de sudor frío que le caían por sus
sienes y le resbalaban por su frente. Petrificado como estaba, solo noto que su
posición actual no era la que tenía cuando sucedió tal cosa. Solo podía mirar
al frente. Por la posición que vislumbraba supo que se encontraba en el mismo
lugar donde se encontraba horas antes aquella dama indescifrable. Poco a poco,
muy lentamente fue entrando en su único campo de visión de que disponía, aquella
mujer tapada por entero, que ahora era ella la que podía desplazarse, articular
movimientos, y la que le observaba a él, con descaro y frescura.
Descubrió su rostro. Identifico su cabello
rubio, ahora más plateado que como la recordaba, su mirada azul e intensa, su
rostro tierno y dulce, susurro una voz tersa y cariñosa pero no falta de todo
reproche:
-
¿Tomás porque me has
hecho esto? ¿Por qué me has engañado todo este tiempo? ¿Tan importante era
llegar tan alto, dejándome tan terrible final, moribunda y sola? ¿Tenías que
ser un gran profesional de altos vuelos, como Dédalo que esta a tu espalda, con
el único interés de realizar tus metas profesionales? ¿No sabías que estaba
sufriendo también por ti? ¿Que sabía que me estabas engañando con otras, cuando
más te necesitaba? Siempre metido en tu mundo del éxito a cualquier precio, sin
preocuparte de tus antiguos valores, esos que olvidaste con el tiempo. Ahora el
contenido de los errores pasa factura con sus consecuencias. Hasta siempre
amor, quédate como Dédalo caído entre las aguas. Húndete con tus ambiciones
traicioneras. Desafía al amor que te quiso. Ignora los consejos sabios de quien
bien te quiere. Vuela alto sin control y achicharrate tu mismo. Desciende a los
infiernos como Ícaro entre sus alas unidas a su cuerpo en cera, chamuscadas y
marchitas para toda la eternidad.
A Tomás solo le llegaba la vista del
horizonte más cercano hasta sus manos envueltas en la mangas de aquella capucha
negra oscura y misteriosa que taparía para siempre su rostro y facciones
reconocibles. Susana desapareció silenciosa, vaporosa en humo…