Ya es tarde para olvidar tu rostro,
después de tantos años, el viento vuelve a traer las ilusiones que se llevo sin
permiso, la espera no sirve para nada, solo los sentimientos del deseo los
llevan hacia la resaca de la que mueren las olas, mi mar es el océano que nunca
llegué a ver, el querer tener a un ángel como tu entre mis brazos, el de
compartir un mañana entre tus risas absurdas de niña bien.
Ayer observaba del reflejo de tu cara, del brillo de tus ojos la
energía y la fuerza que se desprende de tu energía, la fuerza de tu lucha, la
pasión en cada uno de tus actos.
Era frío. Había algo de hielo en nuestro encuentro. No se disipó nunca por tu parte, porque no es
igual la energía y la forma de implicarte en cada uno de los actos que pones en
tu rutina que la ambigüedad artificial que va automatizada al hecho de
realizarlos en la coctelera agitada, de la mezcla de tus propios sentimientos.
Llegue por unos momentos a un cielo de ultratumba. A un estado de
ancestros. A un éxtasis de locura, pero
acompañado de unas gotas de lujuria. La fuerza de tu carne se empequeñecía,
perdía su fuerza, mientras mi cuerpo se encendía al explosionar con el éxtasis,
como se van renovando las fuerzas, con tus actos sexuales, se renueva la tierra
mojada, con su perfume húmedo, con su luz fuerte y nítida, escarcha de un
amanecer de diciembre.
Hacer sexo es como jugar a vampiros, arrancar a mordiscos nuestras
bocas, quedarse sin saliva, recibir sin dar. Aceptar que te lleven, sin saber
que estas siendo conducido.
Hacer sexo contigo, es llegar a amarte, engañado desde el principio,
es entregarse al deseo que buscas de la otra parte, que provocas como inigualable amante, pero
sin ser amado en realidad en tus profundos deseos.
Conocerte es empezar a no saber nada de ti. Buscarte, es perderse en
un bosque, en una selva, en un lugar sin sentido, y llegar a sentir a la vez
que el cuerpo arde, que la piel se estremece por que tus labios la están
tocando, al encuentro de un laberinto del cual no se sale.
¿Que será descubrirte? Cual
será esa sensación, ¿terrorífica, desconcertante, amable, abstracta,
inverosímil? ¿Será salir de un mal sueño, de una falsa esperanza? Me lo pregunto porque no llegue a estar
dentro, dentro de ese otro plano, de ese otro mundo que es penetrar en el
abismo “de ser uno en la forma de dos”, del interior de tus entrañas, de ese
templo místico que debe ser tu cuerpo, que es tu espíritu.
Es tan profunda, con tanto sentimiento, con tanta fuerza en lo que
desea, que me recuerda a la tierra, a la madre. A esa madre que se desparrama
por el infinito deseando encontrar al hijo que aún no llego. A esa madre que ve la foto de un niño y se
extrémese. Que grita. Que suspira. Que empieza a cambiar de actitud, y deja su
papel, y comienza a ser mujer, empezó a ser ella misma. Empezó a salir la no actriz, la mujer, la
madre, la señora, la cómplice, esa amiga. A partir de ese momento, ya no era la
dama del truco – trato, la hechicera de flujos, de bálsamos, masajes, cremas, y
caricias. A partir de ese instante se veía a la tierra, al planeta tomando su
imagen desde fuera, desde el espacio lleno de estrellas, pero a la vez
ancestral, en la imagen misma de una mujer de siempre, desde que el mundo es
mundo, desde que nuestra especie es como tal, era la madre que lleva en su
interior la otra semilla, era el instinto hecho realidad en su expresión”.
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