Dimos miles de pasos hacia ningún lugar. Pisadas perdidas a
la orilla del mar, olvidados rastros, espacios inciertos aun por descubrir. Huellas marcadas con nuestros
nombres fundidos, derretidas en salitre. Al borde de las últimas olas que
morían a nuestros pies. El horizonte se sellaba entre nubes grises, manto de
lluvia polvorienta, gotas lentas que se esfumaban entre el lento amanecer. Los
hijos que no tuvimos corrían a nuestro lado. Futuros pendientes, entre cometas
llenas de vida, con tanta verdad por descubrir, fuente amarga, fuerte realidad.
Llegaba y salía el vaho, vapor polvoriento entre hálito y aire de cada aliento.
Mientras el océano seguía golpeando desde su infinito.
Alguien nos observaba, joven, entre lo nuevo y fresco de esa
aurora incierta, en lo alto de una duna, de forma y pose caprichosa, al igual
que la arena que formaba tal montículo, la primera que empezaba el desolado
desierto. Justo a nuestras espaldas. Examinante, de entre un estudio minucioso
que tuviera que acatar por advertencia y respeto de algo superior. Empezó una
callada y sigilosa comunicación entre ambos, en la distancia, cada uno
posicionado en su espacio vital, entre la larga frialdad del silencio.
Varias lunas aparecieron, nuevas y atentas a nuestros pasos
lentos. Cada una representaba a cada hijo desconocido pero presente, como almas
perdidas que no encontraron su propia identidad. Su presencia, objetivo de la
mente, almacenaban la ilusión marañada impulsada por la esperanza de un hecho
poco probable. Genero incauto previsto por la inocencia de unas risas
inocentes, casual advertencia del contingente, aleatoria y accidental del
futuro. Suma de una adicción monótona, conjunto en un añadido incierto, poco
preciso en estadísticas.
Nuestras miradas volvieron hacia el joven que nos observaba,
que ya no era tal, más maduro y desarrollado, sazonado y curtido, concluido por
el paso del tiempo. Llego el medio día, sin intervalos, como una tregua a una
batalla, tu y yo nos besamos, y despertó una chispa entre ambos, el cansancio
se esfumo, los sentidos despertaron, activos como nunca. La jornada avanzaba de
salto en salto, sin darnos cuenta, ese espacio no existía ya, tras el beso nos
miramos, sin miedos, nos hablábamos de tu a tu, sin palabras. Las fronteras
impuestas se derrumbaron, éramos otros, una piel muerta caía en la arena y otra
nacía, las venas se endurecían, a la par del ser que nos observaba desde el montículo
de arena. La adversidad se transformo, de la desdicha a la calma, y de esta a la felicidad de un
momento congelado, seguíamos siendo dos en uno, la magia de la vida se hizo
fuerte, los infortunios se marchitaron, los niños desaparecieron, hicimos el
amor, pero nos seguían observando, en ese silencio eterno, entre hechizo y
maleficio, pero sin estar nada oculto. Entre la espera de cada suspiro,
envuelto en el querer de ambos, aquel punto elevado desde la distancia, no
dejaba de seducir, acechando desde la distancia, las horas no pasaban. Descubrí
que era querer, sabiendo que sentía, conmovido y a la vez confundido entre el
frío de la razón. Palpando y soportando los abrazos, el aprecio en el instante,
nos estábamos juzgando sin pensar, pero el juicio de un presagio me sobrecogió,
tendría que venir el mañana, y no quería. No soportaba que pronto, muy pronto
te alejaras, desaparecieras de aquí.
Me encontré acariciando a la nada. Ya no estabas pero el seguía
allí, entre las dunas y la anualidad volvió al presente. Pero él, aquel ser
distante seguía como una estatua observando lo que hacia. La playa se quedo vacía,
y llego la tarde, seguía caminado, todo despoblado de repente.
Una brisa lenta y suave rebotaba sobre mi rostro, mire hacia
atrás, el resto de las pisadas en la orilla, macadas ahora a fuego seguían, las
de un único ser. El camino se hace eterno cuando vas solo, con una mochila a la
espalda que se hace a cada paso más y más abultada. Una bandada de aves a
tropel dibujadas en una perfecta uve, surcaba el cielo, pensé, todo tiene su
final. Me adentre en el océano, llovía, miles de círculos pequeños a cada golpe
de lluvia entre onda y onda en la superficie. Pare de avanzar, volví a mi espalda,
la silueta desde aquel montículo, dejo su posición, para adentrarse hacia donde
me encontraba. Cada vez se hacia más claro su rostro, envejecido ya, muy
entrado en años, ojos penetrantes, acuosos e insensibles ante la escasa luz en
el ocaso del día, todo había pasado tan rápido. Las arrugas y las venas de su
ojos eran surcos hambrientos aun de savia nueva, entre tanto cansancio, en hastío
de los años, alegres, tormentosos, el huracán de la experiencia era lo único
que podría hacerlo crecer. ¡Tan cerca estaba aquella criatura, entre una niebla
que espesaba, lenta, tan lenta...!
Me toco un hombro, ya era totalmente perceptible, apreciable
y manifiesta su efigie, pude comprobar y comprender que sería el puro reflejo
de quien debería ser con el paso del tiempo, en la decrepitud del almacenamiento
de las décadas. La sensibilidad al tacto llamaba a la senectud de su cuerpo
como a la del ocaso, la noche se hacia realidad. Se difuminaba, diluyéndose entre
moléculas ralentizadas de lluvia, que rodeaban en círculos al anciano cuerpo
que me envolvía, orbitas en redondel, aros a velocidad de torbellino,
invadiendo al alma, a todas las células del cuerpo al igual que un virus. Y volví
a la colina de arena, al sitio que me pertenecía, al que marcaba todo
equilibrio entre la vida y el espíritu, ese que forma parte de nosotros y en
ocasiones no nos sigue. Esperando un compañero, escolta inseparable de tu
existencia, a tu esencia, energía y vigor que ha veces se nos escapa como un
ente que no formara parte nuestra. Cariño, somos dos, dos que se acompañan
dentro de este único y carcelero recipiente. La querencia y apego se inclinan
arrodilladas a tus palabras, consiguen que se haga eterna la espera en esta
noche, ¿estas, estas aun hay...?...
“¿Cuantas veces nos parece que nos vemos desde la distancia,
que hay algo nuestro que nos observa, vigila, al igual que un espectador en el
salón de su casa? ¿Cuantas veces nos vemos reflejados al igual que en un espejo
imaginario, inexistente entre un presente incierto, como si esas vidas, no
fueran nuestras, tan seguros que nos siguen los pasos, los pasos de quien...? ”