Cap.1.
El sonido de un nuevo brotar, el fluir de las fuentes de la gran ciudad comienza perezoso, rezumando y gateando lentamente entre el sonido del viento que lo traslada. Donde acaban los rascacielos. Allí se mezcla el murmullo, transpirando a trabes del aire, tranquilo, pacifico, reposando, de una vez por todas, entre los balcones de los últimos pisos que acarician el cielo.
El sonido de un nuevo brotar, el fluir de las fuentes de la gran ciudad comienza perezoso, rezumando y gateando lentamente entre el sonido del viento que lo traslada. Donde acaban los rascacielos. Allí se mezcla el murmullo, transpirando a trabes del aire, tranquilo, pacifico, reposando, de una vez por todas, entre los balcones de los últimos pisos que acarician el cielo.
Marta
se asoma desde uno de ellos, a contemplar esta nueva alba. La mañana arranca
con su taza de Nescafé templado en sus manos finas y suaves. Ella ama las
vistas que avivan a los recuerdos. Su niñez en un piso de barrio fronterizo,
miradas fijas hacia “El Raval”. Calles estrechas, que tras muchas
transformaciones se han convertido en peatonales en gran parte. Arropadas de
nuevas tiendas de moda. Hacia el sur del Raval sobresale el Museo Marítimo.
Marta aviva a la alusión, rememorando las tardes de juventud. Los fines de
semana observando las carteleras de los
teatros a lo largo de la calle principal Parallel. Curioseando y examinando las
obras que llegan a cuenta gotas. Eligiendo con su hermana Carmen la apuesta más
atractiva, ya que la paga semanal no daba para mucho.
Su
única hermana ha despertado ya, y se apoya en la terraza junto a ella. Se une
en silencio, atisbando al mismo barrio, su verdadero arrabal. Ensanche de
juegos, prolongación hacia los sueños. Ella lleva entre sus dedos una taza de
Cola – Cao bien caliente. Caudal de fortuna ante el frío de la mañana. Fluye
relajante por el pecho aun caliente, contrastes de aires y corrientes heladas.
Salientes suspiros al repicar, migajas de lluvia contra el ventanal. El corazón
ardiente. Delirio en una somnolencia tan húmeda. La despertó el tañido
constante de las campanas, al sur, muy al sur, aclamaciones, timbre avisador de
la aurora.
El
sol ha dado una tregua, truenos de la noche sin respiro. La lluvia se calmo.
Ese repiqueteo constante pero manso, sosegado casi relajante que provoca
abandonarse, dormitar entre los sentidos. Aun hay hojas pegadas, petrificadas
al cristal del comedor, el que da, a vistas despejadas, antes, muros vecinos.
El olor a tierra mojada llega asta la quinceava planta, el más sobresaliente de
la zona. Culminante otoño, eminente y pleno por entre las fauces más abiertas
de Barcelona.
Su
padre, al fondo, se afeita, lento y vago, pero para nada perezoso. Pues su rostro
esta clavado en el espejo. Sin sombras, sin brillo, petrificado como estatua
enajenada. Esperando fuera de el, esa hora de la verdad, la de la despedida. Al
adiós sin remedio. Hata la vista, la partida más cruel de nuestras vidas. Arrasando
al vigor, eliminando al brío más animado. Manera perpetua, eterna de la
ausencia. Se fugo la sabia con su empuje. La esposa por siempre, compañera fiel
en más de cincuenta años de complicidades. Atónito, con la cuchilla entre sus
dedos, la espuma en su cara secándose por segundos. Su rostro no aparece. Nada,
ni a nadie refleja. Su imagen solo se revela a si misma. Evidencia desde sus
entrañas. Conciencia compartida que escapó salvaje hacia la carencia. Vacíos de
besos y caricias, pasos a la par sin ella. Dejando al linaje descendiente de
dos hijas gemelas. Libre armonía por ente la oscuridad no muy lejana. Rendijas
agrietadas llenas de incertidumbre. Luchan los refuerzos del ánimo por
encontrar un hueco. Escape de luz hacia la esperanza, por entre sus ranuras
arrasadas. Durante ese mismo otoño que avanza, incierto, mucho más frío que en
tiempo diera por conocido, un porvenir
acertado, palpitante en ilusión para el mañana.
Nubes plomizas
cercan de nuevo al reducido cielo raso que aun colea. Más al sur, la zona roja
acentúa al rubí escarlata, banda grana cercana del puerto. Un soplo helado
entra en la habitación, en forma de aviso. El cabello rubio de Marta corre en círculos,
levantado caprichosamente, al rezumar del salitre calado entre el aire. Solo
con mirarse, las hermanas deducen los pensamientos, sin la falta de códigos
encadenados. ¡Es Michel, si, Michel! Suena el timbre a tres golpes seguidos,
marca de que es el. Carmen corre hacia la puerta, danza sutil exhalada a brisa
suave, compás frágil, mezcla de aromas, golpe perspicaz, al ritmo del viento
marino. <<Mi niña, mi preciosa y delicada Carmenchu. ¿Ahora son negros
tus cabellos, mi chiquilla?>> El fondo del marco de la puerta se llena
esbozando la sombra gigantesca del colosal y bondadoso, tío Michel. Un abrazo
tenso a la vez que silencioso se funde con miles de palabras que jamás se
escapan a la corriente. Momento que llena por si solo al ambiente. Melodía de
encuentro deseado, vagando entre la pena. Desde un torrente anclado por el
susurro: << ¡Nada de llantos! ¡Valla, tanto desconsuelo! Ya, ya, tranquilas,
tranquilas, aquí esta Michel. Mis Ángeles eternos. ¿Verdad que si mis niñas?
Todo ira pasando lentamente. Lo superaremos a medida que lo vallamos
admitiendo, por mucho que nos cueste ahora. ¿De acuerdo mis querubines?>>
En cada palma de sus manos cabe el perfil de las dos. Las acaricia, las besa en
sus frentes. Sus murmullos les hacen olvidar de la angustia.
Eduard sale a su
encuentro, con la cara aun húmeda, pedacitos de espuma aun bañan su rostro, no
le ha dado tiempo, las emociones han bloqueado los actos más elementales,
avisando a la confusión, cegando por
segundos a la razón. Se acerca a sus hijas y se une al abrazo de su cuñado
Michel. Chocan sin llegar a tocarse sus frentes, sin mirarse, no pueden. Forman
un corro entrelazado, fusión de calor humano que se evapora como el éter. Llenando
al firmamento efusivo, lazos eternos de familia. << ¡Su último viaje!
¿Verdad mi querido Eduard? >>
Las gabardinas se
van calando lenta y pausadamente, a medida que va descendiendo el féretro. El
camposanto esta lleno, no cabe un alfiler, cientos de paraguas desde lo más
alto se agolpan entre la muchedumbre. El silencio parece eterno. Solo el lento
golpear de la lluvia lo rompe en secreto. La última travesía del adiós. Las
obras de los operarios comienzan, nadie se mueve entre la niebla. Michel
mantiene entre sus brazos a Marta, la más emocionada. Carmen sujeta en pie a su
padre, Eduard no puede mantener el equilibrio. << Seamos fuertes mi niña,
si “La Merche”
nos viera, nos regañaría, ya sabes como era. Seguro que desde donde este nos llamaría
la atención>> << A mi me pondría derecha la corbata y a ti las
trenzas y eso que te cambiaste de falda. ¡Que locos comenzaron los ochenta, mi
niña! >> Miró su cara acurrucada, encajada a su pecho con dulzura, una
leve sonrisa cómplice se escapaba desde lo alto. Un sinuoso estallido del
viento resonó con forma de trueno. La tempestad había llegado y tocado fondo en
El Raval de Barcelona.
Mientras seguían allí
petrificados, sus ojos quedaron perdidos en la nada. Michel volvía a tener once
años. Jugaban con estampas de cartón, inmortalizaban grabados insertados en viñetas
cuadradas. Alineaciones del Barsa en el año 1935. Eduard hacia trampas sin acierto ni cautela a Merche.
Por entonces ya flirteaban, tanteos inocuos de la adolescencia. Agachados en
uno más de los múltiples soportales del Raval.
-
Eduard,
no sigas haciendo trampas que me enfado, ya esta bien. ¿Crees que no me doy por
enterada?
-
Niña
que no las hago. Será desconfiada la niña boba. Ha ver si espabilas que tienes
ya nueve añazos.
-
Eduard
no te pases de aprovechado, y dale a Escola, que te lo ha ganado legalmente.
-
Si y
te daré a cambio a Iriondo, que también esta bien, no pierdes tanto.
-
¡Oye
Merche! Los del Espanyol te los quedas tu, espabilada. Si no te gusta y no
sabes de que va, ponte a jugar a las muñecas, que esto es de chicos.
-
De
lista nada Eduard, y ya se lo estas cogiendo. Que te vi. Al igual que ella,
como escondías en la manga la que te hacia perder.
-
Vale
que remedio. Michel si no estas jugando. ¿Ah, que te metes tanto?
-
Es mi
hermana, recuerdas...
-
Si no
llegas a ser mayor que yo...
-
¿Que? No
es tanto, un año nada más te saco, tontaina...
Sonó el claxon de
un camión enorme, haciendo esquina entre la calle peatonal a la que se
encontraban. Una voz ronca, similar al gruñido de oso exclamaba a lo lejos:
-
¡Vamos
niños, venid que nos vamos a la masía!
-
¡Ya
vamos! Venga Merche que papa nos llama.
-
Y tu también
Eduard. Esta semana estaremos todos allí. Tu padre y yo tenemos mucho trabajo
por hacer.
-
¿Papa
podemos ir atrás con los sacos?
-
Si Merche,
pero cuidado con los de semillas. No os sentéis sobre ellos, que me los aplastáis
y agarraros al barrote lateral, donde la barra de hierro. ¿Me habéis oído?
Michel te hago responsable, eres el mayor.
-
Si
papa.
-
Si
señor Xavier.
Sin dejar del todo
a los recuerdos, abstraído entre aquel maravilloso momento, Michel fue
saludando de manera mecánica, alientos llenos de condolencias. Se iban
dosificando en pequeños grupos, familiares, amigos y desconocidos. Estrechado
las manos, entre expresiones de duelo. Marta seguía acogida por sus valerosos
brazos, protegida, resguardada de la tormenta. Siempre al auxilio de su
preferida, su tío apretaba afable su menudo cuerpo.
Ante lo reiterativo de las palabras, en un acto involuntario a sus respuestas, perdió poco a poco la percepción del momento. Muy pausadamente fue articulando casi en un susurro dormido, algo sin sentido para los que a el se acercaban: << Nogues, Zabalo, Arana, Pedrol, Berkessy, Franco, Ventolra, Raich, Escola, Morera, Cabanes>> Mientras los recitaba lentamente, se le iban cayendo las lágrimas, una a una al compás de cada nombre...
Cap 2.
Resonaban las aves, anunciando otra mañana de cielo plomizo, gris oscuro sobre el horizonte. La escasa luz de la alborada penetraba perezosa, intimidada y lenta, con sumo respeto, apenas sin ser percibida. Chirriaba la cafetera impetuosa, casi desagradable. El aroma del café recién hecho se inhalaba sin querer, el vapor se repartía uniformemente por entre las habitaciones. Marta despejaba su rostro desde el balcón. Perdidos aun los pensamientos, tras el aletargamiento del recién despertar. Recordó de forma espontánea que tendría que avisar tarde o temprano a Albert, su actual pareja. Tocaba ya despertarlos a todos, menos a Eduard, pues aun no se había dormido. Permanecía en su cuarto, levitando sobre la cama, como extraído del tiempo. Carmen iba levantando lentamente las persianas de las demás habitaciones. Sorprendió a Marta desde su rincón de los sueños. El puerto se estresa, sin cesar, en su actividad frenética de cada día laborable. Las tareas cotidianas, la mantuvieron distraída durante un tiempo.
Mientras hacia el desayuno, perdió la miraba hacia un punto infinito, arrancada del mundo, extraída en sus propias reflexiones. Había que despertar pronto a Michel, pues así se lo dejo dicho, antes de irse a descansar. Desde el salón sonaron enjugadas entre la desdicha, las ocho aclamaciones del reloj cuco. Mención a la memoria de otros sonidos que avisaban a las horas. Carmen salió unos segundos al cuarto de luz, en el otro extremo del piso. Contiguo a la puerta lateral de los trastos. Pensó en su hermana gemela, en lo que estaría cavilando tan reflexivamente. Esa telepatía que solo posen algunas gemelas le presento la respuesta frágil y de lo más sutil. Ella a sus treinta y tantos, no tenía a quien avisar con una simple llamada. La soledad no buscada, angustia que arrasa al corazón por entre una pena dura e inflexible. Volvía a presentir ese destierro incierto, incomprensible, que estaba reservado solo para su vida. El aviso de la tostadora la saco de su letargo. La esencia a pan recién tostado la araño el estomago, síntomas ávidos del apetito. Recomponiéndose, ha maneras desenvueltas, salió al salón comedor con la bandeja del desayuno. Sin apenas ruido se aproximo a la sombra del balcón, su mano se posó desde sus cabellos rubios, resbalando asta la espalda, en una caricia casi imperceptible.
- Buenos días Martita. Toma tu taza, está muy caliente, como a ti te gusta ¿Has despertado ya ha Michel?
- Aun no. Estaba pensando en mis cosas, Carmen.
- ¿Cuando vuelves a París con Albert?
- Espero que si todo va bien dentro de cinco días. No podemos dejar así a papa. Todavía no esta para afrontar solo toda esta tragedia que se nos ha venido encima.
- Yo puedo quedarme con el. ¿Ya sabes? A mi nadie me espera.
- No seas así contigo misma. Pero nos necesitará durante estos primeros días a las dos, mejor será. Hay que ayudarle como podamos de este trago. ¿Cuanto te han dado en el colegio?
- Una semana y media o dos, quince días como mucho. Tengo que ir avisando al director. Han puesto a un sustituto de mis clases. Pero no te preocupes Marta, me lo puedo llevar a Terrassa conmigo. Un cambio de aires le vendrá mejor, seguro.
- Ya veremos, deja un poco pasar el tiempo. Las cosas corren y hablan por si solas cariño. Anda, avisa cuando termines de desayunar a tío Michel. Habrá que comprar algo. Falta leche, pan y alguna fruta más, apenas hay. Aunque papa creo que solo tomará café, si se levanta. Me he desvelado varias veces, mire si dormía. No ha pegado ojo en toda la noche.
- Lo se chatilla, lo se. Espera no te vallas, te acompaño a la plaza. Espera que le ponga el desayuno a nuestro tío.
El robusto Michel dormía encogido como un niño pequeño. Toda la sana energía vigorosa que aun emanaba del, se ralentizaba entre las sábanas. Un beso suave y calido resbaló por su frente caliente, a modo del nuevo día. Al observar que ni se había inmutado, advirtió el diario de Marta sobre la mesilla de noche. ¿Que hacia allí? En el cuarto de invitados. Michel no tenía entre sus singularidades la de cotilla precisamente. Sus curiosidades derivaban por otros senderos, no precisamente ese. Una pregunta más que hacerle cuando terminara de su letargo, archivada al disco duro de la memoria.
Tomó el diario de portada lisa, totalmente azul, enseñándoselo con gesto de sorpresa a Marta.
- ¡Mira lo que he descubierto en el cuarto de Michel, no me lo puedo creer!
- ¡Pero si es mi diario! ¿Porque diablos le habrá dado por fisgonear en el? Si sabe que cada una tenemos el nuestro desde pequeñas. Pues mira el tuyo, ha ver si ha volado igualmente.
- Si, tiene gracia hermanita, tiene gracia... – Una sonrisa pícara broto manifiesta por su cara.
Michel salió majestuoso al salón, tan magnífico como siempre. Un pijama a rallas perfecto, ceñido a su talla, le proporcionaba aun ese aire apuesto, gallardo, marca de la casa. Zapatillas nuevas, típicas de andar por el hogar. El ser galán y apuesto en todo momento, era para el algo con lo que se nace, no se hace, no hay practica que valga. Apenas tenía que peinarse pues no había nada que acicalar. Solo aderezar con el peine un matojo de cabellos rubios y bien cuidados que le brotaban desde la nuca.
- Buenos días mis niñas, por decir algo.
- ¿Que, hemos descansado? ¿Ayer te costo dormirte, verdad tío Michel? ¿Estuviste hasta muy tarde con la luz encendida, no?– Marta le hizo la pregunta con retórica algo pícara y ladina.
- ¡Hay picaronas que me habéis cogido de pleno! ¿No se os escapa una verdad? Pues bien tengo mis razones bellezas, si que las tengo. Aunque más que curiosear, la cosa estaba en indagar por entre vuestras rarezas, originalidades, o como queráis dar a entender.
- ¿Y bien, que has averiguado? – Susurraron las dos espontáneamente y al unísono.
- No es que nos moleste, pero si que es raro en ti. Nunca has actuado así y ahora de repente. Bueno, que nos pica igualmente esa curiosidad natural, como a ti...
Michel se paso la grandota mano por su frente a manera de salida ocurrente, lo primero que le llegara a la mente, pues aun se encontraba algo adormilado.
- Bueno, bueno, empecemos pues. ¿Pero no es muy pronto aun? No seáis crueles. ¿Tenéis un café a mano para espabilarme?
Carmen sonrío, ágil se dirigió hacia la cocina, alegre con su desenvoltura de siempre. Mientras, Michel miro a Marta desde el sofá. El gesto de sus labios se curvó hacia arriba, en una sonrisa picarona, al igual que dulcemente comprensiva. Carmen trajo otra bandeja con café y tostadas.
- Bien, desde hace mucho, cuando prácticamente aprendisteis a hacer resúmenes en la escuela y siempre que os he tenido cerca, sin que os dierais cuenta, he seguido vuestro diario. El que hacíais juntas y el individual. ¿Porque? Lo sabéis, casi seguro. Las dos habéis nacido con ese don. Solo quería saber si habíais presentido lo de vuestra madre, solo eso. Mejor no hablar de los brotes mutuos de empatía y desde la distancia, aquellos que os dan con tanta frecuencia.
- Es cierto, tú has vivido varias ocasiones raritas junto a nosotras. Pues no, esta vez no. Tampoco lo hacemos a posta. No voluntariamente. Sale solo, como por arte de magia. Cuando nos llega, nos llega. – Comento Marta entre un suspiro, apenas le salía el aire al articular cada silaba.
- Es verdad, la más chocante fue la de aquel verano que pasamos con mama. En tu chalet de París, junto a los primos. – Carmen hacia memoria a la vez que evocaba aquel verano tan maravilloso, cuando conoció por vez primera aquella extraordinaria ciudad. Sus primeros sentidos vivos, impetuosos e imparables, el fuego encendido y disparado a toda mecha.
Las dos se quedaron petrificadas, mirándose la una a la otra, con la boca entre abierta, perdidas en la nada. << ¿Entonces, lo sabe?>> <<Desde siempre, al parecer >>
- No me hagáis de las vuestras y decirme que os estáis contando, ya sabéis que es de mala educación hablar a vuestra manera tan extraña, tan telepática digamos de una vez, aunque me cueste reconocerlo. Esto que hacéis cuando mantenemos una conversación me puede. A partir de ahora lo tendréis presente.
- Si, lo tenemos muy presente, y tanto. – No salían de su asombro.
- De acuerdo, ahora ir al mercado, me gustaría que me acompañaseis a saludar a antiguos vecinos del Raval. De paso os quiero contar y enseñar algo. Será mejor para vuestro padre descansar y relajarse del todo, teniendo un momento de tranquilidad absoluta. Tranquilizarse un rato le vendrá bien.
- ¿Y como sabes que vamos a la compra? Que bien te has hecho el dormido. Juraría que te encontrabas en un sueño profundo cuando fui a despertarte.
- ¿Pues ya va siendo hora que sepáis de las múltiples facetas de vuestro tío, no? Que este ya retirado del todo no significa que tenga los sentidos apagados y entrenados aun. ¿Cierto?
- Cierto. Volveremos dentro una hora. Para las once estaremos aquí, no te preocupes.
<<Que sorpresa nos guardara para luego>> <<Espero que sea algo respecto a su etapa en la segunda guerra mundial, recuerda que el vivía ya en París cuando la ocuparon>> << ¿Y tu como sabes eso?>> <<Aquel verano, en su despacho. Observe ciertos documentos entremezclados, libros interesantes, archivos y demás menesteres. Algunos llenos de polvo, invadidos entre telarañas, los de la segunda fila del estante, yo si que soy fisgona, ya sabes>><<Cambiemos de onda pues tiene el radar puesto>> La comunicación secreta envuelta en códigos mudos paro de repente. Una sonrisa cómplice se revelo en ambas hermanas.
-¿Que os acabo de decir? Que estoy aquí y me percato ya de vuestra manera de comunicaros en silencio. – La comisura de sus labios se envolvió a si misma, enmascarando, intentando ocultar fallidamente, un leve gesto irónico.
La comunicación secreta envuelta en códigos mudos paro de repente. Una sonrisa cómplice se revelo en ambas hermanas. La puerta se cerró tras ellas, esta vez en silencio. Delicadamente, con el susto ya en el cuerpo. El también estaba lleno de sorpresas y sabían que tarde o temprano, algo importante, vital, tenía que contarles, había llegado el momento. Un presentimiento más que las invadía a forma de capricho, pero que las dejaría con ese hormigueo en el pecho, como el de siempre...
El silencio llego de nuevo a la habitación, lentamente, huraño al principio. Michel se abstrajo en sus nuevos pensamientos. Sumido en una rara nostalgia, recuerdos llenos de morriña, rememorar del frugal pasado. Tiempo donde la existencia de la vida se volvió de repente sombría, llegando a lo tenebroso. Al principio los campos relucían en verde esperanza, fuerza imaginativa libre de peligro. Sustancia inmaterial pero reforzada de la inocencia, inseparable e insaciable dicha unida a la niñez. Quedando clavada por la añoranza de tiempos mejores. Los viñedos irradiaban una luz centelleante desde lo lejos, al pie de la masía. Viento suave, cosquilleo calido, antesala próxima al verano del 36. Corriente tersa que embelezaba delicadamente la oscilación de las espigas, entre inclinaciones atropelladas, dibujando alfileres improvisados, danza cautivadora del trigo, sosiego en la campiña catalana.
A la plenitud de la tarde, entre la escalinata de la casa de campo, los libros se abrían majestuosos. Sus miles de historias nuevas, desbordaban la imaginación de la adolescencia. Tomo sigiloso un nuevo libro del estante prohibido de la biblioteca de su madre. Lo cual no podía entender, pues la novela en concreto se integraba dentro de la aventura y el romanticismo, como a posteriori pudo comprobar. Más propios de los géneros de aventuras, como “Los Mares del Sur” de Stevenson. Esta versión escrita a forma de juego o capricho entre la autora Aurora Bertrana y la colaboración de su padre el escritor Prudenci Bertrana, se realizo conjuntando las ideas con su correspondiente trama y repartiéndoselas por capítulos separados. De aquí surgió el título “L´illa perduda” (La Isla Perdida). Inédita y fresca en los panales de la cultura catalana. Datos que Michel iría descubriendo poco a poco, al encontrarlo su madre leyéndolo a escondidas en su cuarto cuando fue a darle el beso de “buenas noches”. Aun con la luz encendida su madre lejos de enojarse, se alegró de verlo con aquel regalo tan valioso para ella.
- ¿Sabes Michel quien me regalo esta novela? – le susurro su madre pausadamente mientras se colocaba a un lado de su cama.
- Creo que fue la misma Aurora, madre. No obstante os observe juntas muchas tardes en la casa del Raval. Se que erais muy amigas, al menos, durante un largo tiempo.
- Y seguimos siéndolo. Es una gran mujer, activa, extremadamente enérgica. Lo que ocurre es que ahora vive en Marruecos. Ahora visita cárceles y harenes para documentarse para su próximo libro, al que quiere poner por titulo, si no recuerdo mal, “El Marruecos sensual y fanático”. Ella en su vida personal es así, como una heroína de cuento apasionado, aventurera y trotamundos. Pronto volverá, al menos eso me ha comentado por correo.
- Recuerdo cuando me hablabas de ella. De como la apoyaste cuando se presento al Congreso de La Republica como candidata por Esquerra Republicana.
- Si, pero abandono pronto. Al salir derrotada de esas elecciones se lo pensó. Mejor, la política no es sana para nadie. En estos tiempos que corren, desde luego que no. Por eso abandonamos ambas la lucha ideológica. Cuando se convierten en doctrina y credo, atrapando a la libertad del pensamiento, es mejor desprenderse cuanto antes de dichas tareas. Además, la vida de un estadista suele estar envuelta en habilidades marrulleras. Cálculos llenos de picardía que acaban en trampas para nada recomendables. Recuérdalo mi Michel. Recuérdalo para ponerlo en práctica en tu largo camino.
De repente sonó inesperadamente el teléfono. Sacando a Michel de su largo sueño, de esa marcha atrás en el tiempo. Antes de poder darse cuenta, miro entre sus manos una foto de su madre, cuyo marco estaba humedecido. Unos surcos acuosos corrían por entre sus mejillas, sin explicarse ni pararse en recordar como habían llegado a sus manos. Se desplazo del sillón donde se encontraba para coger la llamada ya que Eduard aun seguía en su lecho aletargado. Evocando quizás, al igual que el, sus propios recuerdos.
Ante lo reiterativo de las palabras, en un acto involuntario a sus respuestas, perdió poco a poco la percepción del momento. Muy pausadamente fue articulando casi en un susurro dormido, algo sin sentido para los que a el se acercaban: << Nogues, Zabalo, Arana, Pedrol, Berkessy, Franco, Ventolra, Raich, Escola, Morera, Cabanes>> Mientras los recitaba lentamente, se le iban cayendo las lágrimas, una a una al compás de cada nombre...
Cap 2.
Resonaban las aves, anunciando otra mañana de cielo plomizo, gris oscuro sobre el horizonte. La escasa luz de la alborada penetraba perezosa, intimidada y lenta, con sumo respeto, apenas sin ser percibida. Chirriaba la cafetera impetuosa, casi desagradable. El aroma del café recién hecho se inhalaba sin querer, el vapor se repartía uniformemente por entre las habitaciones. Marta despejaba su rostro desde el balcón. Perdidos aun los pensamientos, tras el aletargamiento del recién despertar. Recordó de forma espontánea que tendría que avisar tarde o temprano a Albert, su actual pareja. Tocaba ya despertarlos a todos, menos a Eduard, pues aun no se había dormido. Permanecía en su cuarto, levitando sobre la cama, como extraído del tiempo. Carmen iba levantando lentamente las persianas de las demás habitaciones. Sorprendió a Marta desde su rincón de los sueños. El puerto se estresa, sin cesar, en su actividad frenética de cada día laborable. Las tareas cotidianas, la mantuvieron distraída durante un tiempo.
Mientras hacia el desayuno, perdió la miraba hacia un punto infinito, arrancada del mundo, extraída en sus propias reflexiones. Había que despertar pronto a Michel, pues así se lo dejo dicho, antes de irse a descansar. Desde el salón sonaron enjugadas entre la desdicha, las ocho aclamaciones del reloj cuco. Mención a la memoria de otros sonidos que avisaban a las horas. Carmen salió unos segundos al cuarto de luz, en el otro extremo del piso. Contiguo a la puerta lateral de los trastos. Pensó en su hermana gemela, en lo que estaría cavilando tan reflexivamente. Esa telepatía que solo posen algunas gemelas le presento la respuesta frágil y de lo más sutil. Ella a sus treinta y tantos, no tenía a quien avisar con una simple llamada. La soledad no buscada, angustia que arrasa al corazón por entre una pena dura e inflexible. Volvía a presentir ese destierro incierto, incomprensible, que estaba reservado solo para su vida. El aviso de la tostadora la saco de su letargo. La esencia a pan recién tostado la araño el estomago, síntomas ávidos del apetito. Recomponiéndose, ha maneras desenvueltas, salió al salón comedor con la bandeja del desayuno. Sin apenas ruido se aproximo a la sombra del balcón, su mano se posó desde sus cabellos rubios, resbalando asta la espalda, en una caricia casi imperceptible.
- Buenos días Martita. Toma tu taza, está muy caliente, como a ti te gusta ¿Has despertado ya ha Michel?
- Aun no. Estaba pensando en mis cosas, Carmen.
- ¿Cuando vuelves a París con Albert?
- Espero que si todo va bien dentro de cinco días. No podemos dejar así a papa. Todavía no esta para afrontar solo toda esta tragedia que se nos ha venido encima.
- Yo puedo quedarme con el. ¿Ya sabes? A mi nadie me espera.
- No seas así contigo misma. Pero nos necesitará durante estos primeros días a las dos, mejor será. Hay que ayudarle como podamos de este trago. ¿Cuanto te han dado en el colegio?
- Una semana y media o dos, quince días como mucho. Tengo que ir avisando al director. Han puesto a un sustituto de mis clases. Pero no te preocupes Marta, me lo puedo llevar a Terrassa conmigo. Un cambio de aires le vendrá mejor, seguro.
- Ya veremos, deja un poco pasar el tiempo. Las cosas corren y hablan por si solas cariño. Anda, avisa cuando termines de desayunar a tío Michel. Habrá que comprar algo. Falta leche, pan y alguna fruta más, apenas hay. Aunque papa creo que solo tomará café, si se levanta. Me he desvelado varias veces, mire si dormía. No ha pegado ojo en toda la noche.
- Lo se chatilla, lo se. Espera no te vallas, te acompaño a la plaza. Espera que le ponga el desayuno a nuestro tío.
El robusto Michel dormía encogido como un niño pequeño. Toda la sana energía vigorosa que aun emanaba del, se ralentizaba entre las sábanas. Un beso suave y calido resbaló por su frente caliente, a modo del nuevo día. Al observar que ni se había inmutado, advirtió el diario de Marta sobre la mesilla de noche. ¿Que hacia allí? En el cuarto de invitados. Michel no tenía entre sus singularidades la de cotilla precisamente. Sus curiosidades derivaban por otros senderos, no precisamente ese. Una pregunta más que hacerle cuando terminara de su letargo, archivada al disco duro de la memoria.
Tomó el diario de portada lisa, totalmente azul, enseñándoselo con gesto de sorpresa a Marta.
- ¡Mira lo que he descubierto en el cuarto de Michel, no me lo puedo creer!
- ¡Pero si es mi diario! ¿Porque diablos le habrá dado por fisgonear en el? Si sabe que cada una tenemos el nuestro desde pequeñas. Pues mira el tuyo, ha ver si ha volado igualmente.
- Si, tiene gracia hermanita, tiene gracia... – Una sonrisa pícara broto manifiesta por su cara.
Michel salió majestuoso al salón, tan magnífico como siempre. Un pijama a rallas perfecto, ceñido a su talla, le proporcionaba aun ese aire apuesto, gallardo, marca de la casa. Zapatillas nuevas, típicas de andar por el hogar. El ser galán y apuesto en todo momento, era para el algo con lo que se nace, no se hace, no hay practica que valga. Apenas tenía que peinarse pues no había nada que acicalar. Solo aderezar con el peine un matojo de cabellos rubios y bien cuidados que le brotaban desde la nuca.
- Buenos días mis niñas, por decir algo.
- ¿Que, hemos descansado? ¿Ayer te costo dormirte, verdad tío Michel? ¿Estuviste hasta muy tarde con la luz encendida, no?– Marta le hizo la pregunta con retórica algo pícara y ladina.
- ¡Hay picaronas que me habéis cogido de pleno! ¿No se os escapa una verdad? Pues bien tengo mis razones bellezas, si que las tengo. Aunque más que curiosear, la cosa estaba en indagar por entre vuestras rarezas, originalidades, o como queráis dar a entender.
- ¿Y bien, que has averiguado? – Susurraron las dos espontáneamente y al unísono.
- No es que nos moleste, pero si que es raro en ti. Nunca has actuado así y ahora de repente. Bueno, que nos pica igualmente esa curiosidad natural, como a ti...
Michel se paso la grandota mano por su frente a manera de salida ocurrente, lo primero que le llegara a la mente, pues aun se encontraba algo adormilado.
- Bueno, bueno, empecemos pues. ¿Pero no es muy pronto aun? No seáis crueles. ¿Tenéis un café a mano para espabilarme?
Carmen sonrío, ágil se dirigió hacia la cocina, alegre con su desenvoltura de siempre. Mientras, Michel miro a Marta desde el sofá. El gesto de sus labios se curvó hacia arriba, en una sonrisa picarona, al igual que dulcemente comprensiva. Carmen trajo otra bandeja con café y tostadas.
- Bien, desde hace mucho, cuando prácticamente aprendisteis a hacer resúmenes en la escuela y siempre que os he tenido cerca, sin que os dierais cuenta, he seguido vuestro diario. El que hacíais juntas y el individual. ¿Porque? Lo sabéis, casi seguro. Las dos habéis nacido con ese don. Solo quería saber si habíais presentido lo de vuestra madre, solo eso. Mejor no hablar de los brotes mutuos de empatía y desde la distancia, aquellos que os dan con tanta frecuencia.
- Es cierto, tú has vivido varias ocasiones raritas junto a nosotras. Pues no, esta vez no. Tampoco lo hacemos a posta. No voluntariamente. Sale solo, como por arte de magia. Cuando nos llega, nos llega. – Comento Marta entre un suspiro, apenas le salía el aire al articular cada silaba.
- Es verdad, la más chocante fue la de aquel verano que pasamos con mama. En tu chalet de París, junto a los primos. – Carmen hacia memoria a la vez que evocaba aquel verano tan maravilloso, cuando conoció por vez primera aquella extraordinaria ciudad. Sus primeros sentidos vivos, impetuosos e imparables, el fuego encendido y disparado a toda mecha.
Las dos se quedaron petrificadas, mirándose la una a la otra, con la boca entre abierta, perdidas en la nada. << ¿Entonces, lo sabe?>> <<Desde siempre, al parecer >>
- No me hagáis de las vuestras y decirme que os estáis contando, ya sabéis que es de mala educación hablar a vuestra manera tan extraña, tan telepática digamos de una vez, aunque me cueste reconocerlo. Esto que hacéis cuando mantenemos una conversación me puede. A partir de ahora lo tendréis presente.
- Si, lo tenemos muy presente, y tanto. – No salían de su asombro.
- De acuerdo, ahora ir al mercado, me gustaría que me acompañaseis a saludar a antiguos vecinos del Raval. De paso os quiero contar y enseñar algo. Será mejor para vuestro padre descansar y relajarse del todo, teniendo un momento de tranquilidad absoluta. Tranquilizarse un rato le vendrá bien.
- ¿Y como sabes que vamos a la compra? Que bien te has hecho el dormido. Juraría que te encontrabas en un sueño profundo cuando fui a despertarte.
- ¿Pues ya va siendo hora que sepáis de las múltiples facetas de vuestro tío, no? Que este ya retirado del todo no significa que tenga los sentidos apagados y entrenados aun. ¿Cierto?
- Cierto. Volveremos dentro una hora. Para las once estaremos aquí, no te preocupes.
<<Que sorpresa nos guardara para luego>> <<Espero que sea algo respecto a su etapa en la segunda guerra mundial, recuerda que el vivía ya en París cuando la ocuparon>> << ¿Y tu como sabes eso?>> <<Aquel verano, en su despacho. Observe ciertos documentos entremezclados, libros interesantes, archivos y demás menesteres. Algunos llenos de polvo, invadidos entre telarañas, los de la segunda fila del estante, yo si que soy fisgona, ya sabes>><<Cambiemos de onda pues tiene el radar puesto>> La comunicación secreta envuelta en códigos mudos paro de repente. Una sonrisa cómplice se revelo en ambas hermanas.
-¿Que os acabo de decir? Que estoy aquí y me percato ya de vuestra manera de comunicaros en silencio. – La comisura de sus labios se envolvió a si misma, enmascarando, intentando ocultar fallidamente, un leve gesto irónico.
La comunicación secreta envuelta en códigos mudos paro de repente. Una sonrisa cómplice se revelo en ambas hermanas. La puerta se cerró tras ellas, esta vez en silencio. Delicadamente, con el susto ya en el cuerpo. El también estaba lleno de sorpresas y sabían que tarde o temprano, algo importante, vital, tenía que contarles, había llegado el momento. Un presentimiento más que las invadía a forma de capricho, pero que las dejaría con ese hormigueo en el pecho, como el de siempre...
El silencio llego de nuevo a la habitación, lentamente, huraño al principio. Michel se abstrajo en sus nuevos pensamientos. Sumido en una rara nostalgia, recuerdos llenos de morriña, rememorar del frugal pasado. Tiempo donde la existencia de la vida se volvió de repente sombría, llegando a lo tenebroso. Al principio los campos relucían en verde esperanza, fuerza imaginativa libre de peligro. Sustancia inmaterial pero reforzada de la inocencia, inseparable e insaciable dicha unida a la niñez. Quedando clavada por la añoranza de tiempos mejores. Los viñedos irradiaban una luz centelleante desde lo lejos, al pie de la masía. Viento suave, cosquilleo calido, antesala próxima al verano del 36. Corriente tersa que embelezaba delicadamente la oscilación de las espigas, entre inclinaciones atropelladas, dibujando alfileres improvisados, danza cautivadora del trigo, sosiego en la campiña catalana.
A la plenitud de la tarde, entre la escalinata de la casa de campo, los libros se abrían majestuosos. Sus miles de historias nuevas, desbordaban la imaginación de la adolescencia. Tomo sigiloso un nuevo libro del estante prohibido de la biblioteca de su madre. Lo cual no podía entender, pues la novela en concreto se integraba dentro de la aventura y el romanticismo, como a posteriori pudo comprobar. Más propios de los géneros de aventuras, como “Los Mares del Sur” de Stevenson. Esta versión escrita a forma de juego o capricho entre la autora Aurora Bertrana y la colaboración de su padre el escritor Prudenci Bertrana, se realizo conjuntando las ideas con su correspondiente trama y repartiéndoselas por capítulos separados. De aquí surgió el título “L´illa perduda” (La Isla Perdida). Inédita y fresca en los panales de la cultura catalana. Datos que Michel iría descubriendo poco a poco, al encontrarlo su madre leyéndolo a escondidas en su cuarto cuando fue a darle el beso de “buenas noches”. Aun con la luz encendida su madre lejos de enojarse, se alegró de verlo con aquel regalo tan valioso para ella.
- ¿Sabes Michel quien me regalo esta novela? – le susurro su madre pausadamente mientras se colocaba a un lado de su cama.
- Creo que fue la misma Aurora, madre. No obstante os observe juntas muchas tardes en la casa del Raval. Se que erais muy amigas, al menos, durante un largo tiempo.
- Y seguimos siéndolo. Es una gran mujer, activa, extremadamente enérgica. Lo que ocurre es que ahora vive en Marruecos. Ahora visita cárceles y harenes para documentarse para su próximo libro, al que quiere poner por titulo, si no recuerdo mal, “El Marruecos sensual y fanático”. Ella en su vida personal es así, como una heroína de cuento apasionado, aventurera y trotamundos. Pronto volverá, al menos eso me ha comentado por correo.
- Recuerdo cuando me hablabas de ella. De como la apoyaste cuando se presento al Congreso de La Republica como candidata por Esquerra Republicana.
- Si, pero abandono pronto. Al salir derrotada de esas elecciones se lo pensó. Mejor, la política no es sana para nadie. En estos tiempos que corren, desde luego que no. Por eso abandonamos ambas la lucha ideológica. Cuando se convierten en doctrina y credo, atrapando a la libertad del pensamiento, es mejor desprenderse cuanto antes de dichas tareas. Además, la vida de un estadista suele estar envuelta en habilidades marrulleras. Cálculos llenos de picardía que acaban en trampas para nada recomendables. Recuérdalo mi Michel. Recuérdalo para ponerlo en práctica en tu largo camino.
De repente sonó inesperadamente el teléfono. Sacando a Michel de su largo sueño, de esa marcha atrás en el tiempo. Antes de poder darse cuenta, miro entre sus manos una foto de su madre, cuyo marco estaba humedecido. Unos surcos acuosos corrían por entre sus mejillas, sin explicarse ni pararse en recordar como habían llegado a sus manos. Se desplazo del sillón donde se encontraba para coger la llamada ya que Eduard aun seguía en su lecho aletargado. Evocando quizás, al igual que el, sus propios recuerdos.
Michel divisaba
desde la lejanía el antiguo escudo de la ciudad condal, incrustado en el portal
de hierro decorado por círculos amarillos. Mercado emblemático es La Boquería en pleno barrio
del Raval. Meditaba que sin lugar a dudas era “la catedral de los sentidos”
como fuese definido por Manuel Vásquez Montalbán. Después de aquella inesperada
llamada desearía no coincidir allí con sus sobrinas. Antes de llegar hizo un
recorrido diferente al acostumbrado. Volvía a comprobar después de varias
décadas la estrechez de aquellas calles. Balcones atestados de trapos ajados, colgados
uno a uno. Selva de alambradas flotantes entrelazadas de fachada a fachada.
Ventanales entre sombras palpitantes que escondían penurias diversas detrás de
sus muros. Sus pasos se trasladan uno por uno, entre ruidos de tormento,
estruendoso callejón, ansiosos tiroteos. Juegos de niños, escapadas a bandadas,
ladrones tras policías. Se sucedían los locales nocturnos, era la moda del
destape. Comienzo de los ochenta. Lugares transformados para el strip-tease. Históricos
club de Jazz, cocteleras de ocasión, efluvios a ginebra seca combinada con
Noully Prat. El contraste de la antigua miseria armoniza por entre los
elementos oscuros, barroco vibrante y atractivo, tañido indiscreto y llamativo.
Se centraba la atención de Michel, transformada la congoja al pesar, de tanto y
tanto exilio. Los bulevares nuevos seducían provocativos a los viandantes. Rincones
y callejuelas descoloridas se abandonaban a si mismas, en su nueva soledad, quedando
el runrún, para el saludo y el adiós, esos rumores de siempre. Callejón mudo, patio
de vecinos, divagar circular entre chismes, confluir de olvidos lejanos.
Decorativas antigüedades milenarias se prolongaban sin tregua, dejándose
atrapar por puestos ambulantes, combinados de colores múltiples. Reverberar del
sol, brillo plateado sobre la fruta, la carne y el pescado azul.
Una vez dentro del mercado se dirigió derecho a la pescadería “La Dorada”. Un conocido desde
la niñez lo esperaba. La llamada que no hacía más de una hora, lo había
despertado inoportunamente. Mientras se suspendía en la maravilla imprevista e
inocente, flotar suave de los sueños. Era la voz inconfundible de Albert, su
compañero en los primeros años de escuela. No es que formara parte de sus grandes
amistades, pero si que coincidieron asta llegada la adolescencia.
Posteriormente la comunicación entre ellos tuvo que seguir, camuflándose por
entre el disimulo y el secretismo más reservado. Trato basado en transacciones
clandestinas. Tiempos muy peligrosos para ciertos asuntos. Daba la impresión
que la vida les hubiese reservado para su camarería, a manera caprichosa, ese único
tipo de razones.
-
¡Michel
por amor de Dios tu por aquí!
El encubrimiento de sus propósitos, obligaba a los actos. Secretismos,
preceptos y rituales del instinto. Pasar desapercibidos, mandaba, llegar a la
parodia teatral, ya que el mismo Albert había acordado tal cita.
-
¡Albert,
lagartón que es de ti! ¿Cuantos años? No me distes de patadas como defensa
central, menudo eras, chico.
-
Y la
de partidos que vimos juntos con la cuadrilla. Sobre todo la temporada del 34 –
35, no nos perdimos ni uno. Aquellas tardes de domingo en el “Camps de Les
Corts”.
Mientras pesaba el pescado y lo limpiaba, se traslado el cuchillo
de faena de una mano a otra. La clave de un aviso orientativo. Extremadamente
delgado, de extremidades enjutas. Su cara seca y demacrada. Pómulos sobresalientes,
marcando exageradamente la figura de su rostro. La comisura de unos labios hundidos
delataba en cierta forma una boca sin apenas dentadura. Sus ojos penetrantes
mostraban la sabiduría elaborada por la experiencia, muchos años en el tajo. La
jubilación lo encontraría pronto, si llegaba, los estragos del tabaco y el
alcohol estaban patentes en el color amoratado de sus mejillas.
-
Te veo
algo pachucho Albert. ¿Cuanto te queda para dejar de una vez la Boquería?
Albert ni se inmuto a esa última pregunta. Hombre franco, formal,
parco en palabras, le gustaba ir al grano. Siendo cosas delicadas a tratar,
entre miles de ojos que podían estar expectantes, mejor pasar el trago pronto y
lo mejor posible.
-
Michel
esto es lo que me encargaste. Dentro viene la factura, no la pierdas sin antes
echarle un ojo. – Con gesto seco le alcanzo una bolsa llena de marisco, otra de
pulpo troceado. – No te preocupes, regalo a partes iguales entre los chicos de
la partida, te lo debemos, después de tantos años, compañero. No me mal
interpretes Michel, pero no podemos seguir por mucho más. No vallas a mirar
directamente. ¿Ves el tipo que lee la prensa, la mesa que hace esquina, en
“Pinocho”? Tiene una gabardina color ocre amarillento. No deja de estar atento
hacia donde nos encontramos. ¡Ahí pájaro, que crees que no me di cuenta!
-
¿Ha
llegado detrás de mí?
-
Guardando
las distancias naturalmente, pero si, a la par.
-
Valla
estaré perdiendo actitudes, no me había dado cuenta. Venía perdido en mis
pensamientos y fijándome en lo poco que han cambiado algunas cosas en el Raval.
Será por eso supongo.
Mientras Albert equilibraba y comprobaba el contrapeso, preparando seguidamente
otra bolsa, hablaba despacio y pausado. Daba la sensación de estar envuelto en
la rutina del día. El posible nerviosismo, solo se le podría percibir al
observar el transpirar continuo de su piel. Dentro de la estructura
arquitectónica hacia fresco, no tanto como fuera del mercado. En el exterior,
el día se dejaba sentir más bien gélido. Para la fecha de carácter peculiar,
final de otoño en Barcelona.
-
Desconfía
Michel, pues ya no son los de siempre. A esos que tú conoces, sabíamos darle
esquinazo. Estos ya, son otros. Por ahora no conocemos apellidos ni ha que
juegan, pronto lo sabremos. Mientras tanto andaremos con tiento.
-
De
acuerdo Albert, tranquilo desconfiare, no te preocupes, todo esta en orden.
Observo en uno de los puestos no muy lejano al que se encontraba, a
sus sobrinas comparando fruta. Abstraídas en lo suyo no habían advertido aun su
presencia a escasos metros. Recordó que antes de salir se lo comentaron, pero
no que irían al mercado.
-
¡Espera
Michel, se me olvidaba! El ambiente no anda bien del todo a pesar que no hace
mucho entró la democracia. Las antiguas milicias volvieron. Estos años los
grupos en la clandestinidad regresaron a cuenta gotas. No llamar mucho la
atención al principio era uno de los puntos a seguir. Se han ido reclutando
nuevos chicos, sabía nueva, ya sabes, como en los viejos tiempos.
-
Algunos
exiliados los conozco. Muchos altos cargos conocidos encontraron cobijo en
estructuras administrativas. En mis empresas sigue habiendo puestos de
responsabilidad ocupados por ellos. Algunos anclados en la marcha añeja de otra
etapa, aunque fui con ellos codo a codo, seguro que lo sabrás. Los más notables
partieron hace año y medio o algo más.
-
Pues
el mismo desorden que al estallar la guerra. Todo se ancla en desajustes y
líos, que si unos quieren esto, los otros piden calma, al fin más de lo mismo.
Ha algunos no los controlamos. Esquerra por ahora apenas ejerce el control de
antes sobre ellos. Militantes del “Front” han dado la espalda a sus dirigentes,
otros los auxilian, colaborando en sus actuaciones a cuenta propia. Acabarán
disolviéndose, supongo, pero ten mucho cuidado.
A lo lejos vio aproximarse a las gemelas. Advirtiendo esta vez de
su presencia pensó que había que alejarse del puesto de Albert. Mejor no
dejarse ver, dejar en evidencia a su informador y descubrirse a si mismo con
sus sobrinas no era de lo más seguro.
- Bueno me tengo
que marchar, el tiempo me apremia. Cuídate amigo, ya sabrás de mí antes de que
vuelva a París.
-
Adiós
chico, y lo mismo te digo.
Además Albert era conocido de la familia. Proporcionar demasiados
datos y pistas a quien te sigue los pasos no es lo más adecuado. Si las chicas
se acercaban no habría servido de nada tanta pantomima.
- ¡Creíamos que esperarías en casa, para enseñarnos eso que
querías! – Exclamo Carmen risueña.
- Bien, si, pero ha surgido un imprevisto. Pensé en la cena, o dejarlo
para mañana, cuando queráis. Todas estas cosas os gustan tanto que pensé que...
- ¿Asta cuando te quedaras?
- Por ahora no lo se princesa. Han surgido algunas cosillas, otras
me las veía venir, nada más pisar suelo. Pero ya os contare en otro momento. Hagamos
una cosa, como en los viejos tiempos. Terminad con las compras. Después de
dejarlas en casa, me esperáis en el bar de mi amigo Bernardí. ¿Sabéis cual, no,
el que esta justo antes de llegar al puerto? Os lleve con vuestra madre de
pequeñas, creo que fue en varias ocasiones. Además Bernardí también es muy
amigo de vuestro padre.
- Si, se donde esta. Pero habrá que ver como esta de ánimos papa.
Si no, ira Carmen. Si no vinieseis a almorzar llamarme, no se te olvide Michel,
a mi hermana seguro que si.
- Bueno, me doy por aludida. Hija tu igual de marimandona que
siempre. – Carmen se compuso el cabello con las manos como pudo, tras esa leve
ráfaga de viento helado del exterior, tan desagradable ha veces.
- Estupendo mientras acabo unas tareas que no me pensaba fuesen a
surgir en este inesperado e infortunado viaje. Hacer una hora, hora y media,
asta el encuentro, os espero mis niñas.
Michel busco los lavabos, cerro la puerta de uno de los servicios,
miro la factura. Grapada a ella había un papelito de notas recortado. Venia una
dirección y un nombre:
“Fonda Europa”.
Calle “d´en Xuclá” n º 16.
El Raval.
(Preguntar por Ferran. Di que te envía Albert. No hagas preguntas, comenta
lo menos posible, asta que estés en su despacho y con el presente).
Una lluvia leve iba empapando el endosado del piso. Un estruendo a
lo lejos le llamo la curiosidad. Un cortejo numeroso se alargaba, amontonándose
por una larga avenida. Cientos de pancartas se amontonaban entre la multitud.
-
¿Que
es aquella masa de gente, una manifestación, no? – Pregunto a alguien que al
igual que el se quedo parado observando tanto ajetreo.
-
Otra
concentración de tantas. Ahora con la democracia han ido surgiendo como las
hormigas, no paran, cada vez hay más y más. Ya mismo estaremos al nivel de
Francia.
-
Al
nivel de Francia lo dudo. Nos llevan más de treinta años de progreso. A la
altura de protestas seguro que les sacaremos cabeza.
Michel siguió su camino pensativo, la curiosidad le empezaba a
llegar en un picor agudo en la oreja izquierda, aunque algo presentía había que
indagar, no estaban los tiempos para que le dieran una broma. La “Fonda Europa”
sería su próxima visita.
El cansancio
hace mella en las hermanas. No pensaron en la vuelta al hogar. La Boquería entrega
demasiados manjares suculentos, como para llenar los ojos antes que pensar en
el pesar de los brazos. Llegando a “La Granja Viader”, en la calle Xuclá, la bifurcación
de ramales, encrucijada de caminos, agolpa en riadas de viandantes de lo más
dispar. Desde paseantes peliagudos hasta viajantes accidentados. Lo típico
abunda, ser especial invade a lo original. Lastima que lo vulgar este en todos
los barrios y más encontrándose como en dicha calle, un monumento a la
exquisitez. Sobre todo tratándose de la Granja, patrimonio de la humanidad más
metropolitana.
-
Marta
estoy agotada. Mira allí esta La
Granja. ¿Que te parece un Cacaolat?
-
Más
bien son horas de una cerveza, pero hace tanto que no saboreo ese aroma a
chocolate recién hecho.
Las sensaciones
compartidas de múltiples generaciones, las trasladan sin darse cuenta a un
viaje en el tiempo, varias evocaciones se agolparon a la memoria. Apiladas de
golpe nada más poner el primer pie en Viader.
-¿Sabes que el primer Cacaolat que se sirvió
fue aquí? El dueño de entonces con la colaboración de un químico Húngaro lo
puso por primera vez al público.
- Carmen hija
pareces una biblioteca andante. Así como me vas a encontrar novio. Como no sea
un catedrático en historia del arte, te vas a llevar lo que yo te diga.
- Pues si,
imagínate hablando con el catedrático de su original diseño modernista, lo
interesante que sería. Algo que a ti y a tu actual pareja ni se os ocurriría.
Comentarios sobre sus cuadros, sus fotografías e imágenes de otras épocas.
Catedral de la historia de Barcelona para el chocolate a la taza.
Enriquecimiento del saber. Ambientación que nos rodea, de eso nada de nada,
claro esta. Hermana del alma mía. – Carmen al igual que su gemela, posee un
carácter fuerte haciéndola salir a la defensiva. Por supuesto que tenía ya
bastante a diario, con la estupidez de otros para que también la asaltara su
hermana con tantas otras sandeces.
Mientras Carmen
sujetaba la puerta de entrada para que pasara Marta. El suelo envuelto en
cerámica relucía incólume, intacto por el paso de tantas décadas. Sus puertas
abrieron por vez primera en 1904. Tomaron asiento en una más de tantas mesas de
mármol con sus antiguas sillas de madera, al lado de uno de los ventanales.
-
Bueno
Carmen cambiemos de tema, mejor será. ¿Te ha fijado en el chico de enfrente?
Tiene una mezcla a Alain Delon con el cantante valenciano Francisco, que quita
el hipo.
-
Alain
Delon, que adonis. ¿Sabes que poco después de alistarse en el Ejercito Frances,
participo en la batalla de Dien-Bien-Phu?
-
Ufff...
-
¡Que!
Historia general del mundo cinematográfico, no es para sulfurarse tanto.
-
¡Ya
te vale Carmen! Vamos ha pasar un buen rato, distraídas las dos, no tu sola.
La combinación
de ambas celebridades hecha por Marta se dio cuenta del ir y venir en la
conversación de ambas, ya que la lejanía entre las mesas era mínima. El nuevo
Alain Delon cantante, guiñó un ojo a Carmen entre una mueca, mímica inesperada.
-
Valla
Marta tu y tus ocurrencias. Que el Francisco se ha dado cuenta y nos ha salido
tenorio.- Su tono de voz era tan suave que apenas rozaba lo perceptible.
-
¡Me
lo pido! ¡Pero si se le van ha romper los botones de la camisa y no de grasa!
¡Que pecho de lo más vigoroso!
-
¡Que
te calles! ¿Pero tú estás loca? Que nos esta oyendo, pedazo de demente. A
primera vista no tiene nada que ver con Kowalski en “Un Expreso llamado Deseo”
pero que apetito entra al verlo, y no ha chocolate, ni a Cacaolat precisamente.
Carmen se iba caldeando a si misma sin darse cuenta tras ese
comentario. La más minima idea de que perdía por segundos el autocontrol, la
turbaba. Dominio que gustaba en conservar por todo momento, el que la mantenía
más segura de sus actos. Se preguntaba asta donde este don Juan de al lado las
pillaría a la primera. Daba la impresión de estar muy espabilado. Avergonzada
se le amorataban los inesperados coloretes, las mejillas se encendían por
momentos.
El cóctel de galán levanto una de sus manos en gesto de llamar
al camarero. Mientras este se curvaba levemente recogiendo la mesa, inclino la cabeza
escuchando atento su mensaje.
Volvió a quedarse solo, mirando fijamente a Carmen. Se encendió
un cigarrillo, lo mantuvo al filo casi de sus dedos. Situándolo en su mano
derecha a la altura de la boca, pero sin tocarla. Esta seguía enfrascada en sus
frenos revueltos. La inspección no le daba tregua, sus ojos intensamente azules
como el mar se incrustaron perpetuamente en toda su figura. No recordaba a
hombre alguno que la hubiese mirado de tal forma. Percibió la fuerza enérgica
de su mirada, casi pasional y enigmática. ¡Es un extraño! le advertían y
exclamaban sus pensamientos sellados. ¡No ves que te esta hipnotizando! Sin
duda alguna, ahora mismo era Delón. La primera impresión había desaparecido. Su
cantante favorito, Francisco, se había quedado para siempre en Alcoy, donde
nació. Alan, ahora es Alan. Para su interior, algo inalcanzable. Dulzura de gestos
delicados. ¿Como transmitir todo esto, solo observando una ventana? ¿Sería la
seguridad que emanaba de si mismo? Pose y ademanes distantes, formas suspensas
en la nada, muy a la francesa. Estaba tan quieto. Guardando y concentrando una
línea idealista, imagen fiel al protagonista “Le Samurai” de Melville, año
1967. Secuencia a secuencia, tan bien grabada en su mente. Envuelto en ese
traje oscuro a rallas, impoluto, sin mancha alguna, al igual que aquel
interpreté. Faltaba el sombrero a lo gangster para sombrear algunos ángulos de
su cara, tocando así la perfección en aquellas míticas escenas que la
apasionaron y cautivaron de tal manera.
-
Señoritas
disculpen. El señor ha pagado su cuenta.
Una se quedo mirando a la otra sin pestañear. Volvieron la
cabeza hacia Alan, sin encontrar palabras, ni una sola que las hiciera arrancar
con valentía. “Encima era un caballero”. Se soplo la una a la otra. Sus poderes
telepáticos chispearon unánimes, al unísono. Avivados no por si solos. Únicamente
cuando entraban en escena. Haciéndose cargo de ellas, el nerviosismo y la
excitación. Marta fue, como no, la primera en descorchar el champaña. La
curiosidad siempre fue una de sus más altas debilidades. De las dos, era la más
descarada. Nunca existía el temor al tocar lo desconocido, ante un extraño,
como era el caso, ni a nada, ni a nadie.
-
Gracias
Alan. Que diga... ¿pero que digo?... – “Uff que metedura de pata, sino ha dicho
aun su nombre. ¡Houston tenemos un problema!”. Le transfirió en ondas
invisibles a su hermana. La ansiedad ante lo inesperado, estaba consiguiendo
que empezara a meter la pata.
-
Pues
no andáis muy lejos si lo traducís, pues mi nombre es Pere, o Pedro, como mejor
queráis.
-
¡Que
bien! Pues mira, esta es Carmen. Mi hermana gemela como podrás darte cuenta,
solo que una morena y otra rubia. ¿Que tal soy Marta? Encantadas. – Le extendió
la mano a medida que se levantaban ambas y se iban presentando. Una sonrisilla
nerviosa y conectada a la vez, broto de sus labios.
-
¿Venís
muy a menudo por aquí? Es la primera vez que he pisado este sitio, por asuntos
de negocios, aunque no me arrepiento de haber conocido esta preciosidad de
sitio, de...personas...-Iba haciendo una pausa a drede a medida que acababa la
frase y señalaba el espacio que le rodeaba, inclusive a ellas.
-
¡Oh!
Pues si, muy a menudo, mucho, mucho. ¿Eres de Barcelona, quizás?- Carmen le dio
un empujoncito disimulado y le mando en su código Morse particular un: “¿Pero
te has vuelto majara, si hace siglos que no pisamos este sitio?”.
-
Soy
de Girona, de la capital.
-
Porque
no te sientas un momento con nosotras, si quieres, claro. –“¡Pero Marta, que no
lo hemos visto en la vida, por muy bueno que este! ¿No has visto lo pálido que
tiene el cutis y si fuera un vampiro trasnochado?” “¿Vampiro trasnochado,
tomando el aperitivo de las doce del medio día? ¡Que! ¿Ha plena luz, por muy
plomizo que este el cielo hoy, para tostarse las ingles verdad? Tu si que estas
como un cencerro, Carmen de mi alma”.
-
Bueno
si que lo desearía, pero no puedo. Tengo que trabajar, había salido de la
empresa solo para el aperitivo de la mañana, ese ratito de descanso que nos dan
ha algunos ¿Ya sabréis, no? Aunque si queréis, mañana vengo a la misma hora, o
media hora antes. Me quedaré por aquí cerca una semana. Bueno ya sabéis.-Se despidió
mandándoles una sonrisa con su mirada descarada e insolente, aunque sin lugar a
dudas, le quedaba fresca y desvergonzada, ese modo que tanto gusta en la
primera impresión a algunas mujeres y más siendo Alan Delon. A las hermanas
sobre todo pues era su prototipo de galán varonil.
-
Bien,
estupendo. Espero que nos veamos, no te lo podemos asegurar con certeza, pero
si podemos, haremos una escapadita.-Marta de nuevo salio hacia adelante, sin
corte que valga. Para Carmen esto era una declaración afirmativa y certera que
se encontrarían muy pronto.
Volvieron a
sentarse, sin apenas tensión alguna. Detuvieron su mirada al verlo marchar,
desde la cristalera del ventanal. A esto, una señora rolliza y corpulenta,
pasada la mediana edad, que tomaba pastas junto a un grupo de amigas, similares
a ella y que se encontraba a su lado, les comento.
-
Buen
partido. ¿Verdad chicas? Es apuestísimo, a nosotras nos recuerda a ese actor de
cine, Alan Delon, es clavado a el. –Otra, que se encontraba al lado de esta,
les comento igualmente.
-
Pues
yo me sigo quedando con mi Pau, la verdad, que queréis que os diga. El Pau es
de esa clase de hombres brutotes a lo Charles Bronson, que tanto me quitan el
sentido.
Después de
compartir unas palabras amenas, de carcajada en carcajada con las señoras, emperifolladas
al máximo, ataviadas con sus abrigos, algunas con el de visón, dando la
impresión de un osito salido antes de tiempo de su letargo invernal. Salieron a
la calle del Xuclà, ataviadas con las bolsas del mercado.
Antes de torcer
la esquina, observaron a lo lejos la figura de su tío Michel. El no se fijo en
ellas, estaba ensimismado mirando un papelillo, o algo así les pareció. Les
extraño verlo de vuelta. Creían que iba ha arreglar algún asuntillo atrasado.
Marta husmeo sus pasos unos segundos antes que entrara en la “Fonda Europa”.
Que raro se les hacia, pues que se le habría perdido allí, si se alojaba en su
casa, más no sabían que tuviera alguien conocido en esa calle, menos en esa
“Fonda” de mala muerte.
Cap.3.
El mar se hacia
cada vez más y más pequeño, de lado a lado, de confín a confín, extremo a
extremo. La playa de La
Barceloneta se estrechaba, llegando sus límites casi a
juntarse. Dejando solo el centro del paisaje, un pasillo azul, perdiéndose
hacia el interior, un horizonte infinito. Carmen retenía en sus pupilas esa
imagen. Si el mediterráneo fuera un océano cabría en esta postal figurada. Siendo
el mar tendría su correspondiente marco. Si estuviera en un lago sería una gota
suspendida en la palma de su mano. En el medio de todo lo visible, Pere salía
de entre las delicadas y ligeras olas. Brillante, a pleno sol, despertando en
un puro deseo inaccesible. Sopló una brisa otoñal, ligera, suave. Acariciando
mansamente sus cabellos negros, levantándolos y dejándolos caer a cámara lenta
sobre su espalda desnuda. No podía apartar su mirada ante ese cuerpo atlético,
fornido y vigoroso.
Un día bochornoso,
de esos que hace recordar al barcelonés, los hábitos que quedaban en el desuso,
asistente del olvido. Fines de semana de vuelta a la orilla. El paseo marítimo
hace frontera al Parc de la
Barceloneta, que esconde picos rallando al cielo. Punta de la
“Torre del agua”, antigua catalana de gas. Calimas sorprendentes, tras varios
días sumamente gélidos. Desenmascarándose a si mismas las sombras repentinas, invadiendo
en dentelladas y coletazos mortecinos, a un clima enloquecido. El último hálito
de la bruma volvió a rozar la espalda de Carmen, desde el interior, vapor rojizo.
Puñal de mal presagio, el rojo que se camufla entre tonos confusos, velo
suspendido entre los efluvios del aire, sombras interrogantes. ¿Será verdad el
momento que esta viviendo, o solo es el reflejo de un buen sueño? ¿Que futuro
misterioso, sorpresivo e inesperado se escondería tras las dicha de esos días
vibrantes? Era demasiado en su vida, solo hacia falta mirar atrás, asta ese
momento vivía anclada en la soledad.
Alargó su cuerpo
sobre la toalla extendida sobre la arena. Se puso las gafas de sol atrasadas a
la moda. Arqueo su cuello ostensiblemente, observando como se secaba el
flequillo cerrado Pere. Sentándose a su lado, pendiente e intrigado igualmente,
detrás de los pensamientos que la retuviesen en ese preciso instante. No dejaba
de mirarla atentamente. En un impulso, acto reflejo de un placido bienestar,
Pere silbó una melodía pegadiza. Carmen se relajó ojeando la última línea,
confín incierto del mar. Una casi imperceptible sonrisa se dibujo entre sus
labios. Reconocía aquellos acordes dulcemente encadenados los unos a los otros.
Moon River, fabulosa y archiconocida canción de Henry Mancini y Johnny Mercer.
-
¿Que
estás pensando Pere?
-
Eso
mismo me estoy preguntando desde hace un buen rato. ¿Que se te estará pasando
ahora mismo por esa cabecita?– Carmen volvió a sonreír levemente, volviéndose
de costado para mirarle con cierta delicadeza.
-
Bueno,
no se exactamente. Creo que en lo rápido que esta yendo todo, hace solo tres
días desde que nos encontramos allí, por vez primera, en la “Granja Viader”.
-
Si y
solo dos que tardaste en volver para desayunar tu solita. ¡Que casualidad! Sabiéndolo
de antemano, pues a esa misma hora estaría de descanso, como comente aquel
día.- Respondió burlón. Seguía sentado, sin poder dejar de mirar su esbelta y
apetecible figura. Las manos a manera de sujetar sus rodillas, anclados los
pies entre la tierra.
-
Bien,
pasemos a otro tema. ¿Sabes que canción estabas tarareando hace solo unos
segundos?
-
Pues
naturalmente, la banda sonora de “Desayuno con diamantes”. Es mi favorita.
-
¡Oh!
¡Cuanto sabe este chico! Si nos ha salido culto. ¿Que es tu favorita? ¿Podrías
comentarme algo a cerca de ella? No te veo yo precisamente...
-
¡Calla
Lúlami saco de huesos! ¿Es que no te dan de comer? – Pere mostró su faceta de
actor, como salido del dialogo de la misma película.
-
Valla
ahora vendrás a casa con algún animal de pata rota o con algo colgando, cualquiera
de esas cosas típicas de un veterinario. ¿Lo eres? ¿Es esa tu ocupación? No se
nada respecto a ti.
-
No
Carmen. Creo que estaría más en el rol del escritor. Recuerdo que era un
chaval, aun ni me afeitaba. Era el único del grupo en esos días, que tras el
especial de las cuatro, enlazaba entre sesión y sesión continua, fascinado ante
la señorita Goligthly.
-
Valla
un George Peppard con el cuerpo y el rostro a lo Alain Delon. Pasar un rato en
la biblioteca pública buscando tu libro no es mala idea. No te veo enamorado
fielmente de alguien y menos escribiendo unas memorias envueltas en relatos de
pasión. Estas más en el plano indómito, espíritu libre del cazafortunas. Un Tom
Ripley que oculta a la perfección su propia y natural codicia.-Una sonrisa
picara exploto en el color de sus mejillas. La travesura más natural y
descarada que había sentido en su interior. Hacer el bufón para atraer su
atención. ¿Si seguía así, tendría riesgo de quemarse? Se realizo esta pregunta
en milésimas de segundo. Quizás el subconsciente le avisaba. ¡Cuidado arenas
movedizas, zona de peligro!
-
Soy
empresario. Bueno a decir verdad un socio más. Mi familia tiene una empresa de
construcción, que ha ido pasando en herencia de generación en generación.
-
Sigo
pensando que estas más en la línea de mi hermana, cazadora de talentos en los
momentos oportunos. Disculpa creo... Pero no me hagas caso, hay situaciones en
que el pensamiento no debe tomar asiento. Tengo una idea estupenda. ¿Que tal si
pasáramos la tarde haciendo cosas que nunca antes hubiésemos hecho?
-
Pienso
que sigues sumergida en papel celuloide. Podríamos pasar la tarde en Tíffany`s.
-
¿Tiffany`s
en la Barceloneta?
Ni lo sueñes, si aún no han llegado sucursales ni a la mismísima Barcelona.-
Una carcajada extraña e inoportuna reboto entre los dos.
-
¡Que
más da! Podríamos ir al mercado de la Boquería, abre los sábados por la tarde. Buscar
una baratija y pedir que inscriban nuestros nombres en una joyería que se
aprecie. No olvidemos que si Tiffany`s es una casa muy comprensiva porque no ha
de serlo una del Raval.-Antes de acabar la frase miraba la hora con real y
repentino desasosiego. Buscó con su mirada el restaurante de “Las cuatro lunas”,
situado justo a sus espaldas, en la divisoria del paseo marítimo, entre las
escalerillas de acceso, comienzo a la playa.
-
¿Que
pasa Pere, llegas tarde ha algún sitio?
-
Relájate
flaquita. Me he quedado sin cigarrillos, y tengo que realizar una llamada. No
te muevas saco de huesos.-Realizo una mueca amable, casi jovial a la vez que
minúscula.
Sus pasos se
marcaban firmes, surcos perfilados tras la fijeza en actitud, el reflejo de
unas huellas en la arena que determinan un cierto carácter estudiado. A medida
que se alejaba Carmen cavilaba sobre las inquietudes inciertas que Pere la
despertaba. Algo interior la alertaba, había claros oscuros borrosos que aun no
podía creer respecto a su personalidad. La impresión de ciertos momentos
titubeantes, al expresarse sobre temas sumamente calculados de ante mano. La
falta de espontaneidad era la prueba más fehaciente de su demanda en recursos
convincentes. Indagar en esas señales era como escarbar desembocando en la
intuición, corazonada de cual sería su propia identidad. Pere era, en
definitiva, ese chico de barrio que intenta superarse día a día para progresar
lo máximo posible. Un hijo del Raval, no dejando de luchar contra sus propios
instintos, sus más profundos miedos internos.
No dejó de
observar todos sus movimientos, y hacia donde estos iban dirigidos. Alguien lo
miraba acercarse, tras las cristaleras anchas del restaurante, veladas entre
claros oscuros turbios. Unas servilletas subían y bajaban suspendidas en la
escalinata de acceso, desplazadas al capricho de minúsculos torbellinos
fantasmales, estimuladas tras el son de la brisa. Jugando entre sus piernas
desnudas, precipitándose al vacío de la nada. La luz del ambiente se lleno de
grisáceos cenicientos, casi aburridos. Una corriente de aire húmedo avisó
segundos antes del sirimiri, gotas lentas y dispersas que ante su debilidad
hacían presagiar su corta duración. La teoría meteorológica del caos estaba más
presente que nunca sobre el cielo de la Barceloneta aquel día.
Seguían fijos sus
ojos en su figura. Entro al local dirigiéndose al mostrador, preguntando unos
instantes algo al camarero, quizás por los cigarrillos. El espectador silente,
pasados a seguro los cincuenta, ataviado en una trinchera fina gris, se acerco
a una mesa y le hizo señas a Pere, este advirtiendo su reclamo lo acompaño unos
minutos. Una charla fluida, desembocó en un final algo tenso por las
expresiones que se desentrañaban entre ambos. Sin apenas mediar más palabras se
levanto disponiéndose a realizar esa llamada. Pere volvió con una cajetilla en
su mano izquierda. Su rostro era firme, inalterable, el mismo que llevaba antes
de partir al restaurante. Se acomodo más cerca esta vez de Carmen, estirando y
reposando todo su cuerpo a lo ancho, a la altura de esta sin mediar palabra
alguna. Quedándose inmóvil, su mirada se petrificó en la suya. De forma
repentina Carmen se vio abordada entre un abrazo impasible. Acercó su rostro,
boca a boca, cerrando sus ojos dejándose llevar por Pere que seguía en
semblante frío, pero desenvuelto, en sus actos saludables y frescos.
Sintiéndose invadida sin saber el porque, presintió que su espíritu se había
desprendido de su cuerpo, respondiéndole con pasión, a la vez dejándose llevar,
suspendida en un rincón paradisiaco del mundo. Desde el fondo más profundo de sus
entrañas deseaba que al abrirlos sus ojos estuvieran por momentos cerrados
igual que los de ella. Transmitiendo así parte de ese arrebato convertido
entonces en dulce y lujurioso frenesí. Estado puro de los sentidos exaltados de
un verdadero amante. Quizás solo el que más podría desear, eterno entre sueños
y sueños incumplidos en el tiempo. Una tormenta de besos y caricias broto de
menos a más como si nada, pensando que los buenos momentos nunca vienen solos,
y los malos tampoco, que después del sol, siempre llega la tormenta. Mejor
dejarlo así, flotando entre la dulzura de su cuerpo, en la delicia del
autoengaño, vivir el momento, sin mirar hacia ningún lado. El tiempo se había
parado, su única ambición estaba cifrada en tal señal. El siempre no terminara
nunca, y el nunca más, se cumplirá. De Pere ya sabia que aunque las apariencias
engañan, las primeras impresiones son las que cuentan, lo que bien empieza bien
suele acabar. No siendo esta la primera experiencia y expresión manifiesta,
manaba desde los afectos, si que era insuperable, verdaderamente autentica,
salida desde el interior, rezumando ternura por entre los múltiples poros de su
piel y Carmen lo sabía mejor que nunca.
-
¿Que
es lo que estas pensando Carmen? Se te ve feliz.
-
Adoro
esta ciudad, este barrio. ¿Pienso si serás el primer pretendiente que no sea un
canalla? No exactamente el hombre más prudente e ideal del universo, pero
tampoco el que me anclara para siempre en el papel de alocada como corresponde
al de mi hermana.
-
¿Pero
según tu, estoy más encasillado en el tipo indómito, casa fortunas? ¿Quizás un
canalla corriente, más que un ratoncito asustado, no es eso?
-
También
es bueno recordar lo bueno que es ha veces perdonar y olvidar.
-
Ni soy
Dios ni tengo alzhéimer, lo siento, pero hay cosas que no estoy capacitado para
hacer como tu deseas.
-
Aunque
lo nuestro no sea más que un relámpago sin tiempo apenas para dejar tras de si
al trueno, creo que me estoy enamorando de ti, Pere.
-
¿No
querrás meterme en una jaula? Quizás sea solo un infeliz sin nombre, que no se
pertenezca ya ni a si mismo. Puede ser que no te convenga, que lleves razón
antes. Solo sea el ser salvaje que siempre acaba tropezando consigo mismo. ¿No
se de que puedes conocerme antes de hoy, del día que nos conocimos por vez
primera? Pero si que creo en la intuición que posees, que ves más allá el
interior de quienes te rodean, mucho más acentuado que en otras personas, y eso
es lo único que me crea incertidumbre, la inseguridad ante tus sospechas, la
única singularidad que me crea ese miedo al estar cerca de ti.
-
Tu
también me das miedo, con esas palabras Pere. Siento haberte...
-
No,
calla, no más palabras por hoy. Tengo que volver a tratar algunos asuntos, me
son urgentes. Mañana te llamo a casa. ¿Quieres que te lleve?
-
No.
Solo asta la parada del autobús. Esta hay mismo, en el paseo.
Una vez se hubo
marchado Pere, y antes de coger el autobús de línea, Carmen vio parar un taxi.
Tío Michel la avisaba desde la ventanilla trasera para que fueran juntos a
casa.
-
¿Que,
mi niña un rato en la playa para olvidar?
-
No
exactamente, estaba con un chico que conocí con Marta hace tres días
desayunando.
Antes de proseguir
su marcha tras recogerla, Michel miró a la calzada de enfrente. Haciendo una
señal de conformidad con una mano a otro automóvil en dirección inversa, volvió
a fijarse en su sobrina.
-
¡Valla,
parece que estoy rodeada de intrigas continuas, como si todo saliese por arte
de magia, envuelta de la noche a la mañana en una confusa novela de espías!
-
Eso
esta bien Carmen, me gusta que seas una gran observadora. Tu padre suele decir
que un buen observador no se encuentra en un pensador profundo, sino en un gran
captador de detalles continuos, por muy pequeños que estos sean. Un asistente
curioso y sagaz, expectante de todo lo que le rodea.
-
¿Y eso?
-
No
puedo aun contaros mucho, os preocuparía innecesariamente. Solo puedo
advertirte de que por algún tiempo, asta que vuelvas a dar clases en tu
escuela, no confíes en nadie cariño, en nadie. ¡Está bien te diré solo algo! Quizás
eso te tranquilice algo más. Sabes que soy empresario, que después de la guerra
lo llevamos todo a Francia, no teníamos más remedio. Ahora los del la vieja
guardia han vuelto y quieren que parte de mis inversiones vuelvan igualmente a
Cataluña. Cosa que asta que no vea consolidada del todo a esta nueva democracia
no tengo pensado hacer. La cosa ha empezado bien, pero son muchos riesgos, y
apenas han pasado varios años para apostar del todo por ello. ¿Me entiendes
ahora por donde voy?
-
Perfectamente.
Quizás algún pájaro enjaulado también lo entienda, por el momento, mejor que
yo.
-
¿Sospechas
ya de alguien que se haya inmiscuido repentinamente en vuestras vidas?
-
Si, en
la mía, y he caído como una tonta, como siempre para variar pero no te
preocupes, no merece la pena. Es solo un Alain Delon de cine, nada de
importancia tío Michel. Podré hacerme fácilmente con el. Era demasiado bello
como para ser cierto.
Cap.4.
Cap.4.
Coronaban quizás
la más alta meseta, pues estaban rodeados por planicies menos elevadas, que la
dejaban ceñida y acabada en reina de todas, a cierto nivel, el más elevado
frente al mar. Se encontraban dentro del término municipal conjunto de cerros
llamado Macizo de Begur. Solo a secuencias de leves segundos se podía observar a
lo lejos el azul grisáceo, lo único brillante en ese despertar del cielo
plomizo. La lluvia insaciable pesaba tanto sobre la tierra que ligeramente dejaba
sentir su aliento al transpirar. Las palabras que dirigía Carmen a su tío
Michel apenas salían se transformaban en un vapor fuerte, en buenas
condiciones, vaho inconfundible, a pesar de mezclarse inocentemente entre la
espesa niebla que entraba por las rendijas de las ventanillas del Mercedes
Benz. Hacia frío, pero su tío tenía un secreto para que no se empañaran los
cristales, ese pequeño espacio del cristal de la ventanilla, que dejaba al aire
puro su parte en el proceso, particular misión en la mejora de visibilidad. Begur
era desde su lejanía uno de esos islotes suspendidos entre suelo firme. Michel
le refirió a su sobrina lo reconfortante que era reencontrarse de nuevo con el
corazón de “La Costa Brava”.
Litoral de auge debido al anclaje entre sus márgenes, de la nueva burguesía
catalana de finales del siglo XIX, que volviendo de las Américas, con
importantes fortunas, traían creciente etiqueta de postín. Muestra del lujo
poco contenido, jactancia guardada entre el equipaje de vuelta. Adentrándose en
los entornos colindantes, propios en características similares, numerosas casas
de indianos, edificios históricos. Los dominios de Begur, se sucedían entre
algunos edificios de estilo colonial. Algunas mantenían su esencia, conservando
la designación de majestuosa villa, más cercanas a fortunas hechas en Cuba.
Una de ellas era “La Gaviota”, la quinta del
abuelo Xavier. No dejaba de ser una vuelta al hogar para todos, especial
concentrado de sentidos para Carmen. La casa más maravillosa y llena de
alegrías que pudiera rodear su tierna infancia.
La finca propiedad
de la familia iba siendo heredada de generación en generación, data de mediados
del siglo XIX. Nada más entrar, un pasillo lleno de arboleda a sus lados hace
desembocar hacia la entrada de la majestuosa y confortable masía. Es curioso,
incluso chocante, pues la primera impresión no es para nada fría, ante un
desfile hacia lo ancho en muros de piedra. El uso de la pizarra acabado en
rebozados de color terroso, servía para ayudar a proteger los muros
frontispicios, acabados por un remate triangular, que contenía el escudo de la
casa. Debajo aparecía un pequeño grabado a forma de leyenda que lo daba por terminado.
Todos estos detalles podrían aparentar impresiones contrarias, oscuras y
tristes, pero por alguna extraña razón no era este el caso. Distribuidos en dos
plantas. Los “Voltes Catalanes” de la planta baja fueron restaurados
recientemente para crear aun más un ambiente de lo más acogedor y desahogado.
Michel abrió la
enorme puerta de hierro. Nada más entrar, el inmenso salón destacaba en pulcra
limpieza, trabajo notable del servicio responsable de la casa. Le agrado lo que
tenía ante sus ojos, todo se encontraba igual que hace muchas décadas atrás, lo
malo del asunto, es que dicha estancia le traería recuerdos, tarde o temprano,
de manera repentina e invasora. La sala estaba repleta de innumerables objetos.
Un jarrón de cerámica ocupaba un rincón, sobre una extensa alfombra marrón.
Piezas lujosas de cristal sobresalían de las estanterías repletas de libros. La
mesa de buena y fuerte madera en medio. Sobre ella una pipa vieja, junto a la
foto de Merche. La cajita de música, muda, con sus bailarines interiores a modo
de sorpresa congelados por el tiempo. En su tapa, grabada en la cubierta, una
triste paloma retorcida y atrapada entre si misma. Los cojines del sofá
bordados a mano. Las cortinas finas solo templaban y suavizaban la luz, que se
colaba entre rendijas de forma improvisada. Las bombillas se entremezclaban del
techo, como pendientes de un hilo ligero, desde su maravillosa lámpara con
forma de araña.
La oscuridad fue
llegando a “La Gaviota”.
Solos estarían en ella asta el día siguiente. Luego llegaría Marta con su
padre, buscando un refugio, todos juntos, en familia, el relajo que trae consigo,
el viento más fresco y novedoso. Ese reclamo del bienestar, la oda al olvido,
superación de lo perdido, entre el paso del tiempo. El frío de la noche llamaba
a la puerta, apetecía sentarse en el sillón del abuelo, al lado de la chimenea,
pensó Carmen pero Michel se le adelanto en pensamiento. Cargó la antigua pipa, encendiéndola
cerro los ojos, plácido y apacible se zambulló en una visión del pasado, sin
darse cuenta, atrapado por la tranquilidad del momento, acabo como temía
prisionero de los recuerdos.
Fue entrando en el
sueño, al principio todo daba a entender que se encontraba en una morada sin
memoria. Sin querer avanzaba como empujado desde su espalda por el viento,
hacia algún lugar indescifrable al principio. Oía el eco de sus propios pasos.
Lentamente penetraba por una oscura entrada, bóveda de granito. Se detuvo, veía
sombras por lo que parecía un estrecho túnel, una de ellas destacaba sobre
manera, forma fantasmal envuelta en la figura de un gigante amenazante. Las
paredes se alargaban y a la vez se achicaban mientras que dichas sombras
parecían que cuchichearan y gimieran entre si. Se dispuso a encarar la
situación contra el gigante indescifrable en forma determinada, indescriptible apariencia
oscura. Al creerse arrinconado, a punto de ser engullido por ella, se apoyó
débilmente a una de las paredes curvas y esperó sin saber a que del todo, pues
unos rallos de luz tímidos al principio comenzaron a asustar rápidamente a lo
tenebroso. Era una salida pensó, un refugio improvisado y fue avanzando sin
peligro alguno, gradualmente reponiendo el valor, hacia las luces que se
agrandaban poco a poco.
Una mano pequeña
lo agarro y lo saco bruscamente del corredor oscuro. Todo se lleno de sol,
contornos dorados del medio día. Las niñas jugaban a la rayuela, cerca del
quiosco de música, en la plaza central del pueblo. Begur tomaba forma de nuevo,
su querida estancia de los largos veranos. Merche lo sujetaba sonriente, sacándolo
del breve letargo. Sus azulados ojos, curiosos e intensos, lo observaban
extrañados tras el mareo de su hermano. Sus mejillas coloreadas entre leves
hoyuelos, el cabello peinado hacia atrás, colgando caprichosas, dos llamativas coletas
rubias. ¿Era real o se trataba de su imaginación, bañada por la aparición
trastocada de los sueños? Hacia uno de los laterales de la plaza se elevaba el
Ayuntamiento, al lado de este, se podía leer entre letras doradas la
inscripción de “La Casa
del Pueblo”. En los balcones, en las puertas de las casas, del mercado, de la
librería, desde el puesto de prensa y la imprenta, podían verse grupos de
personas charlando entre si. Atentas en sus propias ilusiones e inquietudes,
otras dejaban pasar el tiempo. La incertidumbre de las recientes noticias del
día obligaba a amenizar, alejar ciertos pensamientos. Preocupantes sin duda. El
ejército de los golpistas estaba a una semana escasa de hacer su aparición en
Cataluña, último bastión fiable, amparo de la resistencia republicana.
Desde uno de los
laterales destaco la presencia a pura exclamación, voz en grito, de una
manifestación. Un grupo numeroso de milicianas reivindicaban la revolución,
reclamos estruendosos y ensordecedores, llamadas finales a la causa
republicana. La atención volvió a la plaza, el entretenimiento paso a ser aviso
de concentración. Las masas despertaron de su sopor. Las heroínas asta entonces
de la retaguardia, se convirtieron al final en mujeres soldado, destinadas a
las trincheras en acciones de producción. Dos camiones repletos de pancartas y
carteles representaban con cierto impacto a la mujer innovadora. Vestida de
mono de trabajo, cargando un fusil, señalando a la plebe instándola desde la
participación hacia la lucha. Algunas de ellas marchaban a pie, paso decidido
al frente, primera línea de fuego. El camión que encabezaba la fila, se constituía
de unas veinte mujeres con sus uniformes aun inmaculados, recién salidas de la
reserva. Una docena de carteles de la
Unió de Dones de Catalunya (UDC). Otras, gritaban sin
descanso “Les milicies us necessiten!”. Las del segundo camión se formaban a manera
similar, al frente de este la agrupación de la Alianza Nacional de la
Dona Jove (ANDJ), estas portaban carteles
que exponían a su vez “Mujeres trabajar por los compañeros que luchan”. Todos
los allí presentes levantaron el brazo a puño cerrado y respondieron al saludo.
Solo las niñas seguían jugando al compás del salto tras salto, de casilla en
casilla, a soplo impulsado de un solo pie desde el cuadrado numero dos hasta
llegar al cielo, donde poder descansar el otro pie en contacto con el suelo
firme. La marea humana a sus espaldas no muy lejos. Desde el cielo vuelta a la
inversa hasta que se recoge la piedra de la uno, finalizando ronda por fin. Se
volvería a empezar desde la dos, saltando hacia la tres. De la luna cayo una
miliciana increpándolas en una persistente lucha para que levantaran el puño en
señal de repuesta a su saludo.
-¿No saludáis a
las milicianas, a las que están dando su vida por la igualdad de todas las
mujeres, no veis que es por vuestro futuro precisamente, por lo que estamos aquí?-Michel
se acerco a Merche algo asustada, recogiéndola entre sus brazos, protegiéndola
de la riña.
- ¡Mercedes
déjalas, ya esta bien, no crees, son unas crías mujer! Las estas asustando.
- Tú sigue
vendiendo periódicos Valentí y déjanos a nosotras la lucha obrera. Precisamente
porque son unas niñas hay que educarlas en la lucha más que nunca. ¿Quizás las
vas a formar tú? Los de Esquerra siempre estáis con vuestros apoyos que luego
se quedan en nada hacia nosotras. Luego la igualdad de trato para con los hombres
es todo una fantasía que se esfuma en ilusiones de humo.
- Mercedes ándate
con ojo que estos son los hijos de Xavier.
Desearía veros sin su apoyo, pues de lo poco que os queda para la causa
lo sacáis en gran parte de estas familias. De las pocas empresas familiares de
la tierra que aun os dan sustento.- Hizo gesto de señalar hacia los hermanos
abrazados.
- ¡Como si son los
hijos de Companys todos nos debemos ahora a la lucha! No me vengas con
monsergas Valentí, que ya nos conocemos.
Instalada en su
furia volvió a subirse al segundo camión, reanudando canciones y vítores al mismo
compás que sus compañeras milicianas. Una vez reanudada la marcha se calmaron
los ánimos y todo volvió casi a la normalidad anteriormente instaurada.
-¿Tu eres Michel,
verdad? Si estas hecho todo un hombrecito. Acompáñame al quiosco de prensa que
tengo un recado para tu padre, anda majo. Toma dale el diario “La Republica”, entre las
páginas va un sobre, no lo pierdas, es importante.
-Pero no llevo ahora
mismo nada con que pagarte. –Valentí esbozo una sonrisa forzada pero amable.
-No tienes porque
preocuparte Michel, mira hay van un par de cuentos, uno para tu hermana, y otro
para ti, para que se os pase el susto del cuerpo, anda.
Michel le entrego
un ejemplar a su hermana. Ambos se sentaron en uno de los bancos cercanos para
echarles una ojeada. A su lado se encontraba un señor al cual creía no conocer
de nada. De aspecto singular, pelo largo y oscuro entre alguna que otra cana, algo
rizado al caer por entre sus hombros, una perilla a desuso. Ojos redondos, casi
minúsculos, mirada punzante y nariz aguileña. Bien vestido, pero de ropajes
algo gastados por el uso, quizás llegando a lo anacrónico, pasados de moda. Un
reloj de plata colgaba desde una cadenita sujeta a un chaleco oscuro. Parecía
al principio que leía absorto la prensa, pero las apariencias ha veces engañan
y este era uno de esos casos.
- No dejes de
soñar Michel, pues cuando tú dejes de hacerlo, el presente más inmediato dejará
de existir. Si despiertas ahora el asistente visible y actual morirá, no quedará
margen para el futuro, la realidad quedará marchita en el instante, la
proyección dél otro, nunca habrá ocurrido. -
Michel respondió
con una mirada perdida, asombrado. Las palabras se le agolpaban entre
interrogantes, a la vez que incomprensibles.
- No se de que me
habla. Además no le conozco de nada, aunque su cara me suena de algo. ¿Puede
ser?
- Puede ser. De
alguna manera es posible, pero no es momento de explicaciones, no es que sea
complicado, en estos instantes sería imposible. Ni con las mejores palabras,
las más apropiadas y acertadas podrías entender ni tu ni quizás nadie, el
significado de mi nombre. Pero dejemos una referencia para la comprensión más
inmediata, pongámoslo en una sola palabra, llamémoslo “Reflejo”. – La postura del
enigmático señor seguía como ausente de todo lo que le rodease, menos de Michel.
- Sigo sin saber a
que se refiere señor, preferiría seguir en mis cosas si no le molesta.
- Solo una última
cosa Michel. Cuando vuelvas tomaras una decisión de vital importancia. Rechaza
la oferta, no es momento de seguir a las presiones sin sentido e inadecuadas.
El tiempo te dirá cuando has de claudicar.
- ¿Es quizás el
gigante de las sombras de hace unos instantes?-Pregunto sorprendido así mismo
de la incoherencia de sus palabras, salidas libres, sin apenas pasar por su
cabeza.
- No. Puedes estar
tranquilo, ya te referí respecto a mi persona. Lo importante en estos momentos
es que recuerdes lo que te advierto. El hombre esta lleno de ambiciones, sin
mirar atrás, desde sus tropiezos tras tropiezos, sin aprender tras el castigo,
sin llegar al escarmiento por mucho que caiga en el mismo error. Una última
cosa, es hora de que marchemos los dos, es hora de volver. El día siguiente a
un trágico suceso que ocurrirá en menos de una semana, debes partir con toda tu
familia a tu verdadero hogar, hacia París. Deberás llevártelos a todos, sino
resurgirán viejas rencillas y presiones de mal gusto, te lo aseguro Michel,
debes recordarlo pronto, muy pronto.
Todo se apago
ligera y vertiginosamente. Merche ya no estaba a su lado, la plaza había
desaparecido por arte de magia, los gritos lejanos de las milicianas, Valentí,
hasta su propio reflejo, el medio día en Begur, absolutamente todo se fundió en
negro, y nada volvió de nuevo. Solo unos gritos lejanos, un bamboleo inestable
lo agitaba sacándolo de entre una pesadilla incomprensible llegada a su fin.
-Tío despierta.
Tienes preparado ya tu cuarto, lo tienes todo listo para seguir con tus sueños
allí, descansarás mejor, la chimenea la tienes encendida desde hace ya un rato,
estarás más confortable.
- Gracias Carmen,
que haría sin ti, sin mis sobrinas adorables que cuidan de su ya viejo, tío
Michel.