Cuando tenía 20 años, no se le podía cantar a una chica de
mi edad ciertas cosas. Como: “Sabes que si me abandonas me puedes perder,
cuando con cualquier otro chico tú te burlas de mi, y me veras en casa sentado
hablando con la pared" Ahora con cuarenta y tantos, tampoco se pueden
decir. Estas cosas pasaban en la época de la movida Madrileña y Cordobesa. Los
chicos guapos éramos así de tontos. Las chicas de chalet en zona residencial de
alto nivel, como “El Brillante”, eran un sueño selectivo y predilecto de la misma
vida. Sabina decía: “las chicas ya no quieren ser Princesas”. Pero estas chicas
de la yeté set cordobesa, sí que querían ser princesas, que los chicos no
fueran sus esclavos, sino los dueños de una plantación Sudista, como en
"Lo que el viento se llevo". La chica que era mi amor platónico de
chalet al lado del bosque y con “Los cinco hermanos de Kety Esvert”, era
inalcanzable para los chicos de barrio. Siempre me identifique con el
"Pijo a Parte" de "Tardes con Teresa". Marce tuvo la culpa
de todos mis fracasos sentimentales, maldito Marce. Fui un chico muy rarito
porque de pequeño leía los comic “Famosas Novelas”, los clásicos, siempre los
clásicos. La colección entera me la trague varias veces. El chico del muy
deficiente leía mucho. Un chaval calladito y modosito, retraído y encerrado en
el interior de novela rosa. Leer tanto de joven, me auto engaño. Las palabras
impresas en papel me jugaron una sucia jugarreta, una mala pasada. Quise ir a
Hollywood y conocerte en un pub pijín, lleno de niñas puras sangres, como tú,
con altos vuelos y la frente muy alta, te llamas Sol por algo nena. En la disco
Berlín te conocí. El Cárter que puse en tu muñeca fue lo que te convenció, unos
besos y algunas promesas te esclavizaron a mí. Al llegar la mañana el sueño se
repito de nuevo y sin ti. Aunque pienso que “no es extraño que tu sigas estando
loca por mi”. Como cuando pasas a mi lado en Cruz Conde y me miras enfadada, con
el agrio reproche de un ruego por mi parte. Ahora vas con tus gafas de
ejecutiva, tan sexy y cara, inalcanzable eternamente. Sabiendo que te gustan
los hombres duros, no te contesto, es mi momento nena, hoy soy un extraño que
invade tus ratos de angustias, y lo sabes. Eras un volcán en la cama, el deseo opuesto
en la normalidad de tu personalidad, por eso, no eras para mí. La niña bien era
una loba desbocada cuando los sentidos del deseo invadían todo tu ser. La niña
bien, esa caprichosa alterada por la pereza, se transformaba en una
barriobajera de patio de vecinos al contra luz. El hombre que elegiste al final por su
apellido, se pasó un día de ser tan duro, siempre al límite de tus arriesgados
y caros sueños, nena. Los tiempos cambian y tú muñeca, no pudiste hacerte
moderna, estabas fuera de lugar, fuera de sitio. Siempre te tiraron los hombres
seguros de sí mismos, luego resultan ser los más peligrosos, nena. Los duros de
Espagueti Western con ojos penetrantes y eternos en un primer plano. La tristeza me invadía al saber que nunca te
podría conseguir. Luego paseamos por el bulevar de los sueños rotos. Encontraste
una chaquetita vaquera con flecos a lo Búfalo Bill, a la moda entre las
veinteañeras pijas de la época, principios de los noventa. Era la chaqueta
ideal para una pija diluida en una película del Oeste, con banda sonora del
Morricone. Siempre quisiste estar entre hombres sin alma, curtidos por el sol
como tu nombre de pila, nena. Se le derramaban los cabellos largos por la
chaqueta, rubios, limpios, tan bien cuidados, pero de bote en peluquería cara, “El
Brillante”. Para colmo era una gemela a la que si me defraudaba, podía cambiar
por otro recipiente igual, pero que no deseara un hombre duro, fuerte y formal.
Lo malo es que las gemelas se parecen tanto en todo. Qué pena de 20 años
tirados a la basura. Dan las seis sintonizo a los Stone, tiempos de pelo corto
militar, viejo blus, queridísimos “Hombres G”, un sonido muy lejano llega a mis
oídos, es el ruido de un cerrojo que abre los sentidos, los recuerdos, que se
yo, estoy tan solo. Quizás sea solo un sueño más, pero sé nena, que necesito de
tu amor. Ojala hayas cambiado, y te gusten ahora los hombres tiernos, dulces,
cariñosos y con ganas de dar lo mejor a su chica pija. Sería una bella historia
de amor, ¿no crees, nena? ¡Camón! Una noche de verano, en el “Don Juan”, con
una copa en la mano y ese viento de la sierra que relaja los sentidos, un
tierno abrazo, momentos mágicos. El chico de barrio con sueños de grandeza
sigue empeñado en conseguir su estrella. La princesa del deseo vive en un
barrio de lujo clandestino. Pasa las mañanas desayunando picatostes con
chocolate, cerca de una piscina llena de niños. La rubia pura sangre, centra su
mirada en el parque lujoso del fondo. Se le pierde la mirada en la nada. Esboza
una sonrisa distraída, perdida en el recuerdo, busca a ese chico de clase media
de la FP, que solo quería llevarla a casa en su vez pino blanco. Esta segura
ahora que la amó en silencio, como nunca un hombre fuerte, guapo y formal con
poder, podría haberla amado nunca. Tiene al hombre que la cuida como a una
reina, pues no le falta de nada, pero nada más, sigue faltándole algo, quiere
saber que es. Sin la ternura de ese chico que hundía su mirada en su cara, que reflejaba
el deseo de querer amarla como a ninguna otra, el chico que en momentos la
hacía sentir única en el cosmos. Ahora con el paso de los años, desea encontrarle
una tarde de compras en el Corte Inglés. Chocar con el por casualidad. Un deseo
sin capricho, una necesidad angustiosa en la noche oscura, sin rebajas para
nadie. Ojala vuelva a encontrar a ese chico de mirada triste, súper delgado. ¡Rafa
se llama! Sí, ese. Nunca le dijo un piropo, nunca fue galante con ella, si que era
guardián de las formas en público, que rabia. Piensa, recuerda, retiene de él
su suavidad, el sonido de sus palabras, la devoción que le guardaba, el afecto
que ponía, la atención que ofrecía cuando le contaba algo para atraerla. Aquellos
locos veintitantos, aquel chico del véspido blanco, ese chaval con problemas de
peso y anoréxico, un drogadicto de la vida, un luchador sin armas, que siempre
se le puso todo en contra. El que se revelaba a su realidad, aquel chico que
hubiese dado todo por una pija bella, por una princesa que llenaba los sitios
por donde pisara. Sus tacones lejanos marcaban la diferencia con las demás,
viejo blus, como lo fue ella a sus veinte y tan pocos. Piensa y recuerda, la
rubia de bote, perdida la mirada para siempre, en un bosque sin salida, ese
niño puede darle aun con sus cuarenta y tantos, lo que un día dejo pasar a los
veinte. Lo tiene que encontrar, hablar con el, sin darle importancia, esta
segurísima de ello, es el chico de ayer, el joven que escribía su nombre sobre
un vidrio mojado sin darse cuenta. “Soledad” es el nombre que aun escribe en
ese vidrio que lleva dentro como un puñal, dentro de su piel, de sí mismo. Solo
espera que cuando se reencuentren en la estación del Sur, cuando ella baje del
vagón, con sus tacones de aguja rojos, los que tiene reservados solo para sus
ojos, ese chico que la espera, aun la reconozca, que sea para él, la misma
chica que retiene del pasado y con tanta pasión como antes. Desea darle unos
nuevos besos llenos de pecado para ella, que sean puros para él. Quiere
engañarse a si misma pero no desea dañarle más, solo quiere volver a jugar con
su encanto, con su belleza, sentirse con veinte años, deseada, admirada, viva
de nuevo. Rafa es un buen chico de barrio, un naufrago en su propio laberinto,
desde el escritorio de su casa, escribe historias para ella, pensando en ella,
la reina de otros mundos, palabras que llevan su nombre, Marisol.…