Seguía sus
pasos impresos en huellas sobre la nieve, sin cuerpo que se reflejase, obvio o
manifiesto, solo podía observar a la nada. Tras cada pisada traspasaba una
década, surcando etapas sin sentido, sin existir los intervalos del tiempo. El
camino se hacia eterno, siempre siguiéndote, invariable persecución, monótono
transcurrir de los segundos, escalofríos suaves al pensar que acaricia mi piel.
Un águila azul surco el firmamento, veloz, como los minutos que se escapaban de
entre mis manos frías, casi congeladas. Cada parada se transformaba en
reflexión, confrontando cada imagen al recuerdo, la primera división sin
frontera, donde afloran por vez primera las pesadillas sin sombras
diferenciadas y definidas en que apoyarse. Un café hirviendo, tras el escaparate
de los deseos, luces de neón al rededor, la ciudad solo descansa cuando la
dejan desnuda, sin alma a la que escoltar, sin poder rastrear los sentidos de
alguien o algo vivo. ¿Cuanto tiempo llevamos perdidos entre las estrellas, sin
que transcurra el tiempo? ¿Seré el único que sigue perdido por las lagunas de
la memoria? Abrí tu carta, húmeda, aun mojada por la lluvia, repentina, en una
madrugada inesperada de pleno verano, los contrastes sin freno ni lógica. La
dialéctica enfermiza cuando vence el silencio, sobre un guión con solo escenas
mudas, un argumento basado en los desencuentros. ¿Porque te vas? ¿Porque te
fuiste? En ocasiones estar enamorados es perderse en la hora punta de una gran
ciudad, al paso de rostros desconocidos, hasta que nos volvemos a encontrar,
sin querer, sin esperar, se escapan los recuerdos, y estas allí, entre miles de
rasgos sin identidad. Es tan dulce sentirte, sabiendo que te desean, y cuando
lo hacen, comienzas a comprender que solo es un desconocido. En el vestíbulo de
un hotel, sin descubrir ni explorar anteriormente, nos perdemos cerca de un
Oasis desierto, sin poder seguir un lugar de referencia. Abandonado entre la
neblina y el humo, la veo llegar, el empaque y la desenvoltura de la elegancia,
el estilo tras cada paso al invadir la sala de espera, desde un ángulo de la
cafetería dejo lo que estaba leyendo, el café caliente, cualquier cosa que
quedara por vivir, podría esperar. Sigo su marca, el bamboleo de su cadera, sin
apenas conciencia, me arrastro tras unos tacones altos. La lejanía se había
acortado excepcionalmente, por fin aparcamos ambos sobre nuestras propias
tinieblas, aunque el corazón no parará de sangrarnos a la par. Entrar en su
mente no era un abuso, pues ella lo sabía, lo consentía. Nunca hubo violencia,
solo obediencia. El poder de mis deseos la poseía sin saberlo, anulando a la
lucidez, quebrando de manera inconsciente el juicio de la razón. Los pasillos
se alargan. El eco de pasos se amortigua en la moqueta. Una vez nos reunió el
capricho llamando al deseo, ansia dulce, maneras caprichosas. Ayer jamás
volvería a repetirse, hoy solo era una voluntad tiránica de esa incontrolada
soberbia. Corredores interminables, cuadros de pasajes desolados, fríamente
iluminados. Luces blancas, decoración indefinible, rechazable conciencia
monótona, indiferencia de los sentidos. Colorido imperceptible, carente en
identidad, falsos segundos antes que entraras en la nada. La puerta de una de
las habitaciones esta abierta. La penumbra jugaba con las sombras invasoras, se
filtraban contornos indecentes por la ventana, asaltos caprichosos difuminados
por entre las farolas de la vía, retozonas siluetas que creaban figuras
deseosas entre contrastes grises, saltarines reflejos y traviesas imágenes que
chocaban como eclipses inquietos por su espalda desnuda. Miraba desde la
ventana. Planta, garbo y donaire de la gracia, tras el brío de sus curvas.
Llamadas incesantes para el deseo. Me acerque lentamente hasta sentir su
respiración pausada y tranquila. Muy cercano a la respuestas, muy justa la
respiración ante el reclamo opuesto como el de una estatua orgullosa de si
misma, arrogantemente erguida. Detrás de la ventana observe como paraba en la
acera derecha de la avenida un taxi amarillo, clásico de la Gran Manzana, un
hombre delgado, alto, de edad madura, entrado quizás en los sesenta, pelo cano,
mirada penetrante como un témpano fría, porte e estilo clásico, con apariencia
de cierta opulencia, quizás la riqueza. Un lujo con el que acostumbrara a
convivir, licencia que ofrece la copiosidad o el lujo, grabado todo al igual
que un coctel nuevo e innato, originalidad en su ser como patente de corso.
Dirigió su atención hacia la ventana, observo a la mujer, dando la impresión de
conocerla, ahora casi pegada a mi cuerpo. Atenta y vigilante dejo escapar una
mueca sonriente. Sin alteración, huella o reflejo que se escapasen libres de
entre sus emociones, ningún movimiento ni expresión desordenada, nada
particular ni original ante la esencia del caso. Instantes insoportables para
ella, quizás, pues llevaban más de catorce años unidos. Desde esa telepatía que
poseíamos, ese poder sobre ella se manifestaba una vez más, al entrar sin
licencia a sus pensamientos más inmediatos. Supe por vez primera que deseaba
más que nunca a su marido, aquel que la saludaba, sobre todo en ese nuevo
sentido, desde esa distancia el amor era patente en unión y comunión entre
ambos. Aprieto los dientes y aguanto el chaparrón, el que vive mi interior con
toda desesperación. En esta cobardía revelada, entendí que jamás por voluntad
propia sería mía. Solo era un extraño más, la efigie de un conspirador
desconocido a sus espaldas, en aquella habitación de hotel oscura. Saque del
bolsillo de mi chaqueta, un tul de muselina negro, antes de vendarle los ojos,
encontré un gesto permisivo, dando paso a lo lícito del acto. Justo antes de
dejarse hacer, levanto su mano derecha en gesto de despedida. Acto seguido se
dejo apartar sus largos cabellos tersos y suaves de color castaño. La oscuridad
se hizo por unos instantes, ahora era poseída a mi capricho, sería por unas
horas, el dueño de sus recuerdos, me pertenecerían, pero no su libre albedrío,
de su libertad de decisión nunca tendría la potestad, de sus sueños jamás sería
el amo. Me agobiaba y atormentaba no saber exactamente si me recordaba. Una
incógnita que no se resolvería quizás nunca. De nuevo todo se evaporaba rápido,
después del accidente de tráfico todo era despertar de entre los sueños sin
realidad, una y otra vez como dar vueltas por un círculo cerrado. Nada de esto
debió suceder jamás, solo seguía en mi vida de ensueño, sucesos acorralados.
Encarcelados los arrebatos pasajeros, la sin razón viva, la falta de memoria.
Desde hace un tiempo para mi indefinido, continuaba sumergido en el coma. Tú ya
no me acompañabas entre las tinieblas para recordármelo, pues no sentía la
dulzura de sus caricias al amanecer, ese que se repetía en una quimera. De vez
en cuando como ahora, invadías indecentemente y sin llamar al espacio nulo, el
vacío caprichoso del destino. Una calzada mojada, una carretera en mal estado,
un cruce invadido a destiempo, la neblina de madrugada que reflectaba contra
muros en blanco, sin dejar ver a las señales. Todo se dibujaba solo y se
difuminaba lentamente igual, con la velocidad de su propia inercia. ¿Cuando hallaremos
respuestas a las contradicciones, a las replicas faltando los argumentos,
cuando las soluciones a tanto sin sentido, cuando me dejaras ser libre, amor
mío? Si ya estas enamorada de otro, con nuevos caminos, con un futuro por
concretar. ¿Porque existen solo para mí las fronteras? ¿Cuanto tiempo más
seguiremos dando pasos hacia ningún lugar, por entre las huellas perdidas?
Cap. 2.
Agarrados de la
mano salieron del hotel, aferrados el uno al otro, sujetos al igual que
eslabones de una cadena firme y unida. Ella seguía con los ojos tapados. La
madrugada se adentraba en una noche dormida, pero amenazante. La larga avenida
seguía solitaria, daba la impresión que el asfalto se perdiese hacia el
infinito, más allá de todo tiempo, pasado, presente o futuro. El sonido
inquieto de sus pasos reflejaba el palpable nerviosismo, al sentirse
perseguidos, señales lejanas que les oprimían el aliento. Marchaban en una
angustia fría y seca, la sensación de inquietud se marcaba sola al ritmo del
reflejo de un relámpago, a cada segundo, rebotando la sensación de alarma sobre
la nuca. La evolución gradual de su perseguidor se confirmaba, el acecho de un
depredador, justo en su maniobra más incierta, en su estado natural, el de
noche cerrada. Las luces de las farolas oscilaban, deslumbraban al parpadear,
se fueron apagando una a una, de lado a lado, encadenadas por simpatía, al
compás siniestro de un hábil encantamiento. Ella paró la marcha en seco, se
volvió hacia su pareja con su rostro fascinado por las circunstancias, le hizo
sentir tras su gesto que ya no era el quien dominaba la situación. Entonces lo
besó ardiendo en pasión repentina y desenfrenada, se retiro la venda
lentamente, pretendía que observara sus ojos azules. Su acompañante percibió
como su corazón latía con fuerza, como los ojos se le iban cambiando de color,
se fueron inyectando rápidamente al rojo vivo. Se dejó rodear por sus brazos,
dejándolo inmovilizado por completo, seducido en aquel hechizo que le hacia
sentir más unido y único a si mismo que nunca. Hasta que empezó a no poder
identificar del todo a aquella imagen de mujer que se apoderaba de su ser por
segundos. Se le soltaron los cabellos ante una racha súbita de viento, sin
advertir que las sombras de los árboles se alargaban como tentáculos, la
oscuridad total de la noche los iba engullendo e invadiendo por todas partes.
Entre la sorpresa o la alarma de lo inesperado, la luna llena agrando su tamaño
en cuestión de segundos, con fuerza, dinamitó y extendió al cielo su luz
potente, un cañón directo de claridad se derramo por completo, apaciguando con
su fuerza a las tinieblas amenazantes, quedando solo al compás del viento, las
sombras lúgubres de los que fueron, los amantes perdidos. Volvió la mirada
hacia su perseguidor inmediato, mientras no paraba de besar a lo que ya parecía
más bien su víctima, con ansia lujuriosa, con las formas y maneras totalmente
perdidas en la vorágine, en la sed. Aquel hombre bien trajeado, de alta
estatura y pelo canoso, se detuvo ante ellos. El mismo que solo unos minutos
antes los estuvo observando desde la calle, no desconocía que estaba igualmente
siendo vigilado, solo ahora se adivinaba por quien. Parecían juegos siniestros
a escondidas, funestos planes bien estudiados de ante mano.
-¡Eres el
centinela!- Afirmo segura de si misma, sin apartar la mirada hacia aquel
rastreador, con maniobra ágil y sinuosa se reincorporo rápidamente, con total
indiferencia o desapego hacia ningún asomo de culpa, dejo de su boca y dientes
que siguiera manando la sangre a borbotones.
-Chandi es la
hora, debes dejarlo y volver conmigo. Kali os lleva esperando hace mucho tiempo
–Su voz era suave pero firme, sin perder esa señal personalizada de cierta
clase ancestral, más bien consanguínea.
-Te advertí, no
debiste dejar que me quitara la tela que cubría mis ojos, insensato, si
consigues el sacrificio de la madre volverás a encontrar la vida nueva.- Con un
solo soplido lleno de desprecio, desplazo aquel cuerpo ahora mustio y marchito,
el cual hace solo unos minutos besaba ardientemente, desde la pasión más
rebosante y plena que pueda ofrecer un único ser. Lentamente se fue
embadurnando el rostro y uno de sus senos con sangre, mientras colocaba un pie
sobre el pecho de la víctima.
La noche lunar
volvió a sus orígenes, una vez satisfechos los deseos, los siervos de la gran
madre destruirán todas sus ilusiones. Chandi se alejaba firme y vigorosa
seguida del centinela de los sueños, a la vez que dedicaba oraciones
ensordecedoras, las palabras fluían de tal forma que parecían transportadas por
el viento, todo quedaba guardado por la madre del tiempo, la diosa oscura, fin
y principio de toda vida: “Renaceréis
con la ruptura del ego, desde la destrucción de la ignorancia, con la llegada
del conocimiento”.